Juan Carlos Escudier

Archivo de marzo, 2008

The winner is… Soraya

Rajoy premió la fidelidad. Soraya Sáenz de Santamaría, el único descubrimiento en el mercado de dirigentes políticos que cabe atribuir en cuatro años al líder del PP, será la nueva portavoz en el Congreso, un cargo que por presencia pública y responsabilidades equivale al número tres del partido. Pío García Escudero, presidente de lo populares madrileños y equidistante en la guerra de los 30 años que libraban hasta la fecha Esperanza Aguirre y Ruiz-Gallardón, repetirá como portavoz en el Senado porque, como dijo Rajoy, “lo ha hecho muy bien”.

La designación de Sáenz de Santamaría representa el segundo paso en el proceso de renovación del PP, tras la autodepuración de Eduardo Zaplana. Frente a opciones más brillantes como la que representaba el diputado valenciano Esteban González Pons, un hombre vinculado al presidente valenciano Francisco Camps, o la alternativa de Manuel Pizarro, por la que suspiraba Aguirre, Rajoy ha preferido pescar en sus propias aguas, escasamente pobladas, todo hay que decirlo.

El principal objetivo de la nueva portavoz, además del control al Ejecutivo, que se le supone, será hacer visible que existe una alternativa y aproximarse a la cuadratura del círculo: mantener el apoyo de sus 10 millones de votantes y, simultáneamente, quitar votos al PSOE y vencer los recelos que el PP sigue despertando en algunos ciudadanos. “Seguiremos creciendo a costa del PSOE; siempre ha sido así”, explicó Rajoy. En resumen, que habrá que estar en el centro y hasta en la izquierda sin descuidar el flanco derecho.

Para ello, Rajoy ha pedido trabajo a los miembros de la Junta Directiva Nacional del PP –“hay que ir a los pueblos, hay pueblos en los que se trabaja más y otros en los que se trabaja menos, y eso se nota, hay que reforzar la estructura”-. De ahí las primeras palabras de la portavoz: “Me dedicaré en cuerpo y alma”. Justo lo que se pretendía.

El presidente del PP asegura estar dispuesto a los pactos del Estado en política antiterrorista, modelo de Estado, Política Exterior, Defensa y Justicia, pero ha desaprovechado una oportunidad para abrirse a otras fuerzas con las que, forzosamente, habrá de entenderse tarde o temprano. Es el caso de CiU. Según Rajoy, su partido no cederá ningún puesto en los órganos de gobierno de Congreso y Senado: “si alguno necesita los votos de otro, ese es su problema”.

Ceder a CiU un puesto en las Mesas de ambas cámaras hubiera sido el principio de una nueva relación para quien asegura, contagiado del optimismo antropológico zapateril, que las próximas elecciones generales “se deben, se pueden, y a fecha de hoy, es lo más probable que se ganen”. Dicha cesión daría al PP alguna baza más como oposición, habida cuenta de que la suma populares y convergentes constituye la mayoría absoluta de la Cámara Alta.

“No renunciaremos a ningún puesto” ha afirmado Rajoy. Para cubrirlos, el líder del PP ha pensado en su cuadrilla de fieles, aunque procedentes todos ellos del aznarato. Ana Pastor y Jorge Fernández serán vicepresidentes del Congreso mientras que Gil Lázaro y Celia Villalobos ocuparán sendas secretarías. En el Senado harán lo propio Juan José Lucas, Ramón Rabanera y Matías Conde.

Finalmente, ha hablado de sí mismo. Ha afirmado que se presenta a la reelección como presidente del PP porque está convencido de que no representa un obstáculo para la victoria electoral en 2012. “Entre mis objetivos no está estar sentado cuatro años en un butacón de la séptima planta”, ha explicado Rajoy, mientras se alisaba la corbata roja de la buena suerte que no demostró sus poderes el pasado 9 de marzo.

