Algunas palabras sobre El padre de tus hijos de Daniel Gascón (2023)

Estamos hablando de un libro de cuentos, de los relatos de Daniel, el terreno donde Gascón se mueve como siluro en piscina de las afueras. En su narrativa de personalidad múltiple, con espejos donde cada reflejo tiene un suspiro de él en cada mejilla -sin poder completar el puzle-, este libro es un compendio sobresaliente de instantes, de detalles que funcionan como la chispa sobre el montón de paja seca. Sarmiento sediento y parejas que se derrumban cuando el pegamento que unía el castillo ha cristalizado y es peor el peso al que someten la estructura que la misma intención de servir como coagulante. Daniel Gascón había proyectado su vida en su obra de manera más o menos evidente a lo largo de su trayectoria literaria, pero siempre se reservaba un punto o dos, unos minutos de cocción, el ingrediente secreto e íntimo que hacía que siguiera siendo, en el fondo, un misterio. Pero, aunque se usen esos trozos conocidos hay que saber manejarlos con gusto. Daniel ha pasado muchas horas frente a su propia vida para saber seleccionar los mejores cortes antes del fundido a negro, antes de mandar positivar. ¿Es este su mejor libro? Por lo menos, para mí, sí. Mi favorito. Editado por Random House.

Alicia en el Maestrazgo, las cervezas que se calientan demasiado rápido, esas son las más peligrosas, como los besos rápidos en los labios. El personaje en una escuela agrupada, saliendo a correr con su padre, esperando, sobre todo esperando. Saber encontrarse cómo en el centro del mundo y a un millón de kilómetros de la parada más cercana. El amor en un apeadero, con su hatillo lleno de ilusiones y Canadá (el lugar donde más novias de norteamericanos homosexuales hay por medio cuadrado) es la Soria de la postmodernidad. Canadá tiene que ser verdad. No solo puede ser el lugar que pone como excusa para su acento Leonard Cohen. Cohen saldrá, tranquilos, siempre sale, porque no tendría sentido que estuvieras aquí, leyendo esto, si no pensaras que Cohen aparecería. La primera es “I´m your man” y el plátano de la portada. Si tienes suficiente paciencia acabarás con Rebecca Demornay. Hay una versión de El Columpio Asesino que adapta el tema a su manera y acaba siendo todavía más inquietante. Madres solteras que aguantan el tipo con vaqueros ajustados y pelo largo recogido en una coleta, con la grasa que lixivian las planchas de los dinner americanos. Y tu mujer, que en cuanto está dos días sin lavarse el pelo… y tú, todavía peor. Con el pelo sucio pareces todavía más calvo. Bruces Springsteen envejece demasiado bien para que lo digamos. Pero Bruce, os lo recuerdo, se la lió a su mujer con la corista de su banda. Patti y sus voces, Patti y su sensual pandereta.


Laura no es Alicia. Porque una está ahí y la otra allí. No importa. Lo único que queda claro es que el escritor se casa con la profesora de instituto y ambos forman la vanguardia cultural radical de nuestro país. Aburridos más que cansados, evitan las películas y cada uno lee libros distintos para no tener que comentarlos. La capacidad de soportarse se mide en capítulos de serie. El amor es ver tres capítulos seguidos, la chispita cómplice es proponer otro más, como quien se lanza al polvo de fin de semana un martes a media tarde. Urrea, Híjar, Albalate del Arzobispo, mi madre, la madre de Daniel, todas las madres del mundo… siempre eres el último al que eligen al hacer “pies”. Daniel tiene pinta de no quedarse hasta el final, también de que le besen por sorpresa. No tiene que escribir los guiones de su vida como Larry David para conseguir que las casualidades sucedan. Daniel no modifica la estadística de la vida, sus novelas no simulan, no provocan extrañamiento… no hay una ruptura del tejido. Es papel, palabras e historias. Historias donde lo que pasa al final suele ser menos importante que lo que sucede tras el duodécimo punto y aparte. Así que es mejor que estéis atentos o, si me permiten la recomendación, simplemente sumérjanse y elijan el momento que prefieran.

