José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de octubre, 2006

Uno que no sale en las fotos

Cosas que pasan en los rincones. Busca malawi, le digo al buscador, y sólo aparece Madonna. Tal vez es una campaña viral. Pero en un rincón del listado de noticias escondido entre todos los nombres de la fama de Madonna, otra mujer, Susana Vara enseña 25 veces imágenes de niños. Niños de Malawi, de todo Africa, condenados por el sida y el hambre. En Malawi, uno de cada cuatro niños ingresado en los centros de nutrición de Acción Contra el Hambre es seropositivo o tiene sida. Las víctimas del hambre son también víctimas del Sida. Susana Vara es fotógrafa y se trajo de Africa a 25 niños, los expone en Madrid, para que se vean. Madonna sólo a uno, afortunado, escondido, elegido, uno que todavía no sale en las fotos.

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Hay un tipo en Berlín, Holger Bleck, que vende diarios recitando en verso las noticias. Improvisador, pero con método, se toma un café frente a las páginas y luego recorre los restaurantes de Berlín con un fajo de periódicos. Con los mismos titulares que otros repartidores vende muchos más periódicos. Le compran los versos y les vende las noticias: ese es su oficio, versos y noticias, actualidad y rimas, en la calle. No quiere ir a los programas de televisión, ni a los congresos. Por eso no está en Kosmópolis, que empieza hoy.

Situados en un vórtice donde la palabra impresa, la palabra oral y la palabra electrónica reflejan los seísmos de un mundo globalizado, emerge un panorama de géneros, categorías, formatos y soportes en mutación. No es posible prescribir el sentido de este torbellino: lo estamos viviendo. Y sin embargo, en este trance, la democratización del acceso a las múltiples formas de creatividad personal y colectiva sigue su curso.
Kosmopolis 06 condensa y amplifica este proceso, situando la literatura en el centro de la escena, en interacción con las artes y las ciencias. Cinco días para celebrar un discurso que no intenta modelar el mundo con fundamentos absolutos, fronteras insostenibles o prejuicios absurdos, y toda la vida para hacer que este espíritu perdure y darle espacio.

Lo que cuesta ser contemporáneo. Bleck lo hubiera vendido en verso.

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Tres pistas del K, porque no hay tiempo para todo, pero si para echar un vistazo a lo que se puede hacer con la palabra.

1.The tell tale heart. Raúl García, España, Estados Unidos y Luxemburgo, 2005, 9’45»Un corto de miedo.El corazón delator, uno de los relatos más conocidos de Edgar Allan Poe, un perfil de un asesino que no puede dejar de oír los latidos del corazón de su víctima. La voz del narrador es una grabación del terrible Bela Lugosi que se creía perdida y los dibujos se inspiran en los del grandísimo dibujante argentino Alberto Breccia.

2.Vidéo-Haiku. Albig, Francia, 2002. Una decena de impactos. El haiku es una de las formas de poesía tradicional japonesa más difundidas, que se caracteriza por su brevedad. Estos poemas buscan describir los fenómenos naturales, el cambio de las estaciones y la vida cotidiana de la gente. Albig crea poemas visuales y sonoros con la cámara, a la manera del haiku.

3. Guerra de versos. La slam poetry es una forma de expresión poética, una competición, que el público juzga en persona. El contenido marcadamente social de sus poesías y el hecho de que los textos se creen para ser recitados distinguen la slam poetry de la poesía tradicional. La «democratización del verso», de la boca de Saul Williams Bano, Dejota Soyez, El Chojin y Metro. Actualidad y versos.