El Congreso del PP, por cierto, tiene ya fecha (del 20 al 22 de junio), lugar (Valencia) y protagonistas. Rosa Estarás, Núñez Feijóo y Fernández Mañueco redactarán la ponencia de Estatutos; María San Gil, José Manuel Soria y Alicia Sánchez Camacho tendrán en sus manos el documento de acción política; y Gerardo Camps, Engracia Hidalgo y Fátima Báñez se ocuparán del documento económico. El presidente murciano Ramón Luis Valcárcel presidirá el comité organizador del cónclave. ¿Que quién los ha elegido? Rajoy, que anima a los militantes a competir con él en igualdad de condiciones por el liderazgo del partido.

Rajoy sigue de Semana Santa

Ahora que nos íbamos a enterar de quien es Rajoy, ahora que por fin contemplaríamos su manera de soltar el lastre que, supuestamente, le atenazaba, ahora que nos preparábamos para calibrar lo mucho y bien que manda en su partido, resulta que el gallego ha vuelto de sus vacaciones en México con el jet lag subido y ha aplazado hasta la semana que viene la designación de su mano derecha en el Congreso, la persona que compartirá con él la carga más pesada de la tarea de oposición.

Una vez anunciada su intención de continuar, nadie en el PP entiende a qué está esperando Rajoy para tomar su primera decisión, mientras cobra cuerpo la idea de que las presiones a las que está sometido por parte de los barones populares han de ser de cuidado. De hecho, las quinielas sobre fututos candidatos al puesto, desde el valenciano Esteban González Pons, hasta el relumbrante Manuel Pizarro, pasando por Soraya Sáenz de Santamaría, no han dejado de ser meras especulaciones porque Rajoy -como Bono- no ha dicho ni mu. En definitiva, que en Génova la están peinando con mechas y todo.

Así, mientras Zapatero reúne a los suyos para pedirles que pacten hasta con su sombra y Blanco negocia ya con los grupos parlamentarios la composición de los órganos de gobierno de las Cámaras y los apoyos para la investidura, el PP no existe, y cuando aparece, como hizo Rajoy el pasado martes, es para dar pruebas de que aún le dura el K.O. ¿Desde cuando el principal partido de la oposición tiene que pensarse qué hacer en la investidura de su adversario? ¿Acaso es posible votar otra cosa distinta al no?

La parálisis de Rajoy, a quien, por lo visto, le hubiera hecho falta una Semana Santa de 14 días, tiene al PP en un sinvivir. Hoy tendrá que ser el diputado raso Zaplana el que acuda al encuentro con Blanco en el Congreso. La intención es no ceder ni uno solo de los puestos que le corresponden en las Mesas a los otros grupos, y que sea Zapatero el que lo haga, que para eso toca el cielo de la santidad. Los socialistas irán con la lección aprendida del año 2000, cuando el PP les amenazó con no concederles ninguna presidencia de comisión, y sugieren que, llegado el caso, les pagarán con la misma moneda. ¿Quién dijo talante?

El presidente en funciones tiene claro cuáles serán sus principales apoyos y ha obrado en consecuencia. No quiere sobresaltos y confía en que su amigo José Antonio Alonso, al que ha castigado con la portavocía del Congreso, y Ramón Jáuregui, que tendrá que seguir haciendo méritos para ser ministro, sepan tener contentos a CiU y PNV, los elegidos como aliados estratégicos. Las reticencias de los catalanes se irán disipando a medida que comprueben que los vascos son partidarios de todo, incluido de Bono quien, llegado el caso, podría ser el presidente del Congreso únicamente con los votos del PSOE.

Como va de prima donna, Zapatero se permite nombrar a los secretarios de Estado antes que a los ministros, tal es el caso de Diego López Garrido. Moratinos, que continuará, es de los que no se molestan porque el jefe le haga el equipo. Lo previsible es que haya pocos cambios en un Gabinete, que tendrá un nuevo organigrama y crecerá en carteras. El líder del PSOE es de los que acostumbran a poner a prueba a sus colaboradores y premian la fidelidad, por lo que el reencuentro con viejos conocidos está asegurado.

