Archivo de mayo, 2022

La incongruente conciencia ambiental nos delata

Parece ser, lo dicen encuestas prestigiosas, que las y los europeos somos muy conscientes del deterioro ambiental en el que nos hemos metido. Dicho sencillamente: la multicrisis ambiental y ecosocial anexa se nos antoja un problema severo. Al menos eso se concluye en el último Eurobarómetro de la Unión Europea (Encuesta 2021). Atiendan a los números para ver en qué grupo de ciudadanía ambiental UE se encuentran:

  • La mayor parte de los europeos-as identifican el cambio climático como el problema más grave que enfrenta el mundo. De hecho, alrededor del 93 % de los habitantes UE ven el cambio climático como un problema grave; es más el 78 % como muy grave. Es lógico que casi el 90 % de los encuestados, incluso al menos las tres cuartas partes en cada Estado miembro, opinan que las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse al mínimo. Muchos europeos-as quieren la neutralidad climática en la economía de la UE para 2050.
  • Bastantes ligan problemas de salud con la contaminación. Tanto es así que casi el 90 % animan a la UE a establecer unos objetivos ambiciosos para aumentar las energías renovables y apoyar la eficiencia energética: planes del gobierno de su país para el aumento de la energía renovable. A la vez, el 75 % piensa que sus gobiernos nacionales no están haciendo lo suficiente para hacer frente al cambio climático, o el 81% cree que se debe dar más apoyo financiero público a la transición hacia las energías limpias y a la vez disminuir los subsidios de los que todavía gozan los combustibles fósiles en muchos países miembros, ¿todos?
  • Por eso no es de extrañar que tres de cada cuatro aboguen por que los fondos del plan de recuperación económica se inviertan solamente en la una nueva economía verde. Para lo cual una gran mayoría aboga por reducir las importaciones de combustibles fósiles desde fuera de la UE, así se aumentarían la seguridad e independencia energéticas y esa práctica beneficiaría a la UE.

Preguntados sobre qué hacen ellos y ellas para reducir sus aportaciones a la crisis energética, sus opiniones y acciones son interesantes: casi todos han tomado ya iniciativas como la reducción y el reciclaje de residuos (75 % de los encuestados) y evitan el consumo de artículos desechables siempre que es posible (59 %). Es más, casi la tercera parte están cambiando sus hábitos alimentarios para comer de forma más ecológica (32 %), o comiendo menos carne (31 %). Y algo mucho más importante: seis de cada diez son conscientes de que deben adaptarse a los impactos climáticos porque tales maniobras tendrán resultados positivos para toda la UE. Por si quieren enterarse mejor, aquí tienen cómo vamos en España; se puede curiosear sobre los distintos países en el mismo enlace.

Todo este asunto tiene mucho que ver con el consumo y los consumidores. Quien desee entrar en estas profundidades solamente debe mirar aquí, pero está en inglés. El consumo nos va a consumir, expresé en un antiguo artículo.

Ya hace un par de años que el Ministerio de Transición Ecológica, que por cierto se muestra mucho más activo que sus equivalentes de antes desde que está la ministra Ribera, había querido enterarse de cómo iba el asunto. Por eso indagó con su La sociedad española ante el cambio climático. Percepción y comportamientos de la población. De él queremos señalar que tres de cada cuatro ciudadanos-as manifiesta que “no se le está dando la importancia que necesita a dicha amenaza global”. Aquí viene el asunto clave del que vamos a hablar un poco. Lo es que quienes respondieron la encuesta manifestaban que el cambio climático iba a afectar mucho a las generaciones futuras, también a la alimentación, según el 72,3 %  y la salud. Por si esto fuera poco, más de la mitad ve peligrar  mucho o bastante su seguridad física, su economía. Normal, si se piensa que las emociones dominantes que despierta el cambio climático son el interés (88,5 %), la impotencia (72,9 %), el disgusto (72,5 %), la indignación (69,6 %) y el enfado (61,6 %).

