Algunas palabras sobre The Velvet Underground, etc de Rafa Cervera (Libros Cúpula, 2023)

Rafa Cervera, desde Valencia, fundador, redactor y maquetador (imagino que también graparía) del fanzine Estricnina, donde, entre otras cosas, uno puede encontrar el mejor reportaje de la historia realizado a Ana Curra (que se encarga, por cierto, del prólogo de este libro), héroe de los ochenta, aprendiz a finales de los setenta (absoluto principiante, capaz de cambiar el Turia por el Muro de Berlín en la maravillosa novela “Lejos de todo”, editada por la siempre exquisita mano de Víctor Gomollón al frente de JEKYLL & JILL), nos ofrece su particular, documentada y pasional visión de la historia de The Velvet Underground en este completo volumen editado por Libros Cúpula.

Como sería muy sencillo poner una lista de versiones de The Velvet Underground, así, en general, he preparado esta de artistas y solistas exclusivamente españoles y argentinos (así nos las gastamos en Motel Margot)

Empiezo por pasional. El tercer adjetivo. Porque el libro atrapa, desde lo erudito, el espíritu de un muchacho que recortó, guardó, administró, todo tipo de memorabilia analógica relacionada con la banda de Lou Reed durante los primeros años de la Transición española (y, lógicamente, los siguientes). Tiempos de fanzines, robos a Nazario (otro valenciano, por cierto, no sé si de nacimiento, pero sí de adopción), revista Star y algunos tóxicos proyectos más. Estamos hablando de los tiempos en los que todo era más sencillo: el panteón estaba claro, Lou Reed en solitario, Bowie, Nico visitando Valencia en 1988 (vale, me he ido un poco), Iggy Pop, los beatniks (pero, sobre todos, el ínclito William Burroughs) y algunas divinidades menores, como Brian Eno, el fantasma de Dylan, Kevin Ayers y los hombres de las praderas (vamos, Mick Jagger succionando la sangre de amapola de Mick Taylor). Sería simplista hablar de España en términos de Ollie Halsall, pero alguno de los que me esté leyendo lo entenderá.

«Mi primer disco de The Velvet Underground fue un pirata comprado en el Corte Inglés de Zaragoza cuando hacía tercero de BUP. El Ossi Park, grabado -según ponía en el cedé-, en distintas localizaciones de Holanda durante la gira europea de 1993. Si quitabas el disco se veía una foto de Nico, con el pelo oscuro, en un cementerio. Un disco pirata de The Velvet Underground en el Corte Inglés. Luego sigo con la casuística. Perdona, Rafa».

Te has ido un poco de The Velvet Underground, Octavio. Sí, lo siento, disculpa, Rafa. Vuelvo, vuelvo. La estructura del libro es uno de los grandes aciertos. Una primera parte con un repaso pormenorizado de quiénes eran los componentes de la banda antes de la Factory, una segunda recorriendo los años de Warhol, la salida de Cale, la incursión en el pop de FM (o el intento) con Doug Yule y, posteriormente, los años de drogas, divorcios y montaña rusa, antes de la reunión en 1993. La última parte, quizá la menos conocida por el público, pero nutritiva, sin duda, nos lleva hasta el final de la historia, hasta el último piano de Cale y la penúltima pandereta de Tucker. Hasta ayer. Hasta mañana.

Esa primera parte es seductora. Es encontrar a un Lou Reed desorientado, archivista, administrativo, estudioso de la alta literatura anglosajona, alumno de Delmore Schwartz (poeta fallecido en 1966 y, por cierto, nota personal al margen, si te fijas en las dedicatorias de Acrobat, el tema de U2 incluido en el Achtung Baby de 1991, hay una dedicatoria a Schwartz acompañada de la presencia/ausencia de Lou Reed y su mujer de entonces, Sylvia Reed), un Lou Reed al que te imaginas escribiendo poemas con su máquina de escribir y escuchando en la radio los viejos éxitos de los cincuenta. Eso lo captura con maestría Rafa Cervera, Reed espartano, ajeno a la idea de convertirse en uno de los renovadores de la música popular, sin agujas ni gafas de sol, sin cuero ni anfetas, solo un tipo que escuchaba doo wop (o duduá), sin saber que acabaría usando ese aprendizaje para las armonías vocales más delirantes de la historia de la música.

