Algunas palabras sobre Retrato Underground de Lucy Sante (Libros del KO, 2022)

Hay un camino que lleva hasta el metro de Nueva York. Está lleno de pintadas de Basquiat y nadie usa chancletas por el frío y el peligro de las chutas. Todo está lleno de pintadas, es como el cuento de Clive Barker The Midnight Meat Train, que era nacido en Liverpool pero entendía Nueva York porque conocía su secreto. Más adelante os lo revelaré.

Aquí podéis escuchar algunas canciones que os acompañen durante la lectura del artículo

Escuchar dub y a Funkadelic, la guitarra de Richard Lloyd en garitos que, sobre el papel son basílicas, el maxi de 12 pulgadas de Dillinger cantando Cocaine in my brain, los sound system como atriles para los últimos poetas beatniks.

«Es Nueva York y hasta la lluvia es nutritiva y, si la destilas, te quedan un bebida rica en opiáceos. James Brown vendiendo en mercadillos de segunda mano los discos que le han quedado sin vender y el joven Grandmaster Flash desde Barbados hasta el Bronx comprándolos por un par de pavos, buscando una biblioteca de sueños de la que sacar samples de calidad».

Sonidos de bandas oscuras de la Motown que se deslizan en los sueños de directores sin futuro para ser soundtrack de películas que nunca serán filmadas. Patti Smith pidiéndole cuentas a Jesucristo por sus pecados y por los nuestros antes de retirarse a cuidar de sus hijos. Lucy Sante en los noventa, en el nuevo siglo, conserva recuerdos y fanzines, conserva cuadernos manuscritos donde escribía poemas sobre la línea melódica y psicótica de Sister Ray de The Velvet Underground.

Afónica Lydia Lunch al frente de Teenage Jesus and the Jerks (su grabaciones están registradas entre 1977 y 79, yo nazco entre medias). Lucy Sante es una prosa de anfetamina, es un registro escrito/pintado con resina en la pared de un guariche alquilado, máquinas de escribir averiadas, a los que las falta alguna letra y el dominio de la lengua es una exigencia. Más bien una necesidad: una mujer y su hijo emigrante compran en un ultramarinos apio gigante, un porrero es una hormiga en el palacio de invierno y treinta años más tarde la autora descubre que el mundo de los adultos es poco más que un álbum de fotos en las que se ha inspirado J.R para escribir las nuevas letras del disco de PIL.

Andy. Andy Warhol y Kauffman. El collarín, las hormigas. El libro Retrato Underground es un collage hecho a la medida de los que soñamos con el feísmo y el punk, con la poesía asalvajada… qué mentiroso eres, Octavio. Los que sueñan con eso no están leyendo libros, están viviendo la vida con itunes y música urbana con bajos programados. Retrato Underground es una Biblia inacabada para los que tenemos el estómago lleno pero seguimos esperando que algo nos impresione o que a nuestros hijos les impresione lo mismo que nos puso la cabeza del revés a nosotros.

Hank Williams y los estimulantes, anuncios de gasolina, Larry, también Williams, con estimulantes mayores, rompiendo el mito de las décadas de la inocencia. Miro el tiempo y veo que mis años reinaba la prudencia. Demasiada información para acabar con dolores lumbares, sin beber alcohol y pidiendo cita en el médico para conseguir el medicamento que te haga sonreír. Volar, volar vestido de azul, un relato costumbrista que se construye sobre algarrobos tostados que son devorados por Hopper, Dennis, bellotas para la distancia, entre esnobismo, el arte y la clase baja estratificada. Entrevistas de trabajo, el cielo se confunde, los gremios, Tallin. Recordad, hermanos, que en los ochenta e, incluso hasta comienzos de los noventa, se fabricaron camisetas que llevaban altavoces y canciones incorporados entre el tejido sintético.

RETRATO DE AZUL BLUE. Tristeza de medianoche, se hizo tarde, estoy solo en casa, porque dormidos me dejan en silencio, pongo en el tocadiscos a Kenny Burrell. No pongo la aguja. Tomo un somnífero. Descubro que soy un mesías que espera óxido de nitrógeno para seguir: mezcla de líneas de tiempo, Lucy escribe en 2012 sobre el multiverso de los Mayas. Lanzó un millón de vidas en pequeños trocitos de papel y luego los recogió para formar un púzzle que encajaba, como si en algún momento del tiempo que se nos acerca, futuro, conseguiremos, como con los cargadores del móvil, un estándar que nos permita un ajuste modular de nuestras vidas, de todas las vidas.

