Los abuelos no necesitan cachorros de raza diminutos

Daya pesa diez kilos y tiene unos cinco años, más o menos. No sabemos si tuvo cachorros en algún momento o qué pasó para que le falten todos los dientes frontales. Sí que conocemos su pasado reciente, sobreviviendo en un patio a duras penas, alimentada con el pan duro y las magdalenas que caían del cielo gracias a los mismos vecinos que denunciaron a la persona que la mantenía, a ella y a otros muchos, en condiciones terribles.

Daya, un poco podenca, un poco bretona, llegó desde su pequeño y escondido infierno particular de Huelva hasta una protectora del sur de Madrid, PROA, en la que comenzó su proceso de recuperación, se la esterilizó y cuidó a la espera de que alguien se fijara en ella.

Ese alguien fue la abuela Manuela, que jamás había tenido perro, salvo mis perras de visita, pero que vivía sola, aún más sola con la pandemia, y deseaba compañía. Lo meditó mucho tiempo, varios meses, hasta que, no sin el vértigo que acompaña todos los pasos importantes que damos en la vida, decidió que estaba preparada para asumir esa responsabilidad. Con nuestra ayuda, la de sus hijos. Porque en realidad no está tan sola.

«Que sea de pelo corto, que no sea muy pequeño ni tan grande que no pueda manejarlo». Esos fueron sus únicos requisitos. «Que sea un perro bueno con otros animales, incluidos gatos porque a veces se quedará en mi casa, y también con niños; un perro fácil, porque acompañará a alguien sin experiencia previa con perros, por lo que es mejor que no sea un cachorro», fue lo que yo añadí cuando hablé con la protectora.

Y nos hablaron de Daya, fuimos a conocerla y la abuela Manuela se fue a casa, para reflexionar un poco más, porque abrir las puertas de tu hogar a un animal no es algo que tomarse a la ligera. Daya lleva ahora casi dos semanas en la familia. Dos semanas en las que no ha tardado en adaptarse a una nueva rutina en la que no faltan las caricias, el pienso y el paseo a su hora, una cama blanda y un pequeño puñado de reglas que no le está acostando aprender.  Dos semanas en las que el vínculo que ha establecido con la abuela Manuela es visible y precioso.

Aún tiene que desplegar toda su personalidad, su ‘perronalidad’, que no ha tenido la oportunidad de florecer del todo. Aún tiene mucho que aprender, empezando por aprender a jugar. Es un proceso de adaptación mutuo que está resultando incluso más fácil de lo previsto, pero no está exento de retos que estamos dispuestos a afrontar entre todos.

Los abuelos no necesitan perritos de raza diminutos. No les convienen cachorros con más esperanza de vida que ellos. Un perro adulto de una protectora es la opción más ética para que tengan compañía.

Los abuelos necesitan un compañero que se adapte a sus rutinas y capacidades; necesitan sobre todo que los suyos estén dispuestos a ayudar con esa importante responsabilidad que han asumido.

Bienvenida Daya.

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