Elegido por la locura

Un tipo graba el sonido de toda su vida, sus inventos, las discusiones con su madre, las conversaciones telefónicas, sus declaraciones de amor, sus sueños, sus pesadillas, las clases en el instituto, en la universidad. Cientos de cintas de casetes. Cientos. El mismo tipo descubre las películas caseras, el vídeo, y graba decenas. Y además dibuja, miles de páginas, de él, de sus hermanos, de su único amor profundo e imposible. Y hace canciones, cientos de canciones de amor no correspondido, transparentes, inquietantes, sin sobreentendidos. Las graba, por supuesto. Como puede. Y viaja, y por supuesto graba sus viajes. Y retransmite conciertos por teléfono desde el pabellón psiquiátrico en el que está recluido. Y la policía le detiene, y también hay documento sonoro. Y va y vuelve de casa de sus padres y de sus hermanos, y a la iglesia, por supuesto, siempre a la iglesia, y se lanza a Nueva York, y se pierde, y de todo queda registro, grabación, vídeo, dibujo, anotación, recorte. Y mientras, su fama se extiende: su extraña, empeñada y obsesiva fama, contaminada de delirios antisatánicos, infiernos bipolares, megalomanía y parálisis, química distorsionada del cerebro y conciertos como sermones. Y Nirvana, Pearl Jam, Wilco, Sonic Youth, Bowie, Tom Waits, le acogen, le graban, le respetan, le reivindican. Un culto. Y llega Matt Groening, el señor de los Simpson, y deja caer que la historia, desventuras, arte y miserias de Daniel Johnston, merecen una película. Un documental.

Con todo ese material, un torrencial y tormentoso autorretrato, un monólogo interior en todos los formatos, Jeff Feurseizg lo ha hecho. Con El diablo y Daniel Johnston ganó premios en el festival de Sundance de 2005. La película es, al cabo, mucho más que la mera ennumeraciòn de percepciones equivocadas y emociones aún más equivocadas, de un raro, de un maldito. Diez años de rastreo y testimonios cargados de ternura, dolor y admiración, para mirar de cerca al genio y al otro, saber de sus elecciones, de sus devociones, de todo lo que rechina. Un barrido por la demencia y la creación de un cerebro sin filtros, sin frenos, inocente y machacado, la construcción de un personaje que ejerce de tal desde el momento mismo de su conciencia.

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Tengo un amigo que padece trastorno bipolar. Un año quiso pintar todos los autobuses de color verde y que los taxistas repartieran flores. Escribía decenas de cuadernos y cientos de planes, Creó dos empresas convenciendo sólo con su entusiasmo inabarcable y una novia acechada. Un verano comimos langosta cada día. O eso creíamos. Estaba arriba, más no se podía; y temía siempre que en cualquier instante se desatara una tormenta y un rayo acabara con su vida. Luego estuvo tres años sin salir de casa, perdido, derrotado. Poco a poco, resucitó. La novia había vuelto con otro. Al fin, encontraron la justa dosis de litio y otras mezclas. Nos vemos media docena de veces al año. Todavía hacemos planes. Cada vez pinta mejor.

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Lo que se puede hacer con la imagen de la música.

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El monstruo está a este lado

Un grupo de soldados atrincherados en un puesto montañoso se dedica a perseguir rebeldes dirigido por un sádico capitán obsesionado por la tradición militar y masculina de la familia. Al destacamento llegan la mujer embarazada y la hijastra del capitán para ser atendidas por un médico y un ama de llaves que sirven a los soldados pero simpatizan con los rebeldes. La niña, superada por una realidad cruel y fatídica, se refugia en un mundo de fantasía, que al cabo no le salva de la maldad sin salida que la rodea.

Es decir, quitémosle a El laberinto del fauno el contexto de la guerra civil española. Y se puede seguir viendo. Incluso, mejora. El laberinto del fauno no es una película fantástica, o no lo es únicamente; es una tragedia, un western trágico. Sin las explícitas referencias al pan de Franco, a veces más ilustraciones o anotaciones al margen que esencia misma de la historia, la película se convierte más y mejor en una batalla entre el bien y el mal, la realidad y la fantasía, los monstruos de la imaginación y los de la vida, todo trenzado en una sola historia, la de Ofelia, la del sacrificio de una niña valiente, inocente y sabia para cumplir el destino que la espera. Hay mundos tan terribles que ni siquiera la fantasía puede derrotarlos.

A la salida del cine, echamos de menos tal vez un poco de sentido del humor que hubiera hecho más resbaladizo al villano implacable, todavía mejor personaje entonces, todavía más sugerente la película. Guillermo del Toro, que escribe, produce y dirige la historia, da mucho cine, muchas pistas de cuentos y misterios, mucha grieta para que el espectador imagine y vea en cada plano lo que la historia cuenta: la gasa para curar la boca desgarrada del capitán y que se empapa de aguardiente; el reloj que marca el tiempo de su permanente venganza, los ojos fascinados de Ofelia ante el horror verdadero.

