José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

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El robo más falso jamas contado

La película que más veces he visto estas semanas es un clip de publicidad. La que he visto ayer, también. La primera me ha asaltado en todas las pantallas de cine que he visitado: Gary Oldman ofrece la receta para el éxito. La segunda es un éxito del marketing desde las pequeñas pantallas de la red. La una vende individualidad y teléfonos; la segunda solidaridad y comunicación.


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Dice Gary en la primera que para tocar el cielo se necesita una estética rompedora, localizaciones epectaculares, iluminación expresiva, diálogos impactantes, amor, conflicto, misterio, efectos especiales, mensaje entre líneas, algo con lo que filmarlo… y un protagonista. Oldman vende una cámara y mucho más: la posiblidad de convertirte en protagonista, de ser protagonista. Otra vez. A este paso va a tener razon Banski, el artista conceptual, reivindicando el anonimato como la mayor de las victorias y dando la vuelta a los quince minutos de gloria de Andy Wharhol.

Los autores del robo más falso jamás contado, asalariados de una agencia de publicidad, se reivindican discípulos de Bansky, el representante por excelencia del activismo artistico que, precisamente, juega a romper la lógica del consumo y de sus mecanismos: los impuestos publicitarios tradicionales son muy altos y se trata de buscar la eficiencia por otros medios. El misterioso Bansky trabaja desde el anonimato y es capaz de poner en cuestión el mismo concepto de obra y de museo (ha colgado sus propios cuadros en los huecos de las obras maestras del MOMA de Nueva York), de activismo político (ha burlado la vigilancia del ejército israelí para asaltar su muro), o ha hecho añicos no hace mucho la imagen de producto musical de la patéticamente famosa Paris Hilton, colocando un disco con sus versiones dentro de las cajas del lanzamiento del de la rica heredera.


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Así que toda esa la acción publicitaria para poner los objetivos del milenio en la actualidad huele a Banski, pero también a las capacidades de los nuevos medios para inventar la realidad. Al menos, la informativa. Reducir la cuestión a un asunto de seguridad y expedientes es convertir un fenómeno en un delito.

Que durante mucho tiempo se dudara de si lo que aparecía en el vídeo era el verdadero Congreso de los Diputados y el verdadero sillón del presidente, esa frontera entre la virtualidad y la realidad da para mucho, nos sirve para preguntarnos por la existencia del propio Congreso y del propio Presidente y de su sillón en asuntos como el de los Objetivos del Milenio.

El que se haya imaginado, financiado y puesto en marcha saca a luz las tantas y tan diferentes maneras de hacer política que nada tienen que ver con las instituciones y que permanecen subterráneas. El que haya saltado desde la red a los medios tradicionales con esos mecanismos escandalosos pone en cuestión, precisamente, la opacidad de los medios tradicionales a según que temas y la necesidad de utilizar formatos de esas características para romper bloqueos.

La duda es que la campaña sea tan poderosa, tan contaminadora, que se hable de marketing y no de pobreza.


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Un par de citas, para volver al principio.

Michael Kruger, editor, agnóstico, lúdico y descubridor de libros.

«Cada uno de nosotros se siente ninguneado por la fama: ese arbitrario mecanismo que impone el conocimiento de los personajes que interesan al poder y decreta el anonimato del resto. Eso es lo que proclama la tele, que divide la humanidad en los que salen en ella y los que los vemos.(…)Somos insignificantes hormiguitas afanadas en contribuir a la globalización de estructuras gigantescas que apenas entendemos. ¿Qué somos nosotros, qué somos los seres que amamos? ¿Porque no se merecen que sepamos tanto de ellos como sabemos del cantante o el futbolista o el politicastro. Las hormiguitas anónimas tenemos miedo»

Con una vuelta de tuerca del más retorcido de todos:

La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados.

Chuck Palahniuk. El Club de la lucha

Vía Pixel y Disel