Archivo de junio, 2022

Se nos aleja la Cima 2030

Cada vez falta menos para el primer examen global de la situación en el mundo. Por lo que parece, algunos países se quedarán muy lejos de aquellos ODS que parecía iban a arreglar todo. Para algunos de nosotros suponían una suma combinada de hipótesis, un horizonte hacia dónde mirar y, por qué no decirlo, una utopía compleja. Y no sabemos si en realidad ya lo es en sí misma. Puede que todo se una para retrasar la llegada. De una parte el ninguneo global (empresarial, gubernativo y social). De otra el manoseo al que sabíamos, casi con toda seguridad, que la iban a someter gobiernos, empresas y otros líderes mundiales, con el silencio casi unánime de la sociedad civil a la que dicen que sirve. Pero sonaba bien, combatir de una vez colectivamente los graves problemas mundiales, o al menos reparar unos cuantos descosidos.

A unos siete años vista para alcanzar el incremento global de las temperaturas, 1,5 ºC, resulta que ya se ha superado. Claro que para ello se necesitaban cambios urgentes en los estilos de vida y eso sí que va para largo. Hay que reconocer que éramos bastante ilusos; quienes gobiernan el mundo no iban a abandonar ninguno de sus campos de acción. Pero la utopía nos llamaba a intentarlo. Imaginábamos que entraba dentro de lo posible vivir en conjunto en un mundo mejor. No negábamos a rendirnos, preferíamos reconfortarnos con aquellas palabras de García Márquez en las que afirmaba que nunca es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la Tierra. Nos animaba ver a jóvenes intentando inventar su futuro. Conocedores seguro de aquello que predijo Julio Verne de que lo mejor es imaginar para crear futuro. Nos presentaron los ODS y los vimos como una utopía pero los tomamos como el principio de algo que le faltaba al mundo para ser mejor. Parecía que los había redactado Leonardo Boff, insistente predicador de que una sociedad no puede vivir sin utopía, sin sueños que le devuelvan la dignidad colectiva olvidada, sin un deseo mantenido del respeto a la vida de los demás. De otra manera estaremos cada vez más empantanados en intereses individuales o de determinados grupos poderosos. Sucede cuando ambos han perdido «el sentido del bien vivir en común». O como opina Zygmunt Bauman, que nos sitúa en la era de la nostalgia, que está plagada de «retrotopías». Esto sería, más o menos, el anhelo bastante extendido de rectificación de los defectos de la actual situación humana. Cómo. En este caso «resucitando los malogrados y olvidados potenciales del pasado: los aspectos imaginados de ese pasado, reales o presuntos; los que sirven hoy de principales puntos de referencia a la hora de trazar la ruta hacia un mundo mejor».

Empezamos a andar y vino la COVID-19. Se decía que las penurias pasadas en esos primeros meses nos iban a enseñar a ser más cautos, a reflexionar sobre los estilos de vida, a reforzar lo colectivo para que sirviese a lo particular, y a más cosas bonitas. Pero no ha sido así. Por lo que vemos en España y nos cuentan de otros países ricos, en cuanto se le ha prestado menos atención a la pandemia se ha desatado la vorágine del consumo de enseres y viajes. Las razones ante esta escapada pensada para dejar atrás las incertidumbres serán diversas: alguien querrá retomar sus costumbres, otra gente creerá que hay que gastar dineros en renovar ajuares por si acaso vienen tiempos peores; no faltará quien piense que el cuidado de sus deterioradas emociones está ligado al consumo, que le facilita el olvido. Qué decir del ansia viajera que ha entrado por todo el mundo rico: aviones, hoteles y agencias sociales no dan abasto. Ahora mismo, hay maletas sin destino en aeropuertos famosos, los sistema aeroportuarios piden reducir vuelos (con muchas cancelaciones diarias) y casi todo son incomodidades. La congestión de estaciones de autobuses o trenes es de película. La gente quiere huir del personal nido pandémico. Todo esto ocurre a pesar de que los precios suben hasta no se sabe cuánto, cada eslabón comercial quiere recuperar los dineros perdidos en tiempos de limitaciones. Dejamos el asunto de los carburantes porque llevaría muchas páginas y aquí se trata de dar pequeños detalles.

En general, los medios de comunicación venden que ya estamos en niveles prepandemia. No es cierto ni a escala particular ni de país. Una mentira de las gordas porque además la guerra provocada por los rusos en Ucrania ha caído como un meteorito en las relaciones globales, desde el gas hasta el hambre en países pobres, por ejemplo en África, el continente olvidado cuyo futuro casi no admite conjugación. Las redes que mueven el mundo nos han enredado, nos venden lo imposible y a la vez congratulan a quienes pueden; aunque sea añadiendo gente al grupo de excluidos. Los youtubers de los “simpa y simple” ganan cada vez más adeptos y generan un mundo superficial. Millones de seguidores jóvenes renuncian a lo personal para hacer las soserías que se les ocurren. Lo peor es que el asunto va en aumento. Lo poco bueno es que alguno-a de estos generadores de opinión no ha caído en la trampa de las imbecilidades.

