Juan Carlos Escudier

Archivo de mayo, 2008

Juan Costa, el perfecto suicida

Será hoy, mañana o quizás el lunes, que es el día de pasión en Génova, 13, pero ya nadie duda en el PP de que el hecho se producirá. Los adversarios de Rajoy han encontrado al suicida perfecto, al hombre que, salvo arrepentimiento postrero, se inmolará a mayor gloria de sus propios y contrapuestos intereses. Se llama Juan Costa, el mismo que un día fue ministro porque se empeñó Rodrigo Rato y que ahora juega a ser candidato a la presidencia del partido por esta misma razón.

Sin posibilidad alguna de salir victorioso del envite, lo que se pretende de Costa es que aglutine el descontento y ponga a Rajoy en un nuevo brete ya que, incapaz de conseguir los 600 avales necesarios para optar a la elección, tendría que ser el gallego quien se los prestase o arrostrar las descalificación de que tiene miedo al debate y de que la democracia interna le importa un bledo. Que se sepa, sólo Esperanza Aguirre conserva intactos los 208 avales del PP de Madrid. “Nadie nos los ha pedido todavía”, asegura una persona de confianza de la presidenta madrileña.

Quizás Costa se haya creído realmente que debe dar el paso y que, más adelante cuando Rajoy se estrelle –la única hipótesis contemplada por los opositores- el partido se volverá hacia él y le investirá como líder en colectiva genuflexión, pero lo cierto es que ninguno de quienes tratan de utilizarle le toman en serio. “Costa no es nadie, sino lo que representa”, subraya el interlocutor ya citado. O sea -una expresión muy de Costa, por cierto-, que verde y con asas.

Lo que se vive en el PP es un ajuste de cuentas pendiente desde 2003, cuando el dedo de Aznar señaló a Rajoy e ignoró a los otros dos tenores, que han visto cómo llegaba la hora de su venganza operística. El más activo, al menos públicamente, ha sido Mayor Oreja, “que como todo el mundo sabe no mueve un dedo sin pedir la venia de Aznar”, señala un parlamentario vinculado al presidente del PP. Rajoy, en definitiva, tiene enfrente a Aznar y a Rato, que aguarda su oportunidad mientras ofrece el aperitivo de Costa, pero también a Esperanza Aguirre y a otros barones como Francisco Camps, que le apoya por motivos puramente estratégicos. A ninguno les une el amor sino el espanto, y no dudarán en batirse en duelo a muerte si el sillón quedase libre.

“Cada vez aprecio más a Rajoy porque se lo están haciendo pasar fatal. Es el único que ha demostrado responsabilidad. Si se hubiera ido como pretenden se despedazarían entre ellos. Y lo podía haber hecho, lo podía haber dejado para estar con su familia… tiene un niño pequeño al que me dice que apenas ve. Pero se que va a resistir, está decidido a seguir”, tal es la reflexión de un miembro de su equipo.

Asistimos, en definitiva, a algo bastante parecido a una cacería, instigada por los dos grandes santones de la derecha, uno de los cuales, sentado ayer en el banquillo por injurias graves al alcalde Ruiz-Gallardón, dio una nueva lección magistral de periodismo al situar dentro de su “ánimo informativo” expresiones tales como “traidor”, “bandido” o “hijo de Satanás”, o manifestar que al regidor le daban igual los muertos del 11-M con tal de llegar al poder. Losantos contó con Ramírez como testigo de la defensa, toda una garantía.

En esta estrategia de desgaste un día es Gabriel Elorriaga quien le apuñala por la espalda y sostiene que no hay liderazgo y otro es un tal Ballestero, el diputado desconocido, el que le pide que se vaya porque “20 años son muchos para cualquiera”. Dicen que en Elorriaga no ha influido que Rajoy le haya dejado de lado tras haberle confiado la dirección de la campaña electoral ni que a su padre se le impidiera ser candidato al Senado por Castellón, provincia ésta en la que, por fin, pensaba comprarse un apartamento.

Entre tanto, la cena del primer aniversario de la victoria en las municipales y autonómicas de Madrid sirvió este martes para descubrir la discrepancia ideológica que separa a Rajoy de Esperanza Aguirre. El primero define al PP como un partido de centro y reformista; la segunda advierte que nadie entendería “cambios radicales”. ¿Tan lejos queda el centro para algunos?

