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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Google homenajea a Les Paul

Muchos internautas se habrán sorprendido hoy al descubrir que el logotipo de Google se ha transformado en una singular guitarra eléctrica interactiva. Y no habrán sido pocos los que -como yo- han pasado un rato hipnotizados por el original y sonoro artefacto tratando de crear alguna melodía con el ratón (lo cierto es que resulta mucho más sencillo hacerlo con el teclado, empleando las teclas de la a a la i).

El gigante de los buscadores homenajea de esa manera a Lester William Polsfuss (este afable anciano de la imagen) más conocido como Les Paul, que un día como hoy hubiera cumplido 95 años. Hace otros 70, en 1941, Les Paul diseñó la más legendaria de las guitarras de la firma Gibson.

Más allá de la interminable lista de músicos que han empleado una Gibson Les Paul a lo largo de la historia de la música popular (desde Bob Marley a Jimmy Page de Led Zeppelin, de John Fogerty de la Creedance Clearwater Revival a Eric Clapton), la Les Paul fue, es y será un emblema en sí misma. Robusta, de sonido cálido, grueso y compacto e inconfundible diseño, fue durante años la guitarra de mis sueños. Nunca pude comprarme una.

Les Paul, reputado guitarrista de jazz,  dedicó su vida a la música (además de su carrera artística fue un pionero en el  técnicas de producción y dirigió un exitoso programa de radio). Falleció en 2009. Y pese a ello,  su creación más célebre sigue irradiando juventud.

Músicos de derechas

La noticia ha corrido estos días como la pólvora: Russian Red es de derechas, según ha declarado a la revista Marie Claire. ¿Y? A nadie le resulta llamativo que los músicos se declaren abiertamente progresistas y, sin embargo, el conservadurismo en determinados ámbitos de la cultura no parece estar bien visto, pese a que muchos artistas probablemente comulguen de puertas para adentro con determinadas ideas que deciden guardar para sí.

Las palabras de la que fuera diva del indie han generado un debate. ¿Es la sensibilidad propiedad exclusiva de personas cercanas a las ideas y planteamientos de la izquierda? La lista de músicos conservadores es larga, aunque minoritaria: desde Johnny Ramone a Ted Nugent, desde 50 Cent a Daddy Yankee. Recuerdo la sorpresa que me llevé, en plena adolescencia, cuando me enteré de que Dave Smaley, de la banda punk Down By Law, era un republicano acérrimo. Más adelante comprendí lo poco que importa el posicionamiento político, religioso o sexual de un artista si su música te transmite sensaciones que poco o nada tienen que ver con ser de uno u otro lado.

Oligopolios

A estas alturas, pocos dudan de que buena parte del futuro de la industria de la música pasa indefectiblemente por las plataformas de streaming como Spotify o el recién estrenado Google Music, cuya versión beta acaba de ver la luz en Estados Unidos. Y sin embargo, también son pocos los que hablan de las leoninas condiciones que estas ofrecen al artista en materia de royalties.

Un dato que habla por sí solo: durante el pasado 2010, Copenhage de Vetusta Morla consiguió el récord de ganancias en un mes, según publicó recientemente la revista Rolling Stone. El grupo madrileño se embolsó por ello 100 irrisorios euros. ¿Cuál es la alternativa? No existe. Estar en Spotify y similares es como las lentejas. O las tomas, o las dejas. Bajo una gran idea revestida de modernidad se esconde un arma de doble filo con un potencial arrollador. Como todo el mundo sabe, un gran poder conlleva -además de una gran responsabilidad- elevadas dosis de ética. Y esta raramente es compatible con los intereses del mundo en el que nos ha tocado vivir.

A día de hoy, cuando la posibilidad de prescindir de intermediarios para llegar hasta el oyente es ya una realidad, exigir a estas compañías un reparto justo del pastel y una transparencia absoluta respecto a su modelo de negocio debería ser una prioridad para músicos y sellos de toda condición, especialmente para los más pequeños. No vaya a ser que en breve, y con las multinacionales al borde del abismo, tengamos un nuevo oligopolio a manos de los mismos perros con distinto collar.

Vetusta no Morla

Los madrileños Vetusta Morla han sido los protagonistas de la semana. Su estrategia de permitir la escucha de su segundo disco en streaming ha contribuido a crear un encendido debate en la Red, hasta el punto de que su nombre se convirtió rápidamente en trending topic de Twitter. Muchos han ido directos a la yugular. A algunos, especialmente en el mundo indie, el triunfo de una banda como ellos parece escocerles de manera especial, y sin embargo, no son pocos los que los encumbrarían si su música fuese minoritaria. Carece de sentido quejarse de la paupérrima calidad de la música que escuchan las masas y, al mismo tiempo, lapidar a una de las pocas bandas que ha contribuido a darle una calidad que ya quisieran para sí el resto de propuestas que pueblan nuestra radiofórmula.