Se decía antes de la pandemia que se iban a generar cambios sin precedentes en la economía, que los sistemas de producción iban a transformarse mucho para no exceder las emisiones máximas marcadas por los científicos, que por cierto los del IPCC 2022 ponen las cosas cada vez con más incertidumbres. Algo se ha hecho, pero no sabemos si por convencimiento de los países o por necesidad. El caso es que se haga, por más que sea lentamente. Pero claro 2030 está a la vuelta de la esquina. Y avanzamos hacia él con las inflaciones descontroladas, con los precios que suben cada día y, con la dilatada guerra rusa en Ucrania que ha tambaleado todavía más la frágil idea de la aldea global que vendimos hace unos años. Y no se sabe cómo será la cuestión energética en otoño-invierno: si con gas ruso o sin él, si con la reconexión de centrales térmicas o sin ellas, si con la potenciación de la nuclear. Por cierto, poco o nada se dice del ahorro energético ciudadano, si va a haber restricciones, si estas van a llegar al sector productivo, y un largo etcétera. Si lo climático (cambio, crisis, emergencia) hipotecará nuestras vidas.

La Cima 2030 cada vez crece más, debe estar en la confluencia en placas tectónicas, como los Himalayas y el Everest. O nosotros subimos más despacio y con más paradas. Menos mal que nos llega algo de consuelo. En el Informe sobre Desarrollo Sostenible 2022, la Sustenaible Development Solutions Network (SDSN) que incluye un ranking del progreso de los Objetivos de Desarrollo Sostenible a alcanzar en 2030 en 193 países. España avanza del puesto 20 al 16 con respecto a 2021. Pero de este informe ya hablaremos de forma monográfica en posteriores entradas de este blog.

Para terminar dos señales de cordura en este mundo sin utopías. La una es de la filósofa María Zambrano que señalaba que «las utopías nacen solamente dentro de aquellas culturas donde se encuentra claramente diseñada una edad feliz que desapareció». Si la tuviéramos entre nosotros le preguntaríamos si ve posibilidades en nuestra sociedad occidental. La otra nos la legó nuestro admirado Mario Benedetti y nos sirve para rematar con esperanza esta entrada triste del blog: «Cómo voy a creer… que el mundo se quedó sin utopías, cómo voy a creer que la esperanza es un olvido o que el placer una tristeza».

Un niño abraza el tronco de un árbol para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, en el bosque de Gokarna, a las afueras de Katmandú (Narendra Shrestha / EFEl).

Desertificación y calorazos en aumento, entrelazados con los incendios

Los tiempos vitales se vuelven a veces imperfectos, se declinan en subjuntivo y admiten los compuestos. Traemos esto a cuento porque el viernes pasado, Día de la Desertificación, fue a coincidir con un episodio de ola de calor. Se diría que en julio hubiera sido más normal. Pero no, a mitades de junio, con un preludio en mayo. La coincidencia podría deberse a la casualidad pero no van solo por ahí los aires. Asegura la gente de la ciencia, hace ya unos años que lo predica con poco éxito a los feligreses con otros intereses, que la desertificación va en aumento y las olas de calor azotarán en meses más tempranos y se repetirán con una frecuencia desconocida, acaso cada dos años.

Los tiempos del calor son subjuntivos porque ahora el verano puede durar de mayo a noviembre, con periodos intercalados menos rigurosos; para conjugarlos deberíamos ponerles delante el si condicional. Los tiempos de la desertificación se conjugan en un modo verbal parecido. Pongamos algún ejemplo para ilustrarnos. Si no hubiéramos emitido tantos gases de efecto invernadero a la atmósfera ahora nos veríamos en un presente amable con futuro menos incierto. Si no hubiésemos caldeado el ambiente, si fuesen utilizadas cautelas en el uso de los suelos, si no se roturaran tantos territorios frágiles ahora no nos veríamos tan amenazados por la desertificación, si…

Casi vivimos en un futuro perfecto de subjuntivo. Cuántas incógnitas hay en esta ecuación de la vida. Futuro es lo que está por venir, perfecto siempre es un contenido engañoso (según qué y para quién) y subjuntivo pues viene acompañado muchas veces de subjetividad, posibilidad, probabilidad, hipótesis, etc., algo sin mucha delimitación. Pero también se le puede dar la vuelta en forma de deseo. Como es el hecho de reducir en lo posible las olas de calor, saber mitigarlas mejor para que no contribuyan al avance de la desertificación. En todo lo que implementa a estas transformaciones aparece la acción antrópica, pendiente de entender sus presentes para aventurar los futuros de quienes vienen detrás.

Argumentemos un poco más todo esto para ver si conjugamos mejor. Puede que la fuerza de los indicativos mejore las hipótesis subjuntivas. Ahora mismo, según se dijo el día 17 de junio con ocasión del Día Mundial para combatir la desertificación y la sequía. Bien por el enunciado puesto que se dice que a escala global y local lo uno y lo otro van de la mano. Pero no nos confundamos, la desertificación supone una degradación de la Tierra (los suelos) en especial en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Detrás de la conjugación del verbo degradar están como sujetos principales las actividades humanas y las variaciones climáticas. Más todavía cuando coinciden esos dos agentes en periodos de vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas, que cubren un tercio de la superficie del planeta. Cuando se ha producido a lo largo de los siglos una sobrexplotación y muchos usos inadecuados del suelo (la deforestación, el sobrepastoreo y las malas prácticas de riego) afectarán negativamente a la productividad del suelo. El futuro viene cargado de pobreza, de inestabilidad política y otros males. Como dure mucho la invasión rusa de Ucrania, tendremos delante un futuro de subjuntivos alimentarios mal conjugados.

