Algunas palabras sobre Cualquier verano es un final de Ray Loriga

Ray Loriga ha vuelto. Ray Loriga nunca se fue. Ray Loriga y tú. No necesitas más. Su protagonista se mimetiza contigo, con él, con otros protagonistas de Ray Loriga. Lleva años alejado de las sustancias, al menos en sus libros. Come pescado, bebe cerveza. Ya no hay congrio y cocaína, ahora prefiere los dulces y el chocolate. Ray Loriga es un adicto al amor. Y ocupa todos los huecos que hay entre las palabras de sus libros. Loriga nunca podrá ser cursi porque para él el amor es una lata de cerveza que ya casi está terminada, tibia y, si te descuidas, con la ceniza del cigarro de alguien dentro. Editado por Alfaguara, Cualquier verano es un final de Ray Loriga.

Loriga escapó de España y solo nos recuerda de vez en cuando. Su barojiana intrascendencia formal le lleva a acunar referentes internacionales como en las novelas de Emilio Salgari o H.P. Lovecraft: con la sensación de que no sale de casa para viajar hasta Suiza. Demasiado lejos, demasiado caro. Madres que son viudas, madres que ofrecen muestras. La vida, al final, tiene más de muestras, la vida son pequeños pedazos de felicidad. Es difícil quedar saciado con esos trozos pequeños, pero, al menos, te quitan la sensación de hambre. Atiborrarse de felicidad indica que es de mala calidad. Marca blanca de felicidad.

Editores y escritores, círculos que se cierran una y otro vez. Cinta de Moebius de la vida, no hay fiestas ni cervezas, ya solo un parche que te cubre la mitad de la vida. Sabremos, conforme el libro avance, si el Loriga-Autor y el Loriga-Protagonista, son parte de esa cinta. Una pequeña colección de libros, como el tráiler de las grandes historias de la humanidad. Quedan pocos cines en España, así que también no hay muchos lugares para conseguir cometer el crimen perfecto. Capitol y la tía Aurora, la rica, como en Pío Baroja. Baroja otra vez. ¿y por qué no Cela o Delibes? No lo sé. Es Loriga el de la parálisis facial, el párpado y el ojo derecho. El protagonista o el autor. El tumor cerebral y el recuerdo. Pensar en los años de Ziggy Stardust o Enrique Bunbury en el videoclip de “La Herida” con las pinturas negras de Goya detrás. Johnny Hallyday sigue atrapado en Tokyo, esperando la música del alma, las pastillas del reload. Recuerda, caminar en el hospital y en el silencio. Llegar al final del pasillo. Dar la media vuelta. Volver a empezar. Es el purgatorio con batas blancas y azules.

Portugal y el amor. Portugal es un país somnífero, de grietas grises y donde uno pone un poco de ginebra hasta en los vasos de melancolía. Suiza ya estaba en Trífero. O al menos eso recuerdo. Eran los años de la pandemia. No para Trífero, para mí. Aquel lugar donde uno elige morir. Los ricos deberían tener lugares todavía más exclusivos donde les permitieran vivir para siempre. Como Walt Disney acompañados de los sobrinos vírgenes del Pato Donald. Suma belleza, pero no es para ti. Hay una reserva de belleza en el mundo y solo podemos aspirar a echarle un trago. Por eso -y vuelvo a las líneas anteriores-, nos dedicamos a los sorbitos de ginebra. O las pastillas con receta. Quizá el beso de tu mujer, el abrazo de tu hijo la mañana de su cumpleaños, la victoria en el último segundo en un partido de baloncesto que estás viendo con tu padre… Rosrchard suena a test con manchas o personaje de Watchmen. Luiz en Suiza. La amistad tiene algo de espera y de botellas vacías de cerveza. Por eso no soportamos a los amigos que llegan al bar donde hemos quedado puntuales. Si nos hacen esperar vamos bebiendo y, cuando aparecen por fin, estamos un poco achispados. La noche promete. Hablar de la muerte y vestir de negro resultaba sexy entonces, ¿verdad, Ray? Cuando tu mejor amigo decide ir de vacaciones a la casa de la muerte hay que estar atentos. Es la página 39. Volver a Madrid un instante. A la madrugada que se confunde con el amanecer. Una vez vi a Jaime Urrutia pillarle una cerveza a un latero a la salida de un concierto de los Rolling Stones. Eso sí que era rockandroll. Rilke y Elliot. Prefiero a Haro-Ibars y Luis Alberto de Cuenca. Pero no se pueden comparar. Esto es una reseña, no una carrera de sacos.

