Algunas palabras sobre los secretos de los demás de Carmen Ruiz Fleta (PUZ, 2022)

El nuevo libro de poemas de Carmen Ruiz Fleta aparece en Prensas Universitarias de Zaragoza. Estructurado en cinco partes de longitud variable, comienza con Una manera de no decir adiós, una especie de remedo de canción de Leonard Cohen mutilada, como una esperanza a la luz de la Estrella o de la Soledad, o de los evangelistas. ¿Qué es la vida más que el camino hacia la muerte? Abre con esta cita de Gabriel Celaya. Más allá de comparaciones en tiempos estos de comparación cualitativa, de indolencia absoluta, la poesía de Carmen Ruiz Fleta arrastra exorcismos que se van consumando en cada uno de sus versos, en cada uno de sus libros. De ahí esa actitud plural que requiere en cada entrega de una instrumentación distinta para cada construcción poética.

Los poemas de la primera parte del libro se enmarcan en la despedida del padre, un cascarón vacío en sus últimos días que solo existe en el retorno que permite el espejo de su familia. Ellos, que siguen buscando la luz en el reflejo de su rostro y ella, la escritora, que compone estos versos: “Las venas moradas son acequias de memoria que no llevan caudal”. El papel cebolla, tan frágil, que nos hace increpar a nuestro yo adolescente en los últimos días de nuestro progenitor. Ese adolescente demasiado preocupado por perfumes, miradas y pieles ajenas. Pero uno no puede detenerse en eso, porque aquel era uno mismo también, era un ladrillo sin el que no podría entenderse al escritor hoy. El tranvía, el tranvía, ¿Quién puso en nuestra ciudad esa línea que prometió felicidad y lo único que hizo fue cambiarnos los caminos que antes recorríamos con los ojos cerrados. Un padre que se ausenta, un padre que es ausencia. ¿Qué es mejor, un padre sombra o un padre ceniza? Sentir al menos un instante en el que uno comparte temperatura común. Aunque no todo fue siempre sencillo, también lo agridulce se recuerda cuando se acerca el final: “Y tus silencios como pantanos que duraban semanas y nos ahogaban a todas” o cuando le dijiste en aquella sobremesa que ya no querías vivir: “Intuías entonces/el desfile de las neuronas hacia el barranco”. Recuerdo cómo recorría aquel hombre con orgullo y sin altivez los números y la belleza descontrolada de sus hijas.

«Llegamos a uno de los poemas fundamentales del libro, quizá la cumbre del libro y uno de los que van a marcar la trayectoria poética de su autora: Una habitación en el extrarradio. Aquí la formación teatral de Carmen Ruiz Fleta le lleva a crear un microcosmos de espíritu lorquiano, donde todo es básico y certero, ceniciento como el sarmiento de una tierra de lagartos que se pelean por la última gota, el brote final verde, y los versos: “Cuatro mujeres alrededor de una hoguera que se apaga”

La segunda parte del libro lleva el título de Mudanza. Qué viaje homérico se construye en un Mediterráneo con las calles de Zaragoza. Cuando creías conocer todos los accidentes y las amenazantes Gárgoris y Habidis que entorpecían nuestro caminar, porque eras (éramos) jóvenes recorríamos casi de memoria las arterias de la ciudad con los ojos cerrados, mirábamos lunas como se miran tangos, abríamos cajas como si atáramos hilos, mezclábamos vodka como si fuera zumo de naranja: cantamos las canciones y vimos morir a los cantantes y luego vinieron otros, con sus canciones, y nos aliviaron las penas, porque acabamos descubriendo que eran las canciones las que inundaban nuestro interior y los cantantes hombres de carne, de hueso, de muerte, sin más.

No es una metáfora, acabamos conduciendo por sus calles con el piloto automático, Carmen. Tú en mi ciudad anhelando mi escapada, como yo extraño los vericuetos y matices entre los días, cada jornada más huraño que la anterior. Responsable. Añoras el verano de la infancia, el de los olores puros: “Y saber esos saberes/prohibidos para las niñas de ciudad”. Aquí la noche no es un escenario, en la aldea la noche es un compañero más, un habitante modelo y misterioso al que dejamos entrar. Pero uno no sabe qué extraña en realidad, quizá lo extrañe todo. Frente al espejo de la confitería hasta el más empalagoso mantecado de coco parece apetecible.

Llegamos al poema Humo. Fumar en nombre de todos mis compañeros. Es otro texto notable dentro de la obra. Cuando eres joven: “Y las noches ensanchaban el corazón/y quedaba mucho tiempo/y el humo no mataba”. Fumaste por tu padre, el ángel que derrumbó museos y edifico el amor como un claustro ávido, fumas por tu amor, el definitivo, que borró de sus dedos cualquier atisbo de nicotina para poder sostener a vuestros vástagos con el amor que merecían. Fumas por todos ellos. Somos una generación poética que mira atrás, una y otra vez, como si nos hubiéramos olvidado algo en la estación que hemos pasado: “Dudo que me planteara entonces cómo sería mi vida con tantos soles a la espalda”. Por eso La chica del Baztán es un capítulo más, no un capítulo menor: mueren abuelos, mueren padres de amigos, mueren amigos, nos resistimos a la muerte pero sabemos que las muertes de los demás es la vida por delante de nuestros hijos y que es mejor asumir que es un trágico lubricante en la rueda de molino que es la existencia. Por mucho que abramos la boca no podremos comulgar así.