También, claro, John Cale. Europeo. Galés. Con esa mezcla de dandismo victoriano y música abstracta… darse cuenta de que el tío que daría propinas a los punks (el productor, el que pondría algo de orden “comercial” en sus producciones de bandas) tenía más formación académica que el 90% de los miembros de los aburridos combos de rock progresivo o de jazz rock o de onanistas sobre el escenario… perdón que me estoy yendo. Vuelvo. Vuelvo porque si no hablamos de la afición a la codeína de Cale desde niño no me quedo tranquilo. La humedad de gales, un niño enfermizo, débil, la tos (todos lo que somos padres conocemos esa terrible angustia) y sus padres dándole de esos jarabes que se vendían en los años treinta y cuarenta, que igual que llevaban codeína podían ser una infusión de láudano o unos polvos de cocaína. Desde entonces Cale no se soltó de la química hasta que le tocó producir “Sabor salado” de Los Ronaldos. Y, claro, Nico. Pero es que a Nico la tenemos siempre cerca del corazón, incluyendo una habitación en el Motel Margot para ella. Le cerramos una planta entera cuando está de visita. Y Mo Tucker, baterista mínima, y Sterling Morrison, guitarra con alma de profesor de instituto. Siempre nos olvidamos de ellos, pero sin esa percusión y esa guitarra solista…

Mis siguientes incursiones en el mundo Velvet Underground vienen a través del libro editado por Cátedra y escrito por Jorge Arnaiz y José Luis Mendoza. Las hojas de historia, las fotos de Nico, la transición entre Paul Morrissey y Morrissey (el de los Smiths, claro, que también me hice aquellos años con el de Luis Troquel, que también salió en aquella coqueta colección de Cátedra) y, claro, las letras de las canciones me volaron la cabeza. Y eso que estamos hablando de los años en los que el Real Zaragoza ganó la Recopa. ¡Que me da igual! Lo compré en la librería Cálamo de Zaragoza. Aún sigue abierta, en la Plaza San Francisco, a unos pocos minutos de casa de mis padres. Y me costó 900 pesetas. Puedo demostrarlo. Esto no lo iba a contar, pero, la verdad es… que la primera vez que escuché The Velvet Underground fue en la banda sonora de The Doors. Antes de ver la película me compré la banda sonora y “Heroin” me volvió loco. Era la música que sonaba durante la escena en la que la banda deja a Jim Morrison solo en una fiesta de la Factory y allí conoce a Nico y a Warhol (y a Tim Baker, que, por cierto, lo interpretaba Michael Madsen antes de ser Vic Vega para siempre).

Las primeras formaciones de Cale&Reed, incluyendo versiones acústicas, folk, de hitos de la contracultura, como esa asociación con Angus McLise… esa primera época, hasta el Café Bizarre, es bella, extraña, lejana, como si fuera un sueño. Recuerdo un monográfico sobre Lou Reed en Vuelo 650 con Ángel Álvarez. La primera parte hablaba de su época pre-Velvet. Llegué a memorizar cosas como The Primitives, The Warlocks o el café Bizarre. Cómo pronunciaba café bizarre Ángel Álvarez. Cómo decía: “Porque entonces ya no estaba Nico”. Pero me estoy adelantando. Porque llega Warhol. Andy. Y Malanga. Y el papel de plata. Papel albal en la España de Rafa Cervera y un servidor. Para decorar The Factory y para fumarse algún chino. Andy Warhol y el dinero. Y las películas de mil horas. Y la banda fascinada por aquel mito que todavía no lo era.