Un tal Ballestero tampoco se fía de Rajoy

Está visto que, aun siendo una unidad de destino en lo particular con sólidos principios y firmes convicciones, el PP ha sucumbido al deporte de poner a caldo a Rajoy y un día uno le escribe al coronel y otro un tal Ballestero da una rueda de prensa con malévolas intenciones. Éste último, de nombre Alejandro Francisco, diputado por Toledo, y conocido en su casa a la hora de comer, ha convocado a los medios para decirles que los populares “tienen un problema de liderazgo” y que su partido necesita un nuevo impulso porque “veinte años en primera línea son muchos para cualquiera”.

El de Toledo, en realidad de Madrid, 39 años, desde el 93 vinculado a cargos proporcionados por su partido, ha protagonizado una de las comparecencias más patéticas que se recuerdan. El hombre debe de estar molesto porque él vale mucho y no cuentan con su talento –“tengo un historial largo de renuncias, pero esto es un juego de equipo”- y ha estallado en sede parlamentaria sugiriendo que hay una generación absolutamente preparada –la suya, claro-, de la que forman parte el inefable Juan Costa, Francisco Camps, Esteban González Pons y hasta Soraya Sáenz de Santamaría, que tendría que tomar el relevo.

Al tal Ballestero le sabe mal que María San Gil y Ortega Lara hayan hecho mutis y que Rajoy no haya corrido a convencerles a domicilio para que continuasen, y ha explicado que propalaba sus reflexiones internas a los cuatro vientos porque ha intentado hablar con el presidente del PP y no estaba o le daba comunicando. Esto, claro, le ha molestado mucho y, de ahí, a concluir que en el PP no hay democracia interna había un paso que ha recorrido con presteza. ¿Más o menos que con Aznar?, se le ha inquirido. “Pues mire, a Aznar ya le dije que estaba preocupado porque en el partido había poco debate interno”. Por alguna razón inexplicada no fue apodado entonces Alejandro el Valiente.

El diputado en cuestión estaba hoy preocupadísimo, pero no tanto como para renunciar a la nómina.

-Lógicamente, si Rajoy gana el congreso y no hay avances en la democracia interna del PP, usted por coherencia renunciará de inmediato al escaño… -, le he preguntado.

– Confío mucho en el congreso. Eso me lo tendrá que preguntar después-, ha respondido.

-No se preocupe. Lo haré.

El vodevil del PP: Rato se equivoca de libro y casi mata a Rajoy de un infarto

La culminación del sainete que se vive en el PP acaba de producirse en el Hotel Intercontinental de Madrid donde Esperanza Aguirre ha presentado un libro sobre sus antepasados liberales publicado por FAES, la fundación donde Aznar tiene su trono. Salvo algún que otro sutil mandoble dirigido a Rajoy, no se preveían grandes sorpresas porque Aguirre ya había cubierto cuota por la mañana cuando desmintió que fuera a presentarse como candidata para plantar cara a Rajoy, y, en consecuencia, parecía improbable que hubiera cambiado de opinión tan pronto.

Esperando a Aguirre estábamos cuando la puerta giratoria del Intercontinental comenzó a moverse y apareció en el vestíbulo el personaje inesperado. Se trataba de Rodrigo Rato en su mismidad corpórea, quien enfrentado a la horda de cámaras y micrófonos, hizo el dribling de su vida, recorrió la banda a grandes zancadas y se introdujo en el salón entre los aplausos enardecidos de los liberales que ya lo llenaban.

Aquello sólo podía tener una lectura. El hombre que había rechazado tener un encuentro a solas con Rajoy porque ni tenía nada que decirle ni le apetecía escuchar lo que pudiera planteársele se dignaba aparecer junto a la presidenta de Madrid, en lo que se presumía una alianza mortífera contra el gallego. ¿Acaso el ex director gerente del FMI buscaba el apoyo de Aguirre a la hipotética candidatura de quien hoy es el Zapatero del PP, en palabras de Pedro J., y ayer era su chico de su chico de los recados, o sea, Juan Costa?

Rato apenas permaneció unos segundos en la sala. Hubo quien le escuchó de sus labios algo parecido a un “coño, si no es aquí” antes de partir con viento fresco. No había alianza, ni conjura, ni Cristo que lo fundó. El infalible ex director gerente del FMI había confirmado su asistencia a la presentación de otro libro, El malestar de la democracia, de Víctor Pérez Díaz, que estaba teniendo lugar a bastante distancia de allí y se había confundido de lugar. La secretaria de Rato debe de estar ya buscando trabajo, aunque es casi seguro que Rajoy, al borde del infarto, la acogerá en su seno.