Confirmados Solbes, Fernández de la Vega, Rubalcaba, Caldera, Chacón, Molina, Soria y el ya citado Moratinos, para quien peor pinta la cosa es para Joan Clos y Magdalena Álvarez, cuyos días a los mandos de una excavadora parecen tocar a su fin.

Bono se ha quedado mudo

Entre los silencios clamorosos, el de José Bono, futuro presidente del Congreso por la gracia de Zapatero, está resultando más audible que La Traviata. Esperaba el ex ministro ser profeta en su tierra y, además de ganar automáticamente el nuevo diputado que correspondía a Toledo por censo, adelantar al PP en número de votos para convertirse en la primera fuerza de la provincia. En lugar de eso, sus paisanos le han bajado los humos al condenarle a ver cómo el PP avanzaba cuatro puntos hasta el 51,36%, los mismos que el PSOE retrocedía con él como cabeza de lista. De momento, el mal trago le ha dejado mudo, lo que para Bono es una condena más dura que la de Sísifo.

A hombre tan mirado con lo suyo, la dimensión de la derrota ha tenido por fuerza que removerle las entrañas. La campaña ha podido ser mala y no es descartable que el electorado se haya tomado la venganza en plato frío y, cuatro años después, le castigara por haber dejado Castilla-La Mancha a cambio de un ministerio en Madrid. Es más probable aún que los votantes le hayan pasado factura por su actitud un tanto veleta de abandonar la política un día y regresar a ella al día siguiente. Ahora bien, de lo que no cabe duda es de que los toledanos han votado mayoritariamente en contra de que Bono sea el próximo presidente del Congreso. Y eso, lógicamente, deja a cualquiera sin palabras.

En definitiva, el anuncio de que Bono presidiría la Cámara Baja si el PSOE ganaba las elecciones fue un error, además de una bofetada gratuita a Manuel Marín, al que las circunstancias aconsejaron entonces mandar la política a hacer gárgaras y dedicarse al cambio climático que da menos disgustos. La pregunta ahora es si el orgullo del castellano-manchego le permitirá fingirse distraído como si nada hubiera ocurrido. Tanto silencio sólo puede significar que sí, que se lo permitirá.

Los resultados obtenidos por Alfonso Guerra han debido echar más sal a la herida. Su venerable enemigo se ha permitido el lujo de aguantar la subida del PP en Sevilla sin bajar del 58% de los votos. El propio Bono ha contado en alguna ocasión que en los últimos quince años sólo ha hablado con el ex vicepresidente en tres ocasiones: cruzaron primero un saludo en el velatorio de Fernando Múgica, asesinado por ETA; volvieron a dirigirse la palabra tiempo después, cuando Bono le telefoneó para que sustituyera a Felipe González en un seminario que él organizaba bajo el título Doce visiones de España, Guerra declinó el ofrecimiento.

Finalmente, el tercero de sus diálogos tuvo lugar en el hemiciclo, siendo Bono ministro. Ambos se cruzaron en los pasillos y el entonces titular de Defensa, a propósito de la polémica sobre el Estatuto de Cataluña, le dirigió una frase cómplice:

-Al final nos va a terminar uniendo España.

-Para lo que queda…-, contestó lacónicamente Guerra.

El destino puede hacer que Guerra, en el caso de que resulte ser el diputado electo con más edad, sea quien presida la sesión constitutiva de la Cámara el día en que Bono sea proclamado presidente. Será la cuarta vez que vuelvan a intercambiar un saludo. Para entonces, el de Albacete habrá recuperado la voz. Seguro.

Carod-Rovira y el síndrome de la moqueta

Aunque la ciencia médica no lo tiene catalogado como enfermedad profesional, el síndrome de la moqueta es una dolencia típica de los políticos, que se manifiesta en una alergia rebelde a dejar el cargo, el coche oficial y la secretaria. No llegan a salir granos, pero el escozor que se siente por todo el cuerpo es tan intenso que algunos pacientes se enajenan y tratan de atrincherarse en el despacho bloqueando la puerta con tomos del tamaño del Aranzadi, esos libros sin estrenar que tienen todos los abogados para vestir las estanterías de sus bufetes.

