Abecedario privado de la Movida Madrileña (tercera parte)

Aquí se puede leer la primera y la segunda parte

Tercera y última mixtape de la Movida y sus esquinas más recónditas

Tango: resultaría complicado encontrar una referencia más folklórica y barrial en la Movida que el tango. Una versión castiza, más cerca de la Verbena de la Paloma que del lunfardo porteño, el tango en los ochenta tiene nombre y apellidos: Antonio Bartrina. Su proyecto Malevaje resumía lo más macarra de la época en unas canciones, primero revisiones a su manera – Malevaje, Mano a mano, Margot o Confesión-, en aquellos dos discos, que yo compré en un cedé recopilatorio, Malevaje de 1985 y Margot en 1986, que además aparecen bajo el auspicio de un sello mítico como es Tres cipreses, y luego la evolución posterior, con temas propios e incluyendo en los textos giros propios del hablar de la capital.

En las primeras alineaciones estaban, además de Bartrina, representados otros grupos como Gabinete CaligariEdi Clavo en la batería- o Los Coyotes –Ramón Godes en la guitarra y Fernando Gilabert en el contrabajo-. Una estética que mezclaba el tupé rocker con la brillantina al modo Gardel y compinches como Víctor Coyote o Alberto García-Alix que, con su cámara, atrapó la eternidad del tango en un instante.

Umbral, Franciso: En Motel Margot siempre hay una habitación para el maestro Umbral y sus admiradoras. Se pide la llave en la entrada y el escocés, la bencedrina y el tóner de la Olivetti corren de cuenta de la casa. Umbral pudo haberse enterado o no de qué iba eso de la Movida Madrileña. Pero, creo que, realmente, le pilló algo mayor.

«La Transición le permitió avanzar en el camino que unía al maldito de provincias, seducido por la prosa disciplinada de Miguel Delibes y la experimentación de Camilo José Cela hacia el Enfant Terrible que comediaba en la televisión, dandy postmoderno y catódico, electroduende sin programar, rijoso entrenado con capacidad limitada, solo hasta las primeras horas de la madrugada. Pero la Transición se dejaba pintar por la pluma dotada del maestro, la Movida era efervescente, sin sustrato intelectual o, cuando lo tenía, mal digerido: futurismo, situacionismo y postmodernidad…. cuando tú le tienes que explicar a los modernos la base filosófica de su acción poca contracultura estarán enhebrando».

Umbral encontraba la magia del parnaso en el Madrid de finales de los cincuenta, treinta años más tarde su única rebeldía era llevar las patillas tan largas como los rockabillys que venían de Barcelona. Eligió a Ramoncín y Alaska porque eran de lomo abrigado y se dejaban acariciar. Los punks querían comprar en la Cuesta de Moyano y los poetas poner música de Lou Reed a sus sonetos. Cuentan en que la presentación de un libro de Francisco Umbral se pegaron Ramoncín y Eduardo Benavente. Esos dos sabían pegarse lo mismo que yo. Ahí estaba Umbral, en 1980, viendo a los Ramones, con una mirinda caliente, dándole o quitándole el titánlux a las muchachas que pasaban a su alrededor, perdido, aburrido, con ganas de irse a la cama. No se daba cuenta de que la historia no había hecho más que empezar.

Villena, Luis Antonio: tres poetas de la Movida, tres entre muchos, tres que mezclaban en su marmita erudicción, elegancia y malditismo. Habría muchos más, pero yo los elijo a ellos. Vamos por partes: de Luis Alberto de Cuenca ya hablamos en Motel Margot, su faceta como letrista de la Orquesta Mondragón, los derechos de autor de lobos y caperucitas con los que permitirse alguna noche blanca y varios divorcios mientras, sin rubor, combinaba vaqueros, americana y corbata en su largo peregrinar hacia el funcionariado y la traducción de los clásicos. Un tipo que sabía de combinados, que aguantaba la noche y la disfrutaba tanto en las barras, observando, como en el silencio de la pluma sobre el folio, también blanco.

«Sentado junto a él en los estantes del canon, Luis Antonio de Villena. Luis Antonio recorre la oscuridad de los pubs junto a su maestro, Jaime Gil de Biedma, en sórdidas noches eternas. Villena realiza una antología constante de su existencia y de la de los demás. Villena, como Haro-Ibars, son habituales de los drugstore, rara avis de madrugada, 24 horas, con música de Burning o La banda trapera del río, con un punto lumpen, que se acaba perdiendo cuando las muelas jóvenes de los ochenta arrasan con todo».

