Juan Carlos Escudier

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El incompetente del tricornio

Si fuera cierta la máxima que en cualquier jerarquía todo empleado asciende hasta alcanzar su nivel de incompetencia, el ‘agente Víctor’, el guardia civil que ejercía de controlador de Rafa Zouhier, no sería teniente sino teniente general. Debe de ser cosa de la antigüedad lo que ha retrasado su ascenso, porque los méritos de este hombre son incontestables: su incompetencia no conoce límites.

En ‘Víctor’ se da además otra circunstancia muy especial. Es un incompetente que ha querido ocultarlo, algo muy complicado cuando se trata de una incompetencia tan mayúscula. ¿Hubiera podido alguien tapar la fosa de las Marianas tratando de echar tierra sobre el asunto? Pues lo mismo le ha ocurrido a este funcionario de la Unidad Central Operativa (UCO), el primero que conoció que unos asturianos estaban tratando de vender 150 kilos de explosivos un año antes de los atentados del 11-M, el primero en no hacer absolutamente nada porque, según ha dicho, “mi unidad no era competente en investigaciones sobre explosivos y tráfico de armas”. Es decir, que su unidad también era incompetente, como no podía ser de otra manera.

Zouhier, que era su confidente desde 2001 y que estaba considerado como soplón de primera porque en los informes de sus chivatazos le designaba como A-1 (fuente solvente con información relevante), no sólo le advirtió de que Antonio Toro y su cuñado Trashorras ofrecían dinamita al mejor postor sino que, incluso, puso en manos de sus compañeros de tricornio –él estaba en Barcelona- una muestra del explosivo en un frasco, que no mereció mayor atención porque el especialista de la Guardia Civil al que consultaron les dijo sin ningún análisis previo y a ojo de buen cubero que la mercancía estaba muy deteriorada. Teóricamente, de todo ello, ´Víctor’ dio cuenta a la comandancia de Asturias en una nota de febrero de 2003, aunque ofreció todos los detalles en otra segunda comunicación fechada en marzo y dirigida al comandante Francisco Javier Jambrina.

En su primera declaración ante el juez Del Olmo, a ´Víctor’ se le olvidó mencionar que sabía desde principios de 2003 que Toro y Trashorras estaban en disposición de vender 150 kilos de explosivos y tuvo un olvido similar cuando compareció ante la comisión parlamentaria del 11-M. Curiosamente, el día antes de ir al Parlamento, el hoy teniente telefoneó a Jambrina para pedirle que destruyera su nota de marzo de 2003 donde se contaba todo esto. Al menos eso es lo que sostiene Jambrina, porque ‘Víctor’, pillado pala en mano tratando de enterrar su incompetencia bajo una gruesa capa de arena, afirma que lo que le pidió, en realidad, fue que hiciera lo posible para que no trascendiera a la Prensa. Y ello para proteger al jefazo de la UCO, Félix Hernando, quien ante los diputados de la Comisión había declarado que sólo se remitió a Asturias una nota y no dos. Los incompetentes suelen prestar grandes servicios a sus jefes.

‘Víctor’ afirma que Zouhier no volvió a hablarle de explosivos nunca más. Eso sí, al día siguiente de los atentados quedaron con él pero sólo para interesarse por una red de brasileños que se dedicaban a falsificar tarjetas de crédito y por un tal ‘Josito’, que se movía por ciertos locales de Madrid. Y si le preguntaron por los autores del 11-M fue porque “ya se empezaba a comentar que los autores eran magrebíes”. Los datos sobre Jamal Ahmidan los aportó Zouhier el 16 o 17 de marzo. Además de ayudar a localizar la vivienda de El Chino, también les reveló que había comentado en alguna ocasión que pensaba volar el Bernabéu. Este comentario no figura en ninguna de sus notas porque, tal y como ha explicado, la UCO tampoco era competente en temas de terrorismo. O sea, lo previsible.

TODO SOBRE EL JUICIO DEL 11-M

Díaz de Mera no es cojo

Debe de ser verdad que se coge antes al mentiroso que al cojo. Es constatable que el eurodiputado Agustín Díaz de Mera, director general de la Policía el 11 de marzo de 2004, no es cojo y también ha resultado evidente que Javier Gómez Bermudez se lo ha llevado por delante como un tren de mercancías.

En septiembre de 2006 el dirigente del PP le abrió su corazón a Federico Jiménez Losantos en la COPE y le ofreció detalles de un supuesto informe de la Policía en el que se vinculaba a ETA con los atentados y que los malvados socialistas ocultaban. Nadie pudo confirmar que dicho informe existiera porque una cosa es que una mentira mil veces repetida se convierta en verdad y otra muy distinta que las mentiras reiteradas escriban informes. Hoy el Tribunal le ha exigido el nombre de la persona que le dijo que ese informe era real. Díaz de Mera no lo ha dado y le han caído 1.000 euros de multa y una petición de suplicatorio al Parlamento de Estrasburgo para que se le juzgue por un delito de desobediencia a la autoridad. La bola de nieve que él mismo echó a rodar pendiente abajo le ha caído en la cabeza.

