El nutricionista de la general El nutricionista de la general

"El hombre es el único animal que come sin tener hambre, que bebe sin tener sed, y que habla sin tener nada que decir". Mark Twain

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Escarolas y endivias, dos primas hermanas en ensalada y más

Escarola

Fiel a mi costumbre de traer hasta este rincón alimentos de temporada que pueden pasar desapercibidos en cierta medida, les ha tocado hoy el turno a la escarola y la endibia. Productos genuinamente otoñales cuando no invernales, dotados de unas características gastronómicas absolutamente genuinas. Desde un punto de vista estrictamente botánico, ambas pertenecen a la misma familia que la lechuga, Asteraceae (Asteráceas o compuestas) pero no comparten su género, es más, habrá a quien le sorprenda, pero escarolas y endibias tienen un parentesco mucho más relacionado entre sí que con la lechuga como tal.

El nombre científico de ambas, variedades aparte, fomenta el error a la hora de distinguirlas ya que el nombre de la escarola es Cichorium endivia, y el de la endibia Cichorium intybus, como te habrás dado cuenta el nombre científico de la primera alude al nombre común de la segunda. Así que conviene no liarse como por ejemplo sí hace el autor de la correspondiente entrada en la propia Wikipedia.

Nombres aparte estamos ante dos productos que reúnen unas características comunes muy destacadas, entre ellas, quizá la principal en cuanto a sus posibilidades gastronómicas, es su ligero amargor que dotan a las preparaciones en las que se presentan de una marcada originalidad que, también es cierto, no siempre es del agrado de todo el mundo. A mí sí, me encanta.

Las originalidades de la endibia

endivia

En lo que respecta a sus particularidades y curiosidades el llamativo su característico color blanco obtenido de forma “artificial” ya que de otro modo las hojas de ambos productos serían tan verdes como las de una lechuga. En el caso de las endibias la cosa tiene también su anécdota ya que su origen es el fruto de una casualidad acontecida en Bélgica a principios de siglo XIX. Se cuenta que un granjero se dejó olvidadas y totalmente cubiertas una serie de raíces de achicoria durante el invierno en una especie de granero y que al descubrirlas en la primavera el granjero se percató que de ellas había brotado un cogollo, propiamente llamado chicón, de hojas blancas que es lo que sucede cuando sobre las hojas no incide la luz solar y se produce el pigmento clorofila indispensable en la fotosíntesis. Así, a la endibia se le llamó y se le sigue llamando en aquel país achicoria witloof o witlof que las define en flamenco y holandés como de “hoja blanca”. Poco se tardó en contrastar las posibilidades comerciales de esta hortaliza y su producción que consiste, salvo pequeñas variantes, en privar de luz a las raíces de achicoria (bien enterrando completamente esta en turba o produciendo los chicones en cámaras en absoluta oscuridad).

Y la escarola también

En cuanto a su prima hermana, la escarola, también es el color blanco el característico en todo ejemplar que se precie (cuando presente hojas verdes –normalmente las más externas- suelen ser estas duras y ásperas en demasía). Para ello, el control de la luz también es primordial y hay que preservar a toda costa la entrada de esta al menos en el interior del cogollo. Para ello, los métodos más habituales consisten en, o bien atar y “apretar” el ramillete (el interior queda blanco o amarillento y el exterior verde); o bien se cubre su cultivo con una especie de caperuza obteniendo ejemplares más homogéneamente blancos o amarillentos en todas sus hojas.

En la mesa

Ensalada de escarola (480x640)

Como decía cualquiera de estas hortalizas son exquisitas si se saben preparar de forma adecuada. Para ello además de lavarlas convenientemente, es importante proveerlas de los compañeros y aliños adecuados. Cada cual es cada cual y además de las combinaciones clásicas del estilo granada, queso azul, mostazas, ajo, frutos secos, etcétera (espectaculares) en mi opinión estos productos casan a las mil maravillas con conservas de pescado tipo anchoas en salmuera, salmón, bacalao, arenque o embutidos ahumados… (o cualquier otro producto ahumado), también con rábanos, pimiento rojo crudo en tiras, frutas de cualquier tipo, pero en especial los cítricos, olivas negras más que las verdes, tomatitos cherri a poder ser aquellos más ácidos que dulces… En cuanto a los aliños, como siempre un buen aceite de oliva virgen extra es preceptivo (en mi opinión más los afrutados que los amargos), y si se decide uno por los vinagres yo soy más de usar un genuino vinagre de Jerez que los hoy sobrevalorados y mal denominados vinagres de Módena (a no ser que se cuente con uno de estos, de los de verdad, en cuyo caso, su uso dependerá del resto de ingredientes); en el marco de las especias la pimienta negra les suele ir de maravilla.

