El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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Pues no, las fórmulas lácteas no son iguales (y ni mucho menos mejores) que la leche materna

Parece mentira que aun nos veamos en estas, pero no puedo dejar pasar el comentar algunas cuestiones que me vinieron a la cabeza tras leer la pasada semana el post de mi vecina Madre reciente al respecto de la donación de leche materna y que se tituló: 1.315 madres, 4.967 litros, 1.500 bebés. Hoy es el Día Mundial de la Donación de Leche Materna.

Leche materna vs fórmula

De veras que me parece increíble que a estas alturas haya quien argumente que las fórmulas lácteas sean igual de buenas que la leche materna ya que según comentaron algunos participantes en el maremágnum de opiniones que se suscitó a continuación, las fórmulas artificiales actuales son de suma calidad (que sí, pero que no). Es más, según alguno cree, se le incorporan esos componentes “imprescindibles” que argumentan los partidarios de la leche materna… lo que (casi parece que se lee entre líneas) termina en un producto hasta mejor aun que la leche materna. O quizá no sea tan increíble el saber de personas que así piensan, fíjate: según este estudio se puso en evidencia que, al menos en Estados Unidos, el porcentaje de personas que estaba de acuerdo con la afirmación “la fórmula infantil es tan buena como la leche materna” pasó de un 14,3% en 1999 a un 25,7% en 2003 (no voy a hacer mayor comentario… que se me hincha la vena mala)

Mencionemos de nuevo que en este tema parece que es imposible encontrar opiniones mesuradas o simplemente educadas que no terminen en el insulto y el menosprecio del que no opina de la misma forma que uno. Es decir, que en base a mi experiencia, tanto los defensores de una y otro postura (lactancia materna vs lactancia artificial) suelen en muchos casos estar, ambos, bastante embebidos de cierto fundamentalismo. Así pues, tras santiguarse tres veces y tocar madera con los dedos cruzados mientras se pisa una caca (que es lo que los supersticiosos harían cuando uno se arriesga a volver a escribir sobre estos temas) vamos allá…

Leche materna vs fórmula: composición

Para que el que quiera utilice los argumentos que le dé la gana, pero que los utilice bien, veamos a continuación cuáles son las diferencias bromatológicas de ambos productos, de la leche materna frente a la leche artificial, de modo general. Ni que decir tiene que esta comparativa está basada en generalizaciones aceptadas de ambos productos y que dependiendo de la leche particular que se considere se podrían encontrar no pocas discrepancias aunque las características nutricionales de uno y otro producto estén más que marcadas.

Comparación leche materna fórmula

Así, tal y como se puede contrastar el mayor parecido entre la leche de fórmula y las leches maternas es su aporte energético (nada relevante en cualquier caso, un combinado de ron y refresco de cola puede tener las mismas calorías que un bocata de jamón). Sin embargo, la cantidad de proteínas es un 40% más abundante en la fórmula, tienen más hidratos de carbono y suelen tener menos grasa. Pero si encontramos notables diferencias entre la cantidad de macronutrientes, más significativa me parecen las que encontramos en relación a su calidad.

En cuanto a las proteínas en la lecha materna el 30% lo constituye la caseína y el 70% restante las proteínas del suero entre las que destacan alfa-lactoalbúmina (de alto valor biológico para el bebé), seroalbúmina, beta-lactoglobulinas, inmunoglobulinas, glicoproteínas, lactoferrina, lisozima, enzimas, moduladores del crecimiento, hormonas y prostaglandinas. Una composición cualitativa muy difícil de igualar por las diversas fórmulas ya que la fracción proteica de la leche materna es especialmente digerible e hipoalergénina cuando se compara con la de las fórmulas.

En cuanto a la grasa de la leche materna (y a pesar de sufrir importantes fluctuaciones en su contenido tanto a lo largo del periodo de lactancia como de un mismo día) posee una proporción relativamente estable en cuanto a la proporción de ácidos grasos: cerca de un 42% de ácidos grasos saturados y en torno al 57% de poliinsaturados. Toda la leche materna es especialmente rica en estos ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga y quizá por eso la mayoría de las fórmulas están enriquecidas con ellos desde hace dos o tres décadas. Sin embargo, es preciso saber que aunque la “la percha” sobre la que se construyen la mayor parte de las fórmulas lácteas para lactantes es la leche de vaca desnatada, esta se ve enriquecida con diferentes mezclas de aceites procedentes de la colza, la soja, el coco, el girasol y la oleína de palma.