En el fregado le ha metido sin quererlo uno de sus ‘aliados’, el abogado de la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M., José María de Pablo, que se ha llevado el pobre un disgusto de campeonato. Al propio juez, cuya fama de conservador le precede, se le ha notado muy contrariado pero ha cumplido sin pestañear con su obligación. En alguna ocasión lo ha manifestado: “A mi me da igual que esté ahí el Rey”, en referencia a acusados y testigos.

Díaz de Mera ha empezado a explicar que conocía las generalidades del supuesto informe, que había sido encargado por el Comisario General de Información, Telesforo Rubio, y que sus autores eran un hombre y una mujer, cuyos nombres ignoraba porque su «fuente» no se los había facilitado. Él sólo se había metido en el callejón sin salida. Cuando le han pedido que dijera el nombre de aquella misteriosa fuente, ha tenido que negarse con el argumento de que podría poner en peligro su seguridad y su puesto de trabajo.

Bermúdez ha intervenido. Le ha recordado su obligación de contestar y hasta le ha facilitado un folio para que escribiera su nombre, dando a entender que el Tribunal no lo utilizaría. Del “no me lo tome a desacato, señoría”, se ha pasado al “no le puedo autorizar a reservar la fuente” y de ahí al “estoy en disposición de aceptar las consecuencias”. El lío estaba armado.

La sesión se ha interrumpido unos minutos y se ha reanudado con Bermúdez calzándole una multa de 1.000 euros. Díaz de Mera ha empezado a contarnos sus penas, a relatarnos lo mucho que quiere a la Policía –debe de ser verdad porque tiene hijos en el Cuerpo- y lo honesta y fiable que era su fuente. El juez le ha rogado que meditara, le ha explicado las consecuencias que iba a tener su conducta y le ha ofrecido que se tomara el tiempo que considerara oportuno y hasta que pidiera permiso a la pretendida fuente para que la citara. “Ni siquiera se si tiene el teléfono intervenido”, ha respondido a la desesperada el ex director de la Policía después de afirmar que prefería arrostrar las consecuencias.

“No me deja otra alternativa”, ha dicho el juez, que ha procedido a deducir testimonio para que sea ahora el Tribunal Supremo, dada la condición de aforado de Díaz de Mera, el que pida el suplicatorio al Parlamento de Estrasburgo para juzgarle por un delito de desobediencia, castigado con pena de prisión de hasta un año. Lo decía Benavente: «La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande»

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El agujero negro del cuchillo jamonero

A mi me ha parecido un agujero negro como un castillo. El ticket de compra del Carrefour de Avilés donde El Chino y Abdennabi Kounjaa adquirieron las tres mochilas y los tres macutos que usaron para cargar los explosivos lo refleja claramente. Creo que estaba entre las magadalenas y el bio: un cuchillo jamonero. Siendo árabes, ¿no debían haber comprado un cuchillo normal y no un tentador cuchillo jamonero que, como todo el mundo sabe, se emplea para hacer lonchas del cerdo? Dicen por aquí que debieron utilizarlo para cortar un queso de cabra que también se llevaron pero a mi me sigue resultando sospechoso.

Los testigos tienden a recordar cosas sorprendentes. A la cajera del Carrefour que les vendió las mochilas se le quedó grabada la cara de ambos porque, según ha dicho, las mochilas de camping no cuadraban con dos árabes –“no sé si seré muy ignorante”- como si a los árabes les estuviera prohibido hacer excursiones por la montaña. Con uno de ellos, además, se sintió incómoda porque procuraba no mirarla.

En otras ocasiones, los recuerdos no responden exactamente con la realidad. Le ha ocurrido al inspector de policía 123.599, conocido en su casa a la hora de comer como Antonio Jesús Parrilla, uno de los dos funcionarios que se entrevistaron con Trashorras y que posteriormente le detuvieron. Los abogados, especialmente los de la defensa, han sido generosos con el policía, y no le han metido el dedo en el ojo a cuenta de su detención, ordenada por el juez Del Olmo en diciembre de 2006 por revelación de secretos. Dado el nivel de los letrados, cabe suponer que algunos desconocían por completo esta circunstancia.

Parrilla ha confundido la reunión de Trashorras y El Chino en el McDonald de Moncloa con la visita del asturiano a la finca de Morata de Tajuña y ha equivocado los protagonistas de la explosión de un detonador que hirió levemente a Rafa Zouhier y a Rachid Aglif, y no a El Chino, como ha mencionado. Ha dicho que todo esto lo contó Trashorras, aunque sólo él lo entendió así, igual que sólo él escuchó que Trashorras estaba jubilado por una enfermedad psiquiátrica, un detalle que el ex minero ocultaba a todo el mundo. Respecto a los informes policiales que se le atribuyen, ha dicho ser el autor de uno que no obra en el sumario, ha negado la autoría de otro no firmado del que ha validado su contenido y de un tercero ha asegurado que la firma que figura no es la suya. ¿Vengándose de Del Olmo y su instrucción?