Dos libros, Marginados (Visor) que recoge poemas escritos entre 1989 y 1993 -la resaca de la memoria- y Malditos (Bruguera), una especie de homenaje en forma de novela a los vampiros que poblaban el Madrid anterior a Tejero. Leí “Madrid ha muerto” en la edición de Planeta de 1999 -¿Dónde estará ese volumen ahora?- y sabía a plástico y papel reciclado. El mejor Villena es el escriba que sigue al corsario Eduardo Haro-Ibars.

Él, amigo de los Gabinete Caligari -Jaime Urrutia recoge en Pérdidas blancas o Pecados más dulces que un zapato de raso su lírica como autor de rock, además de honrar su memoria en uno de sus discos en solitario, El muchacho eléctrico-, escribe las más oscuras rimas para el circo fatal y tóxico de la primera Orquesta Mondragón y, estos días, volviendo a leer Empalador, uno de sus poemarios más logrados, uno descubre guiños a Robert Bloch, el Bram Stoker de La guarida del gusano blanco o las primeras películas de George A. Romero.

«Todo aderezado por el Tánger de Paul Bowles -quizá el único que podía presumir del moreno africano-, el Peter Pan a punto de mudar a Peter Punk o la lírica mortuoria de Poe ebrio de cuervos y destilados. Haro-Ibars se lee hoy con esa sucesión de influencias casi inocentes pero que en su época demostraban una afirmación frente a la literatura tradicional que resultaba rompedora y sus poemas, con el ritmo alucinado de un poeta beatnik mezclado con la electricidad macarra, son punzadas agónicas en la granítica literatura española de los ochenta».

Warhol, Andy: No hablaremos en esta entrada de la visita del marchante del pop art, que hizo de vedette, imagino que cobrando, durante quince minutos en España. En realidad dedicamos la W de Warhol a la versión de Pop Decó del tema de David Bowie. Se la dedicamos a un adelantado a su tiempo, a Fernando Márquez “El Zurdo”. Ya habíamos rendido pleitesía con el texto de Makoki, en mis manos la reedición de Música moderna, uno de los libros sobre la Movida Madrileña más importantes por la diferencia cualitativa en su redacción: se escribió en los años en los que las cosas sucedían. “El Zurdo” fue parte de Kaka de Luxe, Paraíso y alcanzó un estadio de creatividad&éxito mediático -si se puede considerar así- con La Mode.

Allí, en el Eterno femenino ya empezaba a mostrar su obsesión por el padrino de la Factory pero fue con el efímero proyecto Pop Decó cuando entrega una de las versiones más originales de la época. Primero por la elección, un tema de principios de los setenta, del Hunky Dory de David Bowie, después por la adaptación del texto al castellano y, finalmente, porque la propuesta de Pop Decó tenía más de electrónica que de guitarra de doce cuerdas -como era la original del “Duque Blanco”-.

«Pop Decó murió antes de empezar, sus primitivos secuenciadores no estaban listos para el voltaje emocional que destilaban las canciones y las cajas de ritmos no se ajustaban al latido de la producción de Teo Cardalda -que había arropado la lírica de Coppini en Golpes Bajos y produjo el debut solista de Ray Heredia, otro ángel con las alas demasiado empapadas en láudano, antes de reciclarse en Nacho Cano hortera con su mujer en aquel horror multiventas llamado Cómplices-«.

Escuchen y juzguen. Piensen que toda la parafernalia de sintetizadores que necesitaban ahora les cabe en su teléfono móvil y les sobra espacio para poder llevar encima siempre “Sleep” donde Andy rueda al poeta beatnik John Giorno durante una siesta de seis horas. No quiero acabar esta entrada sin destacar que la mujer de Loquillo -y madre de su hijo Cayo-, la directora Susana Koska era la corista del proyecto.