Rato ha tenido que respirar aliviado porque le hubiera tocado sentarse al lado de Ana Botella, posiblemente la persona que impidió que el dedo del todopoderoso Aznar le señalara a él y no a Rajoy como sucesor, incapaz de perdonarle esa ruptura matrimonial que tanto daño había causado a su gran amiga Gela.

De lo que acontenció después sirva este pequeño resumen. Se presentaba Liberales de 1808, un libro con aspecto de tostón al que sus padrinos han definido como “denso”. Como era de esperar, Aguirre ha aprovechado el curso del río Pisuerga para establecer comparaciones con la situación actual del PP, en especial en lo referente a la definición de crisis, ese período “en el que lo viejo no acaba de morir (Rajoy, se entiende) y lo nuevo no acaba de nacer”.

Todo el mundo se ha enterado de que ésta era la idea fuerza de su discurso porque la presidenta la ha repetido tres veces. Por el medio, ha deslizado una bomba de profundidad en relación a la actitud que sus antepasados ideológicos mantuvieron a raíz del levantamiento contra el invasor francés y la que mantiene ella respecto al ocupante gallego: “Por una vez en la vida, los liberales fueron lo bastante hábiles como para manejar los medios de comunicación de la época y conseguir que se convocaran las Cortes. Ya podríamos aprender algo los liberales de hoy”. Frase redonda, si no fuera porque doña Esperanza, en lo que a manejo de medios se refiere, es una alumna aventajada de los Quintana, Blanco White y Agustín de Argüelles.

San Gil hace mutis cuando Rajoy amenaza con la ‘bomba G’

Para facilitar las cosas, el PP se ha dividido en dos categorías claramente identificables. Por un lado están los duros, que además de estar ya un poco pasaditos mantienen que el partido ha de mantenerse fiel a sus principios como las viudas de antaño al luto; y por otro, los blandos, con Rajoy a la cabeza, quienes añaden otra característica: se mueven hacia el centro en estampida.

El parte de guerra de esta semana, pródigo en escaramuzas, se ha completado con la reciente baja de María San Gil, que anuncia que se va no ya porque no se fía de Rajoy sino porque ha comprobado que es la mayoría del PP vasco la que no se fía de ella. Ayer se lo comunicó en persona en una reunión secreta más que notoria.

El lunes había abierto el fuego Aznar, que es un duro antiguo del estilo de Bogart pero con pulseras de colores. El líder carismático había guardado un silencio de película muda hasta ese día, en el que mandó un recadito a su sucesor que sonó a cañonazo: «Hay que procurar jugar con los mejores, y además tener voluntad y la decisión de llamarles y de agruparlos en torno a un gran proyecto», dijo. Era, así lo vieron todos, un misil dirigido a Rajoy, al que ahoran miran mal porque no se sabe si sube o si baja, como si esto fuera extraño en un gallego.

La entrada en liza de Aznar había avivado los ánimos un tanto decaídos de los duros, que andaban esos días viendo si convencían a Juan Costa para que se inmolara presentando una candidatura alternativa. A Costa, el perfecto mayordomo de Rodrigo Rato, se le ha visto crecido después de que el oráculo de la derecha, o sea Pedro J. Ramírez, descubriera en él al Zapatero del PP. Las risas, lógicamente, se han escuchado a gran distancia.

Se esperaba, en consecuencia, el contraataque de los blandos, que se produjo al día siguiente. Había acudido Rajoy a un acto con universitarios, y aprovechó para invocar al demonio. ¿Será Gallardón el secretario general del PP?, le preguntaron. «Cuento con él para la próxima dirección del partido», respondió. «Tengo que llamarle y hablar con él», añadió, como si siguiera punto por punto el consejo del Saturno de la derecha.

Gallardón es la bomba atómica de Rajoy y tiene el inconveniente de que su onda expansiva puede llevárselo a él por delante. Si de verdad quisiera convertirle en su número dos no debería anunciarlo ahora, porque sus adversarios y sus propios aliados verían en el acto la designación de su delfín, y les faltaría tiempo para unirse en un objetivo común. Hay demasiados aspirantes al trono en uno y otro bando y, salvo a Aznar, que se convertiría en alcalde consorte gracias a la promoción de su señora, a nadie beneficia que Gallardón tome el mando de la sala de máquinas del partido. Mantener la incertidumbre favorece a Rajoy, que ha movido ficha como Kasparov, pensando en las diez próximas jugadas.

