Desaceleración transitoria: Michel Houellebecq (Parte II)

Vuelvo a Zaragoza con el final del estado de alerta ¿Quién no hubiera imaginado un escenario más adecuado para la paranoia de Houellebecq que la Europa civilizada confinada en sus casas, asustados, dispuestos a entregar las últimas migajas de libertad, asolados por el miedo al virus? Imagino a Houellebecq disfrutando de sus primeros paseos por el centro de París, por alguna barriada de Nantes, por unos viñedos mortecinos, fumando y fumando. El privilegio de la nicotina, la sonrisa sin dientes. El hombre sin huesos. En Zaragoza entro en la librería Antígona y sobre la mesa de novedades encuentro la reedición de una de sus primeras obras —la primera según algunas de las fuentes consultadas—, un ensayo sobre H.P. Lovecfrat: Contra el mundo, contra la vida. Lo compro inmediatamente. El prólogo es de Stephen King y es como recibir una llamada en el viejo Nokia de los noventa que ha recuperado un poco de batería. Siruela lo había editado en 2006 en España, casi dos décadas después de su aparición en Francia.

 

«Dos autores de fama mundial y considerados racistas por acción —Lovecraft—y omisión —Houellebecq—, que abordan el terror objetivo desde dos puntos de vista distintos: el inevitable e intrínseco producto de grandes fuerzas divinas exteriores y el genético de la condición humana. Lovecraft habla de gases convulsos y Houellebecq sacia su apetito con vino, nicotina y discos de oro.»

 

Este verano dejo el tramadol. Bajo al trastero y entre las cajas de deuvedés recupero El secuestro de Michel Houellebecq y trato de encontrar un lugar donde reproducirlo. En mi ordenador portátil, el único lugar donde puedo ver películas en formato deuvedé, se atasca continuamente. No hay manera de arrancar. Busco en una de las plataformas que pago al mes para no ver más que películas de zombies y encuentro que está a mi disposición. En distintos idiomas, de inmediato, ahora. Incluso su continuación, Thalasso .En la película uno de los secuestradores le comenta al escritor que ha leído su ensayo y le pregunta sobre una anécdota narrada por King en el prólogo. La idea de un relato basado en la almohada de Lovecraft, comprada en una casa de empeños, y las posibilidades que para la narrativa del terror y la ensoñación podría proporcionar. Houellebecq le dice que él nunca ha escrito eso. El secuestrador se cabrea. Han bebido bastante durante la cena. La cosa está a punto de pasar a mayores y Michel, sin soltar el cigarrillo y atizándose un latigazo de bourbon como para lubricar su lengua gastada en la respuesta, lo niega una y otra vez.

Houellebecq hace de su secuestro una obra de teatro casi autobiográfica en disertaciones que sirven para capturar su perspectiva de la sociedad. Con Houellebecq siempre hay que tener en cuenta dos aspectos: el situacionismo de su obra y la realidad puntual, mutante, de un genio errático que se esconde tras sentencias cambiantes —en el mismo tiempo, en la misma obra, en el paso siguiente—. Así lo demuestra cuando habla del proceso creativo, lo que un lector no iniciado —como es mi caso, quizá hasta este mismo instante—, ha considerado como confesional y autobiográfico en su obra acaba siendo el resultado de su capacidad de escucha y asimilación. Houellebecq conversa con los que se le acercan a contarle su vida, sus anécdotas, como si fuera el personaje perverso de su obra. De este modo se construye un círculo vicioso y genial en el que el escritor crea al personaje y el personaje anima a los lectores para alimentar al escritor con sus vicios.

«Evidentemente la duda siempre permanece ¿Nos estará engañando Houellebecq? ¿nos merecemos que nos engañe?»

El HP. Lovecraft que nos presenta Houellebecq en su ensayo, que prácticamente no realiza desplazamientos geográficos en vida, más allá de una temporada en Nueva York de la que vuelve cargado de recuerdos y memorias de abominaciones, un hombre sin actividad social ni laboral, que, de manera sorprendente, se ha convertido entre finales del siglo XX y comienzos de este siglo, en un personaje mítico, al que distintos autores y obras han dotado de una personalidad casi heroica —agente secreto, ocultista, personaje fundamental en la historia oculta del mundo—, convirtiendo su obra en vida y obviando una existencia anodina. Material de ensoñación que muta en protagonista de realidades. Además, el análisis que realiza Houellebecq en el libro sobre Lovecraft de la teoría matemática que acompaña a la construcción de sus personajes resulta de una erudición impactante. Encumbrar la fuerza poética de la topología es una labor que no está al alcance de cualquiera o recuperar los trabajos de Gödel sobre la cualidad incompleta de los sistemas formales es abrumador, no solamente para los legos en la materia, también para los que, como yo, incluimos las geometrías no euclídeas de los Mitos de Chutlthu en la redacción y lectura del tema de las oposiciones a profesor de Matemáticas en Secundaria.