En la declaración del policía, adscrito entonces a la UCIE y destinado desde diciembre de 2004 a la comisaría del Puente de Vallecas, ha habido dos momentos cumbres. El primero ha sido el relato de la reacción de Carmen Toro cuando le preguntaron cómo era posible que si, como decía, dormía todas las noches con Trashorras hubieran cruzado entre ellos 18 de llamadas del 28 al 29 de febrero, salvo que la cama fuera enorme y tuvieran que telefonearse si uno le quitaba la manta al otro. Se trataba de la noche en que El Chino y sus compinches robaron los explosivos de Mina Conchita y el ex minero anduvo muy liado. “Fue cuando ella se sentó en las rodillas de Emilio y le dijo: Cariño, di lo que tengas que decir, pero a mi déjame al margen. Trashorras se levantó de un salto y empezó a preguntar ‘¿qué ofrecéis, qué ofrecéis? porque esto es un marrón’”.

El segundo ha hecho referencia a los detalles de una conversación que El Chino mantuvo con Trashorras desde Ibiza en la que, según el ex minero, éste le dijo que habían detenido a dos amigos suyos en Cuenca que transportaban 500 kilos de dinamita, en aparente referencia a la detención de Cañaveras de los etarras Gorka Vidal e Izkur Badillo. “Pensé que era una salida de Trashorras para evadirse porque estábamos cerca”, ha dicho Parrilla. Después ha insistido en que a lo largo de su carrera no había tenido jamás noticias de contactos entre grupos terroristas islámicos y ETA.

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La tierna infancia de ‘El Gitanillo’

Quienes esperaban que El Gitanillo fuera un enclenque se han encontrado con que Gabriel Montoya Vidal, 19 años, es un armario empotrado. Montoya se ha hecho famoso por ser el único condenado por los atentados del 11-M como autor de un delito de transporte y suministro de sustancias explosivas a grupo terrorista. Al ser menor de edad cuando se produjeron los hechos, en vez de unos siglos de cárcel, al angelito le cayeron seis años de internamiento en régimen cerrado en un centro de menores a los que seguirán otros cinco años de libertad vigilada. Poca cosa para tanto muerto.

Es posible que El Gitanillo fuera en 2004 y con 16 años un ingenuo, deslumbrado porque Trashorras le invitaba en los bares y a hachís, lo llevaba de putas y le invitaba a jugar a la Play Station, pero hoy ha aprendido mucho, lo suficiente como para recordar selectivamente lo que afecta al ex minero y salpicar de mierda a otros sólo lo indispensable.

Es posible que Montoya fuera un joven incauto, aunque no se chupaba el dedo. Trasladó a Madrid por encargo de Trashorras una bolsa de entre 10 y 15 kilos y se la entregó a El Chino, también conocido como Mowgli. Cobró 1.000 euros por el porte y no le preguntó que había llevado. Por si pensaba que eran gominolas chapadas en oro, al día siguiente, uno de los acusados, Iván Granados, El Piraña, le dijo claramente que había transportado explosivos porque él mismo los había ido con Trashorras a buscarlos a la mina.

Es posible que aquello fuera un error de juventud, aunque, ¿cómo interpretar después que se convirtiera en el guía de varios viajes de El Chino y su banda a Mina Conchita a cargar la dinamita? Trashorras le había llamado a su casa. Bajó, se montó con él en el coche y enfilaron hacia la mina, con El Chino y sus dos compinches siguiéndoles en otro vehículo. Se trataba de enseñarles el camino. Trashorras y Ahmidan se perdieron monte arriba y bajaron media hora después. Montoya y el ex minero regresaron a Avilés y los “moritos” se fueron al Carrefour a comprar linternas y varias bolsas de viaje.

Es posible que en su candidez pensara que aquellas bolsas eran para guardar la ropa sucia pero en el siguiente viaje a la mina Trashorras no les acompañó. Ya había caído la noche y él se montó con El Chino. Tuvo que esperar más de hora y media porque los ‘excursionistas’ de la Goma 2 se perdieron y hasta llamaron al ex minero al móvil para que fuera a rescatarles. De vuelta a los coches pusieron rumbo a Avilés, y en el garaje de Trashorras –con el que se encontraron a medio camino- descargaron la dinamita en el maletero de un tercer vehículo.