Un termómetro marca 35 grados el viernes en Cantabria. (EFE/Pedro Puente Hoyos)

Poca gente se habrá enterado de que España fue la sede del Día Mundial de último encuentro para cambiar la desertificación. Les aseguro de que no fue la primera noticia de los informativos. A escala informativa y mediática, con esto sucede como con casi todo que afecta a la dimensión ecosocial de la vida, no interesa lo que no implica morbo o lucha política. La educación informal no ejerce como tal, sino como una ventana de por la cual mirar desperfectos. Tampoco nos han informado sobre las conclusiones de dicho evento. Y eso sabiendo que las previsiones científicas actuales pronostican que las sequías irán en aumento y que podrían afectar a más de tres cuartas partes de la población mundial en 2050. Sepan que se calcula que en España las tres cuartas partes del territorio están dentro o cerca de la peligrosa desertificación. Y digo yo, como esto vaya en aumento y el agua escasee, de dónde van a venir los alimentos o la purificación del aire.

Al contrario de la escasa atención de los medios de comunicación a lo anterior, los mismos voceros nos han aburrido con la ola de calor, con conexiones para que periodistas provistos de la alcachofa microfónica nos anuncien lo evidente y comparen Villa Arriba con Villa Abajo. Minutos y conexiones para decirnos qué estamos sufriendo; ya lo sabíamos y sentíamos. Hay que exceptuar de este cansancio a lo que dicen y explican meteorólogos y meteorólogas que saben de lo que hablan. Estamos soportando grandes calorazos. Esta palabra no puede tardar en ser reconocida por la RAE. Se utilizaba mucho en mi tierra, la estepa monegrina, en donde se dice que “estos días, los lagartos ocelados no salen del cado si no tienen llena de agua la cantimplora”. Hasta las balsas de escorrentía más grandes de la España no húmeda se han secado; los ríos que circulan lo hacen depauperados. Pero la gente en general solo siente esto del calentamiento global cuando suda mucho. En un medio de comunicación nos sorprendió un anónimo entrevistado diciendo que “no se puede aguantar este calorcito”. Cuando el que esto escribe era chico, hacía guasa con sus amigos sobre la presunta cursilería de emplear el diminutivo para referirse a un aumentativo, expresión que a nuestro entender llegaba de la capital, en donde la gente no se preocupaba del tiempo meteorológico.

Volviendo al asunto de la atención mediática. Todo lo más, algunas noticias inciden en la relación con el cambio climático, pues las frecuencias de las olas de calor van a aumentar. Pocas veces se dice que la aceleración antrópica de ciertas variables climáticas está detrás de una crisis climática que puede adquirir caracteres de tragedia, desertificaciones aceleradas incluidas. La ola de calor “ha quemado” la progresión fructificadora de los cereales, tanto que las espigas parecen un esqueleto del quiero y no puedo. Y eso que quienes informan tienen el auxilio de la Aemet (Agencia Estatal de Meteorología) para saber mucho sobre la aceleración de estos episodios. Algo que ya sucede en muchos países africanos, como avisamos en este blog hace un año. Pero claro, eso queda muy lejos y la gente que lo padece será por su retraso en adoptar medidas, o por su pobreza. Nunca hubiéramos imaginado que nos llegasen con tanta virulencia y tan pronto los problemas de los países pobres. Ya nos pasó con la reciente pandemia. Ahora nos estamos dando cuenta de que todo está interconectado. Pero aparte de comprar ventiladores o instalar aires acondicionados poco más se hace. Cuidado que el gasto energético también genera calor fuera, en el aire, y en nuestros bolsillos a costa del precio de la electricidad y en la creciente quema de combustibles fósiles (subvencionados pero carísimos) para ir con nuestros coches a conquistar el tiempo perdido. ¿Hasta cuándo seguiremos así?

Vista del incendio forestal en la localidad de Burbáguena, Zaragoza. (EFE/Antonio García)

Pero en el polinomio de la desertificación y calorazo actúan también los incendios, que este año han afectado demasiado pronto. El riesgo de incendios será alto, muy alto o extremo durante todo el verano, con los antecedentes anuales de sequía y la mala gestión de los bosques. La desertificación genera déficits de agua en plantas, el calor las reseca, con lo que el incendio por causas naturales se propaga más rápidamente, ayudado por los vientos, la falta de humedad y las altas temperaturas, más otras variables. Dicen que los incendios se apagan en parte en invierno con una buena planificación y protocolos ambivalentes, con una suficiente dotación de recursos. Pocas personas de las que no se ven afectadas saben en realidad la desolación que provocan los incendios, pero entenderán que a más calor más posibilidades. Falta educación no formal e informal. El lunes mismo un periódico de tirada nacional titulaba una noticia confundiendo tiempo y clima, como sucede en algunos informativos de radio y televisión. ¡A estas alturas! La España que arde es una estampa sufriente localizada; si se cumplen las previsiones del calentamiento global será tétrica por muchos sitios. Aquí las hectáreas quemadas por años.

