Abecedario privado de la Movida Madrileña (primera parte)

La pregunta sería ¿hacía falta otro libro más sobre la Movida Madrileña? Sí. Respuesta contundente. Respuesta real y emocional. Porque en este volumen, Madrid sí fue una fiesta (Editorial Planeta, 2021) no se respeta nada, ni se evita la realidad. La Movida también eran Sabina y Bosé, Aute y Mecano. La Movida no solo era plástico y purpurina, también era jeringa y neón. Por eso este libro de Javier Menéndez Flores aporta una visión realista, amplia, total, de la efervescencia creativa que comienza a finales de los setenta y dura hasta el final de la Expo de Sevilla en 1992. En su honor, reduzco mi visión a un abecedario, provocador y subjetivo, hedonista y personal. Espero que os guste.

No podía faltar una mixtape con los recovecos más oscuros de la narrativa privada de la Movida Madrileña (primera parte)

Alrededor de Carlos Berlanga, Viaje: Dos canciones y una exposición. Más allá de cualquier descripción como compositor de melodías, Carlos Berlanga era un pintor sobresaliente. La exposición Viaje alrededor de Carlos Berlanga de 2009 nos devolvió a un artista capaz de imaginar mundos pop decadentes, llenos de referencias a lo kitsch, a la tradición española, al tebeo. Berlanga, en el Rastro de Madrid, cubierto de imperdibles, agarraba la guitarra casi por obligación. Su devoción, los pinceles, ha quedado en un segundo plano. Sus discos en solitario, las canciones que se reservaba para él –El Hospital o Tokyo– en sus bandas, además de inspirar dos preciosas canciones: Carlos baila de Family y, la menos conocida, Carlos de Lemon^fly, una banda de tecnopop sevillana, incluido en su maravilloso LP, Lemondrama. El cómic que inspiró Perlas ensangrentadas, los personajes petardos inventados mano a mano con Nacho Canut, ese aire naif de sus cuadros, pero también la sensación eterna de que perdimos a un artista total, muy pronto, demasiado.

«Miro la reproducción del cuadro Euforia y la química del horizonte eterno es tan seductora como efímera. Una postal en el tiempo, unas rayban, la chupa de cuero, camisa y chaleco, la delgadez del hígado estropeado, el coñac como una tabla de salvación, como un ángelus herético«.

Buenos Aires: mientras en Argentina los militares desarrollaban su proceso de reorganización nacional, muchos artistas porteños volaban hacia España escapando de la Triple A. Alejo Stivel y Ariel Rot montan Tequila y les enseñan a los Burning que se puede hacer buen rock en español. Los dos, más el dandy Sergio Makaroff, del que tomarán prestado su Rock del ascensor, para el LP Rockandroll (el de las líneas verticales vs Parallels de Blondie) son la primera hornada que se completará con el arribo del mito Moris. Moris había estado en La Cueva con Tanguito, Lito Nebbia y demás miembros del Panteón original del Rock nacional. Moris graba en España Fiebre de vivir en 1978, además de traer a su hijo Antonio para que curse el COU por los institutos de Malasaña. Los modernos miran hacia otro lado, evitando trascendencia y buscando evasión, sin darse cuenta de que todo lo habían inventado antes al otro lado del Atlántico. Solo Antonio Flores y Miguel Ríos, sí, los dos, se dan cuentan e incluyen en su repertorio temas del más grande, de Charly García: El fantasma de Canterville, Nos siguen pegando abajo y No voy en tren. Unos escapan, otros se quedan, pero al final, todos vuelven.

Christina Rosenvinge: tenía quince años y pedía permiso a sus padres para poder salir de marcha con Jaime Urrutia. El Urrutia tenía buen gusto, pero ella lo tenía mejor, monta Ella y los neumáticos con Lars Mertanen -que luego sería parte fundamental de la onda siniestra en Décima víctima– y con Edi Clavo en la batería. La banda se monta en 1980 y el mismo año se separan. Luego la Rosenvinge va absorbiendo todo lo que se mueve a su alrededor para ser la reina sin corona de la década siguiente: se junta con Alex de la Nuez -que no se me queden con su jingle para KAS, que el señor De la Nuez es un instrumentista hiperdotado, siendo parte de Los Zombies y haciendo el aguante a los Tequila devastados por la heroína- y montan Magia Blanca y Álex y Christina. Y se hinchan a vender discos con la Rosenvinge disfrazada de Boy George. Luego llegaría el Canto de la Tripulación, García-Álix y la moto de Ray Loriga. Pero al final, la que sale en el abecedario, es Christina.

