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Tampoco Breton Woods es una marca de Whisky. Porque el periodismo internacional no es solo cosa de hombres, ocho mujeres ofrecen un punto de vista diferente sobre lo que pasa en el mundo.

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Y Trump bombardeó Siria

Mark Wilson / EFE

Lo que se perfilaba como una alianza fuerte y duradera entre Donald Trump y Vladímir Putin desde que el estadounidense llegó a la Casa Blanca empieza a resquebrajarse. Y el motivo se llama Siria. Tras criticar con dureza a Obama por bombardear el país de Oriente Medio, Estados Unidos bombardeó este viernes la base aérea siria Al Shayrat, en Homs, en respuesta al ataque con armas químicas del martes del que la comunidad internacional culpa a Bachar Al Asad.
La reacción del Kremlin -que a lo largo de la semana se ha esforzado en asegurar que son los rebeldes, y no su amigo Al Asad, quienes poseen armas químicas-, ha sido inmediata. Moscú calificó el ataque estadounidense como «una agresión a un Estado soberano, en violación de las normas del Derecho Internacional y bajo un pretexto inventado».

«Es un intento de desviar la atención de las numerosas víctimas civiles en Irak», señaló un portavoz de Putin, quien añadió que lo ocurrido supone «un deterioro en las relaciones» entre Estados Unidos y Rusia.

También el propio Bachar Al Asad calificó el ataque como una acción «despiadada e irresponsable».

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Siria. Eras, eres.

Lo que empezó la primavera del 2011 como un ápice de esperanza ante la posibilidad de derribar a un régimen opresor y autoritario es ahora la peor pesadilla que jamás ninguno imaginó. Era una revuelta. Era primavera árabe. Eran jóvenes sin miedo. Hoy Siria es guerra civil, es el infierno entre fronteras, son más de 140.000 muertos, millones de desplazados y refugiados y cerca de 9 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria. Hoy Siria no es miedo, es horror. Y lo que más duele: ya no es esperanza.

Tras tres años de conflicto la situación sólo ha empeorado y las perspectivas de una mejora para el país son palabras vacías en el aire. Cuando en marzo de 2011 parte de la población salió a la calle para protestar Occidente miraba a otro lado. Para Estados Unidos Siria era para aquel entonces insignificante. A medida que la represión se brutalizó y empezó a crecer el número de muertes el país se incomodó. Mientras, la oposición se armaba y se fraccionaba. En agosto de 2012 Obama fijó una línea roja: un ataque con armas químicas. La línea roja que el mundo no debía permitir cruzar a Bachar Al Asad, o mejor dicho, la línea roja que Estados Unidos no permitiría, más por lo que ello simbolizaba que por lo que podía causar.

Un año después esta línea fue cruzada. El 21 de agosto de 2013, el régimen de Asad usó armas químicas contra la población y provocó más de 1.000 muertos. Obama se levantó entonces para hacer oír su voz. La gran preocupación de Estados Unidos no eran los cuerpos sin vida sino la credibilidad de su presidente y el miedo a que países como Irán comprobaran que el uso de arsenal nuclear no tenía ninguna consecuencia en el juego internacional.

Durante semanas Obama se dirigió a los estadounidenses para convencerles de una intervención en Siria. El mensaje para convencer a sus ciudadanos se basaba en tres premisas:

1. Siria no es Irak ni Afganistán. Estados Unidos no quiere meterse en otra guerra.

2. No habrá botas americanas sobre el terreno. O sea, no volverán cadáveres a casa.

3. El coste de la inacción será más alto que el de la acción. Obviamente no en términos de víctimas mortales porque desde el ataque con armas químicas la violencia en el país no se ha detenido, el gas sarín ha sido sustituido por bombas y el número de víctimas no para de crecer.

Pero el 27 de septiembre el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó una resolución unilateral que pedía a Asad la destrucción o la entrega de todo el arsenal químico antes del verano de 2014. La cosa iba encaminada y fue el empujón necesario para que Rusia y Estados Unidos apostaran por co-liderar la vía diplomática hacia unas negociaciones de paz.

A principios de este año tuvo lugar la conferencia de paz de Ginebra II, el primer encuentro entre representantes del poder y miembros de la oposición. Y terminó sin ningún avance concreto. No era la primera vez que lo intentaban. Ya lo hicieron en 2013, cuando el secretario de estado norteamericano, John Kerry, y el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, acordaron “sentar ambas partes [el gobierno de Asad y la oposición] en una misma mesa”.

A esta interminable pesadilla que es hoy Siria se le añade ahora la crisis abierta entre Obama y Putin por Ucrania y la anexión de Crimea. Si había algún indicio de diálogo sobre Siria se ha desvanecido. La vía diplomática está claramente estancada y es momento que Estados Unidos replantee su política exterior.

Hoy Siria no es miedo, es horror. Y lo que más duele: ya no es [ni será] esperanza.

