La energía como derecho

La humanidad ha explotado los recursos energéticos a su alcance desde el principio de los tiempos y este hecho explica, en parte, la historia misma de nuestras sociedades. Incluso antes de la Revolución Industrial, momento en el que se populariza la máquina de vapor y demás artefactos que hoy asociamos con el inicio de la modernidad, recurríamos a los animales para aprovechar su fuerza y producir más alimentos o transportar cargas pesadas. Y más recientemente, el control de los yacimientos petrolíferos y otros recursos fósiles ha definido la geopolítica mundial y las dinámicas de poder durante gran parte del siglo XX. Por lo tanto, la energía es un factor clave para entender el devenir de la humanidad y estudiando su historia también podemos entrever algunas raíces de la desigualdad, ya que quien poseía un buey, por ejemplo, tenía más posibilidades de prosperar que aquel que solo contaba con la energía de su propio cuerpo.

Sin embargo, es posible que la realidad del siglo XXI, asentada sobre tecnologías sofisticadas y avances sorprendentes, haya convertido el acceso a la energía en una cuestión de importancia vital. Somos conscientes de que la pobreza energética es un fenómeno grave, pero no todos han interiorizado sus implicaciones en nuestro contexto actual. Debemos entender la falta de energía como un generador de precariedad, como un fenómeno que no solo priva de bienestar a quien adolece de ella, sino que puede generar grandes desigualdades en una sociedad digital. Quizás, más que entenderlo como una privación de dignidad o confort, debamos plantearlo como un castigo similar al destierro.

La era digital es reciente en términos históricos, pero algunos no hemos conocido otro mundo que este en continua transformación, donde todo irrumpe y todo caduca a gran velocidad. Ahora, tras la pandemia global de coronavirus, se han acelerado todas las tendencias que llevaban décadas en marcha, como el teletrabajo, las consultas médicas online, las gestiones electrónicas, las videollamadas, el e-learning, los streaming… De alguna manera, la tecnología ha engullido muchas de las dinámicas analógicas de la experiencia humana y, después de todo, no parece que se vaya a producir un cambio de rumbo.

Es en este contexto en el que debemos replantearnos qué significa privar a una persona de energía y de qué manera esto equivale a un ostracismo 2.0. Por eso, entiendo la energía como un derecho, además como uno fundamental.

Razones para el optimismo

Con todo, hay razones para el optimismo. El autoconsumo fotovoltaico está llamado a integrarse en nuestras vidas y a materializar el derecho a la energía de todas las personas. En un futuro más o menos próximo, cosecharemos kilovatios como hoy cosechamos tomates, pimientos y otros productos en nuestra huerta. Esta es una solución rentable -la más rentable del mundo, de hecho- y muy escalable, porque media docena de paneles pueden abastecer tu hogar, pero también podrás organizarte en comunidades energéticas y explorar nuevas y prometedoras fórmulas, más democráticas y descentralizadas que las actuales, que redefinirán nuestra relación con la energía. Las evidentes virtudes de la fotovoltaica no garantizarán el derecho a la energía per se, pero negar que existen motivos para el optimismo supone cerrarle la puerta a un futuro más justo y sostenible.

Podemos discutir si una persona en situación de vulnerabilidad está en disposición de asumir la inversión necesaria para instalar un autoconsumo en el tejado de su casa y, también, sobre el papel de las administraciones públicas en este asunto, pero nuevamente estaremos debatiendo sobre desigualdad, como el campesino que no podía permitirse un buey para arar el campo. Si no entendemos la energía como un derecho, esta nueva desigualdad tecnológica podría traer consecuencias insospechadas en una sociedad digitalizada como la nuestra. Medidas como el bono social español, aunque positivas, siguen siendo una cuestión paliativa y parcial, que solo se circunscribe al suministro eléctrico y que no garantiza la energía como derecho.

El vínculo entre energía y desigualdad es estrecho, pero no por ello conviene recurrir a soluciones simplistas o maniqueas que, ante la amenaza del cambio climático, podrían tener efectos descivilizatorios. Ante la adversidad y los retos, determinación para encontrar soluciones y coraje para afrontar las decisiones políticas que sean convenientes. Existen herramientas para proteger a las personas de la pobreza energética y recursos para acometer esta cuestión. Por el momento, convendría que todos asumamos que la energía es un derecho humano o que, como mínimo, ser privado de ella es un castigo cruel y por ello me he permitido usar el nombre de este blog para titular mi artículo.

 

Nacho Bautista – CEO y cofundador de Fundeen

2 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser a por la energía del Emu

    Se está pensando en alimentar a millones de vehículos con corriente electrica.
    La energía eléctrica contamina en su fabricación a menos que el generador sea eco.
    ¿Los paneles solares contaminan al fabricarse? ¿Cuál es su esperanza de vida útil?

    07 julio 2021 | 19:43

  2. Dice ser la mitocondria pulsátil

    Unidades moleculares bioquímicas eléctricas.

    07 julio 2021 | 19:45

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