Es posible que el candoroso muchacho no alcanzara a ver la dimensión de sus acciones, porque volvió a ser el guía del grupo en un nuevo viaje a la mina para otro aprovisionamiento de explosivos. Completado éste, El Chino y sus acompañantes se montaron en un Golf y en el Toyota Corolla de Trashorras y se fueron con viento fresco. A las nueve de la mañana, con la sensación del deber cumplido, la criatura se fue a desayunar con su benefactor como si tal cosa. Según le dijo en algún momento, los marroquíes querían la dinamita para reventar escaparates de joyerías, una profesión honesta donde las haya.

Es posible que El Gitanillo no reparara en el peligro que representaba para alguien de 16 años y sin carnet de conducir recoger en Madrid por encargo de Trashorras el Toyota Corolla, porque fue ponerse al volante y empotrarlo. A partir de ahí, las relaciones entre ambos se enfriaron, aunque no debió de ser mucho porque cuenta que, viendo las imágenes de los atentados, el ex minero llegó a decirle: “menuda la que armó Mowgli”.

Es posible que, como afirma, Trashorras le amenazara de muerte a él y a su padre si contaban algo de los explosivos, pero que conste que los demás no estamos obligados a ser tan ingenuos como él.

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A Hyde le pillaron jugando a Jekyll

Suárez Trashorras cayó en su propia trampa. El hombre que facilitó los explosivos para los atentados de Madrid quiso pasar a la historia como el héroe que facilitó las detenciones de los asesinos. A Hyde le pillaron jugando a Jekyll, una paradoja en un enfermo de esquizofrenia, algo inevitable en un tipo que se creía inmune como confidente del inefable Manolón.

Lo ha relatado el comisario de la Unidad Central de Información que se entrevistó en Avilés con el ex minero casi a la fuerza, tal fue la insistencia que ejerció sobre Manolón su confidente de cabecera: “No conocíamos a este hombre pero el jefe de Estupefacientes de Avilés se empeñó en que habláramos con él”. Sin atribuirse el papel de facilitador de la dinamita, Trashorras se atrevió incluso a dar una explicación bastante aproximada de cómo “los moritos” consiguieron los explosivos: “Nos dijo que había estado con ellos a finales de febrero y que, después de tomar una copa, les comentó que había estado empleado en Mina Conchita y les llevó a la zona donde había trabajado. Él mismo suscita el asunto”.

La “entrevista” duró casi un día. Manolón le llamó al móvil y Trashorras acudió la comisaría para atender a aquellos policías de Madrid y al miembro del CNI que les acompañaba. Desde luego, cualquier parecido con un tercer grado hubiera sido pura coincidencia. Trashorras iba y venía, igual que su mujer, que estuvo allí buena parte del tiempo. Había camaradería, hasta el punto de que los policías de Madrid se fueron a cenar con él. Incluso, complicidad. Como sus informaciones acerca de dos viviendas que usaban “los moros” –una de ellas la finca de Morata- trataban infructuosamente de ser comprobadas por funcionarios policiales en Madrid, Trashorras procedió, teléfono en mano, a darles las instrucciones pertinentes.

Al día siguiente acabó el juego. Desde Madrid, el Comisario General de Información ordenó la detención de Trashorras, que fue ejecutada de inmediato por sus subordinados desplazados a Avilés a primera hora de la mañana. El pez había muerto por la boca y Jekyll se transformó en Hyde: “Le leímos los derechos y en ese momento se enfadó un poco”.

Trashorras, en efecto, sufre de esquizofrenia, aunque quienes parecen haberse vuelto locos son algunos de los señores letrados, que agitan el fantasma de ETA ante cualquier testigo con placa de policía. Como este comisario es además, un especialista en la lucha antiterrorista local, era de esperar que el abogado de la AVT tratara de arrancarle una declaración que permitiera seguir alimentando la ficción de que ETA participó en los atentados. Desolado, le ha escuchado negar la posibilidad de que operativamente pudiera existir alguna colaboración entre los islamistas y ETA, así como que Trashorras hubiera mencionado a la banda.

El disparate mayúsculo ha llegado poco después, en forma de pregunta y de boca del defensor de Jamal Zougan. “¿Sabe usted si ETA facilitó a pasaportes a los terroristas que atentaron contra el World Trade Center?” De atar.

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Lavandera siempre llama dos veces

En Francisco Javier Lavandera, reputado confidente, portero de puticlub, adiestrador de serpientes y escritor virtual, tenían los agujerólogos puestas algunas de sus esperanzas para vincular a ETA con el 11-M. Hoy ha tenido por fuerza que defraudarles cuando ha confesado que nunca creyó que Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras tuvieran relación alguna con los terroristas. “No creo que (los etarras) sean tan tontos como para comprar explosivos en un club”, ha dicho, antes de afirmar que Toro era un fanfarrón y sus bravuconadas, meras chiquilladas. Me imagino la cara de su editor. ¿Para esto le escribimos un libro?