Me añado a las críticas de Greenpeace sobre la necesidad de que Europa espabile ante el azote de las olas de calor que vendrán. Vista la desmesura en estas cosas y la escasa confraternización de los afectados para combatir la desertificación y la sequía, para construir un mundo mejor para todos en futuro simple, me apunto a aquello que decía Jules Renard, uno de los escritores franceses más famosos del tránsito entre los siglos XIX –XX e inventor de las greguerías: El proyecto es el borrador del futuro. A veces, el futuro necesita cientos de borradores. Una duda, esta es mía: ¿Tendremos parasoles y sombrillas para todos?

Consumidores del paisaje en clave efímera

En homenaje a Fernando González Bernáldez

Me cuesta escribir sobre el paisaje por ser un singular que expresa infinitud de plurales. Hablar en singular es darle una entidad que uniformice, y todos sabemos que eso es imposible. En esa duda la memoria me trae a Juan Ramón Jiménez para susurrarme que cada paisaje se compone de una multitud de elementos esenciales, sin contar con los detalles más insignificantes, que, a veces, son los más significativos. Uno, que empezó con lecturas académicas del paisaje, aconseja a quienes tienen semejantes problemas que piensen aquello que expresó el pintor realista estadounidense Andrew Wyeth: prefiero el invierno y el otoño, cuando sientes la estructura ósea del paisaje. Algo espera debajo de él; toda la historia no se muestra. Como diciendo que lo que se ve es solo una parte del todo. Algo parecido repetía una y otra vez González Bernáldez, que me descubrió los otros engranajes de los paisajes que no muestran lo que uno ve por más que observe con atención. Lo que sigue es una humilde interpretación libre de lo que expresaba el Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. Espero no cometer muchos errores.

Pero me lanzo a ello, en estos días en los que apetece sumergirse en un paisaje menos urbanizado que nos procure un poco de aliento para soportar la segunda sofoquina del año. Y porque quiero homenajear a alguien que fue maestro del paisaje, de la educación ambiental y más cosas. Digamos de entrada que el interés por el paisaje, conjunto de muchas cosas, no es reciente. Es más, diríamos que hasta el primitivo ser humano interaccionaba constantemente con él, a su manera. Era su centro de atracción ya que le procuraba el sustento diario, o se lo negaba. Supo aprender que sin necesidad de pronunciar una sola palabra el paisaje hablaba de muchas cosas. Aunque la palabra y el concepto paisaje tardaran en aparecer. Para esos hombres y mujeres primitivos sería un territorio más o menos acogedor; algo así como una morada o despensa. No se sabe si lo sentía como propio o se consideraba una simple criatura en él, si lo veía de igual forma cada mañana o al atardecer, tampoco si su cielo formaba parte del paisaje. Porque las creencias que vienen de lo alto también tienen su papel interpretativo.

Puede que alguna vez, ante una manutención poco clara, más de un individuo o grupo social se preguntase si merecía la pena vivir en ese territorio/paisaje. En el caso de que no le convenciese migraría a otro, si podía. En cierta manera estaba valorando el paisaje, el resultado de unos cambios conocidos y otros que no tenían explicación sencilla. Hacía falta valor para lanzarse a la aventura porque lo desconocido asusta. Siempre buscaría de forma precavida, pues no se fiaría de lo que veía u oía; más todavía si le resultaba totalmente desconocido, sin las señales externas de lo visto siempre. Sin duda le importaba lo bien o mal que se sentía en razón a su supervivencia, o sobre la cantidad de incógnitas o peligros que debía soportar. El paisaje originario, o el territorio delimitado, donde habitaba cualquier grupo dejó de ser original con el tiempo pues se expandieron fronteras anímicas, sensoriales y productivas. Pasaron los siglos y la población aumentó; se extendió por la Tierra cual mancha de aceite. Poco a poco, mucho siglos después, el paisaje virgen se fue antropizando, y reducido a la mínima expresión de lo antiguo. O, si se quiere, condujo a la evolución del paisaje, que había que entender con nuevos parámetros; más elaborados. Estamos en el año 2022.

El paisaje tiene varias dimensiones, nos contaba el ecólogo F. González Bernáldez, pues tanto importa lo que se ve como las relaciones implícitas que se nos ocultan si no miramos con atención. Este científico, nos dejó en la orfandad naturalista y ambientalista tempranamente, hace ahora 30 años, un 16 de junio. De sus miradas escritas y escuchadas hemos aprendido a valorar la riqueza de paisajes antes denostados o mal interpretados, como la estepa de la que España atesora múltiples expresiones a cual más compleja y rica. Los Monegros, donde el que escribe nació y se crio, podrían ser el epítome en donde se materializa lo que el profesor de la Autónoma de Madrid llamaba fenosistema (los componentes bien claros) y criptosistema (aquello que permanece oculto para muchos observadores y cambia o mantiene la vida). Pocas disonancias entre lo uno y lo otro se adivinan de entrada en este paisaje, pero las habrá según quien busque.