El caso de los hidratos de carbono también merece mención especial. El origen de los carbohidratos de la leche materna es sin duda alguna la lactosa. Su alta concentración (en comparación con la leche de vaca) facilita la absorción del calcio y el hierro y promueve la colonización intestinal de una flora microbiana fermentativa que mantiene un ambiente ácido en el intestino que inhibe en cierta medida el crecimiento de bacterias, hongos y parásitos. Por su parte, en el caso de las fórmulas también suele ser la lactosa el principal hidrato de carbono, no obstante no es infrecuente encontrarlas con ingredientes tan poco apetecibles como el sirope y maltodextrinas de maíz.

En cuanto a los micronutrientes, las fórmulas están enriquecidas “a cascoporro” con minerales que parecen especialmente interesantes, más en concreto el calcio y el hierro cuya presencia es notablemente superior a la de las leches maternas.

Nutrientes a parte

Más allá de los nutrientes clásicos, su cantidad y origen, la leche materna presenta singularidades concretas que difícilmente podrán ser igualadas algún día en las fórmulas… o no al menos a corto plazo y a un precio más o menos asequible (como si las actuales lo tuvieran… que esa es otra). Me refiero por ejemplo a factores anti infecciosos como los anticuerpos, la inmunoglobulina A, la lactoferrina (que “secuestra” el hierro haciéndolo inaccesible a las posibles bacterias y por este mecanismo frenar su proliferación), las lisozimas… Quizá por estas razones la incidencia de infecciones es menor en lactantes alimentados al pecho que en aquellos con lactancia artificial.

Así pues: no, las fórmulas lácteas no son iguales que la leche materna… y ni mucho menos mejores. De forma que si existe la posibilidad de crear entornos en los que se estimule la donación de este preciado fluido entre las madres que les sobre leche para que otros bebés puedan aprovecharse de ello, pues bienvenido sea.

Ahora ya… que cada cual, haga lo que le dé la gana.

Si te has quedado con ganas de seguir leyendo y sobre todo profundizando sobre el tema te recomiendo sigas por este post del experto en el tema Julio Basulto (@JulioBasulto_DN) Lactancia materna: deliciosa conexión entre la inmunidad de la madre y la del bebé

Y si quieres leer más en de lo publicado en el blog sobre el tema:

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Imágenes: Boians Cho Joo Young vía freedigitalphotos.net

Hemocromatosis: un trastorno con mucho hierro

HierroUno de los temas más candentes en el mundo de la nutrición y de la alimentación refiere a lo concerniente al hierro. No se trata de una cuestión de matices, a este respecto hay pocas dudas: tal y como señala la propia OMS la deficiencia de hierro es el trastorno nutricional más común y extendido en el mundo, afectando a un gran número de habitantes en los países en desarrollo pero siendo al mismo tiempo la más prevalente de las deficiencias nutricionales en los países industrializados. Tal es así, que la cuestión del hierro es protagonista en nuestro medio de esa poco adecuada práctica que es la del “nutricionismo”… resumida muy fugazmente como: toma mucho de esto que te hace falta porque es bueno para aquello.

Sin embargo, al mismo tiempo de esta férrica situación deficitaria y generalizada, existe un grupo de patologías que se caracterizan por todo lo contrario. Quienes las padecen mantienen unos niveles excesivos de hierro en la sangre, algo que al mismo tiempo les supone serias complicaciones metabólicas y por ende en su salud.

¿Qué es la hemocromatosis?

