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Matar el mar, matar el planeta

El nombre de nuestro planeta está mal, dice una vieja picardía; no debería ser ‘Tierra’, sino ‘Océano’. Al fin y al cabo siete décimas partes del globo están cubiertas de agua, en muchas zonas de más de dos kilómetros de profundidad (y en algunas, hasta 11 kilómetros). Durante milenios esta ingente masa acuática nos ha desafiado, nos ha matado y nos ha hecho sentirnos diminutos, como cualquier marino que haya estado en una tormenta o cualquier buzo que haya atisbado en directo grandes animales marinos puede atestiguar. El mar y sus criaturas nos ponen en nuestro justo lugar en la escala universal; y ese lugar no es muy elevado. Sin embargo, gracias a nuestra creciente capacidad física de destrucción debida a la mejor tecnología, y a nuestra infinita rapacidad y cortedad de miras, estamos consiguiendo lo que parecía imposible: arrasar el mar. Matar los océanos, y con ellos, nuestro mismo hogar. Somos unos listos.

Un nuevo mapa de los océanos, publicado en la revista científica Science, indica en su escala de color el impacto de la humanidad sobre distintas áreas del mar. Y descubre que tan sólo el 4% de su superficie está relativamente libre de nuestra huella, que el 41% está tocado, y que en algunas zonas (alrededor de las Islas Británicas y de Japón) el impacto sólo puede calificarse de catastrófico. Pero no sólo las áreas densamente pobladas se duelen de nuestros hechos; incluso remotas áreas del Atlántico Sur o del Pacífico, raras veces visitadas, resultan afectadas por nuestras actividades. Es una ‘Tragedia de los Comunes‘ a escala planetaria: como el mar no es de nadie y es de todos, nadie lo cuida ni se preocupa por su supervivencia a largo plazo. Y así vemos salvajadas como esas áreas hiperexplotadas por arrastreros de la fotografía desde satélite [der.], donde los pesqueros dejan el fondo oceánico convertido en un erial. Y todo porque nuestra capacidad de destrucción va muy por delante de nuestra capacidad de comprensión. Éso es quizá lo peor de todo: que estamos arrasando algo que ni siquiera comprendemos, porque una buena parte de los mares que estamos matando ni siquiera la conocemos aún. A este paso el calentamiento global no llegará a tiempo; nos habremos cargado el planeta antes.

Más barco, menos coral

Este bonito barco es el llamado ‘Proyecto Genesis‘, el prototipo de una nueva clase de buques de crucero que va a revolucionar la industria turística del ‘todo a bordo’, y del que ya hay dos pedidos por su armador, Royal Caribbean. Los Genesis son los mayores buques de cruceros diseñados hasta el momento; su tamaño supera por sus buenos 50 metros de eslora y 7 de manga a los superportaviones estadounidenses de la clase Nimitz, y transportarán tanta gente como éstos: 5.400 pasajeros y la tripulación necesaria. Estarán dotados de un centro comercial con decenas de tiendas, un casino, clubes nocturnos, balnearios, un cine, y las ya estándares piscinas, muro de escalada y driving range, para mejorar su handicap de golf; entre otras muchas atracciones.

Los dos megagigantes entrarán en servicio en 2009 y 2010, y están siendo construidos por los astilleros finlandeses Aker, que también han hecho dos barcos para Costa Cruceros (Costa Atlántica y Costa Mediterránea), varios de la flota de MSC Cruceros y el Queen Mary II (al que superan en tamaño). Además de numerosos ferries del báltico y el Canal de la Mancha, un buen puñado de mercantes y buques especializados como remolcadores de altura, rompehielos, barcos utilitarios para plataformas, y hasta barcos de guerra pequeños y medianos para varias armadas. Los Genesis contribuirán a calentar el cada vez más candente mercado de los cruceros de hasta una semana que parten de Florida para recorrer varios puertos caribeños: en estos tiempos de inseguridad para los turistas estadounidenses, nada mejor que hacer turismo sin abandonar en la práctica el territorio nacional.

Lo malo es que la creciente presión de los turistas está arruinando los arrecifes de coral de la zona. La llegada de estos mastodontes del mar a un puerto caribeño está acompañada de una estampida de miles de estadounidenses equipados de aletas, gafas y tubo con destino a los jardines submarinos de coral. La concentración de público poco experto y al que no se advierte de las precauciones necesarias provoca daños considerables en los arrecifes, que bastantes problemas tienen ya (y más que van a tener si los mares se calientan). La llegada de estos nuevos barcos, y sus apenas más pequeños hermanos de la clase ‘Freedom‘ sobrecargarán sin duda los arrecifes de un área ya de por sí más que delicada. La experiencia de domesticado paraíso que es un crucero semanal, tan magníficamente descrita por David Foster Wallace, se va a transformar en hipérbole. Y lo pagarán los corales.

El fin del periquito solidario

Tal día como hoy en 1918 murió en su jaula del Zoo de Cincinnati ‘Incas’, el último periquito de las Carolinas, Conuropsis carolinensis. La última hembra, ‘Lady Jane’, había muerto un año antes. El periquito de las Carolinas era el único miembro de la familia de los loros y cacatúas originario de Norteamérica, y era un pájaro abundante y hermoso con su cabeza amarilla y rojiza. Abundante, claro está, antes de la llegada de los colonos europeos. Se alimentaba fundamentalmente de ‘arrancamoños‘, una planta que parasita los campos de cultivo, por lo cual los agricultores consideraban plaga al pájaro y lo mataban, aunque en realidad les favorecía. Extremadamente gregario, el periquito de las Carolinas compartía además una característica con otros periquitos y cacatúas que lo hizo especialmente vulnerable a la depredación humana: era un pájaro solidario.

Cuando un miembro de una bandada era herido o muerto por cazadores, el resto de sus componentes invariablemente acudían a su lado con la aparente intención de socorrer o acompañar a los congéneres caídos. Lo cual facilitaba sobremanera a los cazadores su tarea de matar más ejemplares… que atraían de nuevo a la bandada, y vuelta a empezar. El espectáculo era tan conmovedor que llegaba a descolocar incluso a curtidos cazadores profesionales. La masacre durante los siglos XVIII y XIX llegó a tales proporciones que en 1904 se vio en Florida el último ejemplar salvaje. A pesar de que era un animal fácil de capturar y criar en cautividad no hubo un esfuerzo de recuperación digno de tal nombre; posiblemente las últimas y aisladas poblaciones cayeron víctimas de plagas transmitidas por aves domésticas. Como la Paloma Migratoria, la Gallina de Heath y no pocas tribus indias, la combinación de la presión del Hombre Blanco y las enfermedades importadas al Nuevo Mundo acabó con el periquito de las Carolinas. Hoy hace 89 años.