Una novela histórica, una historia de novela, imágenes que arrastran tu alma por el suelo, sensibilidad que se mueve a través del tiempo, una luz decadente sobre la espalda de los Reyes y sus cortes. Gitanos en cuerdas de presos, cante y aceite para las minas. Acercarse a Martinete del Rey Sombra es una lectura para entendidos, que aman la literatura en su forma más pura, la que cuenta historias y lo hace con una belleza inherente. Candidato a ser libro del año para Motel Margot esta novela de Raúl Quinto editada por Jekyll&Jill.
El monarca que quiere ser rey de los relojes para dominar el tiempo. Un lenguaje adornado sin ser ampuloso. Raúl Quinto acumula imágenes de sangre y de tierra, funcionando con la misma métrica que un cancionero, haciendo que las metáforas se reflejen en el espejo de la narración. Un mérito enorme para una historia de estratos sociales separados por muros, de vidas empaquetadas que son menos vidas si están a un lado u otro de lo cualitativo. Porque para los Reyes las vidas, cito: “Transcurren entre funerales de hermanos y bautismos de hermanastros”. Ahí donde el poder es casi divino, todo es prosaico con el aderezo de la paranoia. Comparar con la sociedad de hoy es un error, pero no uno completo. Existen lazos que hacen palidecer las costuras del libro. Álgebra y poesía frente al Corán y las túnicas del cielo negro. Sigo leyendo, completamente atrapado.
La locura de los Reyes, los duendes en la noche. Los mismos que, de día, sorben sangre seca de mujeres gitanas, como uvas pasas, sádicos en la escasez: la viruela es resto sobre óleo. Una foto, una marca. Portugal arrastra la fiebre. Alacranes que se introducen en los agujeros del cuerpo. Niños que mueren, niños en una barcaza que se desliza por el barro del encierro. Los ojos limpios por la nieve con la que se ha arrastrado las legañas. Un fantasma limpia con esa misma nieve el camino hacia el infierno hasta hacerlo resbaladizo.
«Nombres que se pierden, nombres que se repiten. Números romanos, hijos de padres, Bárbara de Braganza, Granada, ciudad de gitanos mil años antes de Lorca. Atados como un miriápodo imposible, como un ciempiés de costra, mujeres y niños sobre el suelo. La ciudad de Granada, crisol de España, donde conviven muerte y fiesta, frío de Sierra Nevada, calor de Andalucía».
La isla que es un martirio y no hay ropa porque la desnudez es la humillación definitiva. Cuerdas de gitanos que se enroscan alrededor de los cuellos y avanzan (vuelvo a citar a Raúl Quinto) bajo un barro infinito. Marqués de la Ensenada, de los misterios y traiciones, de los cuerpos y las tajadas. Listo y pícaro, patriota en un tiempo de patrias mutantes. De actos vívidos, de pólvora fresca y cuentas saneadas. Mientras los gitanos miran la horca, comienza el espionaje industrial.
Llega la muerte y tiene muchos nombres. Lenguas y sangre, insectos y costras. Niños y madres, en tránsito de la teta. De la teta muerta al niño vivo, del niño muerto a la madre que no vive. Al final, en la Casa de la Misericordia, todos, llegan a Zaragoza, remontando el Ebro, como un Aqueronte peninsular. La cuerda, la soga, la muerte y la lascivia. La entropía que siempre arrastran los gitanos, en la Misericordia de Zaragoza. El Ebro, como un Aqueronte, otra vez, repito, en dos horas todavía hay tiempo para lubricidad. No hay nadie en Zaragoza que recuerde aquellos tiempos. Pero Raúl Quinto sí. Por eso escribe, por eso toma el toque para la seguidilla, con la Virgen del Pilar, ausente, en el fondo de la escena.
El cacao y la guerras, los criollos, los ingleses, los canarios, el cacao y Venezuela, los traidores, la patria, la patria y sus traidores. No distinguir patriotas de traidores. El Marques que engancha una guerra con otra y hay risas porque la pobreza y el desorden acechan y, en realidad, lo que importa en España son las risas del vinazo, nada más. Compañía de españoles que cantan a la ausencia con aliento amargo mientras todo se viene abajo.
Lunas redondas y llaves perdidas y Fernando VI y las cárceles para los caídos en desgracia. Redadas y guerras que son guerrillas. Sobre todo, hambre. La noche del 30 de julio duró todo el mes de agosto. Y llegó Valaquia y Moldavia. Y no se fueron. Y llegaría Hitler y las cenizas de los judíos se mezclarían en rapé de muerte con los gitanos. Y, al final, todos solos. Reyes y mendigos.
«Solo el que lee el libro.
Solo el que lo escribe.
Solo el que llora por el recuerdo que le traen las páginas».