Rafa Cervera describe aquella época con gusto, con sapiencia. El segundo adjetivo, documentado. Sabe en qué momento sucede todo, qué toma cada uno, con quién duerme, en qué momento se escribe cada tema… transmite esa sensación de una banda completamente al margen. Era fácil ser Lou Reed en 1974 pero no ser The Velvet Underground en 1966. Ni ser Warhol antes de las serigrafías y las latas de tomate. Malanga, Paul Morrissey, el cuero, el sado, los bolos. Hacen muchos bolos. Tocan muy bien porque tocan mucho. Y todos esos conciertos se llenan con canciones que irán saliendo durante los complicados años ochenta de Lou ReedCervera, amanuense de la historia, da forma al repertorio de Reed, demuestra, casi científicamente, que en diez años escribió las canciones de una vida. Al menos las mejores. Y luego estuvo dando vueltas y retomando. Caroline, Candy, Lisa, Stephanie… todas dicen, todas hablan.

«En el verano de 1997 Christina Rosenvinge tocó en el Centro Cívico Delicias e hizo una versión de Afterhours. Luego descubrí que uno de los libros que escribió Ray Loriga en aquellos años, no sé si Héroes o Caídos del cielo (casi seguro que fue Héroes) aparecía una frase, el verso con el que se abría la canción: «If you close the door, the night could last forever» (“si cierras la puerta la noche podría durar para siempre”), aquella versión, aquella canción valió por todo el soporífero concierto de Lou Reed en el Palacio de los Deportes de Zaragoza. Fue el 14 de abril de 2000. Tocó Sweet Jane en los bises y, prometo, no he visto a nadie hacer una canción con tanta desgana en unos bises. Robé un cartel del concierto y, sobre la cara de Lou Reed, puse una foto del poeta Ángel Guinda con unas estupendas gafas de sol. Por alguna de esas casualidades cósmicas encajaba perfectamente. Estuvo recibiendo a la gente en mi primer piso hasta que me mudé al siguiente. No sobrevivió al cambio».

Nico, sexual y fría, tocando la pandereta, sufriendo por el desdén de un perdido Lou Reed. Reed no sabe qué quiere o lo sabe demasiado bien. La grabación del primer disco, esa idea del contraste monstruoso entre la costa este y la oeste. Leo estos días los textos de Lester Bangs. Es el único que les da un poco de bola en la escena de la crítica musical “comercial” y él también odia la costa oeste. Las playas y la gente que parece un ángel de charlie o Richard Gere. Y eso que los ángeles de Warhol estaban muy delgados por las anfetaminas, podrían haberse quitado la camiseta en la playa, pero el sol les hubiera hecho daño. El primer disco de The Velvet Underground (and Nico and Warhol), en su edición cedé está por casa. Lo compré y lo escuché. Me sorprendió en su momento el sello The Verve. Me sorprendió hace unas semanas, justo el 21 de diciembre (porque mi padre tuvo un infarto ese día) que Tom Wilson era negro. Fue gracias al libro “Sofá sonoro” de Alfonso Cardenal. O que Wilson y Dylan trabajaran juntos. El momento en el que el Dylan con el pelo rizado hizo su aparición en la Factory es uno de mis tres momentos favoritos (junto cuando fue a París a ver si podía ligarse a Françoise Hardy y la gira de Rolling Thunder Revue), pero esto, de nuevo, Octavio, no es un artículo ni sobre ti ni sobre Dylan.

«No teníamos dinero para todos los discos. Yo aporté el primero y el tercero, el de 1969, el Velvet Underground a secas. Y mi amigo Manuel se había comprado el vinilo de White light/White Heat de segunda mano en Discusatix. Se había dejado buena pasta. En pesetas, claro. Estábamos él, Hugo, José Vicente y yo en casa de sus padres, en la calle Lapuyade. Y escuchamos “The gift”. Y yo, creo, empecé a sopesar la idea de dedicarme al spoken word. Aquel piolet abriéndose camino, rompiendo el cráneo, hasta el cerebro. Y eso que estaba Sister Ray, pero, lo creáis o no, todavía no estábamos metidos en Joy Division (ni en Ángel y los Volcánicos, dicho sea de paso). Eso llegaría más tarde. Exactamente en 2002, el día que fui a ver 24 Hour Party People. Una nueva confusión, ahora entre los Wilson de la historia. Morrissey y Wilson. Curioso. Algo pasaba con esos discos, está claro. Como cuenta Cervera, la leyenda tiene que tener algo cierto: Lennon y Bowie, los dos tuvieron el disco. Y no había muchos en danza. Y Bowie, en 1972, ya hacía I´m waiting for the man en Santa Mónica. Y también White light/white heat en la despedida de Ziggy Stardust. Pero volveremos a Bowie luego, tranquilos. De esto, además, sabe mucho Rafa Cervera«.