Visto todo esto, se entiende mal una apreciable falta de conciencia si analizamos la evolución del asunto en los últimos años, si atendemos a los efectos ligados al cambio climático, no provocados exclusivamente por él, que la vida diaria nos ofrece. Por más que la gente sepa y sienta, quizás se preocupe, le cuesta mucho reaccionar. Esta incongruencia ambiental, muy extendida por todo el mundo, es lo que algunos denominan disonancia cognitiva. En el supuesto de que se perciba una tensión climática, parece que nos las arreglamos para encajarla en nuestra coherencia/tranquilidad  interna, o meterla en el desván de las cosas no favorables y que no nos desestabilice demasiado. Cuántos de nosotros podríamos poner algún ejemplo propio de discordancia ambiental entre lo que pensamos y lo que hacemos. El problema es que así parece obrar la mayoría de la gente en demasiados momentos.

Sea por lo que fuere, el complejo sistema actitudinal que impulsa la coherencia de acción se despista, o sencillamente se desvanece. Quizás se deba a los mensajes que recibimos del exterior, que nos envían incentivos más favorables a las opciones sostenibles, que siempre cuestan más y comprometen. Son como un soniquete que circula por nuestro cerebro. Otra acción cotidiana nos inclina a comprar algo que presenta precios más bajos por más que los productos sean poco sostenibles. Entre calidad de vida y precio gana este, acaso porque muchas gente no puede gastar más o apenas valora lo otro. Lo sostenible en la producción y distribución, por muchas etiquetas que le pongamos, no llena los carros de la compra. En otras ocasiones, compramos sostenible que nos llega del otro lado del mundo al día siguiente por mensajería; disonancia a tope. O dicho de otra forma al estilo de lo que formula el profesor Otto Scharmer, de la Sloan School of Management, Massachusetts Institute of Technology (MIT): Vivimos en una era de irresponsabilidad organizada. Merece la pena echarle un vistazo a su Ser lider desde el futuro emergente. Desde la economía de los ego-sistemas a la economía de los eco-sistemas.  O como nos anticipaba  Adolfo Bioy Casares: «En los momentos más terribles de la vida (colectiva) solemos caer en una suerte de irresponsabilidad protectora (individual) y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atención a trivialidades». No recuerdo al año en que lo dijo, pero podría valer para ahora mismo.

Esto explicaría el hecho de que a pesar de que el 80 % de la población española es conocedora de que su contribución es imprescindible para retardar/atajar la emergencia climática, apenas un 24 % está acometiendo cambios radicales. Lo dice con sus datos el Banco Europeo de Inversiones. Me pregunto si esta falta de iniciativa no estará motivada porque estamos acostumbrados a que nos solucionen todo, eso que hasta hace poco se llamaba estado del bienestar. Además, la crisis ambiental tiene múltiples aristas y es un problema colectivo, donde tienen más atracción las malas acciones que las buenas.

Cabe pensar que es por esa razón por la que nos confiamos al optimismo irresponsable, o al menos en la apatía sin riesgo visible. Sin ir más lejos, la reciente ola de calor que padecemos en España en mayo, en parte influenciada por el cambio climático, es celebrada en todos los informativos televisivos porque las playas se llenan. ¡Ya era hora!, dicen comerciales y usuarios. ¿Cómo vender la verdad del cambio climático, ante situaciones como esta? El panorama global, sombrío o incierto según se mire, apenas nos asusta. Sin duda, la batalla se debe ganar en el terreno cultural, y más concretamente emocional, a eso aluden varias ONG socioambientales. En realidad, ahora mismo, a pesar de estar inmersos en una problemática grave, los datos y las cifras no nos hieren, no los sentimos, nos resbalan, no van con cada uno de nosotros-as. Esto sucede cuando se hace invisible la responsabilidad ambiental, se cree que el decrecimiento es una argucia ecologista, que el deterioro global no es tal, etc. A pesar de todo, la sociedad se maquilla de verde y así la conciencia se congratula, pero no llega a captar su ecodependencia.

Scharmer añadiría que es muy difícil cambiar un sistema a menos que transformemos la conciencia/cultura  colectiva. Pero para transformar esta tenemos que encontrarle sentido al sistema y ver cómo nos reflejamos en él. Para todo ello harían falta nuevas formas de aprendizaje profundo, estructurado de otra forma. Conocer el sistema implica entender que todos los desafíos más graves a escala planetaria llevan nuestras firmas. No sabemos responder a la pregunta de qué educación formal, no formal e informal sería aconsejable. Habría que debatir en comunidad global. Ahora mismo se nos antoja difícil la tarea, y el tiempo apremia.

