La nutrición universal pasa hambre

La disposición continuada de una cantidad suficiente de alimentos/nutrientes es una aspiración universal de cualquier ser vivo; la sienten todas las especies y dedican a conseguirla una buena parte de su jornada diaria. Puede que lo logren o no; de ello depende la supervivencia individual o colectiva, que alcanza a más o menos individuos. Los seres vivos más sencillos (bacterias, hongos, etc.) utilizan métodos más sencillos, pero a menudo se nos escapa su comprensión. Las plantas lo hacen mediante la fotosíntesis, un proceso que comparten todas y del que hemos oído hablar muchas veces. Pero es difícil entenderlo de verdad, por su complejidad química y energética. No es aquí el mejor lugar para abordarlo; lo dejamos aparcado.

Los animales, que saben moverse, utilizan destrezas muy diversas para alimentarse. Los que viven hoy llenan su despensa con estrategias construidas a base de siglos de evolución y adaptación a las condiciones de su cambiante entorno, como acertaron a ver Darwin y otros científicos allá por el siglo XIX. Pero muchos de los animales de antes han desaparecido: no supieron adaptarse, o les faltaron alimentos, o se los llevó uno de los complejos cataclismos que siempre acontecen. Eso les sucedió a los grandes dinosaurios hace unos 60 millones de años: no tuvieron tiempo de desarrollar alternativas, alimentarias en buena parte, ante la trascendencia de los cambios climáticos ocurridos tras el meteorito que debió caer en la Tierra por aquellos tiempos lejanos; esos que tan difíciles nos resultan emplazar en un calendario. De entre las muchas especies que terminaron mal, siempre me impresionaron los fósiles de ammonites y belemnites –parientes de los calamares, sepias y resto de cefalópodos-. Se merecían haber quedado en la Tierra para dotarla de más belleza y singularidad.

Cualquiera que tenga interés queda maravillado cuando conoce las maniobras alimentarias de los seres vivos; más ahora que nos las sirven en preciosos documentales en los que se analiza cómo está influyendo en ella el cambio climático u otros factores como puede ser la supeditación de muchas especies (criadas o cultivadas) a la alimentación humana, de tanta gente y la que va a venir después. Por señalar solamente un ejemplo de esos documentales divulgativos podemos citar a la BBC y a David Attenborough que desde Life on Earth (La vida en la Tierra) de 1979 hasta la última A Life on Our Planet –ya accesible en algunas cadenas de distribución- nos anima a maravillarnos con la naturaleza y a pensar hacia dónde va, si llegará sin excesivos cambios y deterioros a 2030 y a 2050.

Por todo esto, no debería extrañarnos que averiguar qué comían algunos de los animales, desaparecidos o no, apasione a los grupos científicos. Indagar, y después descubrir tras mucho elucubrar o razonar con método científico, supone una aventura. Si se quiere se puede encontrar un buen ejemplo en la entrada ¿Qué comían los fósiles? de National Geographic. En ella se da cuenta de la investigación de Institutos de Alemania que son capaces de concluir, por métodos que no viene al caso en esta entrada pero que tienen que ver con su dentición, si esos animales eran herbívoros o carnívoros; y lo han encontrado fijándose en el zinc, y no en la estricta composición dentaria como se hacía hasta ahora. Preparémonos pues la alimentación y la nutrición no dejarán de darnos sorpresas.

