José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de octubre, 2006

De ciudades y joyas

Ahí, justo en el medio de la mañana, en el imán del centro de la ciudad, o muy cerca, la esforzada mujer que leía la lección turística susurraba al micrófono historias de palacios, basílicas, ermitas y caserones industriales de principios del siglo XIX, todos transformados en otro casa, en otra cosa, porque el tiempo las ha colocado en su sitio. La herencia de la ciudad, decía: cercas, ensanches y firmas de ilustres arquitectos para disfrute de viajeros de carné dorado, padres esforzados e hijas de cumpleaños. Un regalo. Desde la atalaya despejada del autobús, en el paréntesis desconcertado de un otoño cada vez más improbable, se descubría con claridad al otro lado del paseo la exposición de los Nobel de la arquitectura. Diamantes para Madrid, Granada, La Rioja, Barcelona, Gijón,Valencia. Ingenios deportivos, museos, hospitales, torres, hoteles, bodegas, paradores, aeropuertos. La que será herencia de la ciudad, de las ciudades. En el autobús, la mujer se quedó sin discurso. Celebrábamos el triunfo de la arquitectura y allí estábamos, enjaulados en un atasco de bocinas, zanjas y sirenas. El estruendo liquidó la lección, acabó con el viaje, amargó definitivamente el regalo. Fuera de la exposición, a pie del autobús, a pie de obra, estaba el mundo real.


•••

Lejos de las joyas, otras preguntas, acaso pertinentes.¿Hacen los diamantes las ciudades? ¿O, más bien, la vida nace entre los huecos que dejan las grandes atracciones, las firmas singulares? Alucinados por las costas que desaparecen entre torres y chalets, espantados por los negocios turbios del tráfico de parcelas, hay otros miedos que pueden desaparecer, definitivamenmte derrotados: el pasiaje urbano, lo que vemos, donde estamos, condenado a la uniformidad, a la acumulación, a la rutina de los planes y los planos fotocopiados. Dos años durarán las preguntas para tratar de averiguar si las ciudades tienen derechos humanos, si deben tenerlos, si esa no debería ser la única y fundamental expresión cultural del urbanismo. La joya verdadera. Desde Bogotá a Valladolid, Dakar, Chicago, Buenos Aires. Todas las ciudades. Vídeos, documentación, debates itinerantes, foros virtuales. La ciudad en ciernes.

•••

Cosas que pasan en los rincones. Le despertó un rumor que se afilaba en segundos. Pero todavía no quiso abrir los ojos. Con una sonrisa conquistada apreció el poderío que alcazaba con urgencia la bulla, el escándalo, el estruendo, la tormenta que fuera se había desatado. Entonces, abrió los ojos, se desperezó y convirtió la sonrisa en un bostezo de placer. Se lanzó a la ventana. Cuando la abrió un huracán de acelerones, bocinas, golpes, gritos y descargas le trepanó los oídos. Por un momento se aturdió. Sólo un segundo, exactamente el anterior a que se asomara desde el balcón al atasco. En un rincón descubrió un martillo neumático haciendo síncopa; más allá un camión de la basura con el turno retrasado; a sus pies, una hormigonera que rellenaba la zanja que martirizaba la calle; y, apiñonados por todos los huecos, decenas de coches, furgonetas, motos, en plena sinfonía. Respiró hondo. Sonrió a algunos de los peatones pero no le contestaron. No le preocupó- Se lleno los pulmones, despabiló del todo sus orejas. A eso había venido el fin de semana desde el campo. A recargar las pilas al retiro urbano.

•••

Otros pueden ir a Paris. Un paseo por las calles del lujo, pero también de los barrios explosivos, de la arquitectura excepcional y de la que machaca. Un trabajo excepcioanal de la Escuela de Arquitectura de Madrid para acercase a Paris y reflexionar sobre lo que de verdad son las ciudades, descubiertas desde el cine, los libros, las imágenes: una navegación por los espacios y el tiempo de la ciudad de la luz y de los coches quemados.

