Con(ciencia) ciudadana para buscar medioambiente

Que la gente, urbana en este caso, está mejor informada que hace unas décadas es un hecho innegable. Conoce más detalles de las causas y consecuencias de fenómenos o tendencias sociales a las que antes apenas miraba. Menos aún se molestaba en preguntarse dónde estaban la raíz y los frutos del tal o cual fenómeno o acontecimiento. Alguien sí, que no todos humanos eran inconscientes. La ciencia aplicada se ha acercado a la ciudadanía, la investigación se ha explicado de forma más sencilla, para dar claves del origen y del proceso que siguen determinadas cuestiones. De entre todas estas, podríamos detenernos en algunas tan importantes como la contaminación o la movilidad urbana, etc., pero hay muchas más.

Pensemos simplemente en la biodiversidad. Llevémosla al ambiente urbano porque en el natural parece condición implícita. La biodiversidad urbana no siempre se ve. Se diría que queda al margen del mundo natural. Sin embargo, basta un paseo para comprobar que no vivimos solos en la ciudad, que la vida se expande fuera de nuestra casa. Posiblemente, conocer la existencia de esa vida, identificar alguno de sus componentes, es un primer paso para despertar en interés individual. Es primavera. Observemos mientras paseamos, detengámonos frente a algo vivo, escuchemos para sentir, preguntémonos qué le permite vivir ahí y si desempeña un papel vital en el ecosistema que es la ciudad a la que pertenece.

Ciencia que acerca a un conocimiento más riguroso de la problemática ambiental, que puede llevar a una valoración crítica, comprometida y transformadora. Dicen que en eso se basan los aprendizajes hacia el servicio colectivo: conocer algo que nos mueve a actuar en beneficio de todos. Ciencia que abre la puerta a la conciencia de que la biodiversidad, en este caso urbana, es una de las variables de la sostenibilidad global, y enriquece la ciudad.

(Ángel Ibáñez)

Ciencia urbana es seguir la evolución de ciertas especies, apreciar si abundan o no en nuestras calles, tejados o parques. Ciencia es fijarse y anotar cuándo tal o cual especie vegetal florece, preguntarse por qué lo hace así y anotar los resultados año tras año; mirar a los árboles de otra forma para que no queden como estatuas que adornan nuestras calles. Ciencia es mirar al cielo para ver cuando llegan vencejos, aviones y golondrinas, dónde tendrán sus nidos. Ciencia es buscar y fotografiar, ahora que todos llevamos cámara en nuestro móvil, a los insectos que aparecen cuando hace menos frío, en particular abejas y mariposas que pasan por un mal momento. Ciencia es cultivar en el jardín o macetas de casa y anotar los cambios de plantas. Ciencia es mirar al suelo para ver qué tipo de tierra hay en determinados lugares y aventurar cuáles sostendrán mejor a las plantas. Ciencia es reconocer lo que sucede en determinadas plantas cuando aparecen nuestras alergias. Ciencia es descubrir a los líquenes que se agarran en árboles, muros o suelos, en aquellos lugares en donde la contaminación no se adueñó todavía del aire. Ciencia es reconocer que las plantas son los grandes depuradores del aire urbano. Esa ciencia sencilla soporta errores seguramente, pero cultivada puede conducir a la verdad. La ciencia sencilla de la que hablaba Albert Einstein se expresa en un mensaje comprensible para todos.

Ciencia es apuntarse a un proyecto de investigación sobre los ríos urbanos, acaso embellecer los parques. Y tantas otras acciones que pueden formar conciencia de que la malla que une a toda la vida está pendiente de unos factores que genéricamente se llaman sostenibilidad. Ciencia aplicada es dejarse llevar en un parque o en el entorno urbano para soñar emociones; acaso buscar en los libros de ciencia si eso es ciencia. Porque en las ciudades se han roto las fronteras; ya son un continuo con lo que les rodea, con los territorios con los que comparten aires y aguas, y gentes. Ciencia es hablar de todo con nuestra familia y amistades, avanzar en darle contenido a la sostenibilidad urbana viva. Ciencia con minúsculas para hacerla grande. Como la que relaciona la movilidad en el transporte con la calidad del aire urbano; ahí se ve como la ciencia aplicada debe escuchar lo que dice la “ciencia investigadora” como los informes del IPCC (Panel Intergubernamental Cambio Climático). Nos deslumbra la ciencia de los malos augurios, nos despierta la consciencia. Esta nos hace preguntas múltiples. Primero qué conocemos de lo que dice la Ciencia, con mayúsculas; a continuación si somos capaces de organizar un conocimiento coherente de la realidad; después si seremos cada uno de nosotros una parte de la ética de la mejora social. Acaso sentir los beneficios y perjuicios que nos acarrea esa conciencia básica que por simpleza se cataloga en el bien y el mal.