Para que Gallardón sea el secretario general tendría que darse una confluencia astral, en la que además de que Venus se alinee con Marte, Rajoy ha de creerse realmente eso de la ocupación del centro político y, al tiempo, dejar de temer que el regidor aproveche la coyuntura para labrarse su porvenir como futuro líder del PP. En resumen, que es más fácil que el cometa Halley aterrice sin novedad en Cabo Cañaveral.

El alcalde tiene mucho peligro, como se vio el lunes, cuando le invitaron a dar una conferencia y aprovechó para dictar casi su programa de gobierno. Le veremos, sí, en la dirección del PP aunque es improbable que a la diestra del padre. Rajoy no se quiere suicidar pero no se descarta que en la batalla decida morir matando por bomba interpuesta.

El ‘huracán Ibarretxe’ toca las costas de la Moncloa: acabará en tormenta tropical

El noveno encuentro en cuatro años que el presidente del Gobierno y el lehendakari vasco han protagonizado hoy en La Moncloa ha tenido el desenlace previsto. Ibarretxe había venido a pedir la luna, esto es, el apoyo de Madrid a su plan soberanista, y Zapatero volvió a decirle que nones, una respuesta que el dirigente nacionalista sigue sin asimilar: “No aceptamos el no por el no”, afirmó un “tenaz” Ibarretxe, entre otras expresiones del estilo “no doy por cerrado el pacto”, “sigo creyendo que aún estamos a tiempo” o “no pierdo la esperanza”.

Ibarretxe se presentó en Madrid con un ‘documento-trampa’, que diría Mayor Oreja, ya que recogía hasta las comas del denominado ‘pacto de Loyola’, un texto que en octubre de 2006, en plena negociación con ETA, los socialistas vascos y el PNV suscribieron con Batasuna. En el citado documento se reconocía la identidad nacional de Euskadi, la creación de un órgano institucional común entre el País Vasco y Navarra y la celebración de un referéndum sobre los acuerdos a los que llegaran los partidos vascos. Argumentaba de nuevo el lehendakari que lo que entonces era constitucional y contaba con el respaldo de Zapatero, no podía ser rechazado si lo proponía él. “No sé muy bien con qué ha venido”, ironizó el presidente.

Además de este reproche, Ibarretxe desgranó varios más. Según explicó, Zapatero era el único presidente que no había realizado ni una sola de las transferencias pendientes, que los nacionalistas cifran en 37 y que avalan su denuncia acerca del incumplimiento del Estatuto de Guernica. Añadió que vio al inquilino de la Moncloa “a la defensiva”, pensando sólo en las elecciones “en vez de en las soluciones”.

Sobre lo que ocurrirá a partir de ahora guardó silencio por eso de “subir las escaleras de una en una”, aunque si cumple su programa los pasos están claros: en el último pleno de junio del Parlamento vasco, debería de aprobarse la convocatoria de una consulta en la que, a su vez, se autorizaría a los partidos a iniciar una negociación política para, finalmente, someter el acuerdo resultante –la autodeterminación o similar- a referéndum en 2010. Las elecciones, salvo cambio de criterio, se adelantarían a octubre de este año, aunque podría apurarse la legislatura para distanciarlas de las generales, donde los socialistas obtuvieron un resultado excelente.

Zapatero, claro, ha dicho que verdes las han segado y que nadie ha de tener dudas de que “no se producirá ningún acto sobre consultas y referéndums que no respete las reglas”. La posición del Ejecutivo es meridiana: si el Gobierno vasco quiere modificar el Estatuto que respete los procedimientos y se olvide de “viajes a ninguna parte” y “aventuras”. Si es cierto lo que ha afirmado, es la primera vez en cuatro años que el lehendakari saca a relucir el asunto de las transferencias, sobre las que está dispuesto a hablar.