Reunidos el lunes para evaluar sus desastrosos resultados electorales, los dirigentes de Esquerra identificaron el mal en su presidente Carod-Rovira. Picores no tenía o se aguantaba, aunque para cualquiera resultaba evidente que el líder republicano había sido invadido por el virus y que el alien del poder se había hecho fuerte en su organismo.

Los congregados se disponían a evaluar la renuncia como conseller del secretario general de ERC, Joan Puigcercós, quien había advertido que dejaría su puesto en la Generalitat para dedicarse al partido si los resultados de Esquerra no alcanzaban las expectativas. Como quiera que los réditos electorales no habían sido malos sino nefastos, Puigcercós se disponía a cumplir con su palabra tras consultar con sus compañeros.

Carod tomó la palabra para decir que aquel sacrificio no era necesario. Según explicó, lo ocurrido en las generales debía ser considerado una tormenta pasajera. Lo mejor, en su opinión, era esperar tranquilamente a que escampase sin dar excesiva importancia al aguacero.

Obviamente, aquella no era la opinión mayoritaria, y varios de los capitostes de Esquerra le hicieron ver que donde el percibía una tormenta el resto apreciaba un huracán de escala cinco. El presidente de Esquerra respondió arguyendo que la dimisión de Puigcercós sentaría un mal precedente porque la militancia no tardaría en calificar de “apoltronados” a quienes no conjugaran ese mismo verbo.

“Bueno, también puedes dimitir tú como vicepresidente de la Generalitat” se le hizo notar con viveza. Aquí Carod hubiera podido rascarse por efecto del síndrome, pero en vez de eso declinó el ofrecimiento con elegancia. Traducido del catalán, la expresión castellana que hubiera reflejado con mayor fidelidad sus palabras hubiera sido esa de “verdes las han segado”. Huelga decir que, a partir de ese momento, se acabaron como por ensalmo sus objeciones a la renuncia de Puigcercós.

Esquerra es un polvorín en una fábrica de mecheros. En junio sus militantes celebran un congreso en el que elegirán presidente, secretario general y candidato a las autonómicas catalanas, previstas inicialmente para 2010. La elección es por sufragio universal y no sería raro que las Navas de Tolosa acabaran siendo un escaramuza respecto a la batalla que se prevé en el seno del independentismo catalán.

Desde el sector de Puigcercós se ha sugerido a Carod la conveniencia de que acepte convertirse en reina madre del partido, toda una contradicción tratándose de una formación republicana. El pacto que se le ofrece es mantenerle en la presidencia ciomo mascarón de proa, siempre que Puigcercós sea el candidato por Barcelona y el secretario general. Carod ha vuelto a decir eso de “verdes las han segado” en perfecto catalán. La batalla, además, está abierta a otras corrientes, como la encabezada por el ex conseller Carretero, más inclinado al pacto nacional con CiU que al tripartito de izquierdas con el PSOE. A lo lejos ya se escuchan disparos…

Rajoy seguirá persiguiendo a Moby Dick

El PP está condenado a no conocer jamás las razones por las que perdió las elecciones del pasado domingo. No falló el líder, que opta a la reelección porque, en su opinión, es lo mejor para el partido y para España; no falló la organización, ya que, según el líder, hizo una campaña buenísima «muy pegada al terreno»; tampoco falló el mensaje, hasta el punto de que el líder que quiere seguir siendo líder propone continuar con lo mismo, o sea: defender la nación española, la existencia de un Estado viable y la derrota de ETA; y ni siquiera fallaron los resultados, porque subir en votos, porcentaje y escaños es un éxito inconmensurable de crítica y público. En resumen, no falló nada y se perdió. ¿Qué habrá que hacer entonces para ganar?

Esta derecha hace muchas cosas inexplicables, o lo parece. La primera es cerrar esas crisis que nunca existen –porque el PP es un bloque de hormigón indestructible, la unidad en estado puro- como quien va a la peluquería: lavar y marcar, media hora. No es normal que en la reunión de notables del partido no se produjera ni un solo cuestionamiento público a una dirección a la que ponen a caer de un burro en privado. Los Brutos del PP se dejaron en casa los puñales o les fueron requisados en el detector de metales de Génova. «La organización de Madrid y yo misma estamos contigo, Mariano», le dijo Esperanza Aguirre con un par.