Zapatos y anécdotas alcohólicas al margen. Ray Loriga sigue abrazado a una botella, pero lo hace sin alardes, los de la seguridad y sencillez del que usa las pastillas para el dolor crónico. O se ducha todos los días con el mismo jabón. Y si no, no hay baño. No sé el porqué de decir esto. Es como un fantasma que camina, como meter un trozo de relato de Rodrigo Fresán, el fantasma que camina, simplemente cambiando México por Brasil. Alma, la tercera en discordia. Bares de luces. Beber en silencio. Grandes túneles que unen las distintas paradas entre los silencios de los protagonistas. Siempre es Loriga frente a una botella. O el personaje de Loriga. ¿Tiene sed Loriga? ¿es una fuente seca? Somos pedantes a la caza de pedantes (fíjate, yo gasto mi dinero, un dinero bien ganado, reseñando discos y libros, lo gasto en figuras de colección y tebeos. Y en no comprar ni libros ni discos).

Me detengo un momento. Contemplo la portada del libro y pienso en la segunda película de Houllebecq. Es mucho menos conocida que El secuestro de Michel Houellbecq. Thalasso, así se llama. 2019. Cinco años después del secuestro. Está ambientada en el mismo universo. Existe continuidad en los personajes más allá de Michel. Encerrado en una clínica. El frío, el blanco, la ausencia del tinto, las batas quemadas por la lejía y Gérard Depardieu, claro, Depardieu. El mismo que salía de juerga con Johnny Hallyday según la biografía que me dejó mi padre, “A toda tralla”.

El mismo Hallyday de los pósters en Bangkok de Tokyo ya no nos quiere. Los dos caminando de espaldas, con sus albornoces, buscando el hígado graso y los pulmones consumidos. Me doy cuenta que llevo varias líneas atrapado en el capítulo III y no he escrito nada sobre el libro todavía. Embobado contemplando la portada. Pensando en mi padre una y otra vez. Volvemos a Alma. Alma tiene apellido de modelo. Pero es dibujante. Es un amor no correspondido. Los únicos que arden de verdad. Los que aumentan la locura. Los que inspiran las canciones y estropean las novelas. Tiene la sonrisa de Elis Regina y Venecia nos inunda con su belleza. En este mismo Motel Margot tuvimos una estancia breve en Venencia con Agustín Fernández-Mallo. Échenle una lectura.

«¿Cambiaste a Loriga por Fernández-Mallo, Octavio? Buena pregunta. No. Cambié a Loriga por Félix Romeo y nunca tuve el cromo de Fernández-Mallo entre mis favoritos. Ya os he hablado de Fresán. Volviendo a Venecia y a los personajes de Loriga: viajan y el mundo es su bazar sentimental».

Un lugar donde juegan al rol. Guardo la sonrisa de Elis Regina para la mixtape sobre la obra de Ray Loriga. Va a ser una mixtape larga. Tengo que revisar todos los libros. Larga, ecléctica y desafiante. Volveré a quedarme atrapado en los noventa. Salvado por Bach y Sigur Ros. Mujer de California en Berlín. Matadero sin número. Tres martinis secos. Porque la espera ayuda. Ya lo he comentado antes. Todos somos más simpáticos con la gente si la gente nos hace esperar en un bar y vamos trasegando fermentados y destilados. Pero tienen que llegar antes de que comience el ridículo. Es un periodo de tiempo variable, depende de la persona, la especialidad del lugar, el momento vital. Podríamos hacer una estadística, pero es mejor pedir otra o marcharnos enfadados. Mira a Vinicius di Moraes, el obeso diplomático con la camisa blanca abierta, la botella de JB sobre la mesa, escribiendo poemas que se convertían en canciones mientras salían de su boca. Mi héroe.

 

(Siguiente capítulo): al sufrir un abandono reciente tienes la imperiosa necesidad de mantener la presencia del ser amado, del ser que ha dejado de amarte, del “abandonador”, ¿qué tipo de triángulo amoroso se sostiene si es un triángulo escaleno? No más que un aguantavelas, un pagafantas que disimula. En el libro las bajas pasiones desordenan las páginas. Luiz nos iba a dejar a todos por el camino no porque nos consideraba lastre que arrojar por la borda, sino porque el camino simplemente se termina.

Volvemos a la sabrosa e insípida Portugal, el lugar donde la ginebra sabe a invierno y siempre tiene un mejor porcentaje de futbolistas y músicos geniales que España. Recorrer la península para ir a Portugal. Iniciación perfecta. Mejor que las películas de Godard. Desde Zaragoza en autobús. Lloviendo. En Nueva York Luiz y Socci. Es el final de los 90, donde un amigo bombero con placa no sabe que el Apocalipis está llegando. Una pinta, casi medio litro de cerveza.

