La incidencia de la verdad, el nylon en espacios cortos, la respuesta en el huracán cuando se echa a dormir. Mirar el tiempo detenido en una noche tranquila, en un pueblo casi vacío, escuchar “No es la luna”, escuchar el silencio. Beatriz Montiel (Trice) y Conrado Isasa (Isasa, A room with a view), sin más que una garganta y unas cuerdas. Estáis tan cerca que os puedo tocar, noto que me susurras, como Antonio Saura hacía en mis sueños, te acercas, con la gracia de la arena en los labios y dices “Tu nombre”. Miro a Carasueño, a Javier Vicente y a Javier Roldón, la gran ciudad con una pandereta al cuello, el eternauta rodeado de máquinas y válvulas y las miniaturas son tan bellas que duelen: una primera versión, “Burro”, que da nombre al disco, al grupo, a la idea. Un tema de Lorena Álvarez, que sabe a yerba de mil campos distintos, desde Asturias hasta Albania, todos los campos del mundo sirven para alimentar. Pienso en mi amigo Charly y su laúd, pienso en los aceites esenciales de los campos de Huesca. Es folk y es eco, es la vida en la primera parte de un surco. Cómo se eleva la voz de Beatriz y cómo la guitarra la sigue en vuelo perpetuo. Once años de Lorena Álvarez, un año de Burro. El sonido del afilador, el visitante en las calles del pueblo, Silvia Pérez Cruz y Leonard Cohen. Es ese grito mezclado con la cacharrería, es ese momento de Les Conches Velasques frente al abismo de la poesía.
La cara B del vinilo es “Lechuza”, con unos acordes perdidos en el eco de una habitación. Canciones con una sola palabra, afinadas a partir del latido del corazón y su tono. Sin palabras, esperamos a la siguiente canción, “¿Mi nuca?”, con el teléfono de uralita, con las voces doblándose, con las guitarras en acordes abiertos, golpeándose mientras el zumbido del ruido blanco acompaña. Una mano y una piel. Para llegar a la segunda versión del disco, un tema de Fajardo, “Esto”. Yo escribí: “la voz tratada entre el juguete y el abandono, el candor del asbesto, las cajas de música sonando en mitad de la noche sin que nadie les dé cuerda, cerrar con sal y alquitrán las promesas incumplidas”. Mientras Beatriz arrastra las palabras y Conrado hace de seis cuerdas un millón de años luz. Cerramos la dulzura con “No sé”. Digo dulzura pero no hablo de ser empalagoso, como hablar de calor del sol en un día de nubes. Lo mínimo que se le puede exigir a la vida, que nos dé un poco más, que nos enseñe.
Decía Sergio Algora que la vida es el silencio entre dos canciones. Me dan ganas de abrazar, de buscar una manta fina y cubrir el sueño de mi hijo durante su siesta, de salir a caminar por lugares del pueblo de los que me han hablando muchas veces. No lo haré. Escribiré y seguiré escribiendo, pero estaré aquí, con Burro. Y con Repetidor, que siguen mostrando que el catálogo y la paleta dan de beber al sediento.