Desertificación y calorazos en aumento, entrelazados con los incendios

Los tiempos vitales se vuelven a veces imperfectos, se declinan en subjuntivo y admiten los compuestos. Traemos esto a cuento porque el viernes pasado, Día de la Desertificación, fue a coincidir con un episodio de ola de calor. Se diría que en julio hubiera sido más normal. Pero no, a mitades de junio, con un preludio en mayo. La coincidencia podría deberse a la casualidad pero no van solo por ahí los aires. Asegura la gente de la ciencia, hace ya unos años que lo predica con poco éxito a los feligreses con otros intereses, que la desertificación va en aumento y las olas de calor azotarán en meses más tempranos y se repetirán con una frecuencia desconocida, acaso cada dos años.

Los tiempos del calor son subjuntivos porque ahora el verano puede durar de mayo a noviembre, con periodos intercalados menos rigurosos; para conjugarlos deberíamos ponerles delante el si condicional. Los tiempos de la desertificación se conjugan en un modo verbal parecido. Pongamos algún ejemplo para ilustrarnos. Si no hubiéramos emitido tantos gases de efecto invernadero a la atmósfera ahora nos veríamos en un presente amable con futuro menos incierto. Si no hubiésemos caldeado el ambiente, si fuesen utilizadas cautelas en el uso de los suelos, si no se roturaran tantos territorios frágiles ahora no nos veríamos tan amenazados por la desertificación, si…

Casi vivimos en un futuro perfecto de subjuntivo. Cuántas incógnitas hay en esta ecuación de la vida. Futuro es lo que está por venir, perfecto siempre es un contenido engañoso (según qué y para quién) y subjuntivo pues viene acompañado muchas veces de subjetividad, posibilidad, probabilidad, hipótesis, etc., algo sin mucha delimitación. Pero también se le puede dar la vuelta en forma de deseo. Como es el hecho de reducir en lo posible las olas de calor, saber mitigarlas mejor para que no contribuyan al avance de la desertificación. En todo lo que implementa a estas transformaciones aparece la acción antrópica, pendiente de entender sus presentes para aventurar los futuros de quienes vienen detrás.

Argumentemos un poco más todo esto para ver si conjugamos mejor. Puede que la fuerza de los indicativos mejore las hipótesis subjuntivas. Ahora mismo, según se dijo el día 17 de junio con ocasión del Día Mundial para combatir la desertificación y la sequía. Bien por el enunciado puesto que se dice que a escala global y local lo uno y lo otro van de la mano. Pero no nos confundamos, la desertificación supone una degradación de la Tierra (los suelos) en especial en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Detrás de la conjugación del verbo degradar están como sujetos principales las actividades humanas y las variaciones climáticas. Más todavía cuando coinciden esos dos agentes en periodos de vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas, que cubren un tercio de la superficie del planeta. Cuando se ha producido a lo largo de los siglos una sobrexplotación y muchos usos inadecuados del suelo (la deforestación, el sobrepastoreo y las malas prácticas de riego) afectarán negativamente a la productividad del suelo. El futuro viene cargado de pobreza, de inestabilidad política y otros males. Como dure mucho la invasión rusa de Ucrania, tendremos delante un futuro de subjuntivos alimentarios mal conjugados.

Un termómetro marca 35 grados el viernes en Cantabria. (EFE/Pedro Puente Hoyos)

Poca gente se habrá enterado de que España fue la sede del Día Mundial de último encuentro para cambiar la desertificación. Les aseguro de que no fue la primera noticia de los informativos. A escala informativa y mediática, con esto sucede como con casi todo que afecta a la dimensión ecosocial de la vida, no interesa lo que no implica morbo o lucha política. La educación informal no ejerce como tal, sino como una ventana de por la cual mirar desperfectos. Tampoco nos han informado sobre las conclusiones de dicho evento. Y eso sabiendo que las previsiones científicas actuales pronostican que las sequías irán en aumento y que podrían afectar a más de tres cuartas partes de la población mundial en 2050. Sepan que se calcula que en España las tres cuartas partes del territorio están dentro o cerca de la peligrosa desertificación. Y digo yo, como esto vaya en aumento y el agua escasee, de dónde van a venir los alimentos o la purificación del aire.