Como un padre aconseja al hijo descarriado, Zapatero ha pedido a Ibarretxe que insista en donde sabe que hay campo para el acuerdo, tal que la alta velocidad ferroviaria, el centro tecnológico europeo que se negocia para el País Vasco y las políticas sociales. Ibarretxe ha mantenido que Euskadi “no es una parte subordinada de España”; Zapatero ha respondido que es “una parte de España –como no puede ser de otra forma- que goza de un amplio autogobierno”. Así las cosas, la comunidad es la tercera región de Europa en renta per cápita y la primera de España. Está visto que el dinero no da la felicidad.

De Taguas a Torrente, el brazo listo de la Armada

Acabamos de enterarnos por boca del diputado del PNV Emilio Olabarria que el ‘caso Taguas’ -el ex jefe de la Oficina Económica de Moncloa al que la patronal de los constructores ha fichado como presidente y ha comenzado a pagarle 300.000 euros al año por su cara bonita- tiene su antecedente inmediato en el secretario de Estado para la Política de Defensa, Francisco Torrente.

El almirante Torrente, el brazo listo de la marina, dejó su cargo argumentando problemas familiares y al mes se instaló como un pachá en la presidencia de Explosivos Alaveses, una empresa que como su propio nombre indica apenas tiene relación con los temas de Defensa. Torrente llegó a manejar en su día los ingentes presupuestos de compras de nuestra invencible Armada y debió de hacer amistades ya que es un hombre muy sociable.

Esta tarde se ha votado una moción de Iniciativa per Catalunya para regular la relación entre la política y lobbies como Seopan, al que desde el Gobierno se ha llegado a definir como una asociación sin ánimo de lucro, o sea la mismísima ONG del ladrillo. El PSOE se ha opuesto y ha ganado la votación, gracias a la inestimable ayuda de CiU, que de grupos de presión y de sus donativos entiende un rato.

Lo de Taguas, el amigo de Sebastián, no resiste un análisis ético y asola el discurso que los socialistas desempolvan periódicamente sobre la regeneración de la vida pública. El escándalo es mayúsculo porque, como ha dicho el diputado del PP, Rafael Merino, se puede presuponer que la brutal subida de la luz que nos depara el destino no es casual, dados los fuertes intereses en el sector eléctrico de algunas constructoras asociadas a Seopan. «Para algunos socialistas no hay crisis sino aceleración económica», ha afirmado con razón Merino.

A última hora se ha sabido que el honesto aparato del PSOE había abierto expediente a su diputado Juan Antonio Barrio de Penagos por votar a favor de la moción de Iniciativa. De Penagos ya había proclamado que lo de Taguas era infumable, aunque a última hora le ha entrado miedo y ha explicado que votó en contra de su grupo por error. Le caerá una pequeña multa y poco más. La dignidad es difícil de mantener.

Aznar, como Saturno, empieza a tener hambre (I Acto de la tragedia)

Vestíbulo del hotel Wellington. Retrato del susodicho fechado en 1812. Alfombra redonda con motivos florales. Mesa redonda con florero. Periodistas con cámara. Periodistas sin cámara. Periodistas con micrófono, uno de ellos de metro y medio e hinchable. La puerta giratoria gira. Flashazos. Llega un señor repeinado y con bigote. Es Aznar.

Periodistas: ¡Señor Aznar, señor Aznar…!

Aznar:…

Escolta 1: Abran paso

Periodistas: ¡Señor Aznar, señor Aznar…!

Aznar:

Escolta 2: Que abran paso (y lo abre)

Aznar se introduce con esfuerzo en una sala contigua. La masa periodística se desplaza siguiendo la estela ex presidencial como la marabunta. Uno de los cámaras pierde el equilibrio y casi se parte la crisma junto a la alfombra de motivos florales. Instantes antes del discurso de apertura de la jornada de FAES sobre el 10 aniversario de la entrada de España al euro, se masca la tragedia.

A Aznar han venido a escucharle gente que aprecia en lo que vale el tema de la moneda única. Está Esperanza Aguirre, a quien le encanta los euros; ha acudido su vicepresidente, Ignacio González, otro que tal baila; ha venido Pedro Antonio Martín Marín, a quien Aznar hizo ganar algún que otro euro; y Pizarro, que de euros está puestísimo; y Ana Torme, la diputada que critica a Rajoy, interesadísima en el aniversario; y la rubia Cayetana; y Ana Pastor; y Fraga, que a Espe la pone muy nerviosa. Sorprende la escasa afluencia de fieles a Rajoy. ¿Les importará un bledo la conmemoración?