Parece fuera de toda duda que el paisaje necesita que alguien lo observe, trate de aprehender aquello que está bien visible, y se pregunte por la urdimbre que a lo largo de años o siglos está oculta, es cambiante; pero que es la verdadera responsable de esa magnífica construcción. Si observan un paisaje expriman su agudeza visual, que era lo que el profesor aconsejaba. Cualquier paisaje puede convertirse en un estado de ánimo. También, a quienes esperamos paisajes ocultos nos trae a la memoria aquellas lecturas antiguas impulsadas por Charles Darwin o Alexander von Humboldt en una época anclada en otras modalidades de ver. Hoy siguen aportando novedades si sabemos leerlos. Ahora sus autores nos parecen adivinos de lo posible, generadores de claves para interpretar la vida actual. ¿Qué son la evolución de las especies del primero o el adelantado cambio climático del segundo? Lo vieron en el siglo XIX. En cierta forma daban a entender que se necesita una Educación Ambiental, algo que nos descubrió y se empeñó en comunicar González Bernáldez.

Aconsejamos a quienes salgan de estampida hacia paisajes menos urbanos para librarse un poco de las ataduras pandémicas que aprovechan su conocimiento de las cosas definitorias del paisaje elegido. Les servirá de una primera compenetración con el paisaje del que forman parte en ese momento. Seguramente el paisaje les hablará, incluso con vivacidad en ciertos momentos por medio de sus bioindicadores. Si así fuese se facilitaría el tránsito desde una primera aproximación emocional hasta la mirada crítica con precisión y rigor. Todo lo escrito aquí va en dirección contraria al efímero paisaje de paso, tipo agencia de viajes y muy consumido actualmente.

Observar un paisaje es construir puentes con él. Todos debemos intentarlo. La forma del puente, o pasarela, no es lo más importante pero sí es necesario que sea seguro, para que quien observa lo atraviese dispuesto a enriquecer su perspectiva. Por eso sirven poco las fotografías de otros almacenadas en la memoria del móvil. Se necesita cierta habilidad e intención para componer un bosquejo mental que enriquezca situaciones similares vividas con antelación y lo añada al bagaje cultural interpretativo del presente. En cierta forma, todos y cada uno de los buceos en el paisaje son huecos llenos de algo que a la vez suponen una experimentación en la propia concepción. Así se evita que se disuelva el eco del paisaje.

Buscar la autenticidad del paisaje supone entender los referentes externos (fenosistema) pero es mucho más. Consiste en ampliar el mundo de las relaciones entre ellos y con otras variables que se nos ocultan: el criptosistema de González Bernáldez. Esta tarea nos permite encontrar qué lo condiciona; el placer oculto del descubrimiento se disfruta cuando se percibe la dimensión global, y se confronta, que no compara, con otros paisajes. Lo cual lleva a enriquecer cada momento. No debemos limitarnos a estar ante un paisaje. Demos significado a lo que se observa a través de sus significantes, incluso cuando la captura del paisaje se hace en compañía, otra mirada que coincide o no con la nuestra, y ambas se enriquecen. Hay toda una cierta geometría experimental en la construcción que cada cual hace del paisaje.

Saber mirar, ser capaz de componer un bosquejo mental que enriquece situaciones parecidas vividas antes y las que se mantendrán después. En cierta forma son nodos de experimentación de la mente propia. El magisterio del paisaje que busca mucha gente mayoritariamente urbanita se parece a un mundo ruralizado, sin pervertir demasiado por la acción antrópica. Por eso, aquí encaja aquello que leímos que decía la antropóloga Kaori O’Conner de que “la más importante relación entre las personas y el paisaje no es estar en él, sino dejar que el paisaje esté dentro de ti”. Tendremos que explorar más sus paisajes.

Se ha publicado recientemente que “la humanidad debe proteger la Tierra para salvar la biodiversidad”. ¿Cuánta tierra o territorio? Un 44 %, la superficie que ocupan actualmente los continentes americanos y asiáticos. El artículo se hace eco de las investigaciones de un grupo de científicos de la Universidad de Amsterdam que advierte de que se acaba el tiempo para detener “la relación tóxica que el ser humano mantiene con la naturaleza”. Este grupo de investigación asegura que en los años que nos quedan hasta 2030, el año del examen mundial en busca de la sostenibilidad, los usos humanos intensivos podrían acabar con 1,3 millones de kilómetros cuadrados de tierra, lo cual sería devastador para la vida silvestre y tendría graves repercusiones en nuestras vidas.  Escribiría otros paisajes; algunos nos asustan.

Solo conseguiremos revertir la tendencia arrasadora si aunamos el compromiso científico y estético, incluso el pragmático, y pasamos a una acción moral; si logramos enfatizar la compleja biodiversidad que determinados paisajes muestran o esconden. Los urbanitas, en cierta manera todos los somos, quieren parecerse más que nunca a los ruralitas, que a su vez se han acopiado de tics urbanitas. No es sencilla la misión de encontrarse a sí mismo en el paisaje, ver desde dentro enseña más que una bella panorámica, aunque sea de National Geographic. En Juan de Mairena (Antonio Machado) nos alertaba ya del consumismo del paisaje hace cien años “El hombre moderno busca en el campo la soledad,  cosa muy poco natural. Alguien dirá que se busca a sí mismo. Pero lo natural en el hombre es buscarse en su vecino, en su prójimo, como dice Unamuno… Más bien creo yo que el hombre moderno huye de sí mismo,  hacia las plantas y las piedras, por odio a su propia animalidad,  que la ciudad exalta y corrompe.» (11,47). Ahora caigo en que me he olvidado de citar el complejo paisaje urbano. Será porque algo dijimos en la entrada anterior de este blog. En el sistema urbano quedan otros fenosistemas y criptosistemas por descifrar sin dilaciones exculpatorias.