Gracias

•••

Es domingo. Al menos, por la mañana. Toda la mañana.









Si me llevas

Cosas que pasan en los rincones. En realidad debría ser: si te traigo es para que me lleves; o si llegas es para que me lleves; o si estás es para me lleves.

Y para que aprendas a esperar. Vamos.

Seis pasos más adelante llegaron a un rincón y se sentaron en un banco en el que se veía el mundo.«

Cuentos de almas

Cabeza de Perro es una película sobre el alma. O sobre el cerebro. O sobre la electricidad. Sobre como el amor puede conectar todo eso que a veces se escacharra. Y es, sobre todo, un cuento. Santiago Amodeo, tiene 37 años, y escribió la película después de obsesionarse con Vladimir Propp, que fue un señor ruso sabio y paciente que a principios del siglo XX se dejó los ojos en leer una y mil veces cientos de cuentos populares hasta que encontró el gen de la fantasía, el núcleo, y el orden y la forma en las que está hechas todas las historias. Amodeo cruzó esa geometría fantástica con el despertar de un adolescente al que a veces se le descarga la cabeza y al que su familia protege como a una delicada pieza de cristal. Un azar le desamarra de los mimos y le ata a la libertad, le lleva al Madrid de las obras, los luminosos, las horas muertas y los encuentros inesperados Y ahí sus desconexiones -de repente, en un chispazo, ni ve, ni oye, ni habla, ni recuerda- sin el algodón de su familia, le dejan definitivamente, a la intemperie.

Cabeza de Perro es un viaje de iniciación y hay una bruja, y un falso héroe, y un agresor y un consejero, y fechorías, pruebas, engaños y regalos, todo lo que tiene que tener un cuento, hasta la voz de un narrador que, a veces, molesta como un espejo retrovisor. Y, claro hay una princesa, tan desconectada, tan fuera de sitio como el chico. De eso se trata, al cabo, de si el chico y la chica se juntan. Y para eso Amodeo hace un cine y enseña un Madrid con otros planos y otras ópticas de las vistas, y coloca una música que no se oye a menudo en otras pantallas y busca sonidos con su propia marca. Además, Juan José Ballesta se sale del corsé barriobajero al que se veía condenado y tiene la inmensa suerte de encontrar a Adiana Ugarte, que le deslumbra, como a cualquiera. Con ellos dos Amodeo nos da una historia sobre padres e hijos, únicos y diferentes y sobre qué es y cómo se es normal, y si se puede.

Amodeo deslumbró a muchos, a mí, por ejemplo, con Bancos un potente cortometraje que firmó con Alberto Rodrìguez, el hombre de El traje y de Siete Vìrgenes, con el que también había hecho El Factor Pilgrim, una desinhibida artesanía pop. Luego llegó Astronautas, donde como aquí, se atrevía a contar una historia realista con elementos y estéticas de ahora mismo. Hay efectos visuales, y cámaras distorsionadas, y sonido editados sobre y, sobre todo, una apuesta diferente, personal y nada impostada por hacer otro cine que nos guste. Amodeo es de Sevilla del mismo barrio que Jonze, Michel Gondry o Paul Thomas Anderson, por ejemplo. A mi me ha gustado. Si tuviera 20 años, todavía más.

•••

Como en los buenos, en los mejores cuentos, el final de Nueve Vidas, la última historia, el último plano, obliga a volver a mirar la película de otra forma. Nueve historias de mujeres, en tiempo real, pero con misterio. Al fin y al cabo, y así se dice, nada hay más real que un espejismo. A Rodrigo García, hijo de su padre, le han enseñado muy bien la necesidad de ese chasquido final.

•••

Claro, la genética es un grado.

•••

Cosas que pasan en los rincones. Hay cuentos que terminan mal. En una rincón de esta exposición en Barcelona, de Malick Sadibé, las promesas que no se han cumplido en Africa. Algunas ya nunca podrán cumplirse.







