Algunas palabras sobre No me judas satanás vol III

Esta es la tercera entrada de las aventuras de No me judas satanás: la primera parte está aquí y la segunda está aquí. Gracias a Popular 1 y César Martín por enviar los libros y compartir sus obsesiones con nosotros. Gracias a Javier Aquilué (cofrade de la quincalla) y Juan Garrancho. Los collages son de Rosina Abós: IG y reportaje sobre su obra.

En la Motown se escuchaban las canciones de los Beatles y los Stones. Antes de que existieran los Beatles y los Stones. La Motown era una maquinaria engrasada, la División Central, ensamblando éxitos como quien construye coches. Sin preguntas. Solo baile y belleza. De madames y lujuria, de trascendencia y pasión. Un single o dos, no importa, solo queremos aliviarte, convertir 150 segundos en felicidad.

Cary Grant: el LSD y el alcohol. Se puede decir muchas cosas del gran capitán. Cary no necesitaba trajes, todas las marcas los fabricaban a su medida. Es parte del Olimpo. Es de los actores que no sabes cuándo nacieron ni si algún día murieron. Uno solo tiene ganas de encontrar su sitio en el despiece aromático de una vida. La pantalla va más allí.

Os mataré uno a uno: G.G.Allin. Estoy desbordado. Prefiero la no-wave. No entiendo. Quizá tú sí, quizá tú necesites eso, yo prefiero la morfina y a Lenny Bruce. Quizá a Alan Vega haciendo el «Ghost Rider«. Quizá las pastillas y la soledad de un pueblo abandonado. O las bolas puntiagudas del «Hombre Alto» y el heladero armado con una recortada.

Siempre que escuches hablar de la Dimensión Desconocida piensa en Juan Garrancho. Él, Juan, lo sabe todo, lo sabe porque es un hombre sediento, un hombre de fé. Yo camino entre ediciones de Bruguera y guiones de novelas pulp. Y siempre, siempre, miro por la ventana cuando subo en un avión. Me dirás que la película no era demasiado buena… pero el niño con poderes mentales que los tiene asustados a todos sigue apareciendo en mis pesadillas. Y está muy cómo ahí dentro. ¿Quieres entrar? Aún tenemos un hueco para esa morbosa versión de la merienda con el Sombrerero Loco y demás amigos de Alicia.

Robert Crumb. Salchichas en el descanso entre dos oposiciones. Un gato que me atacó por la noche. Javier y María José. Somos una sociedad secreta de herrumbre y rastros… lo que es basura para ti, para nosotros es un tesoro. Las cartas marcadas. El banjo. Querido Callo pronto en Motel Margot. Aline, ¿quieres venir conmigo a buscar quincalla? Fotos de Javier Aquilué.

La revolución del planeta negro: discos de vinilo al azar, cubeta de a un dólar, convertir un violín de soul caliente en un ritmo salvaje, samplers de casetera, delante y atrás, una máquina de ritmos a base de tijera y celo, repetir y repetir. Escupir las palabras como si nos sobraran. Tus manos son mis cuchillas, mi voz una guadaña.

Lady Stardust:Marc Bolan es importante, tanto como Gloria Jones y mi single de Tainted Love. Bolan y sus botas de plataforma. Bolan es pequeño, es Rex, es un percusionista y unos riff de guitarra sencilla. Bolan es envidia y es Bowie con una camisa verde camino de Berlín. Bowie muy delgado, Bowie de coca.

«Muy alto y Bolan que no entiende cómo toca Adrian Belew. Se están acabando los setenta y nadie le ha pedido permiso. Lo mejor de T. Rex acaban siendo las versiones que les hacía Placebo en Velvet Goldmine. Mentira, Octavio, T.Rex es lo mejor, sea en acústico o con plataformas. Lo que usted diga, maestro. Pero de Canterbury no me bajo. Qué híbrido el hijo de Jones y Bolan. Las arañas de Marte no te pudieron proteger, como a Óscar Wilde».

Miro a Tintín, cómo contempla el mundo hoy y cómo lo descubrió hace décadas. Es el ojo de Hergé. Bruselas en la primera mitad del SXX, la locura geopolítica, Wernher Von Braun, aquella gira impactante, Milú (la canción de los Esclarecidos), el capitán alcohólico, la metáfora del comunismo. Mi tebeo favorito es «Stock de Coque» y me sigue dando miedo la momia inca que entra en el cuarto por la noche. La realidad de las revoluciones y las contrarrevoluciones en «Tintín y los Pícaros», todo cambia para seguir igual. Mi hijo y su cuadro con la portada del El tesoro de Rackham el Rojo que le compré en Bélgica años antes de que naciera. Cada día, cada vez que le cambiaba los pañales sus primeros años, allí estaba, mirándome ese submarino con pinta de tiburón y yo volvía a Gante y volvía a Spirou y los libros de ciclismo y el pulmón de Jacques Brel y el paquete de gitanes que había tenido que dejar para siempre. Una vez, durante unas fiestas del Pilar, en la Feria de Muestras, había una exposición de Tintín: allí vi la primera maqueta de la nave que los llevaba a la luna. La viñeta en la que reciben a los astronautas americanos. Vuelvo a Bélgica, el aeropuerto de Bruselas, a un millón de kilómetros de Bruselas, el amor en aquel hotel minúsculo con café de máquina, cansados, con el colchón muy cerca de la moqueta.