La película de los hechos que ha relatado debe de estar basada en hechos reales, pero se nota a distancia el aderezo de los guionistas. A Toro le ha descrito como un perfecto imbécil, que contaba a todo el mundo que vendía dinamita como quien vende aspiradoras. Por él debió de sentir Toro un especial afecto porque no dejaba de plantearle planes para que ganara “mucho dinero”: le propuso vender explosivos primero, trasladarlos al País Vasco, después, matar por encargo más tarde y, finalmente, la receta mágica para forrarse: encontrar a alguien que supiera montar bombas con teléfonos móviles porque ETA podía pagar un pastizal por esa tecnología. Corría el año 2001 y todo había empezado porque el confidente quiso venderle a Toro un boxer. Y así, hablando, hablando…

El hombre del escorpión tatuado en la oreja –o sea, Lavandera- ha aportado una explicación un tanto extraña para justificar la última propuesta del asturiano en relación con los teléfonos: “Debieron confundirme con un vigilante que sabía hacer de todo con los móviles. A mi un teléfono que tenga algo más que llamar y colgar, se me queda grande”.

Pero cuando el confidente decidió ejercer como tal fue un día de mucho calor, cuando Toro, además de su corazón, le abrió el maletero de su Xsara dorado y le enseñó un fardo de cartuchos “Goma 2 Eco” y detonadores. Lavandera ha insistido varias veces en que conocía perfectamente este tipo de dinamita desde que trabajaba en Hunosa 20 años atrás, pese a que en esa época este modelo de explosivo no existía.

Como un ciudadano ejemplar, Lavandera se plantó en la Comisaría de Policía para denunciar lo que había visto pero, según ha contado, no le hicieron ningún caso y, para más inri, se pasaron por el forro su petición de discreción porque al día siguiente el electricista del puticlub le llamó chivato. “Si lo sabía el electricista es que lo sabía todo el mundo”. ¿Escarmentado? Sí, pero como el portero es un filántropo de tomo y lomo, fue enterarse de que Toro no había sido detenido en la ‘Operación Pipol’ por tráfico de explosivos sino por un asunto de drogas y volver a denunciarlo, ésta vez a la Guardia Civil. Se abstuvo, eso sí, de detallar los supuestos contactos con ETA con los que Toro le había abrumado.

No se sabe si el huevo de encontrarse con Trashorras fue antes de la gallina de acudir a la Guardia Civil, porque Lavandera lleva mal eso de las fechas. El caso es que un buen día Trashorras apareció por el club y se hizo presentar por unas chicas del local. El confidente ha afirmado que sólo le vio dos veces, una de ellas con Rafa Zouhier, aunque al parecer el tiempo dio para todo: para decirle que venía de parte de Toro, para tratar de venderle un Saab 9000, para ofrecerle 400 kilos de dinamita y para decirle que había colocado ya 200. «Trashorras seguía órdenes de Toro y era más reservado». Acabáramos.

Algo más caso que la Policía le hizo la Guardia Civil, porque allí estaba el agente Campillo, que huele el delito a distancia, aunque sus métodos son ciertamente sorprendentes: el denunciante no acude al cuartelillo a prestar declaración; es Campillo el que se desplaza a casa del interfecto armado con un magnetófono y lo graba a traición.

Campillo, que se nota que aprecia a “Francisco Javier” –así llama a Lavandera- ha explicado al tribunal que hizo un informe de tres folios –que dio origen a una denominada ‘operación serpiente’ y que se lo entregó a su teniente, junto con la cinta magnetofónica, y que luego de manera incomprensible se le apartó del caso. Según ha narrado, de la cinta volvió a tener noticia cuando vio publicada la noticia en un periódico. Lo que él sospecha es que al cambiar de mesa el teniente y ser enviado el mueble a otra comandancia –porque la Guardia Civil no tira nada- apareció mientras se limpiaba en el patio. Son esas las casualidades en las que la agujerología no repara.

Si Campillo ha expresado afecto por Lavandera, lo que Manuel García Rodríguez Manolón sentía por Trashorras era algo muy parecido al cariño. El inspector del grupo de Estupefacientes de Avilés ha manifestado que se propuso rehabilitar a aquel traficante que le daba los mejores chivatazos de la comisaría.

Manolón, obviamente, no se enteró de los tejemanejes de Trashorras, aunque a tenor de su declaración este hombre no se enteraba de nada. “Nunca sospeché de José Emilio”, ha asegurado. El policía ha negado que el ex minero le facilitara información sobre explosivos, al que, en cambio, sí investigaron sus compañeros de Oviedo por este motivo con resultado negativo.

Después del 11-M, Trashorras le reveló que los autores habían sido “los moros”. El sabueso policial le dijo que aquello apestaba a ETA. Cuando la imagen de El Chino se hizo pública, volvió a insistirle. “Me dijo: ¿Ves como eran ellos?”. El ex minero le contó entonces cómo se había despedido de él Jamal Ahmidan: “Si no nos vemos en la tierra, nos veremos en el cielo”.