Grande, grande. Pequeño, pequeño

El Gran G., el amigo, se ha cansado de los grandes grandes macro festivales de verano. Y de invierno. Durante años peregrinó de primera línea en primera línea de escenario. Soportó atascos, tormentas, piedras debajo de la tienda, baños atestados, autobuses machacados, barro, sangre, sudor, retrasos y entradas de varias rayas. Pagó para ver a los mejores, a los más nuevos, a los diferentes. Ya no más.

Es esos años se dió gusto al oído, es verdad, con lo que mejor que pudo descubrir. Cuando entonces llegaban los grandes grupos había noventa, cien minutos para recordar. Ahora, sólo cuarenta, si son tantos, a toda velocidad, sin posiblidad para la degustación. Los grandes grandes macro festivales se han convertido en acontecimientos y sólo es el gran acontecimiento el que funciona. Y ya ni siquiera son Glastonbury, o Woostoock, o Monterrey, o Canet, que le contaron los de más memoria. Este último verano, por ejemplo, hay que acordarse, hubo listas largas, repetidas como deudas. El Gran G, que pisó todas las pistas de barro se ha cansado de los acontecimientos y de que la música que a él tanto le ha hecho moverse se haya convertido sólo en la cara B. Ya no le gusta ese formato. El gran formato.

El Gran G. necesita una cura. Música en la intimidad. Que le quieran. Necesita el Festival Minúsculo. Ironía y delicadeza improvisada en cinco, diez, no más de quince minutos, en la distancia corta, para recuperar la respiración y el gesto. O eso dicen. Música al oído. Un artista improvisando con todo, saxofones ordenadores o guitarras, y cualquier cosa, carpetas, mecheros cinturones con hebilla, y seis oyentes. Puede escoger. Pablo Rega, Ricardo Massari Expiritini. Ingar Zack. Wade Matthews, grandes improvisadores para nano-audiencias. Todo a lo pequeño, menos las colas. Si no entra, le dejo una pista.


•••

Las salas de cine pierden espectadores, vale. Pero el cine no. Y menos el cine a lo grande: hay que buscar en los sitios adecuados, y servirse uno mismo.

•••

En Elástico también les interesa lo grande y lo pequeño. Micro personajes sobreviviendo en la ciudad. Macro realidades de Ron Muek para mirarnos de cerca.

•••

Cosas que pasan en los rincones.Durante meses Rubén Roque Darío picoteó trabajos y esquivó como pudo la ausencia de papeles. Luego le cayó una mala racha y estuvo husmeando las calles sin ser visto y contando las heridas del techo de una habitación prestada. Pagó y cuando se acabó lo que le dieron improvisó una comida con los restos que quedaban, despedida, última deuda. Le pidieron más así que improvisó más y llegaron entonces aproximaciones y variaciones del ajiaco y el congrí, los tostones, la yuca salcochada, y luego el vigorón y la sopa de mondongo con lo que había y la chica de maíz, y más tarde la pepitoria de chivo y la bandeja paisa y el pan de bono, más o menos. Grandes veladas. Meses viviendo a cambio de la mesa puesta, inventando para seis.

Luego, por fin, llegaron los papeles. Y un contrato: pequeños rituales repetidos cada día en un rincón.

Ya no pudo inventar nada.

Gracias







Rara la poesía para defenderse

Pasemos páginas y páginas y más lejos, hasta llegar por ejemplo a la poesía, porque si es como ha de ser, debe ser hija de «la indignación, la melancolía, la incertidumbre y los temas prohibidos de la experiencia«. Y eso sana y es fórmula de premio. José Manuel Caballero Bonald, lo sabe.