Aquel asesinato en directo, el de un político americano. No es complicado encontrarlo en internet. Un collage de sadismo en películas de VHS. Los mercaderes de la muerte. Cintas piratas, catálogos que llegaban por correo, una mirilla a las Hurdes y otra a Charles Manson. Luis Buñuel comprando cabras para lanzarlas desde un risco, Buñuel comprando un burro para azuzar contra él a las abejas. Mezclar la realidad con la ficción. Comprar y vender. La mismas escenas, distinto orden, distribuidoras fantasmas que cambian el título. Apocalipsis caníbal. Lo podrías ver en salas de cine. El límite lo pones tú. La película Tesis nos descubrió las snuff movies. Grabar sobre lo grabado. Todo bajo mano. Una de las mejores versiones de la locura es «El fin del mundo en 35mm» de John Carpenter para la serie Masters of Horror. ¿Quieres ver la muerte de ángel?

Todo comienza y termina en el desierto. En los caballos salvajes. En las canciones de los Stones. En Keith Richards aprendiendo de Mick Taylor y de Gram Parsons. Sobre todo de Parsons. Vaqueros cocainómanos en Laurel Canyon. Gram y Jose Lapuente, el mejor en el Hotel, el único mito del Motel. El disco perdido de Dos Lunas. Otra luz y canibalismo a sueldo. Anita tenía bellas hasta sus venas picadas. ¿Qué diferencia hay entre Mojave o el Joshua Tree? Todas dan discos y grupos. Emmylou Harris sin sujetador pidiendo dos botellas más de vino el día del entierro de Gram Parsons. Morfina para los burros voladores. Expolios, mesaras, Devo, doce cuerdas. Pase lo que pase, tú mandas.

Los tiempos en los que los las mujeres de Russ Meyer corrían. Los tiempos en los que los fotograban se detenían. O se aceleraban. Todo daba igual. Hoy, días de porno durísimo, de opciones que harían enfermar a Sade, que te salta aunque lo trates de evitar. Hoy Russ Meyer es soft, es excitante en su contención, es una canción de The Cramps en una serie de Netflix para adolescentes, es Vampirella y Elvira en muñeco, guardado en caja. Vampirella enamorada de James Dean. El tráiler de Beyond the valley of dolls, Jack Napier y el resto de los mitos, el trailer poco a poco, fotograma a fotograma. Miles de bandas haciendo versiones de las bandas sonoras de las películas de Russ Meyer. Miles de bandas siendo parte de una Iglesia consagrada a Russ Meyer. YO.

Mis tebeos de Vértice comprados en rastros, librerías de lance, cubetas llenas de polvo. Compro tebeos de Vértice por las portadas de López Espí. No hay más Stan Lee, solo en las películas de Kevin Smith o en los Cuatro Fantásticos. Esas historias, esa Wakanda, los Inhumanos o Galactus. Atrapa todo el miedo de media docena de generaciones y conviértelo en viñetas. Stan Lee es como el Hugh Hefner del tebeo. Enérgico, vital, pagado de sí mismo, asumiendo su leyenda. Inmortal y dogmático. En época de la televisión, en época de los cromos, en líneas temporales sin continuidad, él se dio cuenta de que queríamos ser parte de algo, algo coherente, más allá de esta vida. Los dibujos animados con Herbie. Esta te la perdonamos. Que ahora Galactus dé risa. Antes daba miedo. Son las redes quien nos dijeron que no daba miedo. Ya volverán los titanes, ya regresarán los Celestiales (aunque sean de Jack Kirby), volveremos a tomar las píldoras de Harry Osborn, no entenderemos la muerte del Capitán Marvel ni la de Gwen Stacy (los únicos muertos que sobreviven al aburrimiento de la resurrección marvelita). Devuelve a tus hijos lo que es suyo, variable y poderoso demiurgo, entre los dioses y los humanos, Stan Lee que estás en los cielos.

La miopía de James Dean, la bisexualidad de Dean, la muerte de Dean, velocidad, velocidad. Los gigantes y los molinos. El viento, la ceguera. Ya he hablado de la miopía. Un póster de Monty Cliff en la pared como un tema de los Proscritos. James Dean escapando a Nueva York. Mi póster de James Dean. En mi habitación. Veinte años. Alguno más o menos. Siempre llovía en Nueva York en mi habitación. Aquel cigarrillo que se apagaba en el póster bajo la eterna lluvia de Nueva York. Cuando una vida es tan breve, uno solo puede conservarla en un póster. En miles de póster, en miles de habitaciones. Y la envida de Brando. Kurz, gordo, muy gordo, en lo profundo de la selva, creando mitos. La velocidad es uno de los disfraces favoritos de la muerte. Mis Nino Bravo, mi Luis Ocaña. Sal Mileno y su amor imposible, el mar dentro de Elia Kazan. James Dean, la muerte de Ícaro, que voló demasiado cerca del sol.

Greta Garbo: mil años más tarde es elegida por Enrique Bunbury para dar título a su LP de vuelta. La afonía del humo blanco, la mujer que no tuvo miedo a pasar del mudo al sonoro. Bisexual, de apetitos exacerbados o de abstemia total, una mujer que encontró en el alcohol el recuerdo perdido de una República de Weimar imposible. Pensar en American Horror Story o que Jessica Lange piense en ella. Imagina la morfina y la ropa interior sucia de Marlene Dietrich.

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