Ciencia es también mirar para entender, en base a unos criterios independientes y otros variables. Es lo que se hace con los valores de contaminación del aire urbano. Oler a contaminación cuando se pasea no es ciencia pero alerta y obliga a leer lo que traducen las estaciones de medición. Las Redes de Vigilancia de la Calidad del Aire de cada ciudad nos permiten enterarnos de la Ciencia con mayúsculas. Al menos esa que se empeña más en destruir errores para facilitar la comprensión que en descubrir verdades gruesas. Algo así ya lo dijo Sócrates.

La ciudad se enseñorea con sus parques y jardines, se ha sometido a un proceso de “naturación”, que diría Martí Boada. Como queriendo invitarnos no solo a aplicar su belleza artística sino a mirarla con ojos de la ciencia: el milagro de la vida que nos acompaña, la naturalización en palabras del mismo investigador,  en este mundo para siempre transfronterizo, para buscar la relación entre ciencia y consciencia. Esta alude tanto a la capacidad para reconocer la realidad como al establecimiento de ciertas relaciones, a un conocimiento de las cosas que pasan y una enunciación de posibles hipótesis, a compartir ideas de vida con quienes nos rodean. Y, por qué no decirlo, a cómo cada cual se ve a sí mismo en el contexto que le rodea, en el momento que lo sujeta, en el pensamiento que le hace partir o quedarse inmóvil. Siempre permanecerá alguna duda sobre lo percibido, pero incluso así hay una aproximación a la escucha de lo que la ciencia nos puede decir sobre el mundo real. Si empezamos por maravillarnos mucho mejor, quizás sea esa la semilla que nos muestre la ciencia. Aunque ya nos avisaba Carl Sagan de que nunca encontraríamos verdades sagradas en la ciencia para llevarlas a la vida, al menos no todos los individuos.

Hoy la consciencia se ha querido universalizar; no sabemos si una parte será ciencia pues las investigaciones avanzan en nuestras universidades y fuera de ellas. En cualquier caso nos obliga a pensar, en algunos momentos a actuar. La “Ciencia del medioambiente” ya no es algo desconocido; hemos sabido entender que detrás de cada minúscula vida o del episodio más grave se esconde alguna explicación científica. La buscamos por más que muchas veces se nos escape su comprensión. En más de una ocasión me he preguntado si había ciencia detrás de las pinturas rupestres del Paleolítico o Neolítico, si acaso serían solamente supersticiones. ¿O reunían a la vez ciencia y consciencia? El mundo del arte siempre ha sido transfronterizo en lo emocional.

Entre la ciencia (con o sin mayúscula), la consciencia y la conciencia nos atreveremos a imaginar un mundo mejor, y para darnos cuenta de lo extensa que es nuestra ignorancia y quizás llevarnos a más preguntas. Para terminar me gustaría dejar una frase de Isaac Asimov para quienes quieran extender esta lectura: el aspecto más triste de la vida en este momento es que la ciencia recopila conocimiento más rápido de lo que la sociedad adquiere sabiduría. Llevémoslo a las consecuencias de la emergencia climática, por ejemplo; o a la movilidad urbana. En ambas la gente no ha encontrado de forma masiva medioambiente, y lo tiene en sí misma y en todo aquello que nos rodea. Acaso necesita más conciencia de ciudadanía.

2 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Esto no se soluciona a trocitos

    Para recuperar la salud de planeta por causa de actividad humana no se pueden crear micromundos ecológicos, burbujas, sino que ha de ser plena la actuación. Y eso conlleva cambios en gobernanzas mundiales, de tradiciones, de filosofías, de mercados, producción, mentalidad…
    Y lo que menos ayuda es el mercado de armas, porque se nutre de la división de pueblos, de gentes, de elevación de muros de patrias y del empeoramiento de relaciones.
    La humanidad, por su cultura nefasta, está condenada a seguir padeciendo los frutos de su avaricia y necedad.

    01 junio 2022 | 9:30 am

  2. Dice ser Seremos técnicos de lanzamisiles, por lo menos...

    ¿Qué sentido tendrán los premios Nobel de la Paz y todos aquellas ceremonias para rememorar las víctimas de las guerras así como a las personas que dieron su vida por soñar con un mundo en Paz?
    ¿Dónde aquellas palabras de sus guías espirituales, para los religiosos, que promulgaban dar la otra mejilla y amar al enemigo, el no usar la violencia y buscar la paz por medios pacíficos e inteligentes, sanos para el alma?
    ¿Dónde quedarán cuando se ve en los medios cómo se desglosan las poderosas cualidades del último lanzamisiles, de la compra, venta y sesión de armamento, involucrando a la gente a entrar en el negocio armamentístico?
    Ahora seremos todos comandantes, capitanes de tropa, generales, jugando con la vida de soldados como si no valieran lo que valen otras.
    Y vamos a salvar el planeta y el mundo va a ser un lugar hermoso para vivir nuestras generaciones futuras… Pues venga, a ver quien tiene la bomba más potente o el lanzamisiles de última generación más potente, que quita alimentos a la gente, hunde en pobreza a sistemas, todo por la avaricia del humano dignísimo que ama la vida en el planeta…

    01 junio 2022 | 6:27 pm

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