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Goma 2, copa y puro

El testigo protegido Ñ-88, traficante de drogas, es el amigo del alma de José Ignacio Fernández Días, alias Nayo, cuyas deudas pendientes con la Justicia le hicieron tomar las de Villadiego e instalarse, supuestamente en Santo Domingo. Nayo había sido compinche de Trashorras y de su cuñado Antonio Toro, hasta que lo que la cocaína había unido lo separó la delación. Toro y Trashorras se fueron de la lengua en 2001 y Nayo acabó en el talego. Dos años después llegó su venganza. “Nayo yo fuimos a la Guardia Civil para decir la verdad sobre Toro y Trashorras”, ha confirmado el testigo, compañero de prisión del ahora huido en la cárcel de Villabona. ¿Qué verdad era esa? Pues que despachaban explosivos como quien vende botones. El trabajo redime al delincuente y los chivatazos redimen las penas.

Ñ-88 ha aclarado que todo lo que él sabe se lo contaba Nayo, entre otras cosas una supuesta operación de venta de explosivos a ETA en 2002. Los detalles de esta aventura explican por sí mismos su grado de fiabilidad. Al parecer, Toro había acordado con uno o varios terroristas un intercambio de explosivos –se supone que por armas- en un club de Gijón. Es sabida la querencia de ETA por las barras americanas para cerrar sus negocios, aunque en esta ocasión no hubo Goma 2, copa y puro. El intercambio no se realizó porque los etarras querían quedarse con la dinamita sin cumplir su parte del trato y se organizó una tremenda balasera en la que no hubo que lamentar desgracias personales.

Según el testigo, la Guardia Civil fue a verle en mayo de 2004 para que llamara a Nayo al Caribe y le sonsacara información sobre los colaboradores de Trashorras y sus métodos para sacar la dinamita de Mina Conchita, de dónde la recogían por la noche.

De cómo se transportó la dinamita a Madrid ha hablado otro testigo protegido, el S-53, amigo a su vez de uno de los correos de Trashorras, Sergio Álvarez, quien había declarado que lo que el ex minero le encargó transportar eran CD’s piratas. El testigo ha declarado que no recordaba si Sergio le había dicho que transportaba CD’s o hachís pero que cuando éste vio la cara de El Chino en televisión se dio cuenta que lo que le había entregado no era un recopilatorio de la Deutsche Grammophon sobre Rostropovich. “(Sergio) estaba muy preocupado y marchó para casa llorando”, afirma.

La sesión de la mañana se ha completado con el testimonio del director de Seguridad de Amena, José Domingo Río, quien ha confirmado que todas las informaciones sobre las tarjetas telefónicas de los móviles usados en los atentados y de los implicados se hicieron con mandamiento judicial. Domingo ha relatado las dificultades que tuvieron para identificar la tarjeta 652292963, correspondiente a la mochila-bomba de Vallecas, hasta que finalmente pudieron determinar que había sido registrada –se introdujo su PIN sin hacer llamadas- en los alrededores de Morata de Tajuña.

El responsable de Amena ha precisado que este tipo de registros se memorizan en el sistema durante 72 horas y que, por eso, ordenó personalmente conservar todos los realizados a través de aquel poste de telefonía (BTS), una decisión habitual cuando se trata de atentados terroristas.

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Les querían vivos y no en trocitos

Lo ha dicho el jefe del operativo de los GEO en Leganés y ha causado bastante perplejidad. Cuando su grupo voló la puerta del piso donde se encontraban siete de los autores de los atentados, no trataban de entrar a por ellos sino de darles ración y media de gases lacrimógenos y forzarles a salir. “Queríamos detenerles vivos”, ha dicho este policía, que resultó herido después de que los terroristas decidieran inmolarse y, de paso, causaran la muerte de su compañero Francisco Javier Torronteras.

Según el agente, fue el subdirector general operativo, Pedro Díaz Pintado, quien le informó de que en el interior de la vivienda había entre tres y cinco personas, que disponían de armas y explosivos y que habían interceptado una de sus llamadas en las que anunciaban su intención de morir esa noche. Y fue también Díaz Pintado quien dio el visto bueno a su plan, que consistía, como se ha dicho, no en entrar sino en provocar su salida.

Supieron de la distribución interna del piso porque un policía era vecino pared con pared de los suicidas y valoraron la posibilidad de volar este tabique aunque luego lo descartaron por las elevadas posibilidades de llevarse al otro barrio a los terroristas. Desde el rellano de la escalera les conminaron a salir al grito de “estáis rodeados”. Pero los terroristas respondieron con disparos y con bastante mala educación: “entrad vosotros, mamones”. En algún momento, llegaron a hablar de enviar un “emisario”, que los policías exigieron que saliera desnudo y con las mano en alto. Nunca se valoró entablar una negociación por medio un psicólogo de la policía: “ni había rehenes ni había nada que negociar”.