Xenomorfo: cuando uno lee poco o, directamente no lee, tiene que echar mano de sus propias experiencias vitales para escribir canciones. O puede ver películas en el cine y leer algún tebeo. La ciencia ficción en la pantalla grande sirvió de inspiración para muchos de los compositores de la nueva ola. Eran años de adaptaciones de Philip K. Dick, de pesadillas en la calle Elm, asesinos seriales, escenarios postapocalípticos, Zona 84, Toutain, Cimoc y demás. Y, por supuesto, está la saga de Alien. En el espacio nadie escuchará tus gritos. Y su segunda parte, todavía más apetecible que la primera, una especie de GI JOEs espaciales en una atmósfera de terraforma que mezclaba el sudeste asiático con las zonas más truculentas de la imaginación de William Gibson.

«¿Por qué elegir el xenomorfo? Porque no he nombrado todavía a Eduardo Benavente ni a Parálisis Permanente y, antes de entrar en profundas y sesudas reflexiones, me quedo con la parte más superficial y lúdica: “Tengo un pasajero” aparece en el primer single compartido de Parálisis Permanente con Gabinete Caligari y, más tarde, es uno de los temas que conforman “El acto”.

La primera parte de Alien se estrenó en 1979 y la primera referencia de Tres Cipreses aparece a finales de enero de 1982. Tiempo suficiente, permítanme la broma, para digerir las influencias y sacarlas fuera.

Yonqui: no es una cuestión de morbo. El láudano, el opio, el demerol, todos los derivados de la morfina se abalanzaron sobre una generación que vivía la épica del adicto como si fuera parte del manual libertario recién adquirido. Si uno lee las revistas de finales de los setenta, sobre todo la STAR o publicaciones de la primera contracultura, la aguja, con el efluvio de vampirismo y elegancia, reciclado, sobre todo, por las versiones en directo de Heroin que hacía Lou Reed o las primeras traducciones del intelectual William S. Borroughts en ediciones de Bruguera, muchos, demasiados, van cayendo en el vapor marrón o en el alacrán hambriento de algodón.

Los nombres son conocidos, algunos atrapados hasta el final de sus vidas en un sucedáneo de existencia y otros reventados por sus problemas hepáticos acabaron con su nombre tallado en el mármol de la desesperanza: Urquijo, Vega, Berlanga, Haro-Ibars, Julián Infante, Toti Arbolés o Ulises Montero…

Zombi: Los muertos vivientes de George A. Romero fueron fuente de inspiración para los no muy leídos compositores de la época. La paranoia y las distintas versiones cinematográficas que mezclaban las crítica social y antimilitarismo en la tercara entrega de su primera trilogía: “Day of the dead”, mi favorita, estrenada -como tantas otras cosas-, en 1985. Romero además, había colaborado con Stephen King -otra de las influencias temáticas de la época-, en su película antológica Creepshow (y su segunda entrega, carne de videoclup por su promesa de miedo y más miedo).

«Podemos encontrar a los devoradores de cerebros en el primer LP de Radio Futura, “Música moderna”, aunque su arreglo mántrico parece remitir más a la santería y los mejunjes con el Pez Globo y, sobre todo, la gamberra “Emmanuel Negra en el valle de los Zombies” de los Ciudad Jardín, banda subterránea con algún semiéxito en radiofórmula, pero que aunó en aquel tema toda la imaginería del cine de explotation, la serie Z, las pelícas softcore, las versiones editadas y las sin editar, en una descarga de power pop con algo de funk en una de esas pepitas de oro, una de esas chinas de rojo libanés, que uno se encuentra a veces en sus bolsillos. Aunque no tienen porqué hacerme caso, la Movida Madrileña termina el día que Dinarama graba en su último LP, Fan Fatal (1989). Mi novio es un zombie. Carlos Berlanga, cansado de todo, se bajaba del proyecto y, sin sus canciones, tuvieron que echar mano al repertorio de Los Vegetales, una banda paralela en la que participaban los hermanos Canut y cuya inspiración estaba en los tebeos, la ciencia ficción y el terror. El tema, por cierto, fue un éxito absoluto. El último de Dinarama».

y la última letra. El final. Espero que lo hayan disfrutado.

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Bego

    Hola, metes a Sierra en los que murieron como consecuencia de las drogas. Lo que yo he leído siempre es que tenía una enfermedad renal de nacimiento. En épocas empeoraba, y si recuerdas algunas fotos, se le notaba en la cara, con manchas rojizas: esas temporadas tenía que suspender su trabajo. Empeoró mucho los últimos años y, por lo que yo sé, murió de esa misma enfermedad renal que siempre sufrió. Un saludo.

    16 enero 2022 | 7:56 pm

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