Aznar se ha hecho acompañar de José María Fidalgo, el líder de CCOO, con el que se reconoce unido por una “cordial amistad”. Al gran líder, como a Saturno, se le nota con hambre y no sería extraño que pronto comenzara a devorar a sus hijos, especialmente a Rajoy, que antes decían que estaba crudo y ahora, según parece, se ha pasado bastante.

Como es un estadista, a Aznar hay que leerle entre líneas. Nuestro prohombre no critica que su sucesor se nos haya moderado de repente, sino que recuerda “que en la vida política, entonces y ahora, es decir siempre, la confianza y la defensa de los principios es esencial”. Y por supuesto no hace mención a que Zaplana ha abandonado el barco, que Acebes esta a punto de lanzarse por la borda y que María San Gil se está pensando el remojón, no, afirma que “siempre hay que procurar jugar con los mejores, y además tener voluntad y la decisión de llamarles y de agruparlos en torno a un gran proyecto”.

Con este hombre, que como Esperanza Aguirre, tampoco se resigna, hay que hacer de kremlinólogo para saber por dónde respira, aunque a veces lo pone muy claro: “Participamos, desde cualquier posición en un proyecto nacional, reformista y abierto (…) capaz de liderar la derrora sin transacciones del terrorismo (…) Un proyecto de éxito y ganador (…). Renovamos España sumando a muchos y no prescindiendo de nadie”.

Con esto de los principios se han puesto muy pesados los adversarios de Rajoy dentro del PP y Aznar se apunta al carro. Esos principios. son los que “preservan la política frente al tacticismo que, por cierto, nada tiene que ver con la necesaria administración inteligente de un proyecto político”. ¿Nos vamos enterando?

Ana Botella, apasionada por cumplimiento español del Tratado de Maastricht, escucha a su marido con delectación. Aznar le aprieta las tuercas a Rajoy, que tiene en su mano la carambola del año: hacer a Gallardón secretario general para que la política que mejor suma peras y manzana sea alcaldesa. ¿Calmará con eso la voracidad de un Saturno, al que ya se le abre la boca y enseña hasta la campanilla? Seguro.

Gallardón va sobrado y lee a Rajoy su programa de Gobierno (II Acto de la tragedia)

Le escuchaba boquiabierto ese ‘todo Madrid’ que siempre se deja ver en las ocasiones que presume importantes. Estaban los constructores de rigor y con bigote como Del Rivero el de Sacyr, adeudados promotores inmobiliarios como Fernando Martín, más conocido por su sobrenombre futbolístico de El Breve, viejas glorias de la banca como Sánchez Asiaín, amigos navieros del estilazo y el nivelón de Fefé Fernández Tapias, ex empresarios desmejorados como Alfonso Cortina, que en Repsol y con Aznar siempre vivió mejor, abogados liberales a más no poder como Garrigues, y altos ejecutivos como el eléctrico Sánchez Galán, que además pagaba la fiesta en el Casino que organizaba el diario ABC. Frente a ellos y ante una nutrida representación del PP, que va con la lengua fuera entre desayunos, comidas, conferencias e intervenciones de sus prohombres ante sus correspondientes comunidades de vecinos, se presentaba Alberto Ruiz-Gallardón con un objetivo: mostrar al mundo entero su disciplina de partido y su sincera admiración por Mariano Rajoy. Casi lo hunde, si no lo ha hecho ya.

Y es que el alcalde no tuvo bastante con sortear con habilidad la crisis del PP y hacer un discurso apañadito para ponerse, luego, a las órdenes del timonel Rajoy. No. Gallardón tenía que lucirse, tenía que mostrar a la concurrencia que el cerebrito de la derecha no había perdido facultades. Y, por eso, ante el asombro general, se permitió el lujo de elaborar un programa de Gobierno –un discurso de investidura en opinión de un colega de la prensa- como quien rellena el 7/39 de la ONCE con el ‘boli bic’ de Chikilicuatre.