La manera de forzarles a salir fue idéntica a la que se hubiera elegido para entrar. “Consideré que era la mejor opción”, ha afirmado. Los geos, con máscaras, volaron la puerta y arrojaron los gases. Pero nadie salió. Una explosión provocada por los terroristas se los llevó por delante a ellos y a medio edificio. Varios policías, distribuidos por la escalera, resultaron heridos y uno de ellos muerto.

De cómo se descubrió el piso ha hablado el funcionario 74.693. Según le transmitió su jefe, alguna de las tarjetas telefónicas que la Policía atribuía a los autores del 11-M había sido activada en Leganés. Si saber exactamente el piso en el que se ocultaban, él y sus compañeros dieron una vuelta por la zona y aparcaron sus coches. En medio de una especie de cónclave policial para determinar sus próximos pasos, apareció Abdelmajid Bouchar.

El policía se fijó en aquel joven alto, de entre 25 y 27 años, delgado y atlético que salió del portal que vigilaban y se dirigió a los contenedores de basura con una bolsa en la mano de la que asomaban los restos de un racimo de dátiles. Cuando Bouchar volvió sobre sus pasos, el grupo de policías trató de disimular silbando el only you pero no sirvió de nada. En vez de regresar al piso, el sospechoso pasó el portal de largo, se puso a mirar nerviosamente hacia atrás y empezó a correr, “pero a correr de golpe”. La expresión exacta que ha usado el policía para definir cómo corría el luego apodado ‘gamo de Leganés’ ha sido la siguiente: “Corría exactamente mucho”. El agente y su compañero trataron de perseguirle, le gritaron el ya clásico ‘alto policía’, y le perdieron de vista.

Tras entablar carrera con el ‘gamo’y llegar los últimos, el agente y su compañero regresaron a las inmediaciones de la casa. Se oyeron varios disparos y cánticos en árabe en forma de alaridos. Después de desalojar a los vecinos y acordonar la zona, esperaron a los GEO. Los terroristas cantaron y cantaron durante varias horas.

Estos dos testimonios han eclipsado la declaración del ex comisario jefe del Servicio de Asuntos Islámicos de la UCIE, hoy jubilado, enormemente reveladora del paupérrimo nivel de algunos de nuestros mandos policiales. A este señor, 11.401 de número y José Manuel Gil de nombre, la cúpula de Interior del PP le designó comisario en 1999 y, según se ha visto, podía haberle nombrado alternativamente presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar, porque hubiera cumplido sus obligaciones con idéntica diligencia.

El ex comisario en cuestión tenía bajo su responsabilidad el negociado de asuntos ‘árabes’, por lo que cabe suponer que, al menos tangencialmente, algo le tocaba del 11-M o de la investigación a algunos de sus implicados. Pero si es cierto lo que ha relatado –y no hay razón para dudarlo porque estaba bajo juramento-, su función principal consistía en poner la firma a los informes de sus subordinados, sobre cuyo contenido no puede dar más razón. “Los doy por buenos”, ha dicho; lo contrario hubiera sido de nota.

Su participación en los sucesos del día 3 de abril en Leganés ha sido la esperada. Se enteró de la localización del piso de los suicidas porque estaba comiendo con el comisario jefe de la UCIE, Mariano Rayón, y éste se lo comentó tras recibir una llamada. Él no se desplazó a Leganés aunque envió a varios funcionarios de su unidad y esperó a que le informaran. Eso debieron hacer pero el ex comisario no se enteró muy bien y confundió lo que había sucedido con lo que estaba sucediendo. De hecho, fue advertido de que un sospechoso había huido pero él entendió que estaba huyendo en ese mismo momento y con las mismas llamó al 091 para que lo detuvieran. El policía llamó a la Policía. A eso se llama diligencia.

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Mitad Rambo, mitad McGiver

Si no un testigo sorpresa, al menos ha sido un testigo sorprendente. Ayman Maussili Kalaji ha tenido que declarar porque en su establecimiento, Test Ayman, fueron ‘liberados’ los móviles que se usaron en los atentados. Pero Ayman no es un simple comerciante. Policía nacional, antiguo miembro de la Unidad Central de Información Exterior (UCIE), ingeniero técnico de telecomunicaciones, militar en Siria con adiestramiento adicional en Rusia… En resumen, un híbrido entre Rambo y McGiver, que habla perfectamente el árabe y el castellano, que conocía a alguno de los acusados como a Mouhannad Almallah Dabas, el `ñapa’ de Al Qaeada, y que llegó a interceder por alguno de los detenidos en la ‘Operación Dátil’.