A la salida del cine, hablamos de los mexicanos, de los directores mexicanos. De Ripstein; de Cuarón, de González Iñárritu, que llegan en nada con Hijos de los hombres y Babel; de Al otro lado, el documental de Natalia Almada sobre la frontera que acaba de ganar el Festival de Miami, o de Ignacio Martínez, que se ha atrevido con Malcon Lowry. De Reygadas, de Guillermo Arriaga, el guionista, claro.

Hace poco alguien que se dedica a pensar razones para las cosas del cine se preguntaba por qué son tan buenos los mexicanos. No las sé; para tratar de responder me conformaría con leer sus periódicos e imaginar su mundo. Un maestro mío en el periodismo decía que son los últimos españoles que quedan. Tal vez por eso el fauno se enfangue en las trincheras.

Son un verdadero ciclón.

Paracaídas para cambiar de vida

Cosas que pasan en los rincones. Lo decidió nada más descubrirlo, porque nada se aprende si no se descubre. Y ahora que lo sabía, por fin iba a acabar su mala racha y salir de pobre. Allí estaba la fórmula, en un rincón de la exposición: la receta para ganar la lotería. Podría haber elegido otras vías, pero la tentación era insoportable. Anotó con mimo, como si estuviera en la escuela:

Receta: Busque un avión con destino a Alemania*
1. Consiga una guía telefónica de ese país
2. Suba al avión.
3. Cuando cruce la frontera, abra la guía telefónica.
4. Escoja un nombre al azar, anote el número de teléfono y guárdeselo en el bolsillo.
5. Póngase un paracaídas.
6. Abra la puerta del avión y… ¡salte!
7. Tras tomar tierra, comience a andar en línea recta en una dirección al azar.
8. Pregunte a la primera persona con la que se encuentre cómo se llama y cuál es su número de teléfono.
9. Compárelos con el nombre y el número de teléfono anotados en su bolsillo.
10. ¡Vaya suerte ha tenido! ¡Son iguales! Acaba usted de ganar el Euromillón ( Alemania tiene unos 82 millones de habitantes. La probabilidad de ganar el premio gordo del Euromillón es de una entre 76.275.360.)

No le apetececía conocer Alemania, pero no quiso tentar a la suerte y cambiar de destino, alterar la fórmula. Repartió sus últimos ahorros, seis euros para una apuesta del Euromillón y el resto, unos cientos, para una billete de ida a Alemania, una guía y un paracaídas, barato, amarillo, el que le dieron con lo que tenía. Se quedó con pelusa en los bolsillos: la vuelta sería con toda seguridad en avión privado. En el aeropuerto cogió el avión, cruzó la frontera, escogió el nombre y el número al azar:10 60 72 34 85 22. Se puso el paracaídas y pidió permiso al piloto, era un tipo educado, nada sospechoso. Saltó.

El paracaídas no se abrió. Empezó a pensar que tal vez su mala racha iba a continuar. Efectivamente, se estampó contra el suelo.

Nunca lo supo pero un tipo que caminaba en linea recta le descubrió. Y telefónicamente se puso en contacto con la policía: en la pantalla apareció el número desde el que estaba realizando la llamada: 10 60 72 34 85 22.

Trajeron de vuelta el cadáver en un vuelo especial: sólo para su último viaje.

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Hay otros mundos, pero siguen en este.















Días raros

Cosas que pasan en los rincones. Los contempló durante minutos. Sobre un banco, en la calle, en cualquier calle, en un rincón, bajo un árbol, una acacia, desde luego, estaban extendidos, arrojados, dos trajes de baño femeninos: como bacalaos secos, decrépitos, como globos vacíos, exprimidos, como restos del cambio de piel de dos serpientes, como fundas de torsos de maniquíes, como nudos a medio deshacer, como madejas sin simetría, como cortinas esquivas, secretas, entreabiertas, como un ramo apurado de dos flores marchitas que conservan todavía el lazo que las une, como si el otoño hubiera cosechado por fín los últimos restos del verano que se andaban por las ramas. Luego llovió. Y pasó el camión de la basura.
Cierto,
eran días raros. Mi estómago y mi cabeza lo susurraban. Días extraños.

Foto vía. Para que Pilar rastree el humo.