El segundo gran arcano es que Rajoy, el líder que quiere seguir siéndolo, aporte ahora en el renacimiento de sus cenizas la idea de que irá al Congreso del PP con su propio equipo, dando a entender que el que le ha acompañado en estos últimos cuatro años no era suyo sino prestado. Por supuesto, a nadie se le ocurrió preguntar qué tipo de liderazgo puede ejercer quien acepta navegar tanto tiempo con una tripulación impuesta y cómo es posible confiar un barco a quien acaba de hacer naufragar el anterior contra las rocas.

El tercer misterio se deriva del anterior. Aun aceptando que el bueno de Rajoy aceptara en su día hacerse a la mar con la tropa de Romanones, cómo desentrañar entonces esta afirmación suya ante los periodistas: «Aznar no ha intervenido para nada en la vida del partido y se ha comportado como un señor, que es lo que es». Si el equipo de Aznar no le fue impuesto por Aznar y su trabajo ha sido entre bueno y espléndido tirando a excelso, ¿qué razones hay para cambiarlo? ¿No será que quien no sabe leer la brújula es el capitán y no los grumetes?

Por supuesto, queda por saber quiénes compondrán el equipo de Rajoy, habida cuenta de que él mismo lo ha declarado confidencial hasta el día antes de que el cónclave del PP vote a su presidente. Forzosamente algunos nombres tendrán que conocerse previamente, porque el congreso es en junio y ya en abril han de designarse los portavoces parlamentarios. Se da por seguro que Eduardo Zaplana causará baja, para íntima satisfacción de su archienemigo Francisco Camps, cuya alegría podría ser completa si logra colocar en su lugar al ex conseller Esteban González Pons, uno de sus hombres de confianza en Valencia, un tipo brillante con el colmillo muy retorcido que en cualquier otro partido podría aspirar a todo.

Para sustituir a Acebes ya se habla del secretario general de Madrid, Pío García Escudero, hasta ahora portavoz en el Senado. Tendría bastante lógica que para construir su nuevo engranaje Rajoy pretendiera echar mano de dos piezas extraídas de Valencia y Madrid, los territorios que le han endulzado la derrota. Eso sí, los caídos en el cumplimiento del deber tendría que ser recompensados: quien sabe si Zaplana con un puesto en la Mesa del Congreso, que está bien eso de mantener el coche oficial, y Acebes con algún otro caramelo parlamentario o, incluso, autonómico.

Tras lo visto el martes, y como los tiempos de Herrero de Miñón ya pasaron, es improbable que alguien ose disputar a Rajoy la presidencia del PP, cuya única oposición está de momento en esos grandes forjadores de opinión de El Mundo y la COPE, a los que el gallego siempre les pareció un flojo, un mal necesario, que ahora tendría que apartarse para dejar paso a alguien con redaños como Esperanza Aguirre, quien además ha sido un primor repartiendo licencias de radio y televisión.

Dice Rajoy que la gran misión histórica que tiene por delante para ganar las elecciones de 2012 es la de convencer a los votantes del PSOE para que se pasen a su bando. Inicia así la enésima travesía al centro político. Va a llevar razón Alfonso Guerra: «Llevan 15 años viajando hacia el centro; ¿pero de dónde venía esta gente?».

Peleas por ser ministro

Cuentan de Jesús Posada, diputado electo por Soria y antes de eso titular de Agricultura y de Administraciones Públicas en los Gobiernos de Aznar, que nada más saber que sería ministro se plantó ante la tumba de su padre con la noticia. Posada, que es buena gente, sostenía que ser ministro era la bomba pero tenía el inconveniente de que podían destituirte al descuido; sin embargo, de lo que nadie te apearía jamás es de otra condición: la de ex ministro. Quien es ex ministro lo es para siempre.