Ciudades sostenibles, verbigracia

Hace más de 50 años que Ítalo Calvino publicaba Las ciudades invisibles, aquellas que no se ven pero que determinan buena parte de lo que acontece sobre su suelo urbano. Aludía el autor a ciudades que las tenemos tan cerca que nos las vemos. La trama cuenta que Marco Polo describe ciudades fantásticas al rey tártaro Kublai Khan. Habla en primer lugar de Olivia la cual, a pesar de ser rica y próspera, a la vez se ve “envuelta de hollín y pringue que se pega a las paredes de las casas”. En la obra, advertía Marco Polo en primer lugar aquello que el rey tártaro ya conocía: que no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen. Y sin embargo, entre la una y la otra hay una relación. Había ciudades continuas (dónde está el límite de nuestras actuales ciudades pues forman parte del ancho mundo); escondidas, sutiles; asociadas al cielo, al nombre, al sueño, a la memoria, a los intercambios, a los muertos; además de ciudades combinadas con ojos y sueños.

Su capital era Eutropia, donde “al entrar el viajero no ve una ciudad sino muchas, de igual importancia y no disímiles entre sí, desparramadas en una vasta y ondulada meseta. Eutropia no es una sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada, las otras vacías; y esto ocurre por turno”. Al tiempo, “la ciudad repite su vida siempre igual, desplazándose hacia arriba y hacia abajo en su tablero de ajedrez vacío”. Resaltemos algunas por sus bellos nombres y propiedades: Sofronia, ciudad compuesta de dos mitades; Zemrude que responde a lo que quieras ver en ella, de cómo esté tu humor. Así pues no es ella sino el reflejo de quien la mira; Moriana es una ciudad bidimensional, reflejo  de las ciudades existentes cuando escribió, deslumbrante para el público y a la vez enferma, pues oculta problemas y dificultades; luego están la celeste Bersabea, o la Maurilia campesina y la Maurilia metrópoli. Y muchas más, todas inventadas con nombre de mujer, que para eso son ciudades.

Merece la pena leer despacio la interpretación que sobre esas ciudades realiza el Área de Educación del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, con textos e imágenes que personalizan las ciudades identificadas de forma anónima por Calvino, tal que si entablasen un diálogo entre lo pintado y lo escrito, ante los pensamientos de quien lee y mira.

Nostalgia, por Ángel Ibañez

En 2018 se estrenaba La ciudad oculta de Víctor Moreno, película premiada en el Festival de Sevilla de 2018.  De la cual no nos resistimos a reproducir su sipnosis: “Bajo la ciudad moderna se extiende un vasto entramado de galerías, túneles, tuberías, alcantarillas, redes de transportes, estaciones subterráneas… Una inmensa telaraña sobre la que se asienta, y de la que depende, la metrópolis visible; un espacio funcional e imprescindible, pero también un ámbito simbólico, una esfera oculta: el inconsciente de la urbe”. O como se dice en la cita del mencionado festival: Después de colarnos en el Edificio España, simbólico edificio madrileño, Víctor Moreno nos conduce a un viaje sensorial y casi lisérgico por el subsuelo de la ciudad: “el vasto entramado de galerías, túneles, tuberías, alcantarillas, redes de transportes, estaciones subterráneas, zonas de ocio y consumo que bullen bajo nuestros pies. Una realidad tan escondida que casi parece irreal, en una sensual fusión de antropología y ciencia ficción que nos invita a reflexionar sobre qué esconde la idea de progreso en la que se cimenta nuestra sociedad”.

Hoy se habla mucho de ciudades sostenibles, incluso así las calificaron en el ODS núm. 11. Ciudades y comunidades sostenibles. Sus metas son ambiciosas, variadas y de alcances diferentes, por eso costará concretar sus estrategias en el corto y medio plazo. ¡Son tan diferentes los puntos de partida! En realidad las ciudades no son lo que parecen: los flujos de materia y energía, sus habitantes o visitantes que interactúan; la biodiversidad va y viene, la urbanidad también. La historia de tal o cual ciudad, la ciudad del mañana se escriben desde siempre. Todas son más gratas o menos, según la lupa con que se miren. Hay que dialogar con la ciudad para observar si la de dentro tiene que ver con la de fuera, esa inmensa telaraña que en realidad la sostiene según el director de la película La ciudad oculta. En cada una de la que habitemos, habrá que conocer si una subterránea y otra edificada conviven en una cierta sostenilidad. La ciudad, por más que su tecnología le permita ser una anónima criatura, es ecodependiente de sus entornos próximos o lejanos. Algo que los urbanitas tardan en ver.

Alguien admira las ciudades por su belleza, por el arte, la riqueza, extensión, pulcritud en su diseño, y otros aditamentos externos. La ciudad nace y se hace cada día. Por eso en ocasiones se empeña en dividirse entre calles que habitan ciudadanos ricos y barrios pobres. Alarma leer que quince de los barrios urbanos más pobres se encontraban el año pasado en ciudades andaluzas. Otros medios de comunicación separaron ciudades entre ricas y pobres, barrios ricos y pobres. Desde aquí nos preguntamos cuáles se podrán calificar como sostenibles y en qué. Ciudades de España que son un pequeño muestrario de las ciudades del mundo. ¿Cómo las llamaría Calvino?