Algún moribundo llegó a sacar una mano

Cuando en la mañana del 12 de octubre de 1936 –Fiesta de la Raza le decían– una de nosotros fue a la cárcel a llevarle algo de comida y ropa limpia, se encontró en el tablón de avisos con una nota –cuyo original se conserva firmada por el entonces director del penal de Burgos y por los funcionarios de turno, que decía:
«Con fecha de hoy son puestos en libertad los reclusos que a continuación se citan», y seguía una relación con nombres y apellidos de 25 burgaleses, entre ellos varios maestros nacionales, uno de ellos nuestro padre, pero fuera del recinto esperaba la camioneta en la que fueron hacinados y conducidos a los cerros de Estepar, asesinados y someramente enterrados a fosa común–algún moribundo llegó a sacar una mano–.
Cuatro días antes, en la saca anterior, otros 25 mártires –no canonizados, claro– le habían precedido con igual puesta en escena y destino, en aquel vìa crucis. De este otro grupo formaba parte el gran músico, compositor y director del Orfeón Burgalés, Antonio José Martínez Palacios, hermano de Julio, también maestro nacional, que encabezaba la lista posterior, la de nuestro padre.
Otras muchas sacas precedieron a éstas, de las cuales subsiste documentación fidedigna.

Lo encontré ayer, en un rincón de un periódico, una esquela laica en memoria de Balbino López Puente, maestro nacional, con el dolor y el cariño de sus cuatro hijas, sus nietos y biznietos. Hace setenta años.
Mis respetos.
Y con ellos, dos recuerdos propios.
Hace apenas un año, visitaba la vieja cárcel de Burgos hoy reconvertida en centro cultural, la mejor de las pátinas. Había una exposición, una muestra, una convocatoria, una puerta abierta. No lo recuerdo. A quien me atendió pregunté si quedaba algún recuerdo de lo que aquel edificio fue, algún papel, alguna estantería. Algo. Nada, por supuesto, excepto un vacío enorme: fue en ese momento cuando se enteró de que aquello había sido la vieja cárcel de Burgos.

Hace tal vez treinta, un amigo se dejó las pestañas y la salud rastreando las señales de Antonio José Martínez Palacios. Éramos adolescentes y aquella vida, un artista asesinado por un pelotón de fusilamiento, era una pista de lo que nuestra ciudad había sido. Y sobre todo de lo que hubiera podido ser. Las dos cosas las estábamos aprendiendo. De Alberto he perdido todas las pistas. De su manuscrito, errático, febril, atravesado de huecos, guardo sólo algunas páginas. Durante años me sirvió para imaginar una película. Un Lorca de la meseta, un genio popular, una molestia en aquella ciudad terrible. Dice la leyenda que murió gritando: Viva la música. La conté en algunos despachos, dejé apuntes, pero fue recibida sin convicción, sin esperanza. Hace unos pocos años el Ayuntamiento de la ciudad le dedicó una muestra a Antonio José. La recuerdo funcional, justa, sin acentos.
Tal vez es mi memoria.

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Dice la Academia Sueca que el Nobel para Orhan Pamuk se fundamenta en la capacidad del escritor de buscar en el alma melancólica de su ciudad natal nuevas formas para el choque y la interrelación de las culturas. Felicidades a Estambul.













Gracias por no ir al cine

¿De qué está hecha la información? De retazos sabiamente administrados. O sea, de spin, ese concepto anglosajón que también supieron manejar Tony Blair y Alaister Campbell en sus buenos tiempos y que se cuece de siempre en las oficinas del ala oeste de todos los centros de poder. Más o menos podría ser definido como la emisión, transmisión o divulgación de comentarios o acciones de un hecho o persona, de manera parcial y tergiversada para influir así en la opinión pública: retazos sabiamente administrados que provoquen desconcierto en el contrario. Vamos, mentir, un poco, lo justo; lo eficiente. Por ejemplo, decir que los fumadores mueran de cáncer no le interesa a las empresas de tabaco, porque eso les resta clientes, con lo que no puede haber relación directa entre el tabaco, el cáncer y los intereses comerciales de los que los fabrican. Ergo, no está demostrado que el tabaco provoque cáncer.

A eso se dedica el protagonista de Gracias por fumar, una comedia levemente ácida, rápida e inteligente (tambien levemente falsa: a nadie se le ve fumar) que cuenta la caída del caballo de un maestro de la cultura del spin cuando sus técnicas le estallan en las manos, el más brillante de todos esos ejecutivos de escuadrones de la muerte. Así se definen a sí mismos los portavoces de los fabricantes de alcohol, armas y tabaco cuando, una vez por semana, se reunen para comer y competir, con cinismo desinhibido, sobre quien de sus sectores es el que más muertes provoca.