El razonamiento de Posada queda estupendo ante los colegas aunque, en realidad, pocos se conforman con el tratamiento. De hecho, lo tradicional es que los ex ministros anden obsesionados con volver a ser ministros, sobre todo si creen que han prestado valiosos servicios y, además, se consideran amigos de quien se sienta en el extremo de la mesa del Gabinete.

Es el caso de Juan Fernando López Aguilar, quien tras ser enviado a la conquista de la plaza de Canarias con desigual fortuna –ganó las elecciones autonómicas pero no pudo formar gobierno-, ha sido rescatado como diputado antes de que la depresión hiciera mella en su organismo. ¿Que cuál es el mayor de los anhelos del vehemente ex ministro de Justicia tras la victoria electoral de ayer? Ser ministro de Exteriores, que para eso sabe idiomas, tiene un verbo florido y da estupendo en las fotografías.

El deseo de López Aguilar, ampliamente difundido en el PSOE, choca con varios obstáculos. El primero, obviamente, es que la cartera, de momento, tiene dueño y Curro Moratinos se hace querer y Zapatero le tiene cariño. El segundo es que el puesto está muy solicitado y hay otro candidato que también se postula, y tiene todavía más agarraderas que las del canario.

Se trata de José Antonio Alonso, actual ministro de Defensa –que diga lo que diga Posada es más que ex ministro-, e íntimo amigo del presidente. Alonso parece hacerlo bien en cualquier puesto y siempre podrá presumir de haber sido el único ministro del Interior que no tuvo que asistir al funeral de una víctima del terrorismo. La pelea está servida.

¿Dónde se esconde Alcaraz?

Nadie sabe en qué medida el asesinato de Isaías Carrasco influirá en las elecciones de este domingo, pero a estas horas, si es que le queda algo de vergüenza, el todavía presidente de la AVT, Francisco Alcaraz, debería estar pidiendo perdón o metiéndose debajo de alguna piedra para ocultarse.

No hay que confiar en que el personaje, una caricatura de lo que tendría que ser un representante de las víctimas del terrorismo, dé la cara para decir que sus manifestaciones de hace unos días, en las que daba por seguro que ETA haría público un comunicado para “garantizar la continuidad del presidente del Gobierno” y poder seguir negociando con él, era una más de sus enajenaciones mentales cada vez menos transitorias. Es de suponer, por tanto, que habrá elegido la alternativa del escondrijo.

La intención de la AVT era convocar manifestaciones de repulsa este sábado, día de reflexión, aunque finalmente alguien, posiblemente desde el PP, ha debido llamar al orden a su filial para que rectificara. Si el asesinado por ETA hubiera sido un cargo de los populares y no un ex concejal socialista, las huestes de Alcaraz se habrían lanzado a la calle para rendir su último servicio contra el Gobierno. No ha sido posible porque el muerto tenía el carnet del PSOE y de la UGT. Así de sencillo.

Muy mala leche

Repasando el libro gordo de Zapatero, que tras el último debate viene a ser a la política como las 1.080 recetas de Simone Ortega a la cocina, uno descubre que el pobre Rajoy tenía razón: la leche está más barata en Alemania, al menos en una cadena de supermercados: Rowe.

En este híper un litro de marca blanca cuesta 0,66 euros, menos que en Mercadona (0,75), Alcampo (0,79) e Hipercor (0,85). Los datos se muestran en una tabla en la que también figuran la Galería Kaufhof y Karstadt, donde no baja de los 89 céntimos.

La Biblia de la estadística tiene muy mala leche porque incluye una segunda tabla sobre este mismo tema en la que se elimina a Rowe y a Mercadona. ZP ha debido de mandar a la compra a Moraleda, que tiene más costumbre. ¿Por qué no se incluye a Carrefour o al Lidl?

Ésa es la cuestión.