Más allá del resultado incuestionable del caso, un exceso de hierro en la sangre dentro de niveles considerados tóxicos, se distinguen básicamente dos tipos de hemocromatosis en relación a su origen:

  • La hemocromatosis primaria: un trastorno congénito y hereditario, por lo tanto con causas genéticas. Las personas en esta situación absorben más hierro de lo que es habitual a través de su aparato digestivo. Así, el hierro se acumula en su cuerpo y en especial en el hígado donde es especialmente negativo. Como muestra un botón, Los pacientes con hemocromatosis hereditaria pueden llegar a almacenar hasta 20-40 g de hierro en su organismo, una cantidad netamente superior a los 0,3-0,8 g de las personas sin hemocromatosis.
  • La hemocromatosis secundaria (adquirida): debida en estos casos a otros trastornos relacionados con la sangre (tales como talasemia o ciertas anemias) o, aunque más infrecuente, a una sobrecarga de hierro recibido por transfusiones sanguíneas. En otras ocasiones la hemocromatosis secundaria está asociada a personas con antecedentes de alcoholismo prolongado u otros problemas de salud.

Normalmente en ambos casos y en sus fases iniciales, cuando a veces todavía no son apreciables lesiones patológicas en órganos, los pacientes con hemocromatosis pueden experimentar cierta sensación de fatiga y somnolencia (situación que en no pocas ocasiones se suele achacar, curiosamente a la anemia ferropénica). Más adelante son frecuentes los síntomas asociados a disfunción hepática ya que este órgano suele ser el más afectado pudiendo aparecer síntomas ligados a la insuficiencia hepática grave tales como hemorragias digestivas, alteración del nivel de conciencia, acumulación abdominal de agua (ascitis), etcétera. En estos pacientes también es común que la hemocromatosis desemboque en diabetes a consecuencia de la afectación del páncreas. Al mismo tiempo son esperables ciertas enfermedades articulares habitual en los casos de sobrecarga férrica (artritis, artrosis…). Sin embargo de entre todas las complicaciones la más preocupante sin duda alguna sigue siendo la insuficiencia cardiaca.

La incidencia de la hemocromatosis es dispar en relación al género, en el caso de las mujeres, las menstruaciones mensuales enlentecen las lesiones orgánicas asociadas hasta después de la menopausia. Sin embargo, los hombres son especialmente susceptibles a la hemocromatosis porque carecen de mecanismos fisiológicos de pérdida de hierro como la menstruación, el embarazo o la lactancia.

Tratamiento de la hemocromatosis

Donar sangre

El tratamiento de la sobrecarga férrica difiere de forma importante en base a la causa que la ha motivado. En los casos de hemocromatosis primaria (hereditaria) el principal tratamiento suele consistir en la práctica de flebotomías periódicas (extracciones de sangre). con este procedimiento se extraen cada semana aproximadamente unos 450 mL de sangre que eliminando la cantidad de unos 0,2g de hierro cada vez (un aspecto indirectamente positivo de esta práctica consiste en saber que al menos en España la sangre procedente de las flebotomías puede usarse para transfusiones en pacientes que necesitan sangre, según la Asociación Española de Hemocrmatosis). La cantidad de 0,2g de hierro eliminados con cada flebotomía equivale a la cantidad de hierro absorbida con los alimentos durante 2 a 6 meses.

Además, otro de los tratamientos habituales consiste en la utilización farmacológica de diversos quelantes de hierro en base a las circunstancias del paciente. Es decir, la utilización de principios activos que facilitan y aumentan la eliminación metabólica del hierro acumulado. Estos quelantes pueden ser utilizados tanto en las hemocromatosis primarias como en las secundarias siempre bajo criterio médico.

La cuestión dietética

Al mismo tiempo, sean los que sean los tratamientos empleados, estos deben ir respaldados por el seguimiento de una serie de directrices dietéticas tendentes a la no inclusión de alimentos especialmente ricos en hierro, ni de aquellos elementos que faciliten su absorción (de otra manera se estaría haciendo el ridículo si con la dieta se incorpora hierro al mismo o mayor ritmo que el que se elimina con la dieta).