Al contrario de la escasa atención de los medios de comunicación a lo anterior, los mismos voceros nos han aburrido con la ola de calor, con conexiones para que periodistas provistos de la alcachofa microfónica nos anuncien lo evidente y comparen Villa Arriba con Villa Abajo. Minutos y conexiones para decirnos qué estamos sufriendo; ya lo sabíamos y sentíamos. Hay que exceptuar de este cansancio a lo que dicen y explican meteorólogos y meteorólogas que saben de lo que hablan. Estamos soportando grandes calorazos. Esta palabra no puede tardar en ser reconocida por la RAE. Se utilizaba mucho en mi tierra, la estepa monegrina, en donde se dice que “estos días, los lagartos ocelados no salen del cado si no tienen llena de agua la cantimplora”. Hasta las balsas de escorrentía más grandes de la España no húmeda se han secado; los ríos que circulan lo hacen depauperados. Pero la gente en general solo siente esto del calentamiento global cuando suda mucho. En un medio de comunicación nos sorprendió un anónimo entrevistado diciendo que “no se puede aguantar este calorcito”. Cuando el que esto escribe era chico, hacía guasa con sus amigos sobre la presunta cursilería de emplear el diminutivo para referirse a un aumentativo, expresión que a nuestro entender llegaba de la capital, en donde la gente no se preocupaba del tiempo meteorológico.

Volviendo al asunto de la atención mediática. Todo lo más, algunas noticias inciden en la relación con el cambio climático, pues las frecuencias de las olas de calor van a aumentar. Pocas veces se dice que la aceleración antrópica de ciertas variables climáticas está detrás de una crisis climática que puede adquirir caracteres de tragedia, desertificaciones aceleradas incluidas. La ola de calor “ha quemado” la progresión fructificadora de los cereales, tanto que las espigas parecen un esqueleto del quiero y no puedo. Y eso que quienes informan tienen el auxilio de la Aemet (Agencia Estatal de Meteorología) para saber mucho sobre la aceleración de estos episodios. Algo que ya sucede en muchos países africanos, como avisamos en este blog hace un año. Pero claro, eso queda muy lejos y la gente que lo padece será por su retraso en adoptar medidas, o por su pobreza. Nunca hubiéramos imaginado que nos llegasen con tanta virulencia y tan pronto los problemas de los países pobres. Ya nos pasó con la reciente pandemia. Ahora nos estamos dando cuenta de que todo está interconectado. Pero aparte de comprar ventiladores o instalar aires acondicionados poco más se hace. Cuidado que el gasto energético también genera calor fuera, en el aire, y en nuestros bolsillos a costa del precio de la electricidad y en la creciente quema de combustibles fósiles (subvencionados pero carísimos) para ir con nuestros coches a conquistar el tiempo perdido. ¿Hasta cuándo seguiremos así?

Vista del incendio forestal en la localidad de Burbáguena, Zaragoza. (EFE/Antonio García)

Pero en el polinomio de la desertificación y calorazo actúan también los incendios, que este año han afectado demasiado pronto. El riesgo de incendios será alto, muy alto o extremo durante todo el verano, con los antecedentes anuales de sequía y la mala gestión de los bosques. La desertificación genera déficits de agua en plantas, el calor las reseca, con lo que el incendio por causas naturales se propaga más rápidamente, ayudado por los vientos, la falta de humedad y las altas temperaturas, más otras variables. Dicen que los incendios se apagan en parte en invierno con una buena planificación y protocolos ambivalentes, con una suficiente dotación de recursos. Pocas personas de las que no se ven afectadas saben en realidad la desolación que provocan los incendios, pero entenderán que a más calor más posibilidades. Falta educación no formal e informal. El lunes mismo un periódico de tirada nacional titulaba una noticia confundiendo tiempo y clima, como sucede en algunos informativos de radio y televisión. ¡A estas alturas! La España que arde es una estampa sufriente localizada; si se cumplen las previsiones del calentamiento global será tétrica por muchos sitios. Aquí las hectáreas quemadas por años.

Me añado a las críticas de Greenpeace sobre la necesidad de que Europa espabile ante el azote de las olas de calor que vendrán. Vista la desmesura en estas cosas y la escasa confraternización de los afectados para combatir la desertificación y la sequía, para construir un mundo mejor para todos en futuro simple, me apunto a aquello que decía Jules Renard, uno de los escritores franceses más famosos del tránsito entre los siglos XIX –XX e inventor de las greguerías: El proyecto es el borrador del futuro. A veces, el futuro necesita cientos de borradores. Una duda, esta es mía: ¿Tendremos parasoles y sombrillas para todos?

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