Están orgullosos de su oficio que, de paso, les sirve pagar la hipoteca: esas exhibiciones del trío son los mejor de la película, junto con el desparpajo retórico del protagonista, que no negocia, dice, sino que razona. A su manera, desde luego, capaz de servir al tabaco, a los grandes contaminadores o las exterminadores de crías de foca, si se lo ofrecieran. Nada de lo políticamente incorrecto le es ajeno porque la libertad de elegir sabiamente administrada es su territorio, y aunque la película se reblandece en su parte final, tocada por los miedos del protagonista a dejar de ser un buen padre, (como José Bono) yo la recomendaría a los ejecutivos de las alas norte, sur, este y oeste, de la calle Ferraz, esquina Moncola, para que aprendan a administrar tiempos y retazos y vender lo invendible. Los políticos van poco al cine. A otros, como Ruiz Gallardón, desde luego, no les hace falta. El se limita a dar las gracias.

Por cierto, Christopher Buckley, el autor de la novela original escribìa discursos para Georges Bush padre. Pero estoy sguro de que los puede escribir para quien mejor le pague la hipoteca.

La vanguardia va a la luna y vuelve

1.Laurie Anderson se pasea por España, escalas en León, Madrid, Gerona. La mujer que vale para todo, para dar clases de escultura asiria, o hacer música con explosivos, la juglar tecnológica que ha firmado con Burrowhs, Brian Eno, con Philip Glass, o Lou Reed, por supuesto, (ahora comparten intimidad) y que ha hecho de la tecnología su altar, llega ahora ligera de equipaje. Ya no necesita dos caminones cargados de aparatos, ni grandiosas pantallas. Se conforma con dos mochilas y un violín. Y su relato, por supuesto. La mujer multimedia que deslumbró a principios de los años 80 con una llamarada pop – aquel Superman antibelicista- vuelve ahora para pensar y recitar sobre la guerra, el nuevo terrorismo y la pérdida del mundo tal como lo conocemos, el tiempo y como pasa: The end of the moon. Todo eso después de haber estado casi en la Luna, buscando el arte entre los científicos de la NASA como artista residente. ¿Qué encontró allí? Todavía no lo sabe, porque arte y ciencia tienen mucho en común: ambos no saben qué están buscando, dice. Lo encuentran, en todo caso. Su último gran descubrimiento del siglo XXI: lo mínimo, la miniaturización, la sencillez, la pureza.

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2. En Barcelona, en el Museo de Arte Contemporáneo, también rastrean la pureza, la primera mirada. Pocas palabras, la misma música que acompaña a Laurie Anderson, y miles de imágenes, entre ellas las de Stan Bakhage, uno de los grandes del cine experimental, sin sonido, sin narración, que a principios de los años 60, ya buscaba la inocencia, trasladando el expresionismo abstracto a sus películas. Pintó los fotogramas, los rayó, hasta encontrar la esencia de la imagen, de la mirada, la luz :

«Imaginad un ojo libre de las leyes de la perspectiva creadas por el hombre, un ojo no influido por la lógica compositiva, un ojo que no responde a los nombres de las cosas, sino que debe conocer cada nuevo objeto descubierto en la vida a través de una aventura de la percepción. ¿Cuántos colores hay en un prado para el niño que gatea, ignorante del verde? ¿Cuántos arcoiris puede crear la luz para el ojo que no ha sido educado?»

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3. Cincuenta años de distancia para llegar al mismo sitio.
Nos llegan las viejas vanguardias neoyorquinas y allí rastrean los surcos de nuestros clásicos.

Al final, los pequeños, los raros, los otros, terminarán compitiendo en los museos.






Tres en blanco y negro ( y una obra maestra.)

Hay mucho cigarrillo humeante en Buenas Noches, buena suerte, la película de George Clooney a propósito de las peripecias del periodista Edward Murrow frente al senador McCarthy, que ahora se edita en DVD. Con pulso de documental estilizado, la precisión de una ficción medida y una blanco y negro de seda, hay además de tabaco, defensa de la libertad de expresión en plena caza de brujas, miserias políticas, personales y empresariales, y unas interpretaciones de lujo, con Oscar para David Strathein. El humo. Ese humo que ha cegado los ojos de más de uno. A más de una.