La Galicia de Gudelj, de Arsenio Iglesias, la de Fabiano y los años que jugó Abadía por ahí. Arteixo y aquel disco de Ángel Petisme que se llamaba “Cierzo”. Daniel habla de “Golpes de mar” y yo pienso más bien en “Donde muere la carretera”, que abría el LP. La primera vez que estuve en Carenas, el pueblo de mi suegro, pensé en la canción. Ahí terminaba. No había más asfalto. El pueblo estaba ligeramente elevado. Subías y bajabas con el coche por el mismo camino. En Carenas nadie hablaba mucho del mar. Como mucho comían congrio seco del que llegaba de Calatayud. Los bilbilitanos lo cambiaban por soga. El congrio seco tiene aspecto de corteza de cerdo y sabe como cuando chupas la sal del bacalao.

Sandra y Clara, Esther y un coche. Siempre hay un coche. Grandes coches donde se pierden los recuerdos durante décadas hasta que Daniel se sienta frente a la máquina de escribir y, entonces, como una madre o como David (el de “David y Claudia”), encuentra lo que estaba perdido. Juego con mi hijo con famóviles. Me acuerdo del penalty de Djuckic, me acuerdo que tendría que haberlo tirado Bebeto, Donato o Mauro Silva, pero lo tiró Djuckic y ahí pasó lo que pasó. Vuelve Leonard Cohen. Recuerdo grabar discos de mezclas para los viajes. Lo hacía siempre. No conduje hasta pasados los treinta, así que solo los grababa por agradar. No tenía autoridad alguna. Es como ir a dormir a casa de tus padres con tu propio hijo. Sabes cuáles son las normas y tienes que cumplirlas. Y si no te gusta, no vengas, que tienes dinero para pagar un hotel.

Besos leves en los labios, coches, fútbol, mp3, libros. Fútbol. Más y más fútbol. Las botas de Violeta. Los regates de Miguel Pardeza. Mi padre en Montemolín yendo a ver la selección de Aragón donde destacaba un tal Víctor Muñoz. En Montemolín, donde termina Zaragoza. Y explicar a tu hijo qué es un flash. Comprarlos en un supermercado. Esperar que se congelen. A cinco pesetas. Un globo, dos globos. Espinete. Más fútbol. Aquella camarera, aquella dueña del bar al que iban los actores de teatro en Zaragoza que estaba por Zuma. Siempre llueve en Zuma. Debe ser el alcohol barato y la sensación de humedad por estar tan cerca del Huerva. Daniel escribe cerca del nivel del mar, del mar de Aragón, del mar de Zaragoza, que es el Ebro. La calle del Carmen. Una tienda de tebeos y mirar por la ventana para ver una churrería para madrugadores y una asociación de pintores artísticos que podrían ser de brocha gorda. Daniel en aquel bajo. La chica y el café con leche. Y pensar cómo han cambiado los nombres de los jugadores: Narciso es ahora Narcís y Miquel es Jorge. Jorge Soler. Tenía su cromo arrugado con la camiseta del Español. Prometía tanto que acabó en el Barcelona. Jugó en el Real Madrid, en el Atlético de Madrid y en el Barcelona. Y en el Zaragoza. Quizá no sea él, pero como dicen los porteños, elijo soñar. Blanca. Sandra, Clara, Esther y Blanca. Y Chejov. Y las infidelidades. Y escribir sobre un instante que no se va aún después de mil duchas.


El 18 de julio de 2017 Franco Battiato actuó en el Botánico de Madrid. La única canción que hizo en castellano fue “La estación de los amores”. Mi mujer me lleva a una piscina en la carretera que lleva al Burgo de Ebro. Antes de llegar al Burgo nos detenemos. Sé que es la carretera del Burgo porque la hice dos veces al día cuando trabajé de becario en la SAICA. Me llevaba la hermana de la mujer del hermano de un tío mío. Yo la llamaba tía porque era cariñosa y me llevaba todos los días a trabajar en su coche. Entonces no conducía. Mi mujer me llevó a aquella piscina y me convenció recordándome a Félix Romeo y a Fernando Sanmartín, exploradores atrevidos de piscinas en barrios rurales, contempladores del cielo de Zaragoza desde el agua clorada, un cielo que era a la vez de Zaragoza y a la vez tan alejado que no podía ser el mismo que se podía ver en la Plaza Santa Cruz o en Juan Pablo Bonet. Otra vez piscinas y otra vez canciones. Y libros. Amarillo, Discoteque, La novia parapente, Antonio Pérez Lasheras, Julio Antonio Gómez, las cartas de Félix desde la cárcel (una vez me enseñó una Miguel Mena, una que le había mandado a él y a su mujer por entonces y a su hijo Dani, una carta manuscrita, amarillenta, no sé si era por el tiempo o si era por la inercia sensible de sabe que había sido escrita en la cárcel. Y allí estaba Romeo, el Gordo Romeo, como Julio Antonio Gómez con su camiseta a rayas y la bola de acero unida a la pierna con una cadena).