Pero más allá de ensaladas con estos productos en solitario o con más ingredientes, tanto la escarola como las endibias (más en especial esta última) son protagonistas en otros platos, bien como acompañantes, bien como protagonistas de la receta. Así, las endivias horneadas (tras un somero escaldado) con un chorrito de aceite de oliva y pimienta son un complemento ideal para platos de carne también al horno. Por no hablar de la receta clásica de endivias envueltas en jamón cocido (ahumado o no) gratinadas con queso y bechamel… entre otras. Abre las puertas a la temporalidad de estos productos y que tu imaginación haga el resto.

Ya que estamos en otoño igual te interesa consultar estas otras entradas al respecto de la temporalidad:

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Imágenes: David Monniaux vía wikimediacommons y juan@revenga

 

Salsa marinera y recetas «a la marinera»… ¿con tomate o sin él? Menudo tal

Tenía pensado hacer una entrada ex cáthedra al respecto de si una salsa marinera o una receta “a la marinera” lleva tomate en sus ingredientes o no… pero a estas alturas y después de mucho consultar, preguntar y mirar ya me asaltan las dudas y no sabría muy bien qué responder.

Un servidor era partidario incondicional del sí, de que lo lleva, pero parece que no hay una norma canónica que así lo sostenga. Así pues, depende de a qué “marinero” se le pregunte, desde San Pedro a James Cook, pasando por Chanquete… depende.

Mejillones PedreñaDejando a un lado las cuestiones logísticas (el tomate es un producto originario de las Américas y además su introducción gastronómica se produjo bastante después) el debate culinario no es nada concluyente. En nuestros recetarios, tanto en los más clásicos como en los más eclécticos, aparecen recetas en las que las expresiones “a la marinera” o “con salsa marinera” incorporan preparaciones en las que el tomate está presente y otras en las que no. La duda surgió el otro día cuando disfrutaba de unos excelentes mejillones en salsa marinera (tal cual en la carta… y en la foto) en Pedreña y no se me ocurrió otra cosa que comentar “la jugada” en un foro familiar de whatsapp en el que las cuestiones gastronómico-culinarias son un eje central (para darnos envidia bien-sana más que nada)… y claro la cosa se lio: que si tomete sí, que si tomate no… y no nos pusimos de acuerdo.

Así pues, tomé el testigo y me puse a indagar aquí y allá a ver quién tenía razón. En la red he encontrado referencias para ambos gustos. Sin ir más lejos la entrada de Wikipedia (no es que sea precisamente la referencia por excelencia en estas u otras cuestiones, pero ahí está) destaca al tomate como ingrediente indispensable en la salsa… a su lado, un par de páginas web más allá tenemos recetas de, por ejemplo, almejas a la marinera de Karlos Arguiñano en las que el tomate no aparece ni en pintura. En estos casos esa receta “a la marinera” suele ser una especie de salsa verde o “a la vasca” (que no vizcaína) en donde el perejil, el ajo, el vino blanco y una punta de harina (nada más) son los principales ingredientes salseros.

De vuelta hacia el otro lado, hacia la otra tesis, la del sí, está la cuestión de los suquets, fondos, caldos concentrados o guisotes de pescado en los que el tomate, además de especias variadas de necesaria presencia, es un ingrediente inevitable. Estos guisos, con una innegable tradición culinaria están enmarcados de forma indefectible en la costumbre marinera y, como digo, incorporan tomate.

Al final, es cierto, me parece que hay una especie de controversia insoluble en aquello que, en referencia al plano gastronómico, afecta a la presencia del tomate en aquellas recetas que siendo “marineras” lo utilizan a veces… y otras no.

Sea como fuere me gustaría que utilizaras los comentarios para hacernos partícipes de tu opinión. La mía, sin tenerlo del todo claro es que cualquier receta o salsa “marinera” ha de incorporar tomate, y que aquellas otras que así se mencionan y no lo incorporan debieran llamarse con más propiedad “en salsa verde” o si acaso “a la vasca”. Así para darles un poco en todo lo alto a aquellos que en el grupo de whatsapp defendían lo contrario, aquí esta la receta que proponía en su día la Marquesa de Parabere, una referencia clásica donde las haya de nuestros recetarios, sobre los mejillones a la marinera… en donde el tomate tiene una importante presencia.