«De chaval guardaba los artículos de Ray Loriga como oro en paño. Había uno, recortado de un suplemento dominical, que hablaba de sus aventuras en el metro de Londres. Seis paradas, seis pintas. Doce paradas, doce pintas. Dividan entre dos las paradas y tendrán el número de litros ingerido. ¿Qué habrá sido de aquel artículo? ¿Qué habrá sido de esas páginas leídas una y otra vez? ¿Cuántas veces leíste Héroes, Octavio? ¿Y cuántas veces leíste Caídos del cielo? Una vez, en una feria del libro de Zaragoza pasaste un día entero esperando a que firmara en la caseta central. Loriga no vino. Nadie dijo nada. Anunciaron a Benjamín Prado. Entonces Benjamín Prado se parecía mucho a John Cale. Me firmó Raro. Fue muy amable».

Pero Loriga no vino. Más tarde os contaré el día (la noche más bien) que conocí a Loriga. Como Loriga nos cuenta la noche en la que su personaje conoció a Luiz. Alguien -que no es Nacho Vegas-, lleva una camiseta con la cara de Dennis Johnson. Prefiero a Brett Easton Ellis. Mejor la cocaína que el popper. Va por gustos. Hay personajes que parecen restos de serie, recortes, descartes, de “El hombre que inventó Manhattan”. Estaba en un pueblo cerca de Soria, no más de cuatro euros. Volví a Ray. Ray volvió a mí. Soria y Manhattan.

Luiz está vivo. Luiz le pide que si le permite resguardarse un momento junto a él de la tormenta. Luiz quiere estar junto al protagonista dentro del Blood on the tracks de Dylan. Pero eso lo sé yo y lo sabe Loriga. Si la ves dile que la quiero. Shelter from the storm. Andrés Calamaro es un boxeador perdido por Nueva York buscando a Charly García para saltarle los dientes con un bate. Eso era el final de los noventa, que olvidamos rápido. Sugar Ray. Otra vez. Me gustaba Michael Ray Richardson, un escolta que tuvo que salir por problemas de drogas de la NBA en los 70 y acabó siendo un ídolo en la Knorr de Bolonia (aún le dio tiempo para jugar en el Split un año). Dato para la historia. Sugar Ray, por ahí tengo sus datos sacados de un almanaque de boxeo. Busco un vídeo de Elis Regina. Su sonrisa y la mía no se parecen en nada. Eso es bueno.

Leo a David Roas mientras leo a Ray Loriga. En este mismo Motel hay habitaciones para los dos. En Lisboa Luiz y personaje hablan de uno de sus cuentos favoritos, “La lotería” de Shirley Jackson. Una especie de pagano ceremonial para alimentar la sed de sangre inacabable de la tierra según David, que hace un remake en su libro Niños. Niños del Maíz y una versión creepy de una escena de la Vida de Brian. Antes de irnos a la cama ponemos a Carmen Miranda y elegimos que ansiolítico recetado por el doctor John Carpenter nos tomamos. Y Lisboa al despertar sigue siendo Lisboa. Da la sensación de una ciudad inmutable. Lisboa de ceniza y vino negro. Loriga solo les de beber cerveza y algún destilado a sus personajes. Yo bebía vino tinto fortísimo en Lisboa. Te dejaba los dientes negros. Sus protagonistas, atracados por el viento seco del Tejo se abandonan a la cerveza una y otra vez. De pronto ya no es Suiza, ni Madrid (por supuesto), es Lisboa, la de Vila-Matas (en Montevideo) y, sobre todo, la invernal de Muñoz-Molina. Lisboa para españoles. Con sus subidas y bajadas, con su reconstrucción racionalistas de ángulos rectos. Luiz, como todos los buenos lisboetas es el recuerdo de un incendio. Luiz es una supernova o un agujero negro. Según como lo quieras ver, claro: “Como quien se aleja de sus problemas al escucha el tren en el que viaja y, sin pensar en el origen o en el destino, encuentra paz en el mero traqueteo”.

 

Como Simao se puede apurar un Jameson. Un poco de whisky afianza la conversación. Ira y amor. “No creo que después de todo puedas perder a una mujer por unas acelgas”. Bernice es cualquiera de los personajes que interpreta Jessica Lange en American Horror Story: dura y alcohólica. Su voz de aguardiente y su edad mutable, volátil, revisable a la baja, escupe verdades deshuesadas y crudas, dice que el Max Kansas City se construyó a su alrededor.