 

(GTRES)

Siete ciudades en busca de la aureola climática

En alguna ocasión ya hemos traído a este blog el proyecto Cities2030. Ahora vamos a adentrarnos en su relación con la iniciativa ODS “El día después, será…”, que es una plataforma, buscadora de alianzas, que impulsan varias entidades, entre ellas REDS y ISGlobal, junto a otras, entre ellas una empresa de suministro eléctrico que parece que duda de la inteligencia de la ciudadanía. Ahora se publicita por doquier que la Comisión Europea ha seleccionado a siete ciudades españolas, se ha caído Soria de la declaración de hace un año para que “aceleren su proceso hacia la neutralidad climática”. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Valladolid, Vitoria-Gasteiz y Zaragoza deberán transitar de forma acelerada hacia la neutralidad climática en carbono, apuesta valiente de la UE porque ha añadido la coletilla de por y para la ciudadanía. Se supone que estas siete ciudades, así como otras europeas, habrán presentado proyectos en sintonía con aquello que reza el ODS 11. Ciudades y comunidades sostenibles. Lógicamente habrán justificado cómo cumplirán en su momento todas las metas.

Aunque habrá que estar atentos no sea cosa que detrás de la declaración de intenciones no se escapen despistes e intereses varios menos ambientalistas; acaso emplear los recursos de la “Next Generation UE” para proyectos que simplemente tiñen de verde las intervenciones de algún que otro ayuntamiento. Vamos a creerlo, pero estemos atentos a los medios de comunicación próximos o comunicados de las ONG del ramo y veremos cómo va la cosa. Porque hay que utilizar cada céntimo de los 360 Millones de euros que reparte la UE en conseguir que en las ciudades seleccionadas se cumpla lo de la neutralidad y, en consecuencia, mejoren algo o mucho todas las metas del ODS 11. La emergencia/crisis climática afecta a todas las estancias ambientales y sociales. Más adelante comentaremos cómo estaban hace un par de años.

Mantenemos esta prevención porque hasta ahora, y ha pasado mucho tiempo desde que empezamos a hablar de educación ambiental urbana, incluso de los ODS, ninguna ciudad española cumple los objetivos marcados. Se llevó a cabo hizo una evaluación Informe 2020. Los ODS en 100 ciudades españolas , por encargo de  Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible (REDS), antena de SDSN en España,  que dirigieron Sánchez de Madariaga y Benayas y en la que colaboró mucha gente experta. En el informe se constató que aunque ha habido avances quedaba bastante camino por recorrer. Eso sucedía antes de nos golpearan la COVID y la invasión rusa de Ucrania. ¿Se encontrarán esas ciudades en la misma situación y disposición? Copiamos textualmente una parte de la síntesis del Informe:

“El diagnóstico global del grado de cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en las ciudades concluye que la mayoría (82%) se encuentran a mitad de camino y en una transición progresiva hacia la sostenibilidad. El 11,30% de los ODS ha conseguido alcanzar un grado de cumplimiento satisfactorio de sus indicadores en determinadas ciudades y solo el 6,6% presenta niveles bajos de progreso en algunos municipios.

Entre los ODS con un mayor grado de cercanía a su cumplimiento destacan el ODS 3 (Salud y bienestar) y el ODS 4 (Educación de calidad), con 28 y 22 ciudades que consiguen alcanzar los valores más altos. Les sigue el ODS 16 (Paz, justicia e instituciones sólidas), objetivo con mejor puntuación, seguido del ODS 17 (Alianzas para lograr los objetivos), con 19 y 18, respectivamente. Por último, los ODS 6 (Agua y saneamiento), 7 (Energía asequible y sostenible) y 13 (Acción por el clima) presentan el rendimiento más alto en 13-15 ciudades”.

Pero claro, vista la apuesta por la neutralidad climática, esos dos últimos son los que preocupan en la neutralidad climática. Es más, su influencia en el resto de los ODS es trascendental. Conviene acudir al informe para enterarse en qué grado de cumplimiento se encontraban estas siete ciudades seleccionadas en relación a los ODS cuando se redactó el informe. En el anterior enlace hay que seleccionar la ciudad concreta, clicar sobre cada ODS y ver cómo va la encomienda en los diferentes aspectos. Aquí vamos a reseñar solamente una panorámica muy resumida:

  • Barcelona tenía un bajo nivel de cumplimiento en los ODS Hambre cero, Vida en los ecosistemas acuáticos y en los ecosistemas terrestres. Además de un medio-medio bajo en Agua y saneamiento, Reducción de las desigualdades, Ciudades y comunidades sostenible.
  • Madrid por su parte se calificaba como medio medio-bajo en Hambre cero, Reducción de las desigualdades, Ciudades y comunidades sostenibles.
  • Sevilla anotaba bajo nivel en Vida en los ecosistemas terrestres, y medio-medio bajo en 8 de los restantes: Fin de la pobreza, Igualdad de género, Agua limpia y saneamiento, Energía asequible y no contaminante, Trabajo decente y digno, Industria e innovación e infraestructuras, Reducción de las desigualdades, producción y consumo responsables.
  • Valencia mostraba un nivel medio-medio bajo en Fin de la pobreza, Hambre cero, Industria en Innovación, Reducción de desigualdades, Ciudades y comunidades sostenibles, Vida de ecosistemas terrestres.
  • Valladolid tenía un nivel medio-medio bajo en Fin de la pobreza, Hambre cero, Ciudades y comunidades sostenibles, Vida de ecosistemas terrestres.
  • Vitoria-Gasteiz debía mejorar Hambre cero, Reducción de desigualdades, Vida de ecosistemas terrestres. Sin datos en Fin de la pobreza.
  • Zaragoza solamente mostraba un nivel medio medio/bajo en Hambre cero, Vida de ecosistemas terrestres.

Para hacerse una idea más concreta sobre cómo están en su acción por el clima (ODS 13) hay que entrar en cada una y mirar. Como nos suponemos que el óptimo para 2030 será 100 y medio supondrá 50, aquí van las puntuaciones parciales ponderadas entre emisiones CO2 habitante, emisiones CO2 industria y edificios, emisiones CO2 por transporte y pacto de alcaldes: Barcelona (83,84), Madrid (68,38), Sevilla (70,27), Valencia (73,74), Valladolid (58,94), Vitoria-Gasteiz (80,19) y Zaragoza (68,05). A la vista está que la mayor parte, excepto Barcelona y Vitoria, tienen muchas transformaciones pendientes para ser climáticamente neutras en 2030. En el informe “La movilidad sostenible del futuro y su impacto sobre los ODS”, presentado en el marco del III Observatorio de la Movilidad Sostenible de España, se pueden localizar las ciudades mejor posicionadas en cada caso. A ver si el compromiso compromete. Todos se lo agradeceríamos.

Vista aérea de Barcelona con las Tres Xemeneies de Sant Adrià al fondo.. (Jordi Pujolar / ACN)

El Índice de movilidad sostenible es otro sitio donde mirar. Contiene datos y referencias para entender por qué considera ese índice de movilidad como el eje transversal que condiciona y determina las ciudades. Pero claro, no siempre la movilidad sostenible, la interconectividad, (ver Idencity) lleva a la ciudad a ser climáticamente neutra. Influyen otros muchos factores como las emisiones de las fábricas y de los domicilios. Démonos una vuelta para encontrar situaciones quizás demasiado amables y complacientes en Forética. Pero ojo porque algunas de las empresas patrocinadoras han estado y están en el meollo, por negativas, de la modificación climática.

Mientras esto escribimos se nos ocurre que habrá que llevar a cabo una exigente adaptación de ciertas prácticas de gobernanza municipal a las leyes españolas o comunitarias. Nos vienen así a la memoria lo de Madrid Central o las Zonas de bajas emisiones de Barcelona, las dos ciudades más pobladas, cuestión que amplía los esfuerzos. Puestos a ver pasos previos, se supone que evitarán la circulación de coches contaminantes y se regulará con esmero la clasificación de las etiquetas menos contaminantes. No como ahora que las etiquetas ambientales de la DGT tienen algún defectillo. Es más, se cuenta en otro blog de 20minutos.es las penurias que van a pasar esos millones de coches que no podrán circular en España cuando finalice 2030, por lo de las zonas de bajas emisiones (ZBE). Además se deben resolver los problemas de los atascos diarios en las entradas y salidas de esas macrourbes según cuentan los noticiarios a primeras horas de la mañana.

