“¡Ya es suficiente, habéis maquillado al cine hasta matarlo!”, es lo que pensaban los directores daneses Lars Von Trier y Thomas Vinterberg allá por marzo de 1995, “los innombrables”, ya que una de sus pretensiones era no aparecer en los créditos de las películas.
Para estos innovadores y vanguardistas directores de cine, los años 60 habían liquidado el cine y ellos se habían comprometido en forjar un pacto que lo resucitara de esas «tinieblas», adoptando una disciplina casi militar donde el cine volviera a “vestir de uniforme”. Es así como surgió el Manifiesto Dogma 95.
Para los dos firmantes del singular «voto de castidad” (es así como le llamaron), el cine había llegado al límite de la decadencia donde el objetivo actual era engañar al espectador. La libertad a la hora de crear películas había llegado a un punto donde todos podían hacer cine, pero esa democratización del séptimo arte había conseguido una previsibilidad y una especie de romanticismo burgués que lo hacía totalmente falso.
Por todo ello juraban cumplir una serie de reglas establecidas entre las que se encontraban grabar las imágenes solo en exteriores o el uso del sonido real, es decir, quedaba prohibido el separarlo de la imagen grabada o añadir después algún tipo de música que no estuviera presente en el rodaje. Respecto a temas técnicos, los mandamientos obligan al uso de películas en color, el formato siempre de 35mm (recomiendan el uso de cámaras sencillas de aficionados) y la restricción en cuanto al uso de las luces especiales, quedando relegadas a la luz natural o la propia de la cámara. Otra de ellas era, como ya hemos comentado, el no aparecer en los créditos que de la película. Podéis comprobar todas las reglas aquí.
Tratando de volver al cine más natural, las cintas deberían grabarse “cámara en mano”, volviendo a un estilo propio del cine independiente y por supuesto estaban totalmente prohibidos los trucajes, los filtros, los decorados o los cambios temporales o geográficos (la historia de la película debía ser en un mismo lugar y tiempo concreto). Todo debía ser “real”, por tanto debían evitarse las acciones superficiales como podía ser el uso de “muertos”.
“Como director me abstendré de todo gusto personal. ¡Yo no soy artista!” (Manifiesto Dogma 95)
Todas estas normas, algo integristas todo sea dicho, fueron redactadas y firmadas por ambos directores, donde dejaban claro que ellos “no eran artistas” y que todo director debería abstenerse de mostrar su gusto personal y ser los personajes de la historia los que mostraran “la verdad”.
Bajo este paraguas dogmático se han rodado muchas películas, tanto cortos como largos, llegando a una cantidad cercana a la centena. La primera de todas fue además la más laureada, la magnífica Celebración (Thomas Vinterberg, 1998), que narra la reunión de una familia de clase alta para celebrar el cumpleaños del cabeza del clan, donde muchos de sus miembros aprovechan para sacar todas las miserias familiares. La cinta obtuvo el premio especial del jurado de Cannes y el Premio del Cine Europeo, así como nominaciones como mejor película extranjera para los Globos de Oro, BAFTA, BIFA o Cesar. También se impuso como la mejor película danesa (Premios Bodil) de 1998, en la que se enfrentaba precisamente a Los idiotas (Lars von Trier, 1998), otra de estas las “producciones dogmáticas” y la primera de Trier, que añadió, años después, El jefe de todo esto (2006). También ha realizado documentales y musicales con este formato, a diferencia del otro cofundador que parece haberse alejado de los postulados pese a su gran éxito inicial.
Aparte de los fundadores aparecen otros nombre importantes como Søren Kragh-Jacobsen que dirigió la tercera de la saga, Mifune (1999), donde un yuppie danés trata de ocultar que su familia proviene del ámbito rural. Fue destacada por la crítica y obtuvo el Oso de Oro en Berlín. Sin embargo, y aquí aparece la paradoja, el propio director confesó que había “violado” algunos de los mandatos del manifiesto, como los referentes al uso de la luz externa, los escenarios o algún artificio.
Solo encontramos un autor español como parte de este proyecto. El vigués Juan Pinzas realizó tres películas (de escaso éxito artístico) bajo estas especificaciones con Érase otra vez (1999), Días de boda (2002) y El desenlace (2005).
Las últimas películas de Dogma han sido las primeras del curioso trabajo de Eduardo Quispe, formado por seis películas de título numérico del 1 al 6. Las que mantienen los parámetros de Dogma 95 son las dos primeras, 1 (2007) y 2 (2008).