Hay ciudades escaparate, como el París turístico, en donde parece que todo se armoniza. Recuerdo ahora a Berna y su pulcritud que hace unos años me dejó atónito. Otras, las megalópolis de países pobres son una amalgama de ciudades. Interesante el artículo que ponderaba la bella coordinación no programada que se admiraba en la ciudad de Sao Paulo y muchas latinoamericanas, las ciudades desordenadas.  Como bien sabía apreciar el cubano francés Alejo Carpentier: “En América Latina, lo maravilloso se encuentra en vuelta de cada esquina, en el desorden, en lo pintoresco de nuestras ciudades”. Ahora se habla bastante de las ciudades inclusivas, que sean además seguras y marcadamente resilientes. La Unión Europea puso en marcha el proyecto Rescue, Barcelona estudia cómo adaptar la ciudad al cambio climático (20minutos.es) desde hace ya años; Vitoria se nombre como ejemplo. La ciudad imaginada tardará en ser realidad porque su metabolismo es complejo y está sujeto a intereses muy diversos, contradictorios, entre los promotores de las actuaciones y los presuntamente afectados. Federico García Lorca calificaba las ciudades como periódicos mentirosos; si visitara las de hoy no sabemos si vería más mentirosa a la ciudad o a algunos periódicos.

Para terminar volvamos al principio. Pensemos en estas palabras de Ítalo Calvino: “Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memoriasdeseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos.” Por eso nos cuesta interpretar lo de resilientes, serán aquellas en las que conviven sin excesiva desarmonía lo visible y lo oculto.

Por cierto, qué saldrá para experimentar del Foro de las Ciudades que tendrá lugar en Madrid la semana próxima. ¡Que no sean nunca más millones de seres viviendo juntos en soledad!, que decía Henry D. Thoreau hace más de 150 años. En fin, sostenibles en qué, para qué o para quién; ahora y hasta cuándo. Las ciudades invisibles de Calvino o las ocultas de Moreno, o las resilientes que se quieren ahora; unas y otras son las que habitamos nosotros. Hay muchas formas de mirar la ciudad. ¿A cuál se apunta?

Con(ciencia) ciudadana para buscar medioambiente

Que la gente, urbana en este caso, está mejor informada que hace unas décadas es un hecho innegable. Conoce más detalles de las causas y consecuencias de fenómenos o tendencias sociales a las que antes apenas miraba. Menos aún se molestaba en preguntarse dónde estaban la raíz y los frutos del tal o cual fenómeno o acontecimiento. Alguien sí, que no todos humanos eran inconscientes. La ciencia aplicada se ha acercado a la ciudadanía, la investigación se ha explicado de forma más sencilla, para dar claves del origen y del proceso que siguen determinadas cuestiones. De entre todas estas, podríamos detenernos en algunas tan importantes como la contaminación o la movilidad urbana, etc., pero hay muchas más.

Pensemos simplemente en la biodiversidad. Llevémosla al ambiente urbano porque en el natural parece condición implícita. La biodiversidad urbana no siempre se ve. Se diría que queda al margen del mundo natural. Sin embargo, basta un paseo para comprobar que no vivimos solos en la ciudad, que la vida se expande fuera de nuestra casa. Posiblemente, conocer la existencia de esa vida, identificar alguno de sus componentes, es un primer paso para despertar en interés individual. Es primavera. Observemos mientras paseamos, detengámonos frente a algo vivo, escuchemos para sentir, preguntémonos qué le permite vivir ahí y si desempeña un papel vital en el ecosistema que es la ciudad a la que pertenece.

Ciencia que acerca a un conocimiento más riguroso de la problemática ambiental, que puede llevar a una valoración crítica, comprometida y transformadora. Dicen que en eso se basan los aprendizajes hacia el servicio colectivo: conocer algo que nos mueve a actuar en beneficio de todos. Ciencia que abre la puerta a la conciencia de que la biodiversidad, en este caso urbana, es una de las variables de la sostenibilidad global, y enriquece la ciudad.

(Ángel Ibáñez)

Ciencia urbana es seguir la evolución de ciertas especies, apreciar si abundan o no en nuestras calles, tejados o parques. Ciencia es fijarse y anotar cuándo tal o cual especie vegetal florece, preguntarse por qué lo hace así y anotar los resultados año tras año; mirar a los árboles de otra forma para que no queden como estatuas que adornan nuestras calles. Ciencia es mirar al cielo para ver cuando llegan vencejos, aviones y golondrinas, dónde tendrán sus nidos. Ciencia es buscar y fotografiar, ahora que todos llevamos cámara en nuestro móvil, a los insectos que aparecen cuando hace menos frío, en particular abejas y mariposas que pasan por un mal momento. Ciencia es cultivar en el jardín o macetas de casa y anotar los cambios de plantas. Ciencia es mirar al suelo para ver qué tipo de tierra hay en determinados lugares y aventurar cuáles sostendrán mejor a las plantas. Ciencia es reconocer lo que sucede en determinadas plantas cuando aparecen nuestras alergias. Ciencia es descubrir a los líquenes que se agarran en árboles, muros o suelos, en aquellos lugares en donde la contaminación no se adueñó todavía del aire. Ciencia es reconocer que las plantas son los grandes depuradores del aire urbano. Esa ciencia sencilla soporta errores seguramente, pero cultivada puede conducir a la verdad. La ciencia sencilla de la que hablaba Albert Einstein se expresa en un mensaje comprensible para todos.