Otra caza distinta es la que emprende Ethan Edwards, es decir John Wayne, para vengar a su familia y rescatar a su sobrina en los Centauros del desierto, de John Ford. El pretexto para volver a ella, a ese viaje de ida y vuelta al odio y verdad de un perdedor, es que cumple cincuenta años y se puede ver con la transferencia digital de los colores de su imagen y de la banda sonora restaurada. La edición presenta, además, dos documentales, uno con la voz de John Milius, y archivos televisivos de la época. Y, sobre todo, un audio comentario de Peter Bogdanovich, catedrático oficial del mundo de Ford. Bogdanovich que fue niño prodigio y hoy es psiquiatra en Los Soprano, lo sabe de todo del asunto y lo ha dejado por escrito y en una documental histórico, Directed by, rodado en 1971, el año de The Last Picture show, su obra maestra y elegíaca en blanco y negro sobre el cine.

Y otro mito, menor, desde luego, pero igualmente poderoso: La soledad del corredor de fondo, firmada en 1962 por Tony Richardson, uno de los nombre de referencia del Free cinema inglés, aquel movimiento que también cumple medio siglo y que abrió una ventana de realidad en las pantallas, semilla para Frears, Loach y demás. Una historia de actitud, delincuencia y rebeldía. Una cine amargo, pero intachable. Está en los quioscos, barata, imprescindible, al alcance la mano.

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«El advenimiento de la modernidad líquida ha impuesto a la condición humana cambios radicales que exigen repensar los viejos conceptos que solían articularla. Zygmunt Bauman examina desde la sociología cinco conceptos básicos en torno a los cuales ha girado la narrativa de la condición humana: emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. Como zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo tiempo. La pregunta es si su resurrección -o su reencarnación- es factible; y, si no lo es, cómo disponer para ellos una sepultura y un funeral decentes.» Ahora lo entiendo. Ser cualquier cosa. La publicidad es la madre de la ciencia



Afortunadas imperfecciones

He ido mucho al cine en las últimas semanas. No todo lo que quisiera, desde luego: en los huecos, por supuesto. Disciplina, supongo. Pero sigue siendo tan poderoso sentarse y quedarse a solas frente a la pantalla que casi siempre se desvanece la obligación, la prisa, el oficio, o lo que se le parezca, y queda sólo el gusto de poder estar ahí: en los detalles, sin esperar demasiado para aprovechar las imperfecciones, lo que hay. Todo para encontrar cinco nuevas películas -cinco ficciones- españolas que me han quedado en la cabeza. El taxista ful, un invento, un falso documental o no, sobre un hombre que roba taxis de noche y los devuelve de día, una parodia profunda, radical sobre la precariedad y los nuevos anarquismos. AzulOscuroCasiNegro, el color impreciso del traje que significa el triunfo, la normalidad laboral, la posibilidad de un afecto ordenado, de futuro. Y su renuncia. La noche de los girasoles, un drama en lo que queda de mundo rural, con un juego de thriller, un milimétrico puzzle narrativo y una mirada sobre la violencia, escueta, verosímil y reflexiva. Remake, o como las generaciones se odian, se pudren, se enfrentan y se necesitan, y como una cámara activa las encuentra. Lo que se de Lola, una apuesta radical, excesiva sobre la mirada y como puede otorgar la vida a lo que se mira, a lo que se ve. Y Cabeza de Perro, una historia de amor e iniciación, casi una parábola sobre la diferencia, con una estética y unas formas que la hacen producto de ahora mismo.

Todas son imperfectas, es verdad: por exceso, algunas; por timidez o porque se desinflan al final, otras; una porque mantiene a veces una presencia irritante del estilo que sin embargo presume de esconderse; también, por enfáticas, o por que en algunos momentos se gustan demasiado. Se que me faltan algunas, pero todas, todas sin excepción, tienen más voluntad narrativa, más credibilidad, más riesgo, más preguntas, más innovación, más cine, en suma, que los derroches con que la industria y el márketing nos ha inundado este año.

Empiezan los movimientos para retocar las normas legales con las que se hace el cine. Hablan los de siempre. Estaría bien que buscaran a los nuevos nombres para saber de dónde sopla el viento.

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La astrología no es una ciencia exacta. No es una ciencia. No es. No. La biología, sí.

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