«En verano uno sueña que ya no es verano, que ha vuelto a clase, que trabaja por terminar alguna de sus asignaturas pendientes, que no puede respirar porque ha engordado, en invierno nunca sueñas con las vacaciones, te despiertas y la decepción siempre está allí. El verano se termina. Once días. Cuando leas esto tendré el cuerpo lleno de tiza y el cerebro anestesiado por el valium y NO SERÉ FELIZ ¿Podrías limpiarme con un beso la comisura de los labios?»

 

Hay una tercera parte porque hubo primero una primera y después una segunda: Fantomás, Mabuse, Harry el Sucio, Charles Bronson, Noir, Pulp y libro de Parker, un arma, calibre de sus propias hojas. Hay una conspiración coordinada por los miembros originales Cahiers du Cinéma para ocultar que Jean-Pierre Leaud es un clon del original Leaud. Solo sabe algo de eso Rivette, con su improvisación y picardía. Guiño del lector, ustedes acabarán esta reseña o esta historia, son doce horas de película, lo dejo a su disposición.

«Doce horas son como una grabación de freejazz pasados de estimulantes, el deuvedé y el cedé como cajón desastre de las tomas falsas, de los outakes. Dylan y the Grateful Dead, las Superman tapes, Calamaro, archivos e improvisaciones. Doce horas: OUT 1. Rivette espera a Jane Birkin, es MAO y eres tú, lector, porque doce horas de película, repito, pueden ser un castigo o un simple acto de fe».

 

 

¿Dónde queda Nueva York, mi amor? Todo es un acto de fe. Más bien en la locura de Brooklyn, allí donde durante dos años H.P Lovecraft tuvo un amago de vida real. Un chiflado, así lo define Lucy, Lovecraft con su pavor por el mestizaje, por su aparatosa ignorancia de la biología (recuerdo un especial de Planetary donde Warren Ellis ponía en su boca la posibilidad de que los individuos de raza negra fueran ovíparos) o cómo avanza que la fusión de razas y ritmos llevará a la depravación -en uno de sus textos define un club de jazz en el futuro donde elementos de percusión óseos se mezclan con ritmos enfebrecidos surgidos de pactos con seres del inframundo-, cabras negras, sueños bajo aguas encharcadas, todo el océano es un espacio detenidos en el tiempo donde la suciedad da lugar a formas de vida escamosas y descontroladas. Como en este Motel Margot siempre hay conexiones entre las habitaciones que van más allá de los pasillos enmoquetados aparece Michel Houellebecq y su maravilloso primer libro sobre Lovecraft: cristianismo enloquecido, racismo contenido, la otra humanidad y el misterio que todos los que hemos leído al de Providence nos afanamos por descubrir, ¿hay un mensaje oculto entre cada hueco de sus palabras o en los espacios abisales que deja en los relatos?

 

Quizá un Golem como el de Simenon, pasado de anfetaminas sexuales, escribiendo frente al último muro en Ans, voraz y esquemático, con esas fuerza que ya no podemos recuperar, los Boris Vian de la vida, los Vernom Sullivan menos elegantes, rotundos y fogosos. Guías telefónicas, atlas del mundo, la pobrísima Valonia. Maigret, armado, se acerca al hotel de su autor armado con una cuerda de presos, dispuesto a devorar su ego. Brillante este juego de autores. Como enganchar con un huérfano como Lynd Ward que crea novelas gráficas con madera, piedra y silencio: atentos a “The last supllemente to the Whole Earth Catalog” de 1971 con portada de Crumb, dadaísmo y Murnau. Me pierdo en el camino, veo/leo en cursiva God´s Man un y otra vez y sin entender estoy fascinado. Páginas en negro y rojo y una revista que se vendía en Estados Unidos de la Gran Depresión, una revista de orientación marxistas, New Masses.