•••

Rara la poesía, tanto que se puede buscar fuera de sitio. El último disco de Jorge Drexler es una pócima con parecidos ingredientes: está repleto de incertidumbre, de melancolía y de sinceros secretos; y de música excelente. A Drexler no le dan miedo las palabras. Ni la tecnología: es capaz de transformarla en delicadeza para que apoye sus confesiones de amores rotos y de amores nuevos, de miedos, de desplazamientos, de verdaderas infracciones y de dudas. Pero además le sirve para mantener su mirada sobre el mundo. La versión que hace de la Disneylandia de Arnaldo Antunes , uno de los vértices tribalísticos con Carlinhos Brown y Marisa Monte, pero mucho más, es un ejemplo perfecto de esa forma de ver, que se mueve entre el detalle y el ajedrez caótico de todos los días.

Hijo de emigrantes rusos casado en Argentina con una pintora judía, se casa por segunda vez con una princesa argentina en Méjico.
Música hindú contranbandeada por gitanos polacos se vuelve un éxito en el interior de Bolivia.
Cebras africanas y canguros australianos en el zoológico de Londres.
Momias egipcias y artefactos incas en el Museo de Nueva York.
Linternas japonesas y chicle americanos en los bazares coreanos de San Pablo.
Imágenes de un volcán en Filipinas salen en la red de televisión de Mozambique.
Armenios naturalizados en Chile buscan a sus familiares en Etiopía.
Casas prefabricadas canadienses hechas con madera colombiana.
Multinacionales japonesas instalan empresas de Hong Konk y producen con materia prima brasilera para compartir en el mercado americano.
Literatura griega adaptada para niños chinos de la Comunidad Europea.
Relojes suizos falsificados en Paraguay vendidos por camellos en barrio mejicano de Los Ángeles.
Turista francesa fotografiada semidesnuda con su novio árabe en barrio de Chueca.
Pilas americanas alimentan electrodomésticos ingleses en Nueva Guinea.
Gasolina árabe alimenta automóviles americanos en África del Sur.
Pizza italiana italiana alimenta italianos en Italia.
Niños iraquíes huidos de la guerra no obtienen visa en el consulado americano de Egipto para entrar en Disneylandia.

Es un foto movida del mundo, las mejores, si se miran a la velocidad adecuada.

•••

La adaptación la firman Drexler y Juan Campodónico, es decir uno de los músicos latinos más deslumbrantes de los últimos años, que está en la base de todo el disco. Productor y clave, junto con Gustavo Santaolalla, de Bajo Fondo Tango Club, hay que seguirle la pista para encontrar a otros músicos sorprendentes. Se llaman el Cuarteto de Nos, llevan veinte años haciendo música y ahora se van a poder oir con regularidad en España. La producción de Campodónico realza canciones intensas, absurdas, retorcidas, más que irónicas casi cínicas y nada banales. Desopilantes, en su definición. Otra forma de poesía rara para defenderse. Los cuatro del cuarteto son capaces de mezclar en sus letras al capitán Spok, Johnny Walker, Channel, George Bush, Los Clash, Britney, El Che, Breton, Molière y los barrios de Montevideo. Porque son uruguayos, como Drexler, y juegan con el castellano como los niños con los puzzles. Todas las formas, todas las rimas. Me los han enseñado esta semana: son generosos y ofrecen su música sólo con encontrarla.

•••

Cosas que pasan en los rincones. Un grupo de rumanos destrozó nuestra casa. La dejaron para los escombros. Un vacío. Nos asustamos. Luego, durante meses, la rehicieron. Y empezó a ser nuestra casa. Todavía no lo es de la manera en que el tiempo y el espacio son medidos por los bancos. Cuando se fueron, colocaron el piano en un rincón. Antes de despedirse por última vez, Dorel, el que los mandaba, balbuceó un permiso para sentarse a las teclas. Sus manos, con dedos como mangos de maceta, temblaron antes de que su dueño se atreviera a posarlas en el marfil. Respiró y dijo: Bach.

Fue la última obra que nos ejecutó.






