Aznar químicamente puro

Debe de ser cierto que el poder desgasta porque a Aznar, que sigue mandando mucho pero ya sólo en su partido, se le nota rejuvenecido con su media melena, su jersey verde manzana y su pulsera de adolescente a juego. Descartado el pacto con diablo y el lingotazo de la fuente de la eterna juventud, cabe deducir que el ex presidente se cuida y que, además, se deja un pico en Just for men o en Grecian 2000, porque es imposible que quien exhibe un bigote tan blanco no tenga ni una sola cana en la cabeza.

Mantenerse en plena forma es casi un requisito imprescindible para quien lleva cuatro años justificándose, que es un ejercicio cansadísimo. En esa tarea ha embarcado a todo el partido y, por eso, en cada intervención ante los suyos, como la de este pasado fin de semana en Valdemoro (Madrid), se siente obligado a insuflarles ánimos para recompensar sus esfuerzos: “A pesar de lo que digan muchos, podéis andar con la cabeza muy alta y la conciencia tranquila”, les dice sin más. ¿Cabe mayor sutileza para referirse a la participación española en la guerra de Irak y a los atentados del 11-M?

Él mismo ha predicado con el ejemplo, pese a haber arrostrado “todas las descalificaciones del mundo” en estos años “de rencor, de retroceso y de revancha”. El sufrimiento, al parecer, es consustancial a la militancia en el PP, donde uno se juega el físico a cada paso, aunque sea virtualmente. “No somos un partido de oportunistas. Tenemos una cara, la ponemos, y a veces nos la rompen por defender nuestros principios”, les asegura antes de utilizar la primera persona del singular y despejar cualquier duda: “No he tenido más ambición que el servicio a España”.

Iba el día de aclaraciones. La primera fue para glosar lo obvio: “Soy un ciudadano preocupado”; la segunda, para lo mismo: “Voy a hacer de Aznar químicamente puro”. En resumen y para los no iniciados, el ex presidente iba a mostrarse como el ser preocupado y cabreado que ha sido en la última década, del que no pueden esperarse “ni chascarrillos, ni tonterías”, ni siquiera insultos, que él no es González ni llama imbécil a Zapatero aunque lo piense.

“De tus ideas vivimos” le había dicho un poco antes Pizarro, cuyo concepto de mitin consiste en pasarse diez minutos dando las gracias a todo lo que se mueve. Y empezó a desgranarlas: que la nación es una y no cincuenta y una, que lo mínimo que se le exige a un presidente es que crea en España, que los ricos no se pueden quedar con todo –se refería a los catalanes-, que hay que dar de beber al sediento, que lo de descentralizar se había acabado y que él no había edificado una de las mejores democracias del mundo para que ahora se mandara a la gente a remover las tumbas de la Guerra Civil.

No faltó, lógicamente, el capítulo dedicado a ETA, que ya se sabe que es una palabra que Aznar nunca menciona, lo cual provoca que, en su esfuerzo elíptico, el Zidane de la política –como le definió el alcalde de Valdemoro- dé alguna que otra patada al castellano del estilo “no se puede dialogar con el terrorismo”, como si el terrorismo fuera un señor con capucha, metralleta y acento de Bermeo.

Aquí volvió a derrochar finezza. Pudo haberse equivocado -“claro que nos hemos equivocado”-, cuando llamó MLNV al “terrorismo” –y esto se presume, porque no lo dijo-. Pero una cosa es equivocarse y otra engañar, “y aquí se ha mentido; llevan negociando desde 2002 con los terroristas y seguirán si no lo impedimos”.

Aznar se reivindica. Fue él quien sentó a España a la mesa de los grandes y no a la de los niños, como ahora; fue él quien obtuvo ingentes fondos europeos mientras Zapatero se iba a dormir, fue él quien dejó en herencia “el país más rico y próspero de la historia”. Nadie con dos dedos de frente se atrevería a llamarle “antipatriota” y menos después de escuchar sus últimas palabras: “Hay que votar con la cabeza alta; hay que llevar bien alta la bandera del PP y la de España”. Sólo falta el himno para erizar el vello.