Mientras todo esto suceda, se dice por ahí que la Comunidad de Madrid pretende eliminar del currículo de los estudios de Bachillerato el término emergencia climática por su “carga ideológica” y ya que no favorece el desarrollo de competencias, según hemos podido leer en 20minutos.es, en el borrador del currículo. Desconocemos si la carga ideológica será referida al concepto de supervivencia, compromiso, aportación colectiva, visión de futuro, limitaciones a las afecciones ambientales y salud de ciudadanía, etc. Quizás sea, y a nosotros se nos escapa, porque la citada comunidad/ciudad es una isla mundial en donde no afecta para nada la emergencia climática. Acaso porque emergencia y climática son ideologías, aunque empiezan a ser medibles por sus efectos visibles, y la ciencia avanza que lo serán mucho más por su efecto acumulativo. Por supuesto, pertenecen a un bloque que podríamos llamar “ideología de la supervivencia compartida”. Suponemos que dará tiempo de modificar esta intención del borrador y se hará lo imposible por capacitar al alumnado para ver y sentir lo que realmente sucede a su alrededor. ¡Ah!, también forma parte y lo será mucho más si logra cambiar las pautas de comportamiento social, que es la historia próxima que nos hace ser y pensar. Cuando pasen un centenar de años no sabemos lo que dirá la Historia ambiental de Madrid.

La aureola, aunque mejor la podríamos llamar el distintivo de sostenibilidad, tiene una forma de corona circular, que indica honor y gloria por el deber cumplido y podría incorporarse en cualquier documento municipal. Ya la utiliza mucha gente, no siempre la porta inmersa de verdad en su consecución. En el distintivo que nosotros pensamos debería demostrar una implicación colectiva, la de una ciudadanía que camina hacia la sostenibilidad compartida, la casi neutralidad climática, la movilidad sostenible, el uso responsable de la energía, la adecuación de sus desplazamientos, la adaptación de los edificios para hacerlos menos derrochadores de energía, etc. Una ciudadanía que aprecia los retos, que se congratula de los avances y a la vez se plantea nuevos iniciativas.

Lo que no sabemos si la energía utilizada en los productos de consumo, hábito muy extendido en las grandes ciudades, entrará en esto de la neutralidad climática. Una pregunta con respuesta abierta, crítica: ¿Pueden las ciudades (los gobernantes y gobernados,) a ser neutras en carbono y a la vez acercarse a una parte de las metas de los ODS? Y cuidado, las ciudades forman parte de un mundo complejo, convulso, con gran influencia en el resto de los territorios. Aquí lo dejo.

Vista aérea del barrio de Chamberí, en Madrid. (PEXELS)

Suspenso clamoroso en el cumplimiento de la Agenda 2030, por ahora

Esta calificación quizás sea demasiado fuerte, porque en una acción tan compleja como la que nos ocupa seguro que hay algo que merece una nota más alta. El suspenso viene marcado más bien por lo que no se ha hecho y se podría haber ejecutado, además de lo que falta por hacer para cumplir los buenos propósitos que se marcaron con las Agendas 2030. Habría que ver si ese suspenso estaba previsto dado que los objetivos mundiales, que pretendían acabar con las desigualdades, eran realmente ambiciosos. Eran genéricos y no se concretaban en la situación real de cada país sino que hacían del mundo una foto fija en la llegada cronometrada. Y ya sabemos que eso es imposible habida cuenta de la multidiversidad mundial.

Nosotros nos inclinamos más bien por un suspenso que eleve el clamor hacia la acción “odsiana”. Una llamada de atención amigable, necesaria para hacer girar a la desilusión que se ha provocado en la gente predispuesta a colaborar, y por no haber generado cultura de sostenibilidad en sus territorios. La malla conductual y emocional, la que compromete, se ha debilitado. Cuestión que se supone, algunos datos la confirman, a la vista de los resultados que más adelante comentaremos. Pero el suspenso otorgado tiene también para nosotros el sentido de suspendido, agarrado en algún sitio esperando el rescate que le permita caer o levarse; formar parte positiva en el sentido de la vida. La esperanza debe tener una dimensión de vigilante espera, que deseamos sea corta para no desdibujar la transición mundial que se previó con los ODS y las Agendas 2030.