NOTA: mil años después, escuchando un podcast de “La mañana” de Federico Jiménez Losantos, Federico se puso a recitar en directo -en directo para los que lo escucharon en su momento-, versos de «Al oeste del lago Kivú, los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas». Fin de la NOTA.

Leí a Junot Díaz y también escribí una reseña sobre la traducción de Daniel de Diez pequeños indios de Sherman Alexie que editó Xordica en 2010. La portada era de Calpurnio. Calpurnio murió hace unos meses. O quizá unos años. El tiempo de los muertos pasa mucho más rápido que el de los vivos. Releo lo que escribí. Había un fragmento muy presuntuoso. Suele haberlos en mis reseñas, quizá lo haya en esta, Daniel, ya me lo perdonarás: “El relato Liga de abogados te sitúa magistralmente en el punto de no retorno que con precisión angustiosa manejaba Emmanuel Carrere en “El adversario”, “Puedo conseguir un testigo” es una evocación de la superstición postmoderna al monstruo emparentada con el Palahniuk menos gore y «Redimiré lo que empeñaste» podría ser la cara B de cualquier disco de Bukowsky”. Jorge Sanz hizo una serie sobre su vida con Trueba o una serie sobre su no vida como las que hacen Larry David o, todavía mejor, Warwick Davis en “Life’s Too Short”. Los gorilas se suicidan de distinta manera que Chusé Izuel o el amigo Erasmus de Daniel o del protagonista del cuento escrito por Daniel. Podría escribir más sobre Félix, sobre Sagitario o sobre Kiko Veneno. Pero siempre es otro terreno, son los terrenos del pantano y del desierto. Esos son los terrenos de Félix. Los extremos. Como decía Andrés Calamaro (que también sale en el cuento), “Hay camisetas para todos”. Aunque no siempre de nuestra talla.

«NOTA: los protagonistas de Daniel no tienen ese problema, el de tallaje de camisetas, digo. Piscinas y chicas canadienses. No es un libro de cuentos, es una novela de personajes obsesionados con los mismos fetiches. Piscinas, volveré a las piscinas, porque le debo una a Rodrigo Fresán (una piscina y una carta). Fina de la NOTA».

Vamos por tres páginas de reseña. No sé si habrás llegado hasta aquí. Espero que sí. Hay un momento muy Carrere. Simone. El adversario. El hombre que lleva a su hija a un colegio al que no está matriculada, un colegio muy caro, para que lo vean sus vecinos. Le hace ir a la puerta del colegio dos veces, una al de élite y otra al público que está cruzando el canal, a unas calles de distancia. No es la historia de Daniel, es mi historia: pero podría inventarme una amante. Todos controlamos la madeja hasta que la madeja empieza a controlarnos a nosotros. Todos dejamos de comprar el Jueves cuando no publicaron las ilustraciones de Mahoma. ¿Te has ido hacia atrás, Octavio? Sí, perdón, pero todo tiene un aire un poco francés, ¿no? Mi mujer no me deja suscribirme a “Le monde diplomatique” en español porque dice que no me da tiempo a leerme el número de Letras libres de cada mes como para andar con tonterías. Juego de los espejos, el amante, el adúltero, la nueva ola. Truffaut y Godard. El matrimonio y la pareja como iconos reaccionarios. Se lo hacía bien Godard. Así podía saltar de cama en cama como Burt Lancaster de piscina en piscina. Tenía justificación maoísta, marxista e incluso el mismísimo Pol Pot había dado el visto bueno. Aunque imagino que Godard hubiera preferido el visto bueno de Jane Fonda. Vuelvo a las piscinas y a Fresán. Me acabo de dar cuenta que El nadador está basado en un relato de John Cheever y que Fresán es un experto, un tipo que maneja, el TIPO de Cheever en los países de habla hispana. Juego de espejos, monotonía y alcohol. Un beso en los labios. Un pico. No sé si mis alumnos siguen llamándolo así, un pico. Un beso sin lengua. Como volver a los diecisiete pero cantado por Nacho Vegas. O por un cuarentón divorciado que lo sigue intentando a pesar de que su propia madre le dice que no será nada en al música independiente española. Un cuarentón con hijos, claro. Y una guitarra o dos.