Escribir sobre la heroína siendo adicto al speed. Tener una viola en la banda y una batería minimalista. Ir de un lado a otro con el bajo: ahora te toca a ti, ahora a mí, no, yo no quiero… parecían The Doors, por cierto. O The Cramps. A ver si el bajo está sobrevalorado. Volvamos al libro. Cuando la banda se va de Warhol o Warhol se va de la banda… me gusta que en el libro quede claro que no fue una ruptura total, que seguían en contacto, que la historia hay que revisarla y reescribirla si hace falta. No estoy hablando de “Songs for Drella”, hablo de que Reed echa a Nico y luego a Cale y sigue tocando con ellos años después. Siempre con el morro torcido, eso sí. Y que ficha a Doug Yule y empieza con el tema de los ojos azules pálidos (hay una versión de Los Proscritos por ahí que no he encontrado en Spotify y no he podido incluir en el listado de bandas españolas o argentinas revisando a The Velvet Undeground, por cierto) y con jesús, y con la luz… vale, no es un gran disco, pero está claro que Loaded es puro pop. Nunca he tenido ese disco. Sí que he tenido VELVET UNDERGROUND, NOISE ROCK de VÍCTOR BOCKRIS y GERARD MALANGA, pero Loaded no. Sí que conozco la intro de estudio de Sweet Jane y Rock and roll (con qué te quedas, con la versión de Jane´s Addiction o la de Orquesta Mondragón, ojo que igual es que la canción es muy buena… ¿Qué me dices si te digo que, para mí, “María” de Sabino Méndez, incluida en “Ritmo del garaje” tiene algo de prima hermana? Si no lo has pensado nunca, pon las dos, escucha las letras, por favor).

Y se marcha Lou. Y Yule trae hasta su primo. Y Mo Tucker que no puede tocar porque está embarazada y Sterling que se huele que todo se hunde, se prepara oposiciones para profesor de instituto (vale, igual no es el sistema así, pero te haces la idea). Y graban, sí, graban discos con el nombre de The Velvet Underground y es como cuando The Doors hicieron el mítico “The mosquito” en 1972, muerto Jim Morrison. Full Circle vs Squeeze. A Lester Bangs se le tuvo que hacer la boca agua aquellos meses. Teniendo en cuenta que ya estaban los primeros discos solistas de Lou Reed (dos en 1972, el segundo “Transformer” y “Berlin” en 1973) y John Cale, que saca en 1973 Paris, 1919 (y venía de producir a los Stooges y los discos solistas del armonio de Nico). Esta es una de mis partes favoritas del libro.

En España empiezan a flipar con la leyenda del yonqui, del animal del rock and roll, luego Cale que todo lo que produce mola, los que dicen que están influenciados por ellos son magníficos (Jonathan Richmann, Iggy Pop, Kevin Ayers)… los poetas españoles (y digo poetas) quieren ser Lou: Luis Antonio de Villena, Eduardo Haro Ibars o Leopoldo María Panero. Rafa Cervera quiere ser Lou Reed. Eduardo Benavente es Lou Reed. Ahí, y me vuelvo a ir, es donde fallamos… si Joaquín Sabina hubiera agarrado la guitarra eléctrica… Sabina es capaz de consumir la misma cantidad de sustancias que Lou Reed, pero le da vergüenza pillar la telecaster. No sé… anda que Aute, con esos discos del Sarcófago y demás. García-Alix es Lou Reed, que se me olvidaba. Francisco Casavella fue Lou Reed. Ramón de España no. Pero mola. Poch era Poch y un poco Lou Reed.