La historia de Ayman ya mereció hace tiempo la atención de los medios. Llegó como refugiado político a España en 1981, después de haber pertenecido en su juventud a Al Fatah, el grupo de Yasser Arafat, donde fue instruido en armas y explosivos. Su colaboración con los servicios secretos facilitó que consiguiera de manera meteórica la nacionalidad y, una vez en la Policía, que obtuviera plaza en la UCIE, puesto que dejó en 1992 porque, según ha dicho, discrepaba “con su forma de trabajar”. Previamente, su participación en una operación contra el terrorismo islamista permitió descubrir una partida de explosivos ocultos en latas de conserva, que se suponía que iban a usarse contra varias embajadas europeas. Aquello le valió la felicitación del Ministerio del Interior. Varios destinos más tarde, terminó como escolta del juez Baltasar Garzón.

Ayman ha dicho que no tuvo información previa sobre los atentados del 11-M, que no ayudó sus antiguos compañeros de la UCIE en el esclarecimiento de los hechos porque nadie le pidió hacerlo y que no colabora con el CNI, aunque parece evidente que este hombre es una joya para cualquier servicio de inteligencia. Al testigo le sentó mal que “cuatro mastodontes” le invitaran a trasladarse a las dependencias policiales para declarar, sabiendo como sabían que él también era policía. Una vez allí, mientras esperaba varias horas a que un ordenador quedase libre, se tomó un café con el instructor de las diligencias y saludó a sus ex compañeros de la UCIE, a cuyos mandos conoce sobradamente y a los que tuvo tiempo de decir que aquello no eran maneras.

Ha quedado clara la estrecha relación de este sirio nacionalizado español con las armas –antes de jubilarse llevaba su pistola las 24 horas del día porque un policía lo sigue siendo fuera de turno- y con el Cuerpo, casado como está con una agente y familiar directo de una traductora de la propia UCIE. Es obvio que su conocimiento de células islamistas es mucho más amplio de lo que hoy se ha puesto de manifiesto. Si uno fuera ‘agujerólogo’, Ayman ocuparía, sin duda, un lugar en la conjura. ¿Acaso no es casualidad que por el negocio de un ex miembro de la UCIE pasaran los teléfonos de los terroristas, investigados luego por la propia UCIE?

Junto a él han desfilado ante el tribunal los Kumar –los hermanos Rakesh y Suresh, y el cuñado de ambos Vinay Kholi-, los indios que regentaban Bazar Top y que vendieron los teléfonos que activaron las bombas del 11-M. Rakesh ha explicado que las dos personas que le compraron los nueve teléfonos le dijeron que eran búlgaros, y ha reconocido que a él el búlgaro, el árabe y el euskera le suenan a chino, o mejor dicho no le suenan porque no sería capaz de reconocerlos.

TODO SOBRE EL JUICIO DEL 11-M

Hueles menos que un perro policía

Todavía no repuestos de la noticia del fallecimiento por infarto de Lobi, la perra que penetró en el interior de la Renault Kangoo y no fue capaz de detectar el olor de un papel impregnado de Goma 2 y siete detonadores metidos en una bolsa de plástico, esta tarde hemos comprobado definitivamente que la infalibilidad canina es una entelequia. Es decir, que es muy posible que ante cien kilos de explosivos estos animales ladren una jota pero que ante cantidades muy pequeñas tengan reacciones diversas y, por lo general, fallen más que una escopeta de feria.

Le pasó a Lobi y le ocurrió a Aníbal, que así se llamaba el otro agente peludo que olisqueó el exterior de la dichosa furgoneta. Pero es que, de los dos ‘funcionarios caninos’ que olfatearon el Skoda Fabia que fue recuperado el 13 de junio de 2004 en Alcalá de Henares, sólo uno de ellos se sentó encima del maletero sobre sus patas traseras, que es la señal con la que los animales avisan de que hay explosivos en la costa.

La historia de este coche es conocida: el vehículo, propiedad de la agencia de alquiler Hertz, fue sustraído por un chileno en Benidorm, que lo trasladó a Madrid y lo vendió por 600 euros a Serhane el Tunecino, uno de los suicidas de Leganés. Pasó meses aparcado en la calle Infantado de Alcalá de Henares, hasta que fue llevado al depósito y se comprobó que era robado. El día 15 de junio se devolvió a un empleado de Hertz que lo llevó a una nave de la empresa en la calle Campezo. Al ir a proceder a su limpieza, se hallaron en su interior varias cintas en árabe y una maleta cerrada, por lo que se requirió la presencia policial. Dentro de la maleta se encontraron un pasamontañas, una funda de pistola, un despertador y un bote de pegamento. La Policía Científica detectó en la alfombrilla del maletero restos de dinitroetilenglicol, un componente de la dinamita.

Con los detalles del registro del Skoda nos han abrumado varios policías, que han dado paso a los agentes que registraron de la finca de Morata de Tajuña, donde El Chino y sus secuaces pudieron preparar las mochilas-bomba. Y aquí es donde el mito de los canes y sus narizotas se ha hecho añicos. En Morata fueron encontrados restos de explosivo en una especie de zulo forrado de poliespan, se recogieron detonadores enteros y restos de otros en las cenizas de la chimenea. Los perros, tan felices, ni se inmutaron. Cría cuervos…

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