Nuestras preocupaciones se incrementan con el actual panorama europeo y mundial. Hemos leído en la Red Internacional de Promotores ODS que los países de la OCDE, en teoría los mejor preparados para escribir sus agendas, apenas han completado un 10% de las metas de los ODS. Por lo que parece, en la cuarta evaluación de los ODS que realiza la OCDE solamente se han alcanzado 10 de los 112 objetivos más fácilmente medibles en su desempeño, y se considera que se está cerca de otros 18 más. Por lo que se dice, queda mucho por hacer. Se concreta en que unos 10 países habrán superado una cuarta parte de los objetivos previstos. En todo este deseo todo es complicado: el camino es difícil, el tiempo escasea y las transiciones sociales requieren procesos lentos.

Por significar algo positivo en el informe de la Red es que en esos países que tienen al menos un 25% de las metas alcanzadas, lo sea en aspectos claves como: fin de la pobreza; hambre cero; salud y bienestar; agua limpia y saneamiento; energía asequible y no contaminante; trabajo decente y crecimiento económico; ciudades y comunidades sostenibles; producción y consumo responsables; paz, justicia e instituciones sólidas; industria, innovación e infraestructura; alianzas para lograr los objetivos.

Pero no debemos contentarnos con eso. Menos con el hecho de que hay muchos países muy rezagados en acercarse a una educación de calidad, igualdad de género, reducción de las desigualdades, acción por el clima y vida en los ecosistemas terrestres. Mal asunto porque en el mundo se constatan retrocesos graves en estos empeños, según se entrevé en lo que cuentan a veces los medios de comunicación.

Hay dos cuestiones muy importantes en el informe de la OCDE , en donde se puede consultar como va país por país. Parecía que todos ellos, y su ciudadanía, éramos conscientes de la necesidad de reducir emisiones de GEI a la troposfera. La realidad lo desmiente: las emisiones totales apenas cayeron durante la parte más dura de la pandemia. Por si esto fuera poco, todos los países de la OCDE continúan apoyando la producción y el consumo de combustibles fósiles. En la UE llevan no sé cuánto tiempo mirando de reojo lo que pudieran hacer los rusos. Ahora con la invasión de Ucrania los efectos son fuertes; ya veremos en qué queda todo. ¿El suspenso prolongado? ¡Ojalá acabe pronto esta barbarie!

Si es que todo se pone en contra. La consecución de mejoras visibles en los ODS se vio seriamente obstaculizada por la crisis de la COVID-19. “Sobre todo porque también ha exacerbado algunas debilidades estructurales que afectan a los países, ha alterado el funcionamiento de las instituciones y ha puesto presión sobre las fuentes de financiación pública”, dice el informe de la OCDE.

Además, va decayendo al menos en la UE, en EEUU y muchos países americanos la confianza en las instituciones. Mal asunto porque todas ellas deberían ser líderes en la apuesta ODS. Deberían dar valor y confianza a sus ciudadanías, siendo transparentes en la información sobre los logros o retrasos. De otra forma, la esperanza se vuelve apatía y no hay nada peor que la desconfianza ciudadana.

En consecuencia, habrá que alertar sobre un tema complejo: la delimitación, conceptual y medible, de los ODS es en sí misma una tarea mal concretada, o no suficientemente bien explicada. Deberían ser relevantes, y lo son por ahora. Deberían especificarse muy bien, no ser tan denéricos, para que toda gente los comprenda. No se ha hecho todavía, menos aún si miramos las metas. A algunos países les resultan muy lejanas, otros las miran de forma confiada pues se vanaglorian de estar en mejor posición. Será por eso que se suspende, que para nuestro desencanto no son alcanzables tal cual están las cosas mundiales en este momento. Son deseables por encima de todo, pero el deseo tarda en hacerse realidad en los países pobres y en aquellos que no sienten la democracia social como un valor universal. ¿Y la cuestión del tiempo? Aquí sí suspenden casi todos, o el suspenso viene de haberles asignado unas agendas 2030 completas. Hay que insistir mucho en esta cuestión, para centrase en lo urgente, importante y necesario.

Hemos dejado para el final el hecho de que sean medibles. Argumento con el que empezábamos este artículo. Pese a que se han producido avances en el establecimiento de medidas, no se pueden considerar magnitudes fijas en muchos casos, lo que complica la misma comprensión de los indicadores y su grado de cumplimiento.

De todo se aprende, todavía hay tiempo hasta 2030 para rellenar la primera declaración de intenciones, para asignar nuevos plazos en cada país, siempre contando que aunque el horizonte cambie, hemos de hacer lo posible por mirar hacia él con esperanza. Aunque ahora estemos en suspenso, o en suspense expectante.