 

«Avanza incluso hasta la física teórica, la dualidad onda-corpúsculo, uno de esos misterios “de profundis” de la ciencia del S.XX, la constante de Planck o el principio de incertidumbre de Heisenberg son alimentos de alta capacidad calórica no aptos para estómagos delicados, pero que demuestran una formación intelectual sólida como el acero de Alsacia: “ecuaciones que son como el sueño de una bruja”. Las teorías de orbitales atómicos, que descartaban la situación fija de los electrones en las estructuras microscópicas, definiendo su posición a través de funciones de probabilidad estadística, convierten la certidumbre granítica del racionalismo en una bulbosa concatenación de oscuras posibilidades».

 

Pero, aunque Lovecraft tuviera una profunda capacidad poética, descriptiva y visionaria, no podemos considerar irrelevante su racismo crónico. En una de las mejores historias de Warren Ellis, un cruce entre Planetary —que ya ha aparecido en este Motel Margot— y The Autorithy —otro de sus grandes logros para el sello Wildstorm—, hace, como ya hemos comentado que es habitual en muchos de los autores contemporáneos, su aparición Lovecraft como un personaje más de la historia, desencadenante de la acción a través de unos huevos de ascendencia cósmica y extraterrestre pero que él declara conservar como “huevos puestos por negros”. Sí, parece que Lovecraft consideraba posible que las personas de color fueran ovíparos. ¿Podemos juzgar pensamientos tan miserables desde una perspectiva de la segunda década del S.XXI? ¿Debemos ocultar su obra o quemarla directamente? Una dicotomía clásica que esta entrada del Motel no va a solucionar de ninguna manera. Porque Lovecraft tenía también un interés profundo en las particularidades algebraicas de los espacios prehibertianos.

Cuando termino de ver El secuestro de Michel Houellebecq me pongo Thalasso, es la misma plataforma quien me lo sugiere. La plataforma, sí, piensa por mí, decide por mí. En Thalasso un desorientado Houellebecq se encuentra atrapado en un limbo saludable de barro y agua mineral. Su encuentro con el excesivo Gerard Depardieu permite un intercambio cómico que, de nuevo, incide en la decadencia general de la sociedad, que se debate entre el olvido de los mitos que la construyeron y los mitos que se autodestruyen arrastrando con ellos a la sociedad. Ruso e irlandés, impuestos, exilio económico, Depardieu explicando a Houellebecq cómo fue la temporada ciclista de 1976 para Eddy Merckx, derrotado el año anterior por Thevenet en el Tour de Francia y, a pesar de ser capaz de imponerse en su séptima Milán-San Remo, queda octavo en el Giro de aquel año y no participa en el Tour de Francia. Houellebecq duerme. Al despertar descubrimos que todos somos parte de su pesadilla. Reparte unos vales para otra existencia y nos anima a marcharnos.