Mejillones marinera parabere

Ya nos contarás tu opinión en los comentarios.

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Mi agradecimiento a Carlos, mi hermano; y Javier, mi primo… fantásticos cocineros y gourmets, con un par.

Es tiempo de solanáceas y por tanto temporada de pimientos

SolanaceasLa familia botánica Solanaceae aglutina una cantidad importante de especies que ofrecen un interés (y qué interés) alimentario. Aunque no te lo parezca, tanto tomates, como pimientos, patatas y berenjenas pertenecen a esta suculenta familia que en esta época del año nos ofrece sus mejores frutos. Y hablo de frutos porque en la mayor parte de las especies es precisamente este órgano el que termina en nuestro plato con la excepción hecha de la patata de la que nos comemos el tubérculo (no el fruto de la planta) es decir, el engrosamiento del tallo que se realiza por debajo de la superficie del suelo y que, resumiendo mucho, tiene la finalidad de almacenar nutrientes de reserva.

Sin hacer de menos, solo faltaría, las otras solanáceas me gustaría romper una docena de lanzas para hablar de los pimientos, en general de los verdes y más en concreto de las variedades más pequeñas que en esta época del año se nos presentan en su mejor momento y por los que, al menos en mi casa sentimos una especial debilidad. Me refiero a todos esos pimientos que acogidos de forma típica a una denominación de origen o a una indicación geográfica protegida (la mayor parte de ellas en Galicia salvo una en el País Vasco) nos ofrecen los típicos pimientos pequeñitos para consumirlos frescos, lo más habitual una vez fritos.

Aunque mucha gente los conoce y llama a todos por un igual, pimientos de Padrón, ya estén acogidos a una determinada Denominación de Origen o Indicación Geográfica Protegidas o a ninguna, es preciso aclarar que esta forma genérica de nombrarlos no es del todo correcta. En líneas generales por un lado están los pimientos de este tipo sin padre ni madre (sin DOP o IGP) que no es preciso hacerlos de menos (ni mucho menos); y por el otro están los que tienen un sello de calidad y que se comercializan solo en épocas concretas del año (como esta) y que creo merecen una especial atención. Me refiero en concreto a:

Pimientos de padrón

La mayor parte de ellos hacen destacar entre sus características su escasa cuando no nula pungencia o picor, fruto de una cuidada selección de aquellas variedades con el mencionado rasgo. De todas formas hay que mencionar que cuando más extremada es su recolección acercándose a su límite último, normalmente a finales del verano principio del otoño, más probable es encontrase con algún ejemplar “picoso”.

Y si no que se lo digan a mi hija Carolina de 5 años que una de sus descolocadoras expresiones cuando el otro día nos recreábamos con unos genuinos pimientos de Herbón y sentenció en voz alta:

Yo ya he probado la ira del pimiento… ¿y vosotros?” mientras acto seguido y tras un vaso de agua y un chusco de pan para refrescarse el gaznate, se aplicaba a coger uno más.

Extraña expresión en una niña de 5 años que, sinceramente, no sé de dónde habrá sacado y que pone de relieve su asombrosa imaginación para establecer típicas asociaciones, amén de su buen gusto en la mesa.

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Imágenes: Juan Revenga @juan_revenga

Barbacoas y cáncer: ¿cuánto hay de cierto?

Barbacoa

El verano es uno de los momentos del año en el que más barbacoas y alimentos preparados a la brasa se suelen hacer. No obstante sobre esta particular forma de preparar los alimentos descansa una metafórica espada de Damocles al respecto del riesgo que tiene su consumo en relación con el aumento del cáncer. Los elementos que principalmente se encuentran detrás de esta posible relación tienen nombre y apellidos y se llaman: aminas heterocíclicas e hidrocarburos aromáticos policíclicos.

¿Qué son las aminas heterocíclicas y los hidrocarburos aromáticos policíclicos?

Se trata de dos familias de compuestos químicos que se forman con especial facilidad cuando se exponen las proteínas de no importa qué alimento, aunque lo más probable es la de aquellos típicamente proteicos (carnes y pescados de cualquier tipo) a altas temperaturas, en especial por tanto cuando se cocina a la plancha, a la brasa o directamente sobre la llama. Su formación depende por tanto de la forma de cocinar, del tipo de alimento que en cada momento empleamos, del tiempo y de la temperatura alcanzadas.