El alcalde mostró que tiene un proyecto de país, un plan o, en sus palabras, una “agenda de asuntos urgentes” que tendría que permitir que en 12 años España alcance en renta per cápita a Alemania. ¿Qué cómo se consigue? Aumentando la población, fundamentalmente con originarios nativos de la UE –“un jubilado europeo que pasa 11 meses en España equivale a 50 turistas”-, haciendo frente común social y económico con Portugal y apostando sin excusas por Iberoamérica. A su juicio, a ese gran proyecto se debe convocar a los partidos nacionalistas, dentro de una política de “planteamiento abierto”, aunque ni su rechazo ni sus trabas deberían impedir este tránsito hacia la modernidad. Según explicó el desarrollo económico favorecerá la cohesión, algo que ya se vislumbra en Cataluña, donde se habla menos de lengua y de bandera y más de ferrocarriles, metros y PIB.

Gallardón se permitió citar a Felipe González para mostrarse partidario de la energía nuclear –“un país con una dependencia energética del 85% no puede despegar”-, de un plan hidrológico que conecte las principales cuencas, del diálogo social y del actual marco institucional. Hizo aquí una defensa cerrada de la Corona y, de paso y sin citarle, le dio un mandoble al radiopredicador Losantos, que “no puede pasar por compañero de viaje del PP”.

Rajoy ya debía de andar anonadado cuando su ‘humilde’ colaborador se permitió utilizar las figuras de Aznar y Fraga para sostener que el mejor de los caminos para que el PP retorne al Gobierno es que ocupe el centro, “nuestro espacio característico”, que no podía ser un paréntesis en la historia del PP, un “centro reformista”, tolerante y “aconfesional”, alejado del conservadurismo y de las actitudes doctrinales.

Gallardón gustará o no, pero mientras desgranaba su plan cualquiera se hubiera preguntado qué tipo de miopía o de tiranía impera en el PP para que sea imposible que este hombre pueda regir alguna vez los destinos de la derecha (perdón, del centro). “No soy el tapado para ser secretario general” afirmó primero en respuesta a una de las preguntas del coloquio. “Yo no he pedido nada ni quiero nada”, manifestó a continuación. Parecía que todo estaba dicho sobre este asunto hasta que pronunció la frase final: “Eso sí, nunca he estado fuera de la colaboración que se me ha pedido por quien ha dirigido el PP”. En definitiva, que si Rajoy se lo pide será el secretario general del PP. Y Botella, alcaldesa. No todo puede ser perfecto.

El ‘caserío’ del PP: de María sí se fían

Emilio Olabarría, diputado del PNV, acababa de leer la ponencia política del PP y entró con paso decidido en Casa Manolo, el bar de cabecera de sus señorías. Se acercó a una mesa frecuentada por periodistas y preguntó en voz alta antes de sentarse: «¿Se admiten terroristas?».

Salvando las distancias, la reacción de Olabarría fue similar a la que momentos antes había expresado públicamente el portavoz de los nacionalistas vascos, Josu Erkoreka quien no dudó en atribuir las referencias que el documento hace de su partido – «no se puede decir que el PNV es partidario del terrorismo de ETA, pero sí podemos afirmar que no colabora en su derrota»- al bolígrafo de María San Gil, presidenta del PP vasco, que había creado un cisma interno en su partido al renunciar a suscribir el texto por «discrepancias fundamentales» con su contenido.

Es cierto que el proceso precongresual del PP se ha convertido en un circo de tales dimensiones que un ‘ayudante de pista’ como el diputado Gustavo de Arístegui, un día con Rajoy y al siguiente con quien camine por el alambre, se permite proclamar que muchos militantes le han pedido que se presente como alternativa. Pero la actitud de María San Gil no se podía tomar a chirigota. La dirigente vasca, indiscutible referencia interna, había asestado a Rajoy el golpe más duro de los que ha recibido hasta el momento. Los enanos crecen solos.

Conscientemente o no, San Gil, hija política de Mayor Oreja, un hombre desesperado al que se le acaba el chollo porque Estrasburgo no paga traidores, se erigía en el ariete de los opositores al gallego. ‘Todos somos María’ venía a ser la proclama de este sector del PP, que ha afirmado sin recato por boca del propio Oreja, de Esperanza Aguirre, de Ana Botella o del silente Acebes que lo que dijera Sal Gil iba a misa y que si el icono de la derecha vislumbra en Rajoy el germen de la traición a los sacrosantos principios populares da igual lo que sostenga la ponencia política.

