La incongruente conciencia ambiental nos delata

Parece ser, lo dicen encuestas prestigiosas, que las y los europeos somos muy conscientes del deterioro ambiental en el que nos hemos metido. Dicho sencillamente: la multicrisis ambiental y ecosocial anexa se nos antoja un problema severo. Al menos eso se concluye en el último Eurobarómetro de la Unión Europea (Encuesta 2021). Atiendan a los números para ver en qué grupo de ciudadanía ambiental UE se encuentran:

  • La mayor parte de los europeos-as identifican el cambio climático como el problema más grave que enfrenta el mundo. De hecho, alrededor del 93 % de los habitantes UE ven el cambio climático como un problema grave; es más el 78 % como muy grave. Es lógico que casi el 90 % de los encuestados, incluso al menos las tres cuartas partes en cada Estado miembro, opinan que las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse al mínimo. Muchos europeos-as quieren la neutralidad climática en la economía de la UE para 2050.
  • Bastantes ligan problemas de salud con la contaminación. Tanto es así que casi el 90 % animan a la UE a establecer unos objetivos ambiciosos para aumentar las energías renovables y apoyar la eficiencia energética: planes del gobierno de su país para el aumento de la energía renovable. A la vez, el 75 % piensa que sus gobiernos nacionales no están haciendo lo suficiente para hacer frente al cambio climático, o el 81% cree que se debe dar más apoyo financiero público a la transición hacia las energías limpias y a la vez disminuir los subsidios de los que todavía gozan los combustibles fósiles en muchos países miembros, ¿todos?
  • Por eso no es de extrañar que tres de cada cuatro aboguen por que los fondos del plan de recuperación económica se inviertan solamente en la una nueva economía verde. Para lo cual una gran mayoría aboga por reducir las importaciones de combustibles fósiles desde fuera de la UE, así se aumentarían la seguridad e independencia energéticas y esa práctica beneficiaría a la UE.

Preguntados sobre qué hacen ellos y ellas para reducir sus aportaciones a la crisis energética, sus opiniones y acciones son interesantes: casi todos han tomado ya iniciativas como la reducción y el reciclaje de residuos (75 % de los encuestados) y evitan el consumo de artículos desechables siempre que es posible (59 %). Es más, casi la tercera parte están cambiando sus hábitos alimentarios para comer de forma más ecológica (32 %), o comiendo menos carne (31 %). Y algo mucho más importante: seis de cada diez son conscientes de que deben adaptarse a los impactos climáticos porque tales maniobras tendrán resultados positivos para toda la UE. Por si quieren enterarse mejor, aquí tienen cómo vamos en España; se puede curiosear sobre los distintos países en el mismo enlace.

Todo este asunto tiene mucho que ver con el consumo y los consumidores. Quien desee entrar en estas profundidades solamente debe mirar aquí, pero está en inglés. El consumo nos va a consumir, expresé en un antiguo artículo.

Ya hace un par de años que el Ministerio de Transición Ecológica, que por cierto se muestra mucho más activo que sus equivalentes de antes desde que está la ministra Ribera, había querido enterarse de cómo iba el asunto. Por eso indagó con su La sociedad española ante el cambio climático. Percepción y comportamientos de la población. De él queremos señalar que tres de cada cuatro ciudadanos-as manifiesta que “no se le está dando la importancia que necesita a dicha amenaza global”. Aquí viene el asunto clave del que vamos a hablar un poco. Lo es que quienes respondieron la encuesta manifestaban que el cambio climático iba a afectar mucho a las generaciones futuras, también a la alimentación, según el 72,3 %  y la salud. Por si esto fuera poco, más de la mitad ve peligrar  mucho o bastante su seguridad física, su economía. Normal, si se piensa que las emociones dominantes que despierta el cambio climático son el interés (88,5 %), la impotencia (72,9 %), el disgusto (72,5 %), la indignación (69,6 %) y el enfado (61,6 %).

Visto todo esto, se entiende mal una apreciable falta de conciencia si analizamos la evolución del asunto en los últimos años, si atendemos a los efectos ligados al cambio climático, no provocados exclusivamente por él, que la vida diaria nos ofrece. Por más que la gente sepa y sienta, quizás se preocupe, le cuesta mucho reaccionar. Esta incongruencia ambiental, muy extendida por todo el mundo, es lo que algunos denominan disonancia cognitiva. En el supuesto de que se perciba una tensión climática, parece que nos las arreglamos para encajarla en nuestra coherencia/tranquilidad  interna, o meterla en el desván de las cosas no favorables y que no nos desestabilice demasiado. Cuántos de nosotros podríamos poner algún ejemplo propio de discordancia ambiental entre lo que pensamos y lo que hacemos. El problema es que así parece obrar la mayoría de la gente en demasiados momentos.