Sigo en el final de curso con Las partículas elementales, leo deprisa, de noche, con el niño dormido, con mi mujer cansada, los exámenes corregidos. Las partículas elementales es un juego de espejos salvaje, donde las espirales sociales se muestran en paralelo a una disertación histórica y científica, unos universos multidimensionales donde el encuentro de las personas, la gestación de relaciones, tiene más que ver con la idea de la función de probabilidad de un electrón en un orbital atómico que deudas de sangre o romanticismo decimonónico basado en estructuras inamovibles. Houellebecq, que no ha escapado de las pantanosas influencias de H.P. Lovecraft, deja que sus personajes no pongan freno a sus obsesiones, sean convulsas o ausentes, perversión y otra vez anhedonia, funciona al mismo nivel. El mismo análisis científico donde la función de distribución social mantiene alejados a dos hermanos hasta que la decadencia, otra vez la decadencia, los hace unirse en un destino que solo acrecienta la mutación genética entre dos perspectivas igualmente desviadas de la convivencia social: el obseso y el frígido. Annabelle como bisagra entre Michel, con su trabajo en los espacios de Espacios de Hilbert —un elemento de álgebra abstracta que ya había aparecido referenciado en su ensayo sobre Lovecraft—y que busca poder aproximar una función por una suma. Poder describir el comportamiento de la misma “completando los huecos” y recogiendo toda la información que describa los posibles estados y comportamientos de la misma, entra dentro de la mecánica cuántica y así emparenta con las historias de Griffith que aparecen más adelante. El otro elemento, el segundo hermano, Bruno, con sus lecturas de Kafka y su comportamiento onanista y compulsivo, es fundamental para entender cómo Las partículas elementales trajo la ruptura con la sensibilidad reinante por ciertos pasajes de una dureza descriptiva asociadas a las humillaciones de Bruno en sus días de internado —que cristalizarán en comportamientos sexuales que incluyen exhibicionismo y amagos de incesto—, que siguen resultando impactantes en una primera lectura en el año I después del COVID. Uso una cita del libro “El mundo era lento y frío”, un mundo marcado por la niebla, que crece a tu alrededor y no solo te impide obtener una perspectiva clara de cuanto te rodea, también genera una situación de ensoñación dirigida y que, en la actualidad, ha cristalizado en la exposición absoluta y la entrega de cualquier atisbo de intimidad a través de redes sociales, compras online y algoritmos de datos, gustos y pasiones.

«Las partículas elementales de este mundo postCovid están codificadas en unos y ceros y son mercancía que se adquiere con dinero invisible o criptomonedas ¿Ha llegado por fin el vacío absoluto? ¿Cuánto dura la polémica ante la más dura desviación del ser humano? ¿Cuánto durará en las primeras planas antes de ser sepultada por el olvido digital?»

Ese mismo discurso funciona a través de la introducción de la Historia cuántica, que funciona como la interpolación de los recuerdos construyendo una narrativa completa a través del relleno de los espacios vacíos con notas tomadas al azar en distintos momentos. Esta simplificación del mensaje o la narración no es más que la conversión de un fichero de audio en un mp3, un archivo comprimido en el que se han eliminado las frecuencias que son inaudibles por el ser humano. Pero todos sabemos que cuando escuchas uno de esas canciones descargadas de internet existe una ausencia rítmica, solo detectable por la parte reptiliana, animal, de la persona. Esa narrativa cuántica, estar y no estar a la vez. La suposición basada en Una historia de Griffith. Es emocionante volver a encontrarse con la orientación del espín, con el Principio de incertidumbre de Heisenbergaquel que afirma que es imposible conocer a la vez la velocidad y posición de un electrón, puesto que en el momento que iluminamos la partícula negativa, el fotón la desplaza, alterando su posición y su velocidad—. Les aseguro que todo esto lo aprendíamos los cuarentones en 3º de BUP.

La evolución de la sociedad francesa se retrata de manera magistral a través de una fría sucesión de fechas y legislaciones, con breves intervalos de sucedáneos de modernidad superficial: éxito económico con las primeras clínicas de cirugía estética, fallida creación de una clase media estable y sólida o la aparición de algunas comunas y santeros de la nueva era heredados de la, ya de por sí falsa, revolución sexual del hippismo norteamericano. La sensación de que el mundo se acaba mientras uno se sumerge en el interior de un lago helado, aislado del final del amor, del comienzo de una nueva etapa: el vacío. No hay posibilidad de salto entre partículas ¿Qué queda? ¿una isla? Los setenta, enésimo intento de Bruno, tan cercano a la realidad funcionarial, que parece encontrar algo de esperanza. Dulce Houellebecq, que busca el final feliz. Estudiar letras en la Sorbona para descubrir unas páginas más adelante que no te servirá de nada en caso de un apocalipsis zombie, de un apocalipisis cualquiera, en realidad. Dice Lorenzo, el profesor de Tecnología de mi instituto, que el petróleo se está terminando. Le digo que no hay que tener miedo a quitarle el fuego a los dioses y que yo estoy a favor de la energía nuclear. Limpia y eficaz. Me mira, todos me miran en realidad. Sale plutonio de mis calzoncillos. Bulimia y sedentarismo. Ansiedad occidental. Problemas del primer mundo. París en los setenta para Bruno es un infierno de prostitución y pasteles árabes, llenos de melaza. Yo sueño con las largas piernas de Françoise Hardy, harto del listillo de Jacques Dutronc. Soñar con las piernas de la Hardy es postmoderno, es retro. Soñar con su sexo es enfermizo. 1999 habitantes. Podría aprenderme el nombre de cada uno. París ve despertar a Gainsbourg y, en las afueras, el Gitane de Guimard e Hinault está empezando la pretemporada de 1975.