Guerra, el comediante

Viéndole caminar cansinamente por los pasillos del Congreso, como si realmente el tiempo le hubiera alcanzado hasta obligarle a entrar en el mausoleo donde se apilan en pedestales los padres de la patria, costaba trabajo volver a imaginar al Guerra de los descamisados y del “Alfonso, dales caña” en plena acción mitinera. Pero nada más observar su entrada al pabellón municipal de Ponferrada, levantado los puños y subiéndose a la silla para saludar, tal si fuera el Rocky Balboa de Stallone, supimos que había combate por delante.

En contacto con la masa, el respetable Alfonso Guerra -al que sus adversarios políticos toman ahora como referencia para denostar al “inconsistente” Zapatero- se transforma, como si el aroma a humanidad ejerciera sobre él las mismas secuelas que el brebaje del Doctor Jeckyll, y sus palabras tuvieran sobre su auditorio los mismos efectos que el perfume de Grenouille, el personaje de Süskind. Cuando se abre el telón, Guerra saca de sí al actor que lleva bajo la americana y despliega con maestría sus artes de cómico, de malvado y de moralista.

El ex vicepresidente tiene un dominio total sobre el público. Les hace reír -“hay que ver la fortuna que hace esta gente; de economía no saben nada, pero de dinero, un rato”-; les conmueve – “si tenéis alguna duda, inclinaos siempre ante los más humildes”; y les levanta de la silla -“socialismo es que nadie tenga tanto que haga que los demás se pongan de rodillas y que nadie tenga tampoco que tenga que ponerse de rodillas ante nadie”-. Tiene una asombrosa facilidad para hacerse un hueco entre ellos –“os habla un berciano; esta noche soy berciano”- o para tomar una distancia de púlpito, como el pastor que conduce al rebaño con un simple silbido.

De este hombre se podrá decir lo que se quiera, aunque hay que reconocer que es condenadamente divertido. Igual se transforma en mimo, y se lleva la mano a la barba o se coloca un dedo sobre el labio para referirse a Rajoy y a Aznar –“no me gusta decir sus nombres porque traen gafe”-, que explota su vena de imitador: “Creedme, creedme –dice impostando la voz-. Tiene que haber armas de destrucción masiva”; o “soy Mariano Rajoy, candidato del PP…”. En pleno éxtasis histriónico es capaz de meterse en el pellejo de Van Gaal: “Esta gente de la derecha son muy negativvvos”. En suma, todo un espectáculo.

Es verdad que Guerra apela a lo más primario y que pulsa los resortes más epidérmicos, pero también es cierto que un mitin no es una clase magistral, ni una conferencia, ni siquiera un sermón, como se empeñan muchos de sus obstinados colegas hasta provocar el bostezo colectivo. “Estoy aquí para poneros una inyección ideológica, y que salgáis a la calle como si tuvierais un motor a la espalda”, les lanzó a bocajarro. Y eso fue lo que hizo.

Ello implica abusar tanto del maniqueísmo y del claroscuro que, a su lado, Caravaggio pasaría por un aprendiz de tres al cuarto. La derecha no es que sea mala -“llevan quince años caminando hacia el centro y no han llegado. ¿De dónde venía esta gente?”-, es que es indigna como Rajoy, el principal “avalista de ETA”, clasista como Cañete, que quiere que los camareros le sirvan el cortado y le limpien las botas, y grotesca como Pizarro, que dijo que venía a trabajar con pico y pala y ahora está haciendo un cursillo. Por el contrario, ser socialista es más difícil que no serlo, porque entraña preocuparse por uno mismo y por quienes peor lo pasan.

Todos los mítines de Guerra llevan su carga de moralina. “El mundo vive un dramático desorden ético, pero podemos cambiarlo”, afirma. Explica a los suyos que 224 personas en el mundo tienen lo mismo que 3.000 millones, y que eso es injusto; que el camino está por hacer; que los socialistas han de transmitir valores de tolerancia, democracia, libertad y urbanidad; y, de pasada, se le escucha oponerse a la carrera loca por bajar los impuestos en la que participa su propio partido. Cae el telón en medio de la apoteosis. La función ha terminado. Guerra puede por fin quitarse el maquillaje blanco de la cara.