El robo más falso jamas contado

La película que más veces he visto estas semanas es un clip de publicidad. La que he visto ayer, también. La primera me ha asaltado en todas las pantallas de cine que he visitado: Gary Oldman ofrece la receta para el éxito. La segunda es un éxito del marketing desde las pequeñas pantallas de la red. La una vende individualidad y teléfonos; la segunda solidaridad y comunicación.


•••

Dice Gary en la primera que para tocar el cielo se necesita una estética rompedora, localizaciones epectaculares, iluminación expresiva, diálogos impactantes, amor, conflicto, misterio, efectos especiales, mensaje entre líneas, algo con lo que filmarlo… y un protagonista. Oldman vende una cámara y mucho más: la posiblidad de convertirte en protagonista, de ser protagonista. Otra vez. A este paso va a tener razon Banski, el artista conceptual, reivindicando el anonimato como la mayor de las victorias y dando la vuelta a los quince minutos de gloria de Andy Wharhol.

Los autores del robo más falso jamás contado, asalariados de una agencia de publicidad, se reivindican discípulos de Bansky, el representante por excelencia del activismo artistico que, precisamente, juega a romper la lógica del consumo y de sus mecanismos: los impuestos publicitarios tradicionales son muy altos y se trata de buscar la eficiencia por otros medios. El misterioso Bansky trabaja desde el anonimato y es capaz de poner en cuestión el mismo concepto de obra y de museo (ha colgado sus propios cuadros en los huecos de las obras maestras del MOMA de Nueva York), de activismo político (ha burlado la vigilancia del ejército israelí para asaltar su muro), o ha hecho añicos no hace mucho la imagen de producto musical de la patéticamente famosa Paris Hilton, colocando un disco con sus versiones dentro de las cajas del lanzamiento del de la rica heredera.


•••

Así que toda esa la acción publicitaria para poner los objetivos del milenio en la actualidad huele a Banski, pero también a las capacidades de los nuevos medios para inventar la realidad. Al menos, la informativa. Reducir la cuestión a un asunto de seguridad y expedientes es convertir un fenómeno en un delito.

Que durante mucho tiempo se dudara de si lo que aparecía en el vídeo era el verdadero Congreso de los Diputados y el verdadero sillón del presidente, esa frontera entre la virtualidad y la realidad da para mucho, nos sirve para preguntarnos por la existencia del propio Congreso y del propio Presidente y de su sillón en asuntos como el de los Objetivos del Milenio.

El que se haya imaginado, financiado y puesto en marcha saca a luz las tantas y tan diferentes maneras de hacer política que nada tienen que ver con las instituciones y que permanecen subterráneas. El que haya saltado desde la red a los medios tradicionales con esos mecanismos escandalosos pone en cuestión, precisamente, la opacidad de los medios tradicionales a según que temas y la necesidad de utilizar formatos de esas características para romper bloqueos.

La duda es que la campaña sea tan poderosa, tan contaminadora, que se hable de marketing y no de pobreza.


•••

Un par de citas, para volver al principio.

Michael Kruger, editor, agnóstico, lúdico y descubridor de libros.

«Cada uno de nosotros se siente ninguneado por la fama: ese arbitrario mecanismo que impone el conocimiento de los personajes que interesan al poder y decreta el anonimato del resto. Eso es lo que proclama la tele, que divide la humanidad en los que salen en ella y los que los vemos.(…)Somos insignificantes hormiguitas afanadas en contribuir a la globalización de estructuras gigantescas que apenas entendemos. ¿Qué somos nosotros, qué somos los seres que amamos? ¿Porque no se merecen que sepamos tanto de ellos como sabemos del cantante o el futbolista o el politicastro. Las hormiguitas anónimas tenemos miedo»

Con una vuelta de tuerca del más retorcido de todos:

La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados.

Chuck Palahniuk. El Club de la lucha

Vía Pixel y Disel