Para finalizar, como me gustaría que la mayor parte fuesen calificados como aprobados o notables, he recogido dos citas sobre la esperanza. Preguntada en una entrevista por el asunto Jane Goodall, manifestaba que probablemente la pregunta que más me le habían planteado se refería a si creía que había esperanza para nuestro mundo, para el futuro de nuestros hijos y nietos. Ella respondía que sí, si se avanzaba en la exige acción y el general compromiso. Por su parte, se publicó recientemente que, más o menos, David Attenborough afirmaba: Continúo asombrándome del mundo en el que vivimos y lo admiro, pero a la vez veo que lo estamos destruyendo antes de acabar de comprenderlo. Insistía en que el Homo sapiens aprendiese de sus errores; que por nada perdiese la esperanza de garantizar el futuro de la especie. Si mantenemos la esperanza de la que ambos hablan veremos que todavía estamos a tiempo de introducir cambios, de modular nuestro impacto, de cambiar el rumbo de nuestro desarrollo y de volver a ser una especie en armonía con la naturaleza y sus criaturas. En definitiva, de aprobar con creces la tarea que nos han marcado los ODS, por más que las medidas de los objetivos todavía nos despisten.

(GTRES)

Contamina el aire, que algo queda

A pesar de los periódicos recordatorios de los medios de comunicación, de la insistencia de muchas ONG, de las alertas científicas, etc., no sentimos como propia la contaminación del aire. Da la impresión de que buena parte de los urbanitas hemos tomado como inevitable que respirar aire cargado de partículas contaminantes es el peaje que debemos pagar por nuestra vida con ciertas comodidades. Se diría que la contaminación ha llegado hasta nuestros pensamientos y creencias: aquello que no se ve es difícil de que exista o sea tan grave como lo pintan; de lo contrario todos habríamos muerto.

Operarios tailandeses rocían agua en el ambiente desde un camión, a lo largo de la avenida principal de la ciudad para intentar paliar los efectos de la contaminación, en Bangkok (Tailandia).
(Narong Sangnak / EFE / ARCHIVO)

Dentro de esa amenaza respiratoria y envolvente, hay ciudadanía más perjudicada que otra. Lo atestigua de nuevo el proyecto IMMA, una investigación promovida desde Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), una institución que debería ser referencia vital para organizar las políticas de administraciones y empresas. Sus investigadores e investigadoras llevan analizando desde hace 20 años el aire urbano y concluyen que hay bastantes impactos por contaminación en el tamaño de los recién nacidos, en  el desarrollo de su función pulmonar o en la evolución cognitiva. Es más, otras investigaciones como la publicada en  2011 en la revista Environmental Health Perspectives, estimaba que la exposición a dióxido de nitrógeno (NO₂) y benceno de las embarazadas provocaba que los hijos e hijas de las madres que habitaban en zonas más contaminadas “llegaban a pesar en promedio 70 o 80 gramos menos que los de la misma ciudad en zonas menos contaminadas”. En el mismo artículo se constaba que el hecho no era debido a diferencias sociales, dado que la mayoría de las tasas más altas se daban en aquellas áreas más contaminadas. Allí habitaban personas con una mejor educación y podían hacer frente con menos trabas de recursos a su vida normal.

Los males que provoca la contaminación del aire urbano apenas se ven porque se acumulan lentamente, no son como un episodio crítico. Parece que se nos han atrofiado las pituitarias olfativas, excepto a la gente que lucha contra el asma. Pero su impacto es enorme. El aire que respiramos es esencial para la salud, el bienestar y la calidad de de vida. Para el presente y de cara al futuro. Al decir de las comisiones de expertos, la contaminación atmosférica puede ser considerada en la actualidad el factor de riesgo medioambiental más relacionado con el deterioro de la salud humana, pues se ha convertido en causa principal de muerte prematura y de enfermedad.

La amenaza se cierne sobre muchas ciudades europeas o de otros lugares. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de que en la actualidad el 90 % de la población del planeta habita en áreas donde se superan, en algunas ocasiones con creces letales, los índices de contaminación ambiental aceptables para la protección de la salud. Estima en sus cálculos que medio millón de muertes por cáncer de pulmón y más de millón y medio de fallecimientos por EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) pueden ser atribuidas a la contaminación del aire urbano. Lo atestigua también el estudio “The global burden od disease”, publicado no hace mucho en la revista The Lancet.