¿Por qué se dice que son cancerígenos?

En esencia porque en modelos animales su consumo se ha asociado a diversos efectos adversos para la salud, en concreto promoviendo daños en el material genético y por consiguiente aumentando el riesgo de desarrollar un cáncer. Tal es así que la mayor parte de colectivos sanitarios recomiendan disminuir en lo posible su exposición. No obstante, también parece más o menos claro que hay una cierta susceptibilidad interpersonal en la forma que estas sustancias pueden afectarnos que depende de diversas variantes genéticas (vuelta otra vez a la nutrigenética y nutrigenómica).

Sin embargo, a partir de los estudios poblacionales no se ha terminado por establecer una conexión definitiva entre la exposición a aminas heterocíclicas y a hidrocarburos aromáticos policíclicos presentes en los alimentos cocinados a la brasa y el cáncer en los seres humanos. De todas formas, otros estudios más detallados en los que se ha previsto la participación de diversos elementos confusores que pudieran alterar los resultados finales han encontrado que un consumo elevado de carnes asadas, fritas o a la barbacoa estaba asociado a un mayor riesgo de padecer distintos tipo de cáncer, más en concreto de colon, páncreas y próstata.

¿Cómo se puede prevenir la presencia de estas sustancias en los alimentos?

Según este interesante artículo reducir la formación de este tipo de sustancias se podría lograr:

  • Evitando exponer la carne directamente a la llama, la brasa o a una superficie caliente de metal, además de reduciendo el tiempo de los alimentos en esas circunstancias.
  • Dando vueltas a los alimentos de forma continua sobre la fuente de calor, en contraposición a dejar el alimento sobre dicha fuente de calor sin voltearla con frecuencia.
  • Eliminando antes de comer aquellas partes del alimento carbonizadas y ennegrecidas.
  • Adobando la carne con marinadas ricas en elementos antioxidantes tales como hierbas aromáticas, especias y algunas bebidas fermentadas (vino y cerveza de forma típica). Algunas investigaciones apuntan a que este tipo de recursos culinarios reducirían la formación de estas sustancias.

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Imagen: tiverylucky vía freedigitalphotos.net

Sales sin sodio (y con poco “salero”): ¿para hipertensos?

sal a paladasEn no pocas ocasiones se relaciona la hipertensión o el aumento de su riesgo con el consumo de una cantidad de sodio importante en la dieta. Sin embargo, sobre el papel del sodio en la hipertensión planean no pocas controversias al respecto de la cuantificación es esa relación. A priori, parece que hay personas cuya hipertensión es más “sodio dependiente” que en otras. En las primeras, una reducción de este elemento en la dieta podría aportar un beneficio considerable, sin embargo, en las otras, no tanto. No faltan datos para apoyar esta posibilidad afirmando que tan apenas un tercio de los pacientes hipertensos se podrían beneficiar de una dieta hiposódica, frente a los dos tercios restantes que no verían modificada dicha hipertensión por la mencionada reducción de sodio. De hecho las actuales perspectivas apuntan más hacia un balance entre el exceso de sodio y el déficit de potasio, ambos juntos, como una situación de incremento del riesgo, más que al propio exceso de sodio.

Sea como fuere, la mayor parte de los más recientes consensos terminan concluyendo que en nuestro actual patrón dietético terminamos por introducir una cantidad considerablemente alta de sodio en nuestra dieta y que sin ser necesaria una drástica restricción, conviene reducir su consumo dado, como digo, nuestros actuales hábitos.

Gran parte del problema, ya te lo conté en esta entrada, es que en cierta medida las fuentes dietéticas de sodio en nuestra dieta escapan a nuestro control directo. Esto es así debido a su vez a las (malas) elecciones alimentarias que caracterizan el actual patrón de consumo de alimentos, cuajadas en exceso de alimentos procesados que incorporan a su vez una cantidad de sodio elevada a partir de sus ingredientes.

Sin embargo, otro de los puntos típicos para controlar la cantidad de sodio en la dieta lo encontramos en manos del propio consumidor cuando se dispone a preparar o ingerir los alimentos, mediante el uso del salero. Para ellos, desde hace no poco tiempo existen una serie de “sustitutos” o “sucedáneos” de la sal de mesa en los que la cantidad de sodio se ha reducido de forma más o menos considerable.