Las familias de los cuentos de Daniel son familias que van de página en página. Una familia que se disfraza, que come tortilla de patata, que tiene coches grandes… familias que caminan en la oscuridad cogidos de la mano. Daniel construye una existencia de escritores, profesores de instituto, opositores, lectores y libros. Una sociedad que es una parte, un estrato, una manera de construir con solidez el pasado en Teruel, los viajes por Europa, Madrid, rupturas y alegatos, una cotidianidad que alumbra el relato y da contexto a la pasión. Algo de deseo entre las páginas: la compleja lucha entre la monotonía y la seguridad. Quizá sea esa la clave de este libro. La balanza que coloca piedras, joyas, novelas inacabadas, libros por leer, sexo agridulce, padres, madres, hijos y hermanos. Cada uno ocupando un papel distinto, como, y vuelvo a las primeras líneas de este párrafo, una obra de teatro aficionada, con más risas que guion y con más disfraces que vestuario.

Hay muertes repentinas, le decía mi abuela a mi madre cuando estrenaba la ropa que se había comprado un par de días antes. Usaba un tono burlón, claro. Daniel Gascón busca más que la inmediatez, no quiere ser el adolescente perezoso que se queda en casa justo la mejor noche de la vida de sus amigos. Por eso salimos, por eso cada noche era un ritual, te podrías perder la noche de Schrödinger, el sonido del árbol que cae en mitad de la discoteca vacía. Amor en los labios, sexo frugal, causa de la guerra, el divorcio es así. Como la vanguardia. Hay una mujer, hay otras mujeres, el recuerdo de muchas mujeres, una familia, los hijos, la camisa sin planchar, camisetas debajo del jersey, el viejo truco. Daniel es un escritor que ha sido siempre escritor, así que sus libros siempre son nutritivos. En su manera de describir la crisis de pareja uno puede encontrar la realidad que nos negamos a admitir, ya sea desde fuera o involucionando sensorialmente: los hijos deben de saber que el amor que sienten sus padres hacia ellos no está relacionado, no existe ninguna correlación, con el que sienten sus progenitores el uno por el otro.

He vuelto a los americanos, he vuelto a David Foster Wallace, Bret Easton-Ellis, George Saunders, todos los que leíamos a principio de siglo. Todos los que traducía o hacía prólogos Rodrigo Fresán. Los que me decía Sergio Algora (tesina) que leyera. Todos acumulando divorcios. Los americanos acumulan divorcios como los guapos de la clase novias. No pasa nada. O Miquel Soler equipos, que viene a ser lo mismo. Lo bueno de los españoles es que nos debemos a nuestros hijos…los escritores americanos parece que lo suyo sea simplemente una ONG para protegerse a sí mismo. En uno de esos viajes que hace la pareja para sobrevivir (en mi caso mejorar) un matrimonio, acabé en un parador nacional, había una preciosa librería al lado. Entré y vi un libro de Don Delillo. Escribí a Daniel. Habíamos sacado (había sacado él, más bien), un monográfico sobre ciencia-ficción de Félix Romeo en Letras Libres. Le pregunté. Me dijo que adelante. Compré Ruido de fondo de Delillo.

Hay muchos matrimonios rotos, muchos matrimonios frágiles, infidelidades bien llevadas (un polvo, dos polvos, tres globos… ellos tienen la mantequilla y nosotros el aceite) y un buen puñado de hijos. Me lo acabé. Acabé Ruido de Fondo y un día, sin saber qué ver en Netflix, aparece en en las novedades de ciencia-ficción la adaptación de la película. Hasta que no pasaron unos minutos y el que hacía de hijo de Leia y Han Solo no se ponía a dar su seminario sobre Hitler no me di cuenta de lo que estaba viendo. ¿Vas a volver al libro de Daniel, por favor? Sí, sí, esto es una reseña-carta larga y subjetiva, el oficialismo habrá salido hace unas semanas. Al final todo el mundo dice que el libro es genial y copian y pegan la nota de prensa, déjame que me tome un segundo. Me van a pagar lo mismo por esto que por medio folio sobre un disco de quinta.

