El derroche alimentario no para de engordar

No va mal traer hasta aquí a personas que se han distinguido por hacer una defensa de la ética social, por proclamar que la inequidad actual será una rémora para el devenir del mundo, que arrastrará a más gente de la que se piensa. Lo hacemos en este caso con un político que se retira: el expresidente uruguayo José A. Mújica, que en octubre pasado acaba de formalizar su renuncia al Senado uruguayo, empujado por los temores ante la pandemia.

(QUATRE FILMS/JUAN LÓPEZ)

Durante su paso por la política ha dejado evidentes muestras de sencilla sensatez, reconocida internacionalmente, desempeño muy favorable para la sostenibilidad planetaria que aquí defendemos.  Ni siquiera a Vargas Llosa, cuyas ideas políticas se supone estaban alejadas, le dolieron prendas para hablar bien de él. Apetece recoger al inicio de esta entrada una parte de las declaraciones que hacía en 2014 a la Agencia Efe. Durante la entrevista mostraba sus preocupaciones por la impotencia de mundo contemporáneo. Decía que era posible que los perros de Europa comiesen mejor que los niños africanos, esos que arrastrarán tremendas deficiencias de por vida. Se apoyaba semejante afirmación denunciando que en todo el mundo se tiraba un tercio de la comida que se produce -este dispendio fue recogido en el blog La crónica verde, que dinamiza en este mismo periódico César-Javier Palacios-. También alertaba el expresidente de que no podemos escudarnos en la falta de dinero dados los enormes dispendios que se hacen en armas de guerra.

En síntesis, lo que vino a decir Mújica es que el derroche alimentario manda en nuestras vidas y amenaza la supervivencia de mucha gente y, a la vez, del Planeta entero, muy alejado de la Cima 2030. La FAO ya avisaba hace casi una década en las Pérdidas y desperdicio alimentario en el mundo, que incluía el alcance en aquel momento, analizaba las causas y daba pautas para la prevención. Aquí estamos, sin resolver el problema de fondo. Podemos asegurar que hoy se produce un 60% más de los alimentos necesarios para satisfacer a los 7.600 millones de habitantes que somos. A la vez, duelen las paradojas de la alimentación despilfarradora: países grandes productores y exportadores de unos alimentos concretos que a la vez compran fuera los que se comen –África es el paradigma de la explotación alimentaria, vende barato y compra caro-. Pero además, la FAO recuerda que la desnutrición y el hambre a escala global es una consecuencia de que el sistema económico es implacable y no entiende de humanidad y ética; busca producir más, no alimentar mejor. Volviendo a lo que lamentaba José Mújica, ese tercio de producción mundial supone el desperdicio de unos 1.600 millones de toneladas de alimentos. Su valoración económica se acercaría a 1.200 millones de dólares, por lo que cuesta producirlos, distribuirlos, etc., para después tirarlos. Produce sonrojo el hecho de que en Europa y América del Norte se pueden desaprovechar entre 95 y 115 kilos por persona y año. Pero todavía hay algo que añade una tremenda incógnita según denuncia la ONU: en el caso de que la población mundial sea de 9.000 millones en 2050 –alrededor de un 20% superior a la actual– se necesitarán un 70% más de alimentos.

Pero al asunto es complejo y no resulta fácil arreglarlo enseguida. Si atendemos a lo que manifiesta Hope Jahren en su libro El afán sin límite: Cómo hemos llegado al cambio climático y qué hacer a partir de ahí (Paidós), aparecido en marzo de este año, anotamos que “la población se ha duplicado en los últimos 50 años, pero se ha triplicado la producción de cereales y de carne, de azúcar; además, el consumo de combustibles fósiles se ha triplicado y el consumo eléctrico se ha cuadruplicado”. Así no vamos a ninguna parte, recalcaría Mújica. Ahora mismo, los alimentos, la energía que consumimos, los bienes y servicios, crecen sin tino en un mundo desatinado. Jahren cuantifica los alimentos desperdiciados así: “la cantidad total de cereales que se tira es similar al abastecimiento anual de cereales disponible en la India, y la cantidad de fruta y verdura que se pierde todos los años supera el abastecimiento anual de estos alimentos en todo el continente africano”.

(EFE)

Si damos por posible que mil millones de personas pasen hambre nos encontramos enfrente con que podrían alimentarse y nutrirse casi bien con lo que desperdiciamos esos otros mil millones que nos dedicamos al despilfarro alimentario, que no deja de engordar. En fin, que buena parte del problema se reduciría si mejorásemos la capacidad de compartir. La FAO, siempre llena de buenas intenciones, dedicó el pasado 29 de septiembre a recordarnos el Día Internacional sobre la Pérdida y Desperdicio de alimentos. Las familias, diversas, emplean los alimentos según usos adquiridos o necesidades reales. Podemos verlo de forma resumida en un sencillo escaparate que nos dejó National Geographic en el año 2014, y que ha actualizado este año, titulado ¿Cuánto cuesta desperdiciar los alimentos?  Ya hemos anotado antes que el asunto es considerable en forma de desperdicio de recursos y de dinero, porque producir lo que se tira no sale gratis. Pero aun hay más perversidad: en los países ricos se pagan subvenciones por producir alimentos que luego se desperdician.

Si se preguntan cómo va España en el asunto pueden mirar aquí, los datos son de fecha reciente. Por cierto, parece que ocho de cada diez hogares españoles manifiestan que desperdician alimentos. Por más que el grueso de los hogares negaron hacerlo, como recoge este artículo que publicó 20minutos en septiembre de 2019. Chequeemos cada uno nuestro hogar y hagamos propuestas para que el derroche alimentario deje de engordar. ¿Derroche sí o no? No sabemos dónde quedarnos. Pero estemos seguros de que “haberlos, ahílos”, como atestiguaría una reposada comparación entre lo producido, lo que llega a las cadenas de distribución y lo que entra y sale de los hogares.

Exploremos los consejos breves de la FAO para reducir el desperdicio de alimentos y ver si debemos mejorar algo en ciertas prácticas cotidianas. Valoremos lo sencillo, urgente, posible, muy difícil y marquémonos unos plazos. Evitemos entre todos, individuos y familias pero también empresas y administraciones, que el despilfarro engorde. También se puede explorar el proyecto Alimenta ODS que dinamizan Enraíza derechos (una ONG de cooperación al desarrollo) y Ecodes (otra ONG que busca maximizar el bienestar de las personas dentro de la capacidad del planeta). Sus propuestas y acciones van destinadas a potenciar unos sistemas alimentarios más sostenibles, que reconecten los derechos de las personas con la naturaleza, que ayuden a superar las crisis ecológicas, que pongan en valor el papel de las mujeres en este proceso. Todo ello mejoraría la salud del derroche alimentario. Solo por recordar algo en relación con esto. El ODS (Objetivo de Desarrollo Sostenible) núm. 2. dice “Hambre cero en el mundo”. Se supone que en el año 2030. Pues eso.

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