La presentación más habitual consiste en sustituir parte del cloruro sódico (compuesto que caracteriza el 99% del 99% de la mayoría de las sales típicas sea cual sea su denominación) por cloruro potásico… otra “sal” que sustituye sodio por potasio. Miel sobre hojuelas que diría aquel… quitamos sodio y ponemos potasio, el primero baja y el segundo sube. De hecho algunos estudios han mostrado una disminución de la mortalidad causada por las enfermedades cardiovasculares cuando se sustituyó la sal de mesa común por sal enriquecida en potasio… ¿se trataba de eso, no? Pues sí, pero no.

Se trata de un “sí” con tres matices a tener en cuenta

  • Por un lado, el cloruro potásico no “sala” tanto los alimentos en el sentido que el comensal está esperando que lo haga, o al menos no tanto como el cloruro sódico (la sal de toda la vida). Así pues, la mayor parte de los preparados que se venden como “sustitutos de la sal” sustituyen una cantidad más o menos importante de cloruro sódico con cloruro potásico (u otras sales… de calcio, magnesio, etc.). Parte del problema es que estas sales no salan tanto como la propia sal de mesa y por tanto, para la misma cantidad, para el mismo gesto (el de agitar el salero encima del plato) el resultado no es el mismo. Así, el usuario tiende a echar más cantidad de este sustituto que de la propia sal de mesa hasta que obtiene un resultado similar al paladar. Una especie de “para este viaje no hacían falta alforjas”.
  • Por otro lado, está la cuestión de su uso en la cocina, antes que en la propia mesa, sabiendo que el uso del cloruro de potasio deja un importante retrogusto amargo cuando se calienta… un hecho que acompaña a la mayor parte de preparaciones culinarias.
  • Y por último, es preciso tener en cuenta cada caso en particular a la hora de incrementar de forma significativa el potasio en la dieta a partir de este tipo de estrategias. Hay pacientes que bien por su particular fisiopatología, bien por el tipo de fármacos que usan, deben observar una especial atención a la cantidad de potasio que incorporan con su alimentación. Así, siendo imprescindible la consulta con el médico, a la hora de tomar este tipo de decisiones, deberían prestar especial atención aquellas personas con diabetes, aquellos con algún tipo de alteración renal, los que padezcan obstrucción o dificultad en el flujo urinario, así como los usuarios de diuréticos (que propician una retención del potasio) o de inhibidores de la enzima conversora de angiotensina.

En resumen

Si bien el uso de sustitutos de la sal de mesa podría ser de utilidad para determinadas personas, su empleo debiera estar circunscrito a un adecuado asesoramiento previo por parte de un profesional de la salud cualificado: siempre teniendo en cuenta las posibles circunstancias del paciente; la posible influencia de un tratamiento farmacológico… y sobre todo no sin antes haber gestionado un cambio en los patrones dietéticos en el que primen los alimentos menos procesados, más “naturales” frente a los más procesados, con especial presencia de aquellos de origen vegetal fresco.

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Imagen:  zole4 vía freedigitalphotos.net

Foodinterest: una aplicación para foodies, cocinillas, gourmets y gourmands en tu móvil, PC y tablet

FoodinterestHace poco tiempo que vio la luz Foodinterest, una nueva red social especialmente dirigida hacia ese particular concepto de personas denominadas foodies cuya naturaleza, a veces controvertida, abordé en esta entrada. En este caso la red social en cuestión no hace mayores distingos sobre este tipo de perfiles y destaca por su posicionamiento hacia todo aquello que redunda en el comer (dentro y fuera de casa), desde el tema de las consabidas recetas, hasta la crítica de establecimientos en los que hayamos tenido la fortuna (o condena) de conocer. Así pues, ofrece una experiencia en su uso completamente diferente e innovadora al estar totalmente centrada en las cuestiones del buen yantar. Los usuarios podrán descubrir, compartir y hacer partícipes a sus seguidores de aquellos restaurantes, productos y recetas que consideren, tamizando sus aportaciones en virtud de su idoneidad y preferencias gastronómicas.

Según la nota de prensa de sus promotores, una de las principales virtudes de esta aplicación reside en ofrecer la localización de restaurantes y establecimientos hosteleros en cualquier parte de España, pudiendo etiquetar, por ejemplo sus servicios en base a su precio. De esta manera, el usuario y potencial comensal puede saber de antemano qué platos existen en cada restaurante, su precio y las opiniones del resto de usuarios que hayan acudido a ese establecimiento.