Por lo que se refiere a España se pueden subrayar dos aspectos graves: alrededor del 15,3 % de la población urbana respira aire con niveles de ozono y un 3,6 % está expuesta a niveles de dióxido de nitrógeno por encima del estándar recomendado por la UE. A pesar de que parece que las actuaciones de las administraciones van teniendo resultados en la reducción de esos porcentajes, muy lentamente. Pero hay algo más que a veces se olvida y debería ser una preocupación fundamental para cualquier sociedad: los rastros que deja la contaminación en los niños van en aumento. Algunas investigaciones señalan que el aire de casi la mitad de los entornos escolares de Madrid y Barcelona resulta muy dañino. Sobre todo debido a los aportes de los vehículos de motor en sus cercanías.

Contaminación

Contaminación en Barcelona. (ALEJANDRO GARCÍA / EFE / ARCHIVO)

Efe publicaba el 12 de febrero pasado la noticia de que más de 2.000 colegios están en zona conflictiva por contaminación del aire. Tan grave parece el problema que las familias de más de un centenar de colegios han creado una plataforma llamada Revuelta escolar. Hay otras además de esta como “Eixample respira”, pues el problema no afecta solo a las dos grandes ciudades. También el Gobierno central tiene mucho que decir. Será por eso que ha publicado este año Guía para el desarrollo de proyectos ambientales en centros escolares. Calidad del aire y contaminación acústica, problema este último del que no debemos olvidarnos. Algunas CC.AA. se han despertado ya, pero van demasiado lentas pues el problema va rapidísimo. Necesitamos algo que vaya más allá de ciertas propagandas, signos de acciones anteriores y posteriores. Son más convenientes actuaciones que supongan una mejora de las condiciones de los centros y la formación del profesorado.

En cualquier caso, todo apunta a que debe cuestionarse el modelo de ciudad, lo que obligaría a ser la primera preocupación de los regidores de las ciudades españolas, que a veces se reúnen en congresos, como el que se va a celebrar en Zaragoza a finales de mayo bajo el título ‘Bosques Urbanos: la trama verde para la ciudad sostenible’,  de los que apenas se cuenta nada a los ciudadanos, que son quienes pueden formar la trama descontaminante. Mientras, se dan incumplimientos de las normas europeas en niveles de contaminación del aire en la ciudad, como parece que sucede en Madrid. Las ciudades del mañana se configuran ya. De otra forma, la carga acumulada por los niños y niñas de hoy será un lastre vital permanente. Ya se deja notar en forma de grave aumento de asmas y otros problemas pulmonares que requieren ingresos hospitalarios. Quien le interesa algo más del asunto puede acercarse al mapa de la contaminación del aire en Europa en tiempo real. Puede darse una vuelta en el mismo mapa por los otros continentes.

La contaminación del aire no es algo inocuo, ni tampoco resulta gratis. Solamente es necesario atender a lo que nos dice la Fundación de Ciencias de la Salud. Avisa en su documento “Calidad del aire y prevención de la salud” de que “La contaminación ambiental es una amenaza global que tiene unos impactos elevados en la salud humana y en los ecosistemas, con emisiones y concentraciones que han ido progresivamente en aumento en los últimos años en todo el orbe”. De hecho, resalta el documento que la contaminación atmosférica es considerada en la actualidad el factor de riesgo medioambiental más importante para la salud humana. Por cierto, en los entornos de muchos hospitales la calidad del aire es mala, o malísima. Por eso, debemos apuntarnos todos a la iniciativa “Calidad del aire y salud. Es tiempo de actuar” que se impulsa desde Ecodes con el apoyo de otras instituciones.

En fin, sabemos que los discursos sobre un mismo tema al final aburren. Varias veces hemos hablado de lo mismo en este blog, por lo que pedimos disculpas a quienes nos siguen y ya están comprometidos en la acción reductora. Pero no desdeñemos la insistencia en este caso. Lo que queda, dejamos, en el aire nos condiciona la salud actual, acaso la vida presente y futura, la propia y la de los demás. Es tiempo de actuar y limitar personalmente nuestras emisiones. Se puede, si alguien se lo propone verdaderamente.

Contaminación en México (Madla Hartz / EFE / ARCHIVO)