El amor es un compromiso con el mañana, nunca con el ayer, eso queda perfectamente definido por unos versos magníficos como “Tantos años dedicados/sistemáticamente,/a volar todos los puentes. De pronto, aquí estamos, uno frente a otro.” Hay guiños a las heridas que se habían abierto en anteriores poemarios, como la cauterización de las fricciones de la vida doméstica o los viejos trajes de la emperatriz, con los que nunca acababa de sentirse sola. El poeta, la poeta, encuentra en los momentos de desesperación, en el segundo después de la tragedia, la sensación de libertad absoluta. No sabemos cuánto puede llegar a durar ese instante… ni siquiera trata de atraparlo. Es como un viento fresco en la calima del verano que no es verano, es desierto. O aquella promesa de princesa de pueblo, Rapunzel acuática dispuestas a cruzar piscinas olímpicas en busca de los que escaparon a sus cantos de sirena. Sordos, hay algo de crujido culpable cuando caminas sobre el tedio, ¿verdad, poeta?

Decías que olvidarías la muerte cuando la muerte llegara, pero eso es imposible, porque la muerte ha decidido quedarse. Por lo menos escribes y acusas: “Es tan vulgar la muerte/tan poco original”. Busco guiños a tus compañeros de generación, a los que amasamos los ochenta niños de cristal, de averías y colegios concertados, el poeta tranquilo, aquel que nos mostró el camino hacia ser “casi reptiles”, los ecos de Christian Peribáñez (versos libres y blancos, sin neón ni neveras vacías, cambiando de piel, abandonando la costra reseca) y también de Enrique Cebrián y la pérdida de la madre, la familia como protección

La parte tercera, Savia, ya nos emparenta con la sangre y la arteria, con la manera de calmar la sed de vida cuando tienes la boca llena de la ceniza de la muerte. Un superhéroe de piel oscura que abraza a su madre y le transmite sus poderes, el miedo que todos tenemos al día que rechacen los cuentos con los que intercambiamos el ánimo, el calor profundo de sus cuerpos en el instante -otro instante, sí, breve como el anterior-, antes de quedarse dormidos… saber que solo en ese momento, en la cama demasiado estrecha para contener un cuerpo adulto y uno de un niño el miedo, el pánico, el terror del padre, de la madre, desaparece. Junto a ti, ellos, protegidos, nada puede sucederles.

«La poeta dibuja la belleza de la tos, de los mocos cíclicos, de construir un dique que detenga el tiempo y nos deje a todos atrapados en la burbuja perfecta mientras olvida (olvidamos) que un día nuestros padres fueron nosotros y nosotros crecimos y crecimos, escapando para volver: “Celebremos la familia que nos arroja la justa medida de lo que somos”.

En la cuarta parte se abren las cajas de los regalos, se quita el polvo del altillo, en los paquetes del fondo encontramos lo que nadie sabía que estaba allí. En el límite sobre el hule, entre la sombra y el claro, en el modo de transitar sobre la mañana (maraña) del día (de los días). Llega el tiempo de las preguntas, Carmen, ¿qué somos, qué generación formamos? Aquella que no acaba de estar segura de haber cumplido las expectativas que nos pusimos, las que nos pusieron, la que abandonó la rebeldía demasiado pronto o demasiado tarde, la que, al menos, no hizo el ridículo enarbolando banderas que no servían para nada, somos causa del mismo instante que nos prometimos, el maldito que buscó la paz del funcionario, la modosa que se enfrentó al poder establecido cuando esa era una práctica que llevaba siglos abandonada, el sueldo sereno del final de mes creemos, en nuestros hijos, los mejores, los únicos libros que quedarán, en eso creemos. Generación que se siente pantalla sobre la que se proyectan sus padres y también foco que busca iluminar a sus hijos, no para encontrar en ellos la belleza, más faro que exhibición.

Parte final, Siempre tarde, un ejercicio de estilo, una poética, un adiós. No hay mayor valentía que utilizar las formas clásicas “Soñé que escribía un soneto”, mucho mayor que insultar al universo después de haber consumido sustancias. En el final, el bazar chino, como una forma de enfrentarse al espejo, generación de quincalla y queroseno. Sentirse, en el fondo, culpable por no haber sido parte del naufragio de ninguna tripulación. Un día descubres que la joven dependiente del bazar tiene más acento baturro que tú, ¿Qué dirían los que organizan la tierra desde las plazas de las universidades? Ay, quizá se agarrarán las manos laicamente y pedirían libertad.

Un libro donde volvemos a encontrar las pistas iluminadas en el camino de la obra de Carmen Ruiz Fleta, baldosas amarillas, derivas y ese análisis de la existencia que se basa en la resistencia ante lo trágico del mundo. Carmen es una poeta de la pelea, no porque busque la violencia (no lo hace ni en sus versos), es porque nunca se rinde y, en cada libro, desbroza la jungla de su existencia, una y otra vez, como Sísifo, como su mismo poema: “Subo la cuesta/llamo al timbre/espero que me contestes/una y otra vez”.

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