Ciencia es apuntarse a un proyecto de investigación sobre los ríos urbanos, acaso embellecer los parques. Y tantas otras acciones que pueden formar conciencia de que la malla que une a toda la vida está pendiente de unos factores que genéricamente se llaman sostenibilidad. Ciencia aplicada es dejarse llevar en un parque o en el entorno urbano para soñar emociones; acaso buscar en los libros de ciencia si eso es ciencia. Porque en las ciudades se han roto las fronteras; ya son un continuo con lo que les rodea, con los territorios con los que comparten aires y aguas, y gentes. Ciencia es hablar de todo con nuestra familia y amistades, avanzar en darle contenido a la sostenibilidad urbana viva. Ciencia con minúsculas para hacerla grande. Como la que relaciona la movilidad en el transporte con la calidad del aire urbano; ahí se ve como la ciencia aplicada debe escuchar lo que dice la “ciencia investigadora” como los informes del IPCC (Panel Intergubernamental Cambio Climático). Nos deslumbra la ciencia de los malos augurios, nos despierta la consciencia. Esta nos hace preguntas múltiples. Primero qué conocemos de lo que dice la Ciencia, con mayúsculas; a continuación si somos capaces de organizar un conocimiento coherente de la realidad; después si seremos cada uno de nosotros una parte de la ética de la mejora social. Acaso sentir los beneficios y perjuicios que nos acarrea esa conciencia básica que por simpleza se cataloga en el bien y el mal.

Ciencia es también mirar para entender, en base a unos criterios independientes y otros variables. Es lo que se hace con los valores de contaminación del aire urbano. Oler a contaminación cuando se pasea no es ciencia pero alerta y obliga a leer lo que traducen las estaciones de medición. Las Redes de Vigilancia de la Calidad del Aire de cada ciudad nos permiten enterarnos de la Ciencia con mayúsculas. Al menos esa que se empeña más en destruir errores para facilitar la comprensión que en descubrir verdades gruesas. Algo así ya lo dijo Sócrates.

La ciudad se enseñorea con sus parques y jardines, se ha sometido a un proceso de “naturación”, que diría Martí Boada. Como queriendo invitarnos no solo a aplicar su belleza artística sino a mirarla con ojos de la ciencia: el milagro de la vida que nos acompaña, la naturalización en palabras del mismo investigador,  en este mundo para siempre transfronterizo, para buscar la relación entre ciencia y consciencia. Esta alude tanto a la capacidad para reconocer la realidad como al establecimiento de ciertas relaciones, a un conocimiento de las cosas que pasan y una enunciación de posibles hipótesis, a compartir ideas de vida con quienes nos rodean. Y, por qué no decirlo, a cómo cada cual se ve a sí mismo en el contexto que le rodea, en el momento que lo sujeta, en el pensamiento que le hace partir o quedarse inmóvil. Siempre permanecerá alguna duda sobre lo percibido, pero incluso así hay una aproximación a la escucha de lo que la ciencia nos puede decir sobre el mundo real. Si empezamos por maravillarnos mucho mejor, quizás sea esa la semilla que nos muestre la ciencia. Aunque ya nos avisaba Carl Sagan de que nunca encontraríamos verdades sagradas en la ciencia para llevarlas a la vida, al menos no todos los individuos.

Hoy la consciencia se ha querido universalizar; no sabemos si una parte será ciencia pues las investigaciones avanzan en nuestras universidades y fuera de ellas. En cualquier caso nos obliga a pensar, en algunos momentos a actuar. La “Ciencia del medioambiente” ya no es algo desconocido; hemos sabido entender que detrás de cada minúscula vida o del episodio más grave se esconde alguna explicación científica. La buscamos por más que muchas veces se nos escape su comprensión. En más de una ocasión me he preguntado si había ciencia detrás de las pinturas rupestres del Paleolítico o Neolítico, si acaso serían solamente supersticiones. ¿O reunían a la vez ciencia y consciencia? El mundo del arte siempre ha sido transfronterizo en lo emocional.

Entre la ciencia (con o sin mayúscula), la consciencia y la conciencia nos atreveremos a imaginar un mundo mejor, y para darnos cuenta de lo extensa que es nuestra ignorancia y quizás llevarnos a más preguntas. Para terminar me gustaría dejar una frase de Isaac Asimov para quienes quieran extender esta lectura: el aspecto más triste de la vida en este momento es que la ciencia recopila conocimiento más rápido de lo que la sociedad adquiere sabiduría. Llevémoslo a las consecuencias de la emergencia climática, por ejemplo; o a la movilidad urbana. En ambas la gente no ha encontrado de forma masiva medioambiente, y lo tiene en sí misma y en todo aquello que nos rodea. Acaso necesita más conciencia de ciudadanía.