Durante una temporada hemos sufrido una avalancha de pescado pasado (a la que yo, con retraso y sin posibilidades de éxito, pienso aportar un poco de hedor en forma de libro) una moda temática entre los novelistas cuarentones, que se han bajado del caballo de las sustancias y se han subido a la divinidad autopercibida de la paternidad tardía. No tiene mérito tener hijos cuando ya no bebes alcohol, lo duro es hacerlo cuando eres joven y sigues saliendo hasta que tienes que ponerte yodo en los párpados al levantarte. Algunos también (y, de nuevo mi deseo es contribuir de manera tardía a esos soliloquios) enumeran las anécdotas de su infancia y lo enhebran como si fuera una novela con momentos de adolescentes gracioso. Una novela por cada vida. Una vida que da para novela si eres habilidoso. Pero ahí está Daniel, con el divorcio, el gran tabú, la ruptura del amor con el que acaban los cuentos. La noche de después de la ruptura, los instantes previos de la demolición controlada. Vale para una película de zombies y un novela.

«Daniel captura las pistas, las pone sobre la mesa, no te lo dirá al principio, no lo encontrarás al final del relato, tienes que saber buscar. Se reconoce en ellas: sangre, pequeñas gotitas que salen de una herida minúscula en el cuello y que van formando una mancha que crece y crece y crece. Como en ese cuento de Fogwill».

Construir una relación de pareja sobre series de televisión y oposiciones a profesor de secundaria. Woody Allen escribía sus obras situándolas en la intelectualidad neoyorquina. Eran ricos y tenían libros de arte sobre mesas de cristal. Woody es de los nuestros porque va por ahí, despistado, rompiendo algo valioso, comprando viejos tebeos o cromos de beisbol en tiendas de lance que solo él conoce. Los ricos de Woody quieren ser más europeos que yanquis, pero acumulan también divorcios. Y no saben compartir cuentas de Netflix porque van al teatro y a la ópera. Daniel sabe que ahora sus lectores han tenido o van a tener oposiciones pronto y el verdadero escritor, él, ha perdido ese ritmo, él se la juega, se resiste a recibir la estabilidad. ¿Es una oposición aprobada el trasunto de un matrimonio consolidado? ¿cuando digo consolidado digo aburrido? ¿lo aburrido es malo? Está claro que la adrenalina del pobre da un buen subidón mientras buscas colaboraciones en prensa para vivir. Pero también no conformarse en el amor, en la vida. ¿Seguridad caduca? Comprar el amor y la paz en latas. Latas que, mientras no las abras, duran para siempre. Lata de Pandora. Déjala quieta al fondo de la despensa (no uses alacena si lo que tienes, en realidad, es una despensa). No la abras, seguro que sabe bien.

Tu marido en la piscina. Volvemos a la piscina, a Félix, a Burt Lancaster, a Cheever y Fresán. El tiempo literario en la piscina viene y va. No es euclídeo. Jota de Los Planetas recibía a los periodistas en la casa de verano de sus padres. Tenía piscina. Cuando no le gustaban las preguntas se tiraba dentro. Así peleaba contra el capitalismo, las multinacionales y el orden establecido. Toreros de salón, como en la canción Aquí estoy yo sin ti de Joaquín Sabina. De piscina en piscina haciendo la revolución, convenciendo a los dueños de los chalets que tienen que volver al materialismo histórico. Revolucionarios de salón. Antes toreros, hoy anticapi. El capi siempre será el que descubrió a Alejandro Sanz o el Capitán América. Me encanta la frase: “Uno puede ser comunista en una sociedad liberal, pero no al revés”. Yo provoco más estrés a mi mujer en el parque que mi hijo. Yo soy Javier. Todos somos Javier.

En la piscina del pueblo leo desde hace varios veranos libros en inglés. Manoseadas ediciones de bolsillo de biografías ciclistas. Cuesta años que se publiquen en España, tapa dura, carísimas. Por una libra pillas una. Sean Kelly, Stephen Roche, Robert Millar… es como volver al verano de 1988. Un verano. Los que veranean frente a los que se van de vacaciones. Ese es clasismo del bueno. Pensar que vas a tener más tiempo para escribir que cuando estás dando clases. Elaborar un plan quinquenal propio de una Revolución Cultural. Madrugar para escribir. Duras dos días. Escritores y profesores de instituto. Daniel Gascón en rebeldía. Dura desde el principio hasta el final. El escritor ajusta su año al curso escolar. En septiembre las primeras novedades hasta la Feria del Libro (o las ferias, que pronto pondré una en el patio de la casa de mi suegra. Espero que vengas a firmar. Espero, que si eres escritor y has llegado hasta aquí, TÚ también vengas a firmar).

PROCRASTINA. Pero no lo hagas con el libro de Daniel. Es el mejor que ha escrito. Y creo que he leído casi todos.

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