Resultar sorprendente sin embargo que la especie humana, también sujeta a la búsqueda de alimentos, no haya logrado resolver sus necesidades nutricionales tras sus renovados avances en siglos y siglos de historia. Y hay que decir con claridad que una buena parte de las personas pasa hambre pues no come lo suficiente o lo que come no sirve para estar bien nutrida; o lo que es peor, a pesar de la cultura acumulada es incapaz de repartir mejor los alimentos y los nutrientes imprescindibles. Así la equidad, figura presente en religiones y culturas, muy vapuleada por cierto en este siglo XXI, es la que más sufre los impactos del hambre. Qué pena que después de tantos años se haga verosímil aquello que decía Hipócrates (s. V y IV a. C.) de que nuestra comida debería ser nuestra medicina y viceversa; seguro que estaba pensando en el poder saludable de los nutrientes, no solo de comer más o menos cantidad. Dado que mejor nutrición y su papel como medicina para la salud todavía no van de la mano, ni en países pobres ni en sectores vulnerables de los países ricos, podemos afirmar con rotundidad que bien entrado el siglo XXI la nutrición está desnutrida. Desmenucemos el asunto un poco más.

(GTRES)

Hemos leído con atención el Informe de la Nutrición Mundial de GNReport –detrás de esta iniciativa están gobiernos, donantes de ayuda, sociedad civil y agencias de la ONU-. En él se avisa ya en su preámbulo que está elaborado en el contexto de la Covid-19; como para centrar el tema. Cualquiera se hace idea del largo proceso que nos falta por recorrer para llegar hasta la equidad en la nutrición mundial solamente con leer los títulos de los apartados del informe, pero ahondemos en ellos. En lo que podríamos llamar resumen ejecutivo ya se señala el quid de la cuestión: todas personas merecen tener acceso a alimentos saludables y asequibles y a una atención nutricional de calidad. Asunto sobre el cual no tardaríamos mucho en ponernos de acuerdo. Pero no es tan sencillo, pues cualquiera intuye que dicho disfrute se ve obstaculizado por desigualdades más profundas que surgen de sistemas y procesos injustos que estructuran las condiciones de vida cotidianas. Hablando de desigualdades en la carga mundial de la desnutrición, no es humano, muchos menos humanitario, que a pesar de algunas mejoras en determinados indicadores, la desnutrición persista en niveles inaceptablemente altos a escala mundial.

El informe subraya que el tímido progreso en el reparto de beneficios no es suficiente para cumplir con las metas mundiales de nutrición para 2025. También cuantifica que entre los niños menores de 5 años, 149,0 millones tienen retraso en el crecimiento, 49,5 millones padecen adelgazamiento grave, frente a 40,1 millones con sobrepeso. Es más, cuantifica que hay 677,6 millones de adultos obesos. Si se nos permite la simplificación, también en este caso la correcta nutrición está adelgazada por prácticas alimentarias desmesuradas.

Personal de ACH atiende a niños con desnutrición en Nigeria (GUY CALAF/ACH/ARCHIVO)

Un asunto importante que plantea el informe del año 2020 es la integración de la nutrición en la cobertura sanitaria universal. Generaría importantes beneficios para la salud y sería muy rentable económicamente y en las cargas al límite que ocasiona en algunos sistemas de salud; aquí deberían verse reflejados especialmente los países ricos. Más adelante hace un repaso sobre los sistemas alimentarios y la equidad nutricional; sostiene que falla porque el entorno que debería permitir a los consumidores tomar decisiones sobre qué comer, no es equitativo para muchos en “términos de acceso físico, asequibilidad, orientación de la publicidad y marketing y calidad de los alimentos”. No se olvida de señalar las necesidades de un financiamiento equitativo de la nutrición. Acaba subrayando que garantizar una nutrición equitativa es una responsabilidad compartida. Por cierto, en la página de GNReport se pueden consultar los perfiles nutricionales de los países. Merecen la pena viajar por el mundo para comprobar si la nutrición universal tiene hambre o no y dar el sentido necesario al concepto de equidad universal, que por lo que se ve tenemos arrinconado no se sabe dónde.

Para finalizar expresamos una perenne duda no resuelta. Desconocemos si en realidad se trataba de un acertijo. Qué querría decir don Francisco de Quevedo y Villegas con aquello de que “El rico come, el pobre se alimenta”. ¿Serviría para definir nuestros tiempos?

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. No quieren tener colesterol.

    11 noviembre 2020 | 12:07 pm

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