Diario 16: Me quedo con la época con Pedro J. Ramírez al frente. Me quedo con las colaboraciones Michi Panero -el más lúcido de los hermanos Panero, una carrera en la que no tenía demasiados rivales-, que se recogen en el magnífico libro FUNERALES VIKINGOS / EL DESCONCIERTO editado por BARTLEBY EDITORES en 2017, sobre todo cuando se metía con el peinado de Julia Otero.

«Me quedo con Las columnas de Federico Jiménez Losantos, que venía de recibir un tiro en Cataluña por los terroristas de la zona, anunciaban, entre psicoanálisis y críticas al poder omnívoro del socialismo mediopensionista, el apocalipsis balcánico que estaba por llegar. Había fiesta y había plomo. Me quedo con la rosa y el capullo».

Elitismo: la Movida Madrileña hubiera perdido mucho de su fuelle sin el apoyo de la radio, sobre todo de la FM, desde Onda 2 hasta la aparición de Radio 3. La mayor parte de los locutores de la época venían de unos setenta de exotismo y estancias allende de nuestras fronteras, con buen dinero para comprar discos y disfrutar de la iluminación de los dinosaurios que todavía correteaban por las campiñas de Europa y Norteamérica. Luego, cuarenta años después, fueron desapareciendo, ellos y sus programas. Más allá del respeto hacia un trabajo bien hecho hay que reconocer que el elitismo en las ondas era una de las características de la época: los discos de importación llamaban a los discos de importación, los promocionales y los “exclusivos para la radio”. Los grupos acercándose como devotos a los popes para intentar que se pinchara su maqueta. ¿Y si hubiera un jardín donde aquel sendero hubiera sido distinto? ¿Hubieran triunfado Mamá u Oviformia? Lo cierto es que hablo de Madrid. En Zaragoza había un poco de todo: chavales que montaban muestras de pop y rock y compraban singles en tiendas de barrio para emitirlas en Radio Juventud, críticos de música que coleccionaban y sabían, además de no morderse nunca la lengua, como Matías Uribe o rara avis como Cachi o Miguel Mena, que aunaban noche y risas. Noten que no he puesto nombres conocidos. Me los guardo para otro momento. Esa parte mesiánica parece haberse olvidado con los años. Una especie de dicotomía que enfrentaba al sistema de castas de Radio 3 con el pasteleo de las radiofórmulas.

Futuro, El: película de Luis López Carrasco. Estrenada en 2013 se trata de de un inconexo batiburrillo estético, carente por completo de narrativa, pero mucho más atrevido que cualquier acercamiento de largo, corto o televisivo audiovisual español de los últimos cuarenta años. La cámara colocada al libre albedrío, la luz saturada y las conversaciones se cortan por música de la época -lo mejor del proyecto, la acertada, por rara y atrevida-, selección musical- sonando con el compás alterado frente a interpretación. Forzada y truculenta, no hay estética que la aguante. Ni se pasa, ni llega. Terreno de nadie. El tráiler y la edición en vinilo del soundtrack. El resto, seguir esperando. Alguien, al menos, lo intentó.

Germán Coppini: la mezcla viguesa entre Johnny Rotten y Morrissey. Con un punto de libertario con carisma, la elección de la mixtura no es por ser líder de Siniestro Total vs Sex Pistols o Golpes Bajos vs The Smiths, va más allá. Fue el primer solista de la Movida sin saber tocar un instrumento, pandereta mediante, así que tenía que estar acompañado, como el bardo de Manchester, de algún aliado que diera melodía a la música de sus textos y en temas como Despierta escuela es puro PIL, salvaje y compacto. Sus fotos vestido de punk en un terraplén, armado de un “loro” y mirando al infinito realizadas por Alberto García-Alix encierran el infinito sensible de alguien que hizo del intimismo introspectivo una seducción para sus oyentes. Coppini, el letrista, la voz.