El carpintero, Farber, que pintaba bodegones desde arriba, con paquetes de caramelos, bolsitas sorpresa con juguetes baratos, soldaditos de plástico, figuritas de trenes… papel y trampantojos. Escenas de serie B. Fantomas y la mujer pantera. Otra vez, cultura porteña, cultura parisina en un libro neoyorquino. Debo al mundo un libro sobre Werner Herzog, el mundo me debe una obra de teatro sobre Marguerite Duras. El cowboy es Lucky Luke y una canción de Adriano Celentano, las calles de Laredo, Bob Dylan fascinado, espectáculos decadentes, como el de Manolita Chen, pero con gente que monta a caballo y lanza el lazo a las reses.

«La revista Life descubre que el último vaquero es el primero que fumará Philip Morris versión Marlboro mientras los directores de la Nueva Ola se los imaginan con la nariz partida de boxeador y encendiendo un gitanes tras otro. Es 2020 y ya no sé cuántas veces ha aparecido en este Motel Margot el recuerdo de un dibujo de mi padre a comienzos de los cincuenta, en España, con un sheriff que dispara al aire un revólver y un cartel que pone Texas. España. España. Padre».

 

Volvemos a Manhattan con David Wojnarowicz, pienso en Patti Smith y en su Rimbaud. En Rimbaud antes del VIH, en Nueva York, haciendo spoken word o, si le hubieran dejado un poco más de tiempo, con bases de hip-hop recitando. No puedes ser punk puesto de absenta. Pienso en Miqui -que siempre está en todas las ciudades molonas, Berlín, París, Londres o Zaragoza, antes de volver a su casa-, que lleva la sudadera perfecta para la ocasión.

Y en la IV parte hay fotografías. Retratos sería más correcto. Mira el rostro y en cada par de ojos hay una historia detrás, un universo entero en realidad. El Mugshot, el concepto de foto policial, tomado contra la voluntad del retratado pero en el que el retratado trata de aparentar lo que no es: inocente, sobrio, delgado, revolucionario… sacar su mejor cara sin que mejor responda a ningún concepto ético real. Más propuestas: instantáneas que atrapan el tiempo, habitaciones vacías que devuelven desolación, fotografías de espiritismo, quemazón en la película que busca un espíritu exterior. La galería: una cartón pintado donde tu cabeza colocada de manera adecuada te convierte en un aviador sin miedo, en un personaje de las cruzadas, en una persona flaca. Un cartón que te hace flaco o musculoso, que te hace lo que quieres ser durante unos segundos.

Y las mágicas fotonovelas, en España carne de fanzines con enjundia, rotos de dolor, los personajes de la Movida se comportaban como protagonistas de una telenovela…querían ser parte de la Factory de Warhol y terminaban caninos de jaco. Había belleza física que se quedaba detenida en aquel instante minúsculo: Claudia Cardinale y Sophia Loren. Muchachos onanistas rebuscando la pose perfecta entre las fotonovelas de la colección de su hermana mayor, escuchar el “Heartbeat” de Taana Gardner y cómo el wahwah se mezcla con el scratch del dj. Nada mejor…elévate mi niña. Fotos ajenas compradas en mercadillos por unas pocas monedas y que permitían poner rostro a personajes de una novela que nunca escribirías.

El collage: “Reutiliza revistas viejas y diversos detritos visuales, convirtiéndolos en maquetas del futuro, lo que viene a ser un estado del futuro. El campo más vigoroso del collage en los últimos veinticinco años ha sido la música”. Autoría frente a destrucción. Lo digital mata el error pero esquiva el riesgo. Arrancar un trozo de pared, pegarlo en un cartón, una postal de Nueva York. Ready-made a lo Duchamp por la idea inicial de atrapar el imaginario comercial. Punk Rock, porno como negocio viable, el recuerdo de Frank Sinatra, Hoboken, la Cocina del infierno para los fans de Daredevil.

En la década de los setenta y comienzos de los ochenta las ciudades norteamericanas eran fantasmas desasosegados incapaces de darse cuenta de que no estaban vivos. Esa es la esencia de Retrato Underground de Lucy Sante, uno de los libros más nutritivos que uno puede disfrutar. Válido para hambriento de arte, de experimentación, dub, sustancias, relatos patafísicos y algo de humor… todo envuelto en papel de periódico y la portada de un libro pulp. Puede cambiar el oeste por el espacio y seguirá disfrutándolo.

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