«Hola, soy Paul»

En un divertido vídeo de YouTube, un grupo de personas se encuentra sentado en círculo al más puro estilo Alcohólicos Anónimos. Tras presentarse, uno de ellos toma la palabra. «Hola, soy Paul…». «Sincérate, sabes que te apoyamos», contesta el resto. Tartamudeando, suelta lo que no se atrevía a decir: «No… no me gusta lo nuevo de Radiohead». El resto aplaude su valentía. «¡Ya lo has soltado! ¡Bravo!». El vídeo muestra lo que muchos pensamos en su día al escuchar The King of Limbs. Y, sin embargo, la escasa duración del último y decepcionante disco de los de Oxford hacía albergar la esperanza de una inminente segunda parte. Ayer, el guitarrista Ed O’Brian lo desmentía, confirmando que ha llegado la hora de admitir que Thom Yorke y compañía no están en tan buena forma como antaño. Aunque nos cueste hacerlo casi tanto como a Paul.

El rock es para hombres

«A partir de los 30, tener una banda de rock ya no tiene sentido». Botellín en mano, un amigo periodista suscitó un debate interesante. Su argumento: con 20 años no piensas lo que haces, y eso le confiere un valor especial a tu obra. Sin llegar a tanto, muchos piensan parecido. La juventud se considera un valor, como si un disco fuera doblemente bueno si se crea a temprana edad. Como si la frescura y la capacidad de escribir melodías se atrofiasen con los años. Pero la realidad es que el rock siempre fue más cosa de hombres que de chavales. Porque un joven tiene más tiempo por delante, pero también más que demostrar. Hay menos experiencia y menos criterio. Hay más preocupación por el qué dirán y las modas efímeras. O quizá es que, a mis 30, me resisto a reconocer que ya no tengo edad para el rock and roll.

Negocio y arte

Estudiados y costosos planes de márketing en los medios de comunicación. Intereses dudosamente honestos. Presencia en listas de éxitos y radiofórmulas conseguida a golpe de talonario. Amiguismo. Discos mediocres. Falsedad. Negocio, al fin y al cabo.

Hace unos días le pregunté a un conocido artista –cuyos discos publica una multinacional– si consideraba que el mundo de la industria musical estaba podrido. La pregunta le sorprendió. «¿Podrido? En absoluto», contestó rotundo. Lo cierto es que lo está. Siempre lo estuvo. Pero el problema no es su podredumbre –al fin y al cabo, qué empresa no lo está de alguna manera– sino que la gran mayoría de sus postulados chocan frontalmente con la manera en que debería ser concebida una expresión artística como la música.

Random

«Firme aquí». No recordaba haber encargado nada por Internet, y menos por mensajería urgente. Lo abrí. Un iPod Shuffle. Por lo visto, la compañía con la que aseguré el coche lo incluía en su promoción. El minúsculo cacharro está concebido (al menos, en su versión menos moderna) sin la posibilidad de organizar los archivos en carpetas. Es ideal para los amantes del random, esa opción que permite escuchar canciones de forma aleatoria. Porque ya nadie quiere tragarse un disco de cabo a rabo. Porque el concepto de LP está muerto desde el día en el que se acabaron las limitaciones propias del formato. Y porque lo que mola es pasar a la siguiente canción si una no te gusta o no te entra a la primera escucha.

Hoy me ha llegado otro paquete: un disco que llevaba años buscando. Al ponerlo he visto la caja del iPod. Sigue sin abrir.

Artistas

Buena parte de una generación entera de músicos españoles vive anclada en el pasado. Son aquellos que vociferan amargamente cada vez que se ponen en duda sus privilegios. Tardan años en sacar cada disco. Algunos tocan poco y mal en directo, pero viven en barrios pijos gracias a las rentas que generan sus viejas canciones. Y tienen el poder que les confiere su nombre, lo que les otorga la posibilidad de usar los medios como altavoz para sus salidas de tono sobre temas en los que demuestran una supina ignorancia. Frente a ellos, centenares de bandas no pueden ganarse la vida con la música y alternan su jornada laboral con los ensayos. Montan sus propias giras. Duermen en el suelo. Pierden dinero. No se quejan. Y siguen en ello por amor a la música. Ellos son los verdaderos artistas.

Más locales de ensayo

Este es un llamamiento desesperado: hacen falta más, muchos más locales de ensayo en nuestras ciudades. Y su precio tiene que ser infinitamente más asequible. En una ciudad como Madrid, alquilar un espacio de 10 miserables metros cuadrados para tocar ronda los 400 euros al mes, lo que a todas luces está fuera del alcance de la gran mayoría de jóvenes bandas, que se buscan las castañas como pueden. Las listas de espera son infinitas. Las condiciones, abusivas. Y la oferta, paupérrima. Si de verdad se quiere fomentar la cultura y la aparición de nuevas y estimulantes propuestas musicales, urge empezar por la base y brindar oportunidades a los que empiezan. Porque en este sentido, España está a años luz de otros países europeos. Y eso se refleja en la cantidad y la calidad de nuestros grupos.