Huesca: En Huesca estaban Los Mestizos. Pero eso fue cuando la Movida languidecía y los tóxicos habían tomado el control. Reinaban los macarras en Malasaña, Josele, los Kikes y los hermanos Martín y Corcobado, pero el que mejor tocaba el hammond era el Rey del Bugalú, Juanjo Javierre. Los últimos que estuvieron bajo el auspicio de Tres Cipreses.

«Pero antes de todo, cuenta la historia que Poch, uno de esos genios abstractos y herrumbrosos, deambuló por las calles de la capital oscense durante un curso universitario completo. Se mezclaban los jureles con la cinta americana para arreglar las gafas de pasta y bajo su gabardina larga crecían tupés y branquias. Poch en Huesca, estudiando Medicina, conociendo a Justo Bagüeste, el hombre que toca el saxo al principio de Jurelandia».

Iniciados, los: El Aviador DRO fue un concepto que se extendía, como los metales pesados infectando el suelo, como la radiación extendiéndose por las arterias de la ciudad en busca de potenciales mutantes, entre los distintos estamentos de la Movida Madrileña: bandas, fanzines, manifiestos, sintetizadores que se arreglaban con herramientas para pirograbado, discográficas, magnetismo, futurismo…

La primera escisión arrastró al radicalismo a Esplendor Geométrico y dejó a los personajes de dibujos animados. Servando, antes de montar su tienda de tebeos, tuvo tiempo de amenizar las noches de Anubis con cientos de formaciones paralelas. Para eso tenía su propia discográfica. Una especie de Isla del Doctor Moreau postmoderna.

Los grupos paralelos, la sal de todo movimiento musical. Componente Norte, Arcoiris, Precipitación atmosférica, Estratocúmulo y Tornado. Con Jesús Arias a la guitarra, un sampler, un sintetizador y gente de Alphaville. Los Residents, Ubu Rey y algo de patafísica y movimiento pánico. Sueño que estoy donde no puedo dormir.

 

Jiménez del Oso: no todo iba a ser música en la Movida. Ni en la televisión ni en las revistas. El final de los setenta y el comienzo de los ochenta traen una fiebre por lo oculto que atrapa al español medio. Todos leen el Caballo de Troya de JJ. Benítez y se compran las revistas del Doctor Jiménez del Oso. Erich Von Daniken nos hace dudar de si hay que regresar al futuro o si el futuro ya está aquí. En los cajones de los cubiertos las cucharillas dobladas se acumulan y Uri Gëller, infiltrado del Mosad y amigo de Michael Jackson aparece de vez en cuando para poner en hora nuestros relojes.

«Muchos de los textos de las canciones de la época tienen el regusto de los avistamientos nocturnos y las sustancias que pudieron haberlos producido y, por supuesto, la aparición de numerosos fantasmas y fantasmones tenía que ver con la proliferación de las ouijas en las casas».

Kevin Ayers: un tipo que estuvo en la órbita de John Cale y Nico, inmortalizado en la memoria del SXXI por Nuevos planes, idénticas estrategias de Nacho Vegas. Pero la excusa es su K en el nombre y su guitarra de directo, el mítico Ollie Halsall, que escapó del deprimente Sonido Canterbury para enseñarle los límites a Ramoncín, sustituir en la decadencia final a Enrique Sierra en los Radio Futura -pasar de Soft Machine a imitar a Caetano Veloso puesto de anfetaminas tiene su mérito-, producir las fotocopias que imprimían Los Desperados o incluso ser parte de los Chatarreros de Sangre y Cielo, la banda con más agujas por vena cuadrada de la historia de nuestra música. Ollie Halsall grabó solos de guitarra ignotos y se marchó cuando había que irse, en 1992. Los que se quedaron lo hicieron siempre peor.

La semana que viene la segunda parte.

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