Me gusta seguir los ochenta, los del principio, los que casi son el final de los setenta. Volver a la idea de Lester Bangs y de Rodrigo Fresán de que las décadas van de cinco en cinco, es decir, la década va de 1975 a 1985. Ahí, ahí estamos. Hace unas líneas nombro a Casavella. Vamos a volver allí (queda poco, sé que ahora queréis ir rápidamente a comprar el libro), a Manuel Huerga y a traer a Sterling Morrison para que toque sobre una versión que grabó John Cale de I´m waiting for the man en la televisión catalana. Eso es impagable. ¿Por qué voy con Casavella? Pues sencillo. No tan sencillo… más bien bello. Las casualidades, llegado uno a cierta edad, son hermosas.

Una de las últimas grabaciones de Sterling Morrison es para la banda sonora de Antártida. Una película española. Una película de Manuel Huerga sobre un guion de Casavella. Ahora todos dirán que la vieron: MENTIRA. Yo sí la vi. Yo vi a Ariadna Gil haciendo de María Caníbal en la pantalla grande. Esa peli, peli de heroína y piano, tiene unas piezas instrumentales a cargo de Cale, que se encarga de la banda sonora y una versión de “People who died” de Jim Carroll. Yo no conocía a Carroll, pero sí a Cale, claro. Y ese fue mi cuarto o quinto disco de la dinastía Velvet, Una banda sonora. Por dos canciones. Por la versión a piano de “Antartica starts here” y el tema de Carroll. Los tres Velvet, antes de la muerte de Sterling. El más sano de los cuatro. El tercero más sano en realidad. Casualidades. La película se estrenó en 1995 y ese mismo año Leonardo DiCaprio protagonizó Diario de un rebelde (cambio de título para la versión original, The Basketball Diaries) sobre la vida de Jim Carroll. Era el final de la década. La de 1985-1995. Por cierto, la versión en papel de la novela, o el dietario o como quieras llamarlo la publicó la revista Star en su mítica colección de libros yonquis y alucinatorios, Star Books. Tengo algunos por casa, pero ese me falta, por si alguien me lo quiere regalar.

«He saltado la reunión de los noventa. Y eso que fue mi primer disco. Teloneros de U2. Jodo, en la época de la II trilogía de Berlin (aunque poco se grabó en el Hansa Studio) y componiendo un tema nuevo llamado Coyote (coño, que está el de Joni Mitchell, ¿era necesario?). Pero, ¿hubieras ido a verlos Octavio? Sí, claro. Y es que eso es lo curioso, para un chico que conoce a la Velvet a mediados de los noventa no puede ser mitómano… es que hacía cuatro días que se habían juntado. Tampoco he hablado del ridículo escritor que quería ser el mayor fan de Lou Reed de España y mendigó entradas para ver a John Cale a cambio de una crónica para un diario local y, al parecer, se pasó todo el concierto pidiéndole canciones de The Velvet Underground, sorprendiéndose de que hiciera Heartbreak hotel y pensando que la canción de Shreck no era de Jeff Buckley, que era de Cale».

Me gusta que Rafa Cervera, último adjetivo, ofrezca una visión particular. Él es fan de Lou Reed, él es amigo de Lou Reed. Pero Lou Reed es uno más. Incluso diría que The Velvet Underground es uno más en el libro. Porque esta obra es de esos textos que te ayudan a tirar del hilo, que te ofrecen una formación completa: Patti Smith, Brian Eno, Alan Vega, Robert Quire (cómo sonaba aquella banda de Reed, esa y la otra, la que estaba Dick Wagner y Robert Hunter), Richard Hell, David Byrnetú entras en el libro de Rafa Cervera y sales con la cabeza llena y el corazón acelerado. No se le puede pedir mucho más a un libro, la verdad. Ellos fueron las penúltimas divinidades de la cultura popular. Después de las estrellas del cine de los cincuenta y los grupos y solistas del pop de los sesenta, la marginalidad y el hedonismo se puso de moda, la oscuridad vendía y los jóvenes la compraban (la comprábamos). Ahora tenemos tiktok y Trap. Yo no seré un viejo gruñón. Yo tengo mis discos y mis libros. Que cada uno disfrute con lo que quiera. Con este libro, por ejemplo.

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