Por tanto, en especial se recomienda:

Hemoglobina

  • Limitar de forma severa todas aquellas fuentes dietéticas de hierro “hemo”, es decir aquel hierro ligado al complejo “hemoglobina” (de ahí su nombre) y por tanto aquellos alimentos de origen animal especialmente ricos en hierro (los vegetales por cuestiones obvias, no tienen hemoglobina, no serán nunca fuente de hierro “hemo”). Es decir se recomienda limitar las carnes, pescados, aves y sus derivados muy especialmente aquellos alimentos con mayor concentración de hierro: carnes rojas, caza, marisco en general (en especial si está crudo o poco cocinado como suele suceder con las ostras, almejas, mejillones… ya que existe el riesgo de intoxicación con Vibrio vulnificus, una bacteria especialmente letal en personas con hemocromatosis), hígado, morcilla, etcétera.
  • Evitar la ingesta de alimentos fortificados en hierro del tipo “cereales de desayuno”, “barritas para deportistas” y por supuesto aquellos suplementos de hierro como los “multivitamínicos” (a pesar de su nombre suelen incluir diversos minerales en su composición y el hierro es uno de los típicos) o sustitutos de comidas (barritas, batidos…) ya que habitualmente se presentan fortificados en diversos micronutrientes.
  • A su vez es muy importante evitar los suplementos que contengan vitamina C y el alcohol ya que ambas sustancias incrementan la biodisponibilidad del hierro dietético y por ende facilitan su absorción. Además, en el caso de alimentos que incluyan vitamina C de forma natural (frutas, hortalizas…) conviene separar su consumo de aquel en el que se intuye hay otros alimentos que son ricos en hierro.

Curiosamente, de entre todas las fuentes consultadas para la realización de este post, no he encontrado ninguna limitación al respecto de las fuentes dietéticas de hierro “no hemo” (todo el presente en los alimentos de origen vegetal). Supongo que porque su tasa de absorción es un orden de magnitud inferior al del hierro “hemo”… pero de ahí a no tenerlo en cuenta para nada no deja de llamarme la atención. Por poner un ejemplo, no se dice nada al respecto del consumo de lentejas, soja, piñones, sésamo, orejones, pasas… alimentos, en su género, con un relativamente alto contenido en hierro.

Así pues, si estás en esta situación o sospechas de ello, mi sugerencia es que te pongas en manos de un profesional médico cualificado y que luego solicites el consejo de un dietista-nutricionista que pueda concretar de forma individual una pauta dietética equilibrada a la par que adaptada a tus especiales necesidades.

Fuentes consultadas:

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Imagen:  Pumbaa, StefanYikrazuul vía Wikimedia Commons

¿Quién le quitó el hierro a mis espinacas?: “Nullius in verba”

“¡Excelente lugar para el Snark!”, repitió

Como si esta sola frase debiera estimular a la tripulación.

“¡Excelente lugar para el Snark!”, y lo dijo por tercera vez.

Recordad, todo lo que os diga tres veces es siempre verdad”

Lewis Carroll “La caza del Snark” (1876)

 

Esta entrada participa en la 2ª Edición del Carnaval de Nutrición y en ella se van a poner en entredicho algunos artículos de dos importantes publicaciones, nada más y nada menos que una del British Medical Journal (BMJ) y otra de The Lancet como impulsores de mitos sin pruebas (yo haciendo amigos)


“Nullius in verba” es el lema de una importante sociedad científica, la “Royal Society of London for Improving Natural Knowledge” frecuentemente abreviada como la “Royal Societyasí, sin más. Sociedad a la que han pertenecido insignes personajes de la ciencia. Baste decir que son miembros de esta conocida comunidad Isaac Newton, Charles Darwin, Ernest Rutherford, Albert Einstein, Francis Crick, James Watson y Stephen Hawking entre muchos otros que no voy a seguir enumerando ya que dejarse a cualquiera de ellos en el tintero sería terriblemente injusto. Tan solo apuntar que sus miembros son escogidos por su excelencia científica y, además, su pertenencia es de carácter vitalicio.

 

A lo que iba, el lema de tan reconocida sociedad es “nullius in verba” que traducido literalmente viene a ser algo así como “en palabras de nadie” en clara referencia a la necesidad de obtener las pruebas (“las evidencias” si lo prefieren) que en cada momento sean precisas para conseguir un adecuado avance del conocimiento, en vez de recurrir para ello al criterio de autoridad (como sucede tantas veces) y que es usado tan frecuentemente en corrientes escolásticas.