Así se llega la esperpento actual en el que un texto brutal para con los nacionalistas sustenta la desconfianza de quienes ven en Rajoy a un renegado que busca emular a Zapatero y hacerse querer en la periferia. «No ha habido ningún cambio en el trato que el PP nos dispensa», manifestaba el portavoz de CiU en el Congreso, Durán Lleida, a preguntas de 20 Minutos. Como guinda, la propia María San Gil, que ayer se vio con Rajoy y le reiteró que no se fía ni de su sombra, se ha permitido dar un plazo de cuarenta días al supuesto líder para que demuestre que merece su crédito. El mundo, al revés.

Todo ello tendría algún sentido si la estrategia de demonizar a los nacionalistas hubiera rendido frutos, especialmente en el País Vasco y en Cataluña, dos de los bastiones en los que los socialistas sustentaron su triunfo en las elecciones. En Euskadi los populares son la tercera fuerza y el predicamento de San Gil, una mujer cuya valentía está fuera de toda duda, no es equivalente al que goza en su partido. El 9 de marzo perdió 30.000 votos y un diputado. Nadie por el momento le ha pedido responsabilidades; ahora su reelección está en el aire, aunque decidiera ‘perdonar’ a Rajoy y presentar su candidatura.

Rajoy se enfrenta a lo que parece ser un plan perfectamente diseñado para administrar el caos a su alrededor. A los abandonos registrados, que en definitiva se circunscriben al de Zaplana y al anuncio de Acebes de que se irá pero sin decir cuándo, le seguirá en los próximos días el de Juan Costa, que no perdona a Rajoy que no le hiciera portavoz y le pone a caldo sin recato. Asegura , y será verdad, que siendo diputado pierde dinero. Se marchará cuando duela más, por eso del buen rollito.

Comiendo con el enemigo

Antes, al parecer, se dormía con el enemigo; ahora, sólo se come. Finales del pasado mes de abril. Restaurante Astrid & Gaston, alta cocina peruana en Madrid, nada que ver con esos locales que sirven ceviche para turistas. Alrededor de la mesa de uno de sus reservados se sientan Juan Costa, flamante redactor del programa electoral del PP y próximo candidato a darle a Rajoy con la puerta en las narices; Ernesto Ekaizer, editor ejecutivo del diario Público, y Jaume Roures, el dueño del periódico y de La Sexta y de Media Pro y de los derechos del fútbol y…

La cita se produce unos días después de que el periódico haya publicado una extensa información sobre Rato, sus empresas y el papel de sus familiares en la estructura societaria. A Rato, está claro, aquello no le ha gustado, y, posiblemente, ha mandado a Costa, que sigue siendo su chico de los recados, a sondear las intenciones futuras del medio.

Costa tiene buenas relaciones en el grupo de Roures. El día antes de que se hiciera público el nombre del portavoz parlamentario del PP, domingo para más señas, había sonado su móvil. Era Antonio García Ferreras, ex cadena Ser, ex Florentino Pérez versión Real Madrid, actualmente capitoste de La Sexta, pero sobre todo, amigo de Zapatero. Siempre al cabo de la noticia, Ferreras, el adelantado que convirtió a Acebes en presidente del PP desde los micrófonos de Polanco, llamaba a Costa para felicitarle por su portavocía. El hombre se lo creyó y se llevó el disgusto de su vida al día siguiente cuando Rajoy anunció que la ganadora del concurso era Soraya Sáenz de Santamaría y que él, si quería, podía ser como mucho dama de compañía.

A lo que íbamos. El encuentro ha sido montado por Ekaizer, aunque bien hubiera podido ser apañado por Ferreras, que eso sí que lo borda, y no es un almuerzo informativo clásico porque a esos no suelen ir los propietarios de los medios. Se habla de Rato, es evidente, de sus intenciones respecto al partido, de la poca enjundia de Rajoy, que sigue vivo aunque el periodista argentino lo matara con nocturnidad un día del mes de marzo, de él mismo, que piensa anunciar su vuelta a la empresa privada en el momento en que más daño haga al gallego, en fin, de esas cosas.

La comida, necesariamente, ha sido discreta, no vaya a ser que alguien con muy mala idea señale a Costa como fuente del periódico de la izquierda. Ha sido beneficiosa para todos, especialmente para Rato, que se está forrando el tío, que no perdona un euro, que hasta le cobra a Esperanza Aguirre por ser la estrella invitada del nacimiento de ‘Madrid, Centro Financiero’, una sociedad que se ha inventado la presidenta. Ya a los postres, su imagen vuelve a bruñir como plata frotada con sidol.