BLANCA BLAY


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blanca.blay@gmail.com

Irán rompe los esquemas

Por Cláudia Morán

Hassan Rohani en su intervención ante la Asamblea General de la ONU / BRENDAN MCDERMID, EFECuando lo leí en Twitter sonreí: «La posesión indefinida de armas nucleares no puede tolerarse ni puede retrasarse más su completa eliminación».  El nuevo presidente de Irán, Hassan Rohani, ocupa todos los titulares después de su intervención de ayer en la 68º Asamblea General de la ONU. Sus palabras y su actitud dialogante contrastan de forma radical con las de su antecesor, Mahmud Ahmadineyad, y muchos ven ya el principio de una nueva etapa en el panorama internacional. ¿Pero en qué condiciones?

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«Nosotros somos los Estados Unidos de América»

ImagenHace unos días el periodista Carlos Elordi escribía en eldiario.es un artículo bajo el titular Qué difícil es opinar sobre Siria…Lo cierto es que desde que empezó el conflicto a principios de 2011 la complejidad de su forma y los intereses de los países vecinos y las potencias occidentales han enturbiado cualquier información e intención y dificultado que nos formemos nuestra propia opinión. Lo único seguro que sabemos son los hechos y los números, la frialdad de la estadística, el poco margen de error. Más de 100.000 muertos, 2 millones de refugiados, 4,25 millones de refugiados internos. Y los últimos datos: más de 1.000 muertos tras el ataque con armas químicas del pasado 21 de agosto.

Hasta ahora la llamada comunidad internacional ha fracasado en sus varios intentos de poner fin a la guerra civil mediante un hipotético proceso de paz. Mientras, sin embargo, cada país ha hecho sus pinitos. Rusia ha armado el régimen de Bachar el Asad y Estados Unidos ha participado junto con otros países a reforzar los rebeldes. La Unión Europea, como de costumbre, no se decidió a hacer algo hasta hace unos meses, cuando terminó el plazo que había establecido para el embargo de armas, hecho que dio luz verde a aquellos países que querían armar los rebeldes, como es por ejemplo el caso de Francia.

Ahora, tras el desastre humano que tuvo lugar hace unos días debido al uso de gas sarín, la suerte (o desgracia) de la guerra en Siria puede cambiar. Si bien, como era de esperar, Obama no logró convencer a Putin en la última reunión del G-20 en San Petesburgo de la necesidad de actuar, está decidido a seguir adelante. Su campaña a favor de una intervención de corta durada (60 días) y sin botas americanas sobre el terreno (así disminuye el riesgo de volver con cadáveres estadounidenses) ya está en marcha y por ahora parece no importarle para nada la reacción de Rusia.

Para conseguir que el Congreso apruebe la resolución sobre una intervención en Siria, Obama empezó sumando adeptos en la reunión del G-20 y volvió de San Petesburgo con el respaldo claro de Francia y el soporte ambiguo de otros países, como España. Ahora su objetivo es convencer los indecisos en el Congreso y para ello el Ejecutivo recurrió a la difusión de trece vídeos que contienen duras imágenes de las víctimas después del ataque químico.

También dedicó su discurso semanal a defender una acción militar limitada en el país árabe. En el discurso no falta, como es habitual, la dosis de americanismo necesario: “Sé que el pueblo estadounidense está cansado después de una década de guerra, incluso ahora que la guerra en Irak ha terminado, y la guerra en Afganistán está terminando. Es por eso que no estamos poniendo nuestras tropas en medio de la guerra de otro. Pero nosotros somos los Estados Unidos de América. No podemos hacer la vista gorda a las imágenes como las que hemos visto fuera de Siria.”

Ahí está: “nosotros somos los Estados Unidos de América”. Y nosotros, y yo, ¿que soy? Yo tampoco puedo hacer la vista gorda a esas imágenes, ni a los más de 100.000 muertos, ni a los que cada día intentan huir del país con la esperanza de sobrevivir. Yo no sé que es lo que debe hacerse al respecto pero rechazo la inacción sólo por seguir un discurso anti-imperialista, como se limitan a hacer algunos. Del mismo modo, rechazo la inacción de la Unión Europea como tal, que todavía cree que “sólo una solución política dará lugar a una Siria unida y democrática” y que sólo así se puede “poner fin al horrible derramamiento de sangre, graves violaciones de los derechos humanos y la destrucción de gran alcance”, como dijo la Alta Representante para la UE, Catherine Ashton, el pasado 7 de Septiembre en un intento de esconder la disparidad de opiniones de los 28 estados miembros de la UE.

De todos los caminos posibles ya sabemos que todos son malos y también sabemos que quizás el camino más correcto -que sería una actuación en bloque de la comunidad internacional con el respaldo de Naciones Unidas- es inexistente debido al veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad. Visto este panorama y con muchas líneas rojas cruzadas en Siria (no sólo el uso de armas químicas como dijo EUA) la responsabilidad del resto de países quizás debería ser la de examinar cuál es la opción menos mala a corto y a largo plazo, no sólo teniendo en cuenta sus intereses sino prestando especial atención a las consecuencias para el pueblo sirio.