¿Y qué tiene esto que ver esto con las espinacas, incluido Popeye? pensarán ustedes. Pues mucho.

Con esta entrada pretendo poner en tela de juicio, no ya los mitos que son de dominio popular y que los especialistas tratamos de dispersar de la mejor manera posible; si no aquellos otros mitos que muchos especialistas en nutrición siguen propagando: ¿por qué los dicen, tienen algún respaldo científico que los avale, son ciertos porque los digan ellos, son ciertos porque los repitan tres o más veces? Lo cierto es que algunos no, y uno de ellos es el mito de las espinacas, su cantidad de hierro y su efecto sobre Popeye el Marino. Pero, lo mejor de todo es que este mito encierra a su vez otros dos (a modo de Matrioska). Por lo tanto hoy destriparemos tres mitos:

¿Quién no ha oído decir alguna vez o incluso ha hecho suyo el dicho de que las espinacas tienen mucho hierro, es esto cierto?

¿Por qué muchos especialistas recurren a explicar la existencia del mito anterior usando a su vez otro mito, es decir, la de aportar una historia inexistente o al menos no demostrada? (BMJ contra la espada y la pared)

¿Quién ha dicho (y con qué pruebas) que los superpoderes de Popeye vienen del hierro contenido en las espinacas? (The Lancet pillado in fraganti)

Pasemos rápidamente por encima del primer mito hoy por hoy perfectamente aclarado gracias a las tablas de composición de alimentos modernas y centrémonos con más detalle en los siguientes que tienen más enjundia.

Que las espinacas aporten mucho hierro es un mito

Las espinacas, con las pruebas en la mano, no son una fuente especialmente apreciable de hierro y con el fin de hacer bueno el “nullius in verba”, baste acudir a las tablas de composición de alimentos tanto nacionales (por ejemplo, las “Tablas de composición de alimentos españoles de Mataix”, las del CESNID o la base de datos BEDCA) como extranjeras, las más completas las del Departamento de Agricultura de los EE.UU. De esta forma comprobamos que la cantidad de hierro en las espinacas (no ya su naturaleza, que esa sería otra película) es mu parecida a la de cualquier otro alimento de similar origen. Según las primeras tablas citadas las espinacas crudas contienen 2,7mg de hierro por cada 100g… las acelgas 2,3mg; los canónigos (berros) 2,5mg; los grelos 3,1mg; las hojas de menta 9,5mg y el perejil 7,7mg.

Para que se hagan una idea del protagonismo de las espinacas en el aporte de hierro el canal MedLinePLus (un servicio de la Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU. y de los Institutos Nacionales de Salud) cita como las mejores fuentes dietéticas de hierro los siguientes alimentos, y en este orden: Legumbres secas, frutas desecadas, huevos (especialmente las yemas), cereales fortificados con hierro, hígado, carne roja y magra (especialmente la carne de vacuno), ostras, carne de aves, carnes de caza, salmón, atún y cereales integrales. Advirtiendo eso sí, que el hierro presente en fuentes vegetales: legumbres, hortalizas, frutas y cereales, así como el de los suplementos, es más difícil de absorber que aquel proveniente de fuentes alimentarias animales. ¿Y dónde están las espinacas? Las espinacas no aparecen citadas porque no son consideradas una fuente dietética apreciable de hierro.

Bien zanjado este tema, con pruebas, tal y como gusta hacer a la “Royal Society” abordemos la segunda pregunta (que en realidad son dos ya que contiene a su vez otro mito).

El error en el decimal como explicación de que las espinacas «tuvieran» mucho hierro es un mito

BMJ contra la espada y la pared

Si se toman la molestia de poner en su buscador de google [espinacas, hierro, mito, explicación] obtendrán cerca de 250.000 resultados y la mayoría de ellos hacen referencia a que en el SXIX un científico alemán (en la versión más frecuente el científico es un tal E. Von Wolff, pero también se le atribuye a un tal  Gustav B. Von Bunge) cometió un error de “transcripción” en los datos que se estaban copiando sobre la composición nutricional de los alimentos. Así, de forma distraída, “corrió” la coma correspondiente al hierro de las espinacas un lugar hacia la derecha, multiplicando su valor real por diez. Esta es la explicación que ofrece por ejemplo la ínclita Wikipedia  sobre el origen del mito anterior y que sale en el primer resultado tras la búsqueda mencionada. Al mismo tiempo en ocasiones la explicación se adorna echando la culpa del error de transcripción a la secretaria del científico alemán (lo que ya es rizar el rizo).