«Como en tus primeros sueños, Ray. Señor Loriga nos quedamos atrapados en aquellos primeros sueños y estamos con John Lennon y Lou Reed y han pasado treinta años y quieren que nos marchemos de una vez. Pero no sabemos qué es y qué no es una salida. Es difícil distinguirlo en un cuento. Lo dice Brett Easton Ellis, lo decía Félix Romeo, lo copió -una vez más-, Nacho Vegas. Bernice es un sueño, es el sueño de Bernice donde todos los demás sueños se maceran en vodka. Bernice recuerda la privacidad de la vida. La privacidad de la vida debería coincidir con la privacidad de los sueños, pero no acaban de encajar, como piezas de fabricantes distintos. Dualidad entre preocupación e intromisión. Nadie debería cantar una letra distinta sobre la canción de otro. Por lo menos si no está invitado. ¿Está usted invitado?»

Alma y el whiskey. Soluciones sencillas. Soluciones rápidas. Estar al aire libre. Un pitillo. No duran mucho. Cuando te dejan estás mucho peor. Pero eso lo has sabido siempre y sigues cayendo una y otra vez. Un acto octavo que suena a final pero no es más que otro principio. Novela de vaivenes y principios. Leída del tirón no sabes qué línea de tiempo es la más coherente. Ya nadie le pide eso a las novelas. Sería de muy mala educación. En este verano que se multiplica nadie sabe muy bien quién termina con quién. Suiza, una cabaña. Comida de lujo. Alcoholes delicados. Los más peligrosos. Libros para morir. Libros para intentar seguir viviendo. Leer a mujeres. Ellas saben de la vida. Aquella partida de ajedrez que siempre convoca a la muerte. Como un mirón. La muerte pasa de observar a jugar. Siempre haciendo tiempo. De Bergman a Woody Allen.


Uno se baña, lee tebeos, ve culebrones brasileños, ¿Cuándo llegará la contraseña? La que diga que todo ha terminado. Envejecemos. La luz se marchará y, con sus padres muertos, no dejarán nada detrás ¿Es Loriga un conservador? Va entendiendo que dejarse morir sin dejar hijos atrás no es nada, no hay responsabilidad. ¿Es la familia más importante que el amor?¿Es lo mismo? Rozar para descubrir la verdad: “Si algo me entusiasma de la muerte es que sea el final definitivo de todas estas patrañas. No es el siguiente capítulo de nada”.

Una reflexión final. Un momento final. Respirar y seguir. Más allá del amor y sus distintas formas de expresión: ¿qué lleva al personaje hacia la muerte? El equilibro del mundo no tiene sentido. Miles de personas que buscan la supervivencia, miles que huyen de la enfermedad, que evitan los venenos placenteros día a día. Y él busca la muerte. Con su aire de príncipe del primer mundo. Demasiado aire fresco, ¿por eso acaba con la hiperoxia? Es una falsa muerte, como aquella novela sobre Ray Loriga que era mejor que las últimas novelas de Ray Loriga. Un aire demasiado estupendo, así que la muerte eufórica es algo que solo aquellos que han recibido el regalo social, la aristocracia del primer mundo, se pueden permitir. ¿Un curso de buceo? Hágase ¿Sobrevivir con una editorial? Hágase. ¿Una llamada a tu empleada en Lisboa? Hágase. Casi prefería a Loriga cuando escribía sobre ciencia-ficción directamente (Aquel Tokyo, sí, pesado, aquel Rendición que era Ballard, que era blanco como la Fuga de Logan) Una persona que se deja morir triunfante es que no ha entendido la vida. Y aunque lo niegue seguro que piensa que al otro lado seguirá siendo el amo.

Loriga me ha salvado la vida varias veces. Me la salvó con Héroes. Me la salvó con Tokyo. Me la salvó, claro, con el Hombre que inventó Manhattan. Me la salvó mi mujer regalándome ZA ZA, EMPERADOR DE IBIZA. Por eso Ray, mi amigo, mi hermoso mito, siempre te leo, siempre te leeré y escribiré sobre ti. La noche de 1997 en un garito de Zaragoza llamado King-Kong. Siempre más cerca de un amigo que de una estrella del rock. Creo que voy a dedicarte una planta entera en este Motel Margot. Empiezo enseguida las obras.

Dejemos que suene la canción hasta el final, Ray. Gracias por esta ronda. Espero la siguiente.

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