«Soy mitómano y funcionario. Estoy abocado a ser un personaje de Houellebecq. Debería adelantarme. Yo, como Bruno, soy un teórico inútil o un inútil teórico. No sé poner en marcha una barbacoa, pelar un cable para hacer un empalme, reconocer un hongo o un fruto comestible, colgar un cuadro…aparcar en paralelo. Paralización apocalíptica, funcionario medio, ¿qué soy en realidad? ¿Un engranaje para el mantenimiento de la vida cultural: compro libros que no leo, estoy suscrito a plataformas audiovisuales infinitas, hago turismo solo por el buffet libre del desayuno?»

Pero, en realidad, todas esas acciones son las que han hecho de la humanidad una civilización cualitativamente distinta, abandonando comportamientos tribales que solo serían de simios con ínfulas. Soy un nulo amanuense, inútil si llega el final, receptáculo de vestigios y mitómano profesional. No hacer caso ni a la sexualidad socialdemócrata, no confundir lo explícito con lo científico. Bruno vuelve al verano de 1976. El verano de Lucien Van Impe. No puede ser casualidad.

En paralelo, en salvaje avance, leo Plataforma, y vuelvo a mi suegra y al club de lectura de la biblioteca. Un padre asesinado, un comienzo de novela negra para atraer a las masas. Un paraíso en la palma de la mano, solo hace falta un paquete turístico y un poco de química con receta que le permita sobrevolar el mundo en avión. ¿Extrañas la soledad del hotel en tus vacaciones, Octavio? No, ya no extraño la soledad. La soledad es un invento de los noventa para animarte a escribir. Lo tengo todo en la cabeza. Cuando Houellebecq escribe Plataforma, calculo que entre 1999 y 2001, mientras graba sus discos de recitados y sueña con ser estrella del rock, yo grapo y fotocopio y me enciendo con discos de Téléphone y Diabologum mientras pienso cambiar Zaragoza primero y luego el mundo con un fanzine.

La soledad son libros comprados en estaciones y salas de espera, Best-Sellers que te alimentan como un plato de macarrones y que saben a tiempo perdido. Entre 1999 y 2001 Bush Jr. tuvo un sueño en el que se le aparecían armas de destrucción masiva bajo las arenas del desierto, como aquella The Nameless City de la que hablaba H.P. Lovecraf, Iren o Volubilis, bajo vuelo del protagonista camino de Tailandia. Entre 1999 y 2001 las torres doradas habían caído y se buscaba la libertad duradera. En Afganistán había opio y todos recordaban a Sylvester Stallone en Rambo III en 1988 ayudando a los talibanes. Bajo los pies del protagonista el desierto, Lovecraft y Stallone. ¿Me están siguiendo? Pasar por encima de los sitios que arden, gasolina y sangre, como quien evita un obstáculo con gracia infantil, una valla, un plinto, la agilidad del hedonista. Mi suegra no pudo terminar Plataforma. Yo no avancé hasta Cuba. No visito países sin tradición democrática. Sal de España, me dirás. Yo te digo que me dejes en paz. No bombardeen Zaragoza, por favor.

Yo sé que Fernando Arrabal está de nuestra parte. Sé que Boris Vian sigue vivo entre los humores que le exhalan del hígado a Houellebecq. Un patafísico famoso de mi ciudad dice que la muerte es un estado atmosférico. Parece que va a llover sobre el silencio de la vida.

«Houellebecq es la versión desdentada de Bernard-Henri Lévy con un arreglo peor en su alopecia que Serge Reggiani y una repulsión física que no se veía junto al Sena desde que los existencialistas tenían problemas para distinguir a Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir».

Pero todo da igual. Son problemas del primer mundo. Vacía el contenido del sobre en agua caliente, cámbiala cada 24 horas y los caballitos liofilizados empezarán a moverse dentro del vaso. No quiero bombas ni virus. Quiero que mi hijo sea feliz. Quiero comprar y venderme. Ese es el resumen de tu vida. Y de la mía.

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