Tal es así que la mayor parte de los “expertos” que explican el mito de porqué se dijo en su día que las espinacas tenían mucho hierro utilizan esta historieta. Aquí tienen un ejemplo de cómo “se explica” el mito, en concreto por parte del Dr. Escribano en “la consulta médica” del programa “El larguero” de la cadena SER (el tema de las espinacas comienza en el minuto 7:10)

Volvamos al “nullius in verba”. ¿Es que acaso resulta cierta esta explicación porque se repita en infinidad de páginas web y tratados sobre la materia incluida la Wikipedia o el Dr. Escribano? Pues en esta ocasión va ser que no, o al menos no está nada claro. La pregunta del millón es ¿Quién dijo por primera vez que el mito del hierro en las espinacas era debido a un error de transcripción del siglo XIX?

Pues la primera referencia seria de esto la encontramos nada más y nada menos que en un artículo de 1981 aparecido en la prestigiosa revista British Medical Journal (BMJ) firmado por el profesor T. J. Hamblin. En este artículo, titulado curiosamente “Fake!” (¡Falso!) se aborda precisamente el tema de cómo los bulos y mitos en cuestiones de ciencia y más en concreto de nutrición proliferan a menudo a sus anchas. Y para poner un ejemplo, va y menciona de forma inédita (por primera vez que se sepa) el caso de las espinacas, el hierro y el decimal.

Pero ¿es entonces verdad por que se publique en el BMJ? Pues lo cierto es que apuntaría maneras, sobre todo si el autor del artículo (Hamblin) hubiera referenciado este dato, pero resulta que no. En las más de 13 citas de agradecimiento no se halla ninguna referencia al dato del error decimal de las espinacas. Entonces:

¿No resulta extraño que la historia del error decimal no se conociera antes de que Hamblin lo mencionara en su artículo de 1981? y al mismo tiempo, ¿no es también extraño que este reconocido fisiólogo destape el origen del error de forma “inédita” y no aporte una sola prueba a sus palabras?

Estas mismas preguntas se las planteó hace un par de años el Dr. M. Sutton quién según dice en un artículo bastante bien referenciado: (SPINACH, IRON and POPEYE: Ironic lessons from biochemistry and history on the importance of healthy eating, healthy scepticism and adequate citation) se puso en contacto con el Dr. Hamblin para preguntarle, directamente, de dónde había sacado el dato del error en el decimal de las espinacas. Al parecer (según relata el propio Sutton en el artículo) Hamblin le contestó de inmediato diciendo que esa cuestión ya se la habían planteado con anterioridad pero que “sinceramente” no podía acordarse de dónde había obtenido ese dato, aunque al mismo tiempo aseguraba no habérselo inventado. Ejem… ¿Qué hay entonces del “nullius in verba”?

Sea como fuere el origen del mito por el que una se vez se dijo (y se sigue diciendo aun) que las espinacas constituían un buen aporte de hierro permanece insondable, al menos con las pruebas en la mano. Es posible que la cuestión de confundir el contenido en hierro en las espinacas frescas y desecadas en aquel periodo de tiempo comprendido entre finales del S. XIX y la década de los años ’30 del S. XX tenga algo que ver. Pero sinceramente no se sabe a ciencia cierta.

Mientras tanto sería recomendable que cualquier “experto” con la responsabilidad de aportar al conocimiento general un dato científico, constituya este o no una curiosidad (pero en especial en el último caso) se asegure muy bien de lo que está diciendo y de que tiene pruebas para justificar su aportación. Al resto, a los no expertos, mientras tanto más nos vale ejercer un “sano escepticismo”.