La comunidad internacional no puede seguir callada ni de brazos cruzados, debatiendo en reuniones cada equis meses qué debería hacerse. Tampoco pueden Francia o EUA embarcarse en una intervención de la que no se conozcan los detalles o de la que no se sepa cómo servirá para evitar que se repita un ataque con armas químicas y disuadir el régimen (y de paso, países como Irán) de su uso. Todas las preguntas deben tener respuesta antes del mínimo gesto. Es una lástima que seamos incapaces de hablar como Nosotros, las Naciones Unidas y que acaben pesando más los intereses nacionales que la moralidad y los derechos humanos.

BLANCA BLAY

blanca.blay@gmail.com

Respecto la intervención en Siria, desde GS recomendamos este artículo del periodista Jordi Pérez Colomé: “ Escoge tu aventura en Siria”.

 

Siraq

Viñeta difundida por el Partido Comunista de España en su web

Viñeta difundida por el Partido Comunista de España en su web

Hace 10 años, la coalición encabezada por Estados Unidos, Reino Unido y España, se embarcó en una operación militar que ustedes conocen bien: la guerra de Iraq. Diez años más tarde, el presidente de Estados Unidos quiere volver a la carga, esta vez con una intervención en Siria. Aunque hay diferencias entre ambas ofensivas, también hay bastantes cosas en común.

En 2003, el Consejo de Seguridad de la ONU no dio su consentimiento a una acción militar en Iraq. En esta ocasión, tampoco. Entonces «poco importó», porque los amigos Bush, Blair y Aznar se pasaron por el Arco del Triunfo -sí, en mayúsculas- cualquier opinión del Consejo y decidieron atacar. A día de hoy, con la negativa del órgano internacional más importante del mundo (integrado por EEUU, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China con derecho a veto), ya no está tan claro el ataque sin su respaldo. Quizá en este punto influye el hecho de que la crisis económica provoca que quede muy feo gastarse el dinero en una «guerra» en la que a priori no están en juego los intereses de los líderes occidentales, al menos de cara a los votantes. Pero también tiene un papel importante el desastre que supuso Iraq para la reputación de estos tres grandes gobernantes -cuatro con Barroso, que siempre se va de rositas-, y la desaprobación de las respectivas opiniones públicas.

Así que nuestros queridos líderes mundiales, tras la negativa del Parlamento británico al primer ministro David Cameron para atacar Siria, se han acordado de la tan pisoteada palabra «democracia» y han decidido recular con el pretexto de utilizarla antes de lanzarse a la aventura y terminar de empantanar Oriente Medio. Israel quiere que la comunidad internacional actúe, pero tras la debacle iraquí, el golpe de Estado en Egipto y las eternamente-condenadas-al-fracaso negociaciones palestino-israelíes, meterse en Siria es una vuelta más de tuerca en el lío de Oriente Próximo que no está claro que las potencias quieren enfrentar. Obama también consultará a la Cámara. La presión de la opinión pública francesa parece indicar que Hollande, también lo hará. Paradójico caso el suyo, ya que en 2003 pidió al entonces presidente francés, Jacques Chirac, que la Asamblea votara la intervención en Iraq. La anarquía de la política internacional y su juego de intereses son muy divertidos, por contradictorios.

Por último están las armas químicas. Hoy y hace diez años, la inmensa mayoría sabíamos que de armas de destrucción masiva en Iraq no había nada, pero en el caso de Siria todo parece indicar que sí, que «alguien» ha utilizado agentes químicos como el gas sarín contra población civil. Lo que no se sabe es si es el régimen de Al Assad quien las utiliza en exclusiva, o si los opositores controlan algunas de ellas. Lo que le interesa a Estados Unidos es cargar contra Al Assad, pieza clave en el eje del mal chiíta que forma junto a Irán y Hezbollah. Así que si los rebeldes gasean a civiles, será más difícil averiguarlo.

En general, el panorama de intervención de la comunidad internacional en Siria parece más light de lo que era en Iraq. El país lleva ya dos años en guerra mientras en Iraq la situación era de paz -con una buena represión de Sadam, claro-y las pruebas de armas químicas son relativamente sólidas respecto a las inexistencia de ellas en 2003. Además, el ataque que Obama quiere llevar a cabo será «limitado», destinado a advertir de que con las armas químicas no se juega.

No sé si estas diferencias justifican una intervención, aunque me inclino a pensar que no. Aunque lo cierto es que tampoco me gusta que los sirios se peguen entre ellos sin que nadie ponga paz, como hacen los padres cuando los hermanos se pelean. O como los republicanos españoles desearon que la comunidad internacional les ayudará de verdad a luchar contra el golpe de Estado de Franco. Lo que está claro es que si hay intervención, no es con el bonito objetivo de la paz fraternal. A Israel no le gusta que sus vecinos anden gaseando el ambiente. Y entonces, a Estados Unidos tampoco.

Esperanza Escribano

@equilibrio_y_yo