Sea por lo que fuere, el complejo sistema actitudinal que impulsa la coherencia de acción se despista, o sencillamente se desvanece. Quizás se deba a los mensajes que recibimos del exterior, que nos envían incentivos más favorables a las opciones sostenibles, que siempre cuestan más y comprometen. Son como un soniquete que circula por nuestro cerebro. Otra acción cotidiana nos inclina a comprar algo que presenta precios más bajos por más que los productos sean poco sostenibles. Entre calidad de vida y precio gana este, acaso porque muchas gente no puede gastar más o apenas valora lo otro. Lo sostenible en la producción y distribución, por muchas etiquetas que le pongamos, no llena los carros de la compra. En otras ocasiones, compramos sostenible que nos llega del otro lado del mundo al día siguiente por mensajería; disonancia a tope. O dicho de otra forma al estilo de lo que formula el profesor Otto Scharmer, de la Sloan School of Management, Massachusetts Institute of Technology (MIT): Vivimos en una era de irresponsabilidad organizada. Merece la pena echarle un vistazo a su Ser lider desde el futuro emergente. Desde la economía de los ego-sistemas a la economía de los eco-sistemas.  O como nos anticipaba  Adolfo Bioy Casares: «En los momentos más terribles de la vida (colectiva) solemos caer en una suerte de irresponsabilidad protectora (individual) y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atención a trivialidades». No recuerdo al año en que lo dijo, pero podría valer para ahora mismo.

Esto explicaría el hecho de que a pesar de que el 80 % de la población española es conocedora de que su contribución es imprescindible para retardar/atajar la emergencia climática, apenas un 24 % está acometiendo cambios radicales. Lo dice con sus datos el Banco Europeo de Inversiones. Me pregunto si esta falta de iniciativa no estará motivada porque estamos acostumbrados a que nos solucionen todo, eso que hasta hace poco se llamaba estado del bienestar. Además, la crisis ambiental tiene múltiples aristas y es un problema colectivo, donde tienen más atracción las malas acciones que las buenas.

Cabe pensar que es por esa razón por la que nos confiamos al optimismo irresponsable, o al menos en la apatía sin riesgo visible. Sin ir más lejos, la reciente ola de calor que padecemos en España en mayo, en parte influenciada por el cambio climático, es celebrada en todos los informativos televisivos porque las playas se llenan. ¡Ya era hora!, dicen comerciales y usuarios. ¿Cómo vender la verdad del cambio climático, ante situaciones como esta? El panorama global, sombrío o incierto según se mire, apenas nos asusta. Sin duda, la batalla se debe ganar en el terreno cultural, y más concretamente emocional, a eso aluden varias ONG socioambientales. En realidad, ahora mismo, a pesar de estar inmersos en una problemática grave, los datos y las cifras no nos hieren, no los sentimos, nos resbalan, no van con cada uno de nosotros-as. Esto sucede cuando se hace invisible la responsabilidad ambiental, se cree que el decrecimiento es una argucia ecologista, que el deterioro global no es tal, etc. A pesar de todo, la sociedad se maquilla de verde y así la conciencia se congratula, pero no llega a captar su ecodependencia.

Scharmer añadiría que es muy difícil cambiar un sistema a menos que transformemos la conciencia/cultura  colectiva. Pero para transformar esta tenemos que encontrarle sentido al sistema y ver cómo nos reflejamos en él. Para todo ello harían falta nuevas formas de aprendizaje profundo, estructurado de otra forma. Conocer el sistema implica entender que todos los desafíos más graves a escala planetaria llevan nuestras firmas. No sabemos responder a la pregunta de qué educación formal, no formal e informal sería aconsejable. Habría que debatir en comunidad global. Ahora mismo se nos antoja difícil la tarea, y el tiempo apremia.

 

(GTRES)

2 comentarios · Escribe aquí tu comentario

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    25 mayo 2022 | 11:05 am

  2. Dice ser El ser humano alejado de su natura para que se sienta Divo

    Si desde los medios de comunicación te bombardean constantemente con la publicidad de artículos para consumo, y eso se tiene a bien por las teles (porque de eso se alimentan), hay que tener un cerebro más o menos bien amueblado para pasar de las ofertas.
    Esa misma tele que emborrona una teta o un culo (naturaleza humana sana y digna) para continuar avergonzando y que siga consumiendo prendas obligatoriamente. Ni hay educación natural, ni educación sexual, ni educación de asi ningún tipo. Sólo histeria, voracidad consumista, y rechazo de la propia natura de nuestra especie como parte natural del entorno Vida.

    25 mayo 2022 | 12:14 pm

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