Que a Popeye se le atribuyan sus poderes por el hierro de las espinacas es un mito

The Lancet pillado in fraganti

Apostaría a que si se hace una encuesta a pie de calle sobre el elemento que dentro de las espinacas dota a Popeye de su colosal fuerza, más del 90% respondería que es el hierro… pero ¿quién y cuándo hizo esta atribución?, ¿fue acaso Popeye el que dijo que comía las espinacas por su interesante aporte de hierro? es decir ¿se ha hecho referencia a este elemento en algún momento ya sea en las tiras cómicas impresas de Popeye o en sus dibujos animados? Popeye no fue se lo aseguro (o al menos su autor  Elzie C. Segar)

La primera referencia escrita confiable acerca de porqué Popeye come espinacas la tenemos en un desafortunado editorial de la revista The Lancet en 1971. A su autor, R. Hunter, más le hubiera valido quedarse en casa el día que mandó el artículo a la editorial de la revista, día en el que además en la revista debían estar todos de vacaciones o con resaca, porque va y se lo publican. En el artículo mencionado, titulado tal cual “Why Popeye took spinach” (¿Por qué eligió Popeye las espinacas?) R. Hunter dice textualmente:

«Cuando a principios de los años ‘30 Max Fliesher, el creador de Popeye, echó a volar su imaginación para idear un elemento energizante instantáneo que fuera un restaurador vital para asegurar el triunfo de su héroe marinero ante la adversidad y garantizar así su supervivencia en los siguientes episodios, su elección recayó casi inevitablemente sobre las espinacas. La razón era que en la década anterior (los años ‘20) los estadounidenses comenzaron a consumir grandes cantidades de este vegetal cuando se demostró que contenía importantes elementos para la musculación tales como el calcio y el hierro«.

En primer lugar Max Fliesher no fue el creador de Popeye, lo fue como ya se ha dicho E. Segar. Segundo, ya sabemos que las espinacas no tienen mucho hierro y esto ya lo sabían en los años ’20. De otra forma R. Hunter debería haber hecho alusión a que entonces se creía que el contenido  en hierro de las espinacas era mucho mayor en virtud del famoso decimal juguetón. Y sin embargo no hace referencia a tal circunstancia.

Además en el editorial de Hunter se juguetea con la idea de que sea la riqueza en ácido fólico la protagonista de la colosal fuerza de Popeye… lo cual podría ser… pero va a ser que tampoco ya que el ácido fólico se extrajo de las espinacas por primera vez en 1941 y que Popeye “nació” en 1929.

¿Quién puede aclarar verdaderamente porqué Popeye toma espinacas? Pues el propio Popeye, y de esto sí que hay pruebas. Entre las escasísimas referencias que el personaje hace a las cualidades nutricionales de las espinacas y al origen de su fuerza se encuentra la siguiente viñeta. En ella Olivia, su novia (en otras versiones su nombre es Rosario) se asombra al ver a Popeye comer espinacas directamente del huerto (curiosamente no de la famosa lata) y le dice que parece un caballo. En su peculiar jerga arrabalera, Popeye le responde que las espinacas rebosan vitamina A y que es este elemento lo que hace a los humanos estar especialmente fuertes y saludables.

 En conclusión

Así pues, querido (y sufrido) lector si ha llegado hasta aquí, o bien si se ha saltado todo el tocho para acabar leyendo estas líneas (no le culpo) déjeme decirle que actualmente sufrimos de un exceso de “autoritaritis” al creernos determinadas aseveraciones por el mero hecho  de decirlas quien las dice y sin plantearnos ulteriores cuestionamientos sobre el tema. Es preciso, por tanto, que mantengamos un mínimo de espíritu crítico.

Más allá de los mitos populares que asolan a la población general del tipo “el pan engorda si…”, “el agua es mala si…”, “la fruta hay que comerla… porque si no engorda”, y tantos otros; es especialmente importante que los profesionales de un área determinada (en esta caso el de la nutrición) sean lo suficientemente conscientes a la hora de mantener un criterio adecuado, en especial cuando el mensaje va dirigido a la población general. Y en este sentido un servidor trata, ya veremos con éxito, de alcanzar este tipo de excelencia.

 

 

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Foto Matrioska: somosnobles

Imagen de Popeye con brócoli: Adaptada de methodshop.com

Imagen popeye: andertoons