El último clásico de Loquillo (DRO, 2019)

Un disco que se reseña casi tres años después de su salida, todavía en mi recuerdo los días previos a la publicación, la estética de ceniza, de blanco y negro, el resto sepia de las fotografías quemadas. Nadie esperaba un tiempo apocalíptico en un mundo que se resistía a dejarse sumir en el vahío digital. Todos sabíamos que el último clásico es Loquillo, como el último dandy es Luis Antonio de Villena y si todavía queda elegancia, era el recuerdo de Rudy Fernández vistiendo la camiseta de Fernando Martín en el All Star. El loco es uno de los Celtics. El loco sabe que Santa Coloma y su Licor 43 o el Español de Mike Philips pudieron tocar la gloria y jugar la Korac. Todo eso da igual, todo ha terminado: la revista STAR, los tebeos de Makoki, Ramón de España peleando contra molinos del 3%. El último clásico es provocador por el humo y algunas canciones. Tiene que competir contra Viento del este, su mejor LP desde Balmoral y eso son palabras mayores. Abrir con Los buscadores y la sucesión de mitos de línea fina de Luis Alberto de Cuenca, un collage en el que colaboran el poeta Gabriel Sopeña y el productor Josu García son una declaración de intenciones que funciona sin problemas.

El primer verso de Somos lo que defendemos, con «Soy mitad monje, mitad soldado», sigue dando un porte confesional al material, más los metales que encumbran la parte más nostalgia y nos lleva hasta la parte más macarra, más Stukas, de El último clásico, con las guitarras de Igor Paskual, capaz de convertir en glam las rimas en consonantes. Posmoderno, pero no arriesgado. Del mismo modo desaprovecha las posibilidades de Leiva, heredero directo de Guillermo Martín y Risi, para quedarse en un sortilegio de teclados que nos deja un poco frío. Gafas de sol nos trae a una curiosa pareja de baile, Marc Ros de Sidonie -que es capaz de ser Gainsbourg y Sergio Algora, afeitándose solo cuando la separación lo exige- y el poeta del rock, el gran Carlos Zanon.

«Ese sonido de sitar de teclado, funciona muy bien para el fraseo boxístico, con las voces de Ros llevando a un terreno pop que casi es Northern Soul con los metales en el estribillo, habitantes de la casa de la bomba, Barcelona Norte, territorio de Miqui Puig y los acólitos de Casavella trapicheando en el Turó Park».

Los dos siguientes temas son de la misma tríada compositiva, con el Loco en los textos, ayudado por Sopeña -que se nota en las melodías de voz- y las guitarras acústicas jugosas, recién llegadas del desierto de Mojave de Josu García. Josu, no lo olvidemos, creció viendo cómo se mezclaba en la marmita del rock lo mejor de cada continente junto a Mauricio Aznar y ahora, produce con gusto orgánico temas como Como un nada, que funciona, de nuevo, como una página de recuerdos en la el policlínico miserable que acaba convertido en manicomio. Vuelve Igor Paskual, esta vez acompañado de Mario Cobo, guitarrista de las últimas giras, la parte más purista de la banda, ex-Nu Miles, que componen al alimón Creo en mí con esos ribetes de versión apócrifa de historia evangélica en la que tan cómodo se siente Igor, capaz de mezclar animismo, cristianismo e Iglesia del rock. El cierre del disco son dos temas curiosos, ambos comparten estar compuestos por jóvenes -bueno, quizá ya no tanto- compositores barceloneses, Marc Ros de Sidonie con La vampiresa del Raval y Santi Balmes de Love of Lesbian que aporta El resucitado: Loquillo busca sastres que le cojan bien las costuras y, en este caso, la primera es una mezcla entre la Barcelona de comienzos del XX más las vanguardias de París… Enriqueta Martí y el anarquismo, extranjero en su propia ciudad, un siglo más tarde y sigues persiguiendo a Picasso con mares de absenta en tu interior.

El final, con El resucitado, también juega con la mitificación de la Barcelona que solo sobrevive en el recuerdo, de Las Corts hasta El Clot con un ritmo casi disco, que Loquillo había ensayado con Sol de Sabino Méndez en Balmoral y que ahora recupera, Dios, Lucifer e Iggy Pop: un fotomatón y un cádillac. La resaca del martini nos hace mirar con afecto cualquier disco de Loquillo, aunque este, la verdad, estará colocado en el hueco entre Viento del Este y Diario de una tregua.

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