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Siria. Eras, eres.

Lo que empezó la primavera del 2011 como un ápice de esperanza ante la posibilidad de derribar a un régimen opresor y autoritario es ahora la peor pesadilla que jamás ninguno imaginó. Era una revuelta. Era primavera árabe. Eran jóvenes sin miedo. Hoy Siria es guerra civil, es el infierno entre fronteras, son más de 140.000 muertos, millones de desplazados y refugiados y cerca de 9 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria. Hoy Siria no es miedo, es horror. Y lo que más duele: ya no es esperanza.

Tras tres años de conflicto la situación sólo ha empeorado y las perspectivas de una mejora para el país son palabras vacías en el aire. Cuando en marzo de 2011 parte de la población salió a la calle para protestar Occidente miraba a otro lado. Para Estados Unidos Siria era para aquel entonces insignificante. A medida que la represión se brutalizó y empezó a crecer el número de muertes el país se incomodó. Mientras, la oposición se armaba y se fraccionaba. En agosto de 2012 Obama fijó una línea roja: un ataque con armas químicas. La línea roja que el mundo no debía permitir cruzar a Bachar Al Asad, o mejor dicho, la línea roja que Estados Unidos no permitiría, más por lo que ello simbolizaba que por lo que podía causar.

Un año después esta línea fue cruzada. El 21 de agosto de 2013, el régimen de Asad usó armas químicas contra la población y provocó más de 1.000 muertos. Obama se levantó entonces para hacer oír su voz. La gran preocupación de Estados Unidos no eran los cuerpos sin vida sino la credibilidad de su presidente y el miedo a que países como Irán comprobaran que el uso de arsenal nuclear no tenía ninguna consecuencia en el juego internacional.

Durante semanas Obama se dirigió a los estadounidenses para convencerles de una intervención en Siria. El mensaje para convencer a sus ciudadanos se basaba en tres premisas:

1. Siria no es Irak ni Afganistán. Estados Unidos no quiere meterse en otra guerra.

2. No habrá botas americanas sobre el terreno. O sea, no volverán cadáveres a casa.

3. El coste de la inacción será más alto que el de la acción. Obviamente no en términos de víctimas mortales porque desde el ataque con armas químicas la violencia en el país no se ha detenido, el gas sarín ha sido sustituido por bombas y el número de víctimas no para de crecer.

Pero el 27 de septiembre el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó una resolución unilateral que pedía a Asad la destrucción o la entrega de todo el arsenal químico antes del verano de 2014. La cosa iba encaminada y fue el empujón necesario para que Rusia y Estados Unidos apostaran por co-liderar la vía diplomática hacia unas negociaciones de paz.

A principios de este año tuvo lugar la conferencia de paz de Ginebra II, el primer encuentro entre representantes del poder y miembros de la oposición. Y terminó sin ningún avance concreto. No era la primera vez que lo intentaban. Ya lo hicieron en 2013, cuando el secretario de estado norteamericano, John Kerry, y el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, acordaron “sentar ambas partes [el gobierno de Asad y la oposición] en una misma mesa”.

A esta interminable pesadilla que es hoy Siria se le añade ahora la crisis abierta entre Obama y Putin por Ucrania y la anexión de Crimea. Si había algún indicio de diálogo sobre Siria se ha desvanecido. La vía diplomática está claramente estancada y es momento que Estados Unidos replantee su política exterior.

Hoy Siria no es miedo, es horror. Y lo que más duele: ya no es [ni será] esperanza.

BLANCA BLAY


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blanca.blay@gmail.com