También los “cocineros del día a día” (ellos y ellas) tienen cabida pudiendo compartir sus recetas favoritas en esta comunidad. En el apartado de recetas se encuentra la opción de cambiar el número de comensales para obtener automáticamente las cantidades actualizadas de los ingredientes. Una funcionalidad muy interesante para singles, parejas o, todo lo contrario, grandes grupos de personas. Las recetas cuentan con un “temporizador” que avisa cuando finaliza cada paso, con lo que no hay necesidad de estar pendiente y, además, permite a los más implicados confirmar que la receta está correcta y añadir sus aportaciones en cada uno de los pasos.

La aplicación para dispositivos móviles y tablets de Foodinterest ya está disponible en la app store (y próximamente lo estará en Google Play). Con ella, el usuario podrá disfrutar de más funcionalidades que en la web, tales como etiquetar platos de restaurantes por ubicación y escanear los códigos de barras de sus productos de alimentación favoritos para acceder a la información, promociones y recetas de los mismos.

Lo cierto es que no se trata de una red social al uso y por eso quizá le está costando en cierta medida despegar; ahora bien, no será sino con el interés de los potenciales interesados en estas cuestiones cuando empiece, espero que pronto a coger más brío. De momento, si la pruebas y te gusta este es mi perfil en ella para que le eches un vistazo

Dicho lo dicho, las (presuntas) diferencias entre gourmets y gourmads las dejaremos para otro día, o para un debate dentro de la propia Foodinterest… aunque si queréis podéis ir abriendo el debate en los comentarios a partir de ya.

 

Picante en la comida, una cuestión de tolerancia, escalas y gustos

Guindillas rojas

Tengo una compañera en la universidad, Esther, que presenta una curiosa tolerancia al picante. Tolerancia por decir algo, porque la verdad es que le da igual si lo que come pica o no, por picante que esté. Lo cierto es que ella no nota nada… nunca. Y cuando digo “nada” me refiero a nada de nada. Y no es que vaya de valiente y sufridora con el picante… en realidad se da cuenta de que algo pica porque ve a los demás llorar, sudar y ponerse rojos con aquello que están comiendo. Es decir, no es que tolere el picante, es que en realidad ni se entera. Es como si fuese “ciega” a la sensación picante. Ya te digo que es algo raro que he tratado de investigar por mi cuenta y sobre lo que no he hallado explicación alguna.

Sea como fuere en el mundo hay, con respecto al picante, dos grandes grupos: a los que les encanta y los que no lo toleran y que a poco que se presente manifiestan su desagrado. A título particular, yo soy de los primeros, me gusta el picante. Y en líneas generales en casa todos mostramos este gusto por lo picante, incluidas las niñas. Nos encantan los platos aderezados con pimientas (varias, las que de cada tipo se tercie en cada plato), pimentón picante, cayena, mostazas varias (nuestra colección de mostazas es francamente importante) así como los pimientos de Herbón, las guindillas (encurtidas o frescas) wasabi, etcétera.

Ahora bien no nos vale el picante “porque sí” si no como un elemento que aporta su gracia particular, hasta que empieza a hacerse insoportable… es decir, sobrepasado un punto en el que al picante, haciéndose doloroso, le pueden “dar por ahí”… También reconozco que entre los de casa yo soy al que más le va.

Existen culturas en las que el picante está tan arraigado en el comer (lo que sea) en las que no se entiende comida o preparación alguna sin que esta pique en mayor o menor medida. Una de ellas la mejicana. Hasta el punto que una amiga que tengo con este origen se refiere a la comida no picante como “sosa”… es decir, no dice que algo no pica, sino que se refiere a que esa comida está sosa. Como ves, un elemento más que pone de relieve la importancia de los hábitos alimentos y nos ofrece una perspectiva de hasta qué punto este tipo de detalles condicionan nuestro bienestar o placer a la hora de comer.

Pimientos scovilleEl picante, además, también tiene su escala. No podía ser de otra forma en un mundo tan jerarquizado y ordenado como en el que nos hallamos. Así, una de las primeras escalas que se lanzó a categorizar el grado de picor (o de pungencia) de un alimento (y también de lo que no lo es) se denomina test de Scoville. Esta prueba obtiene su nombre de Wilbur Scoville, químico estadounidense que a principios de siglo XX ideó un test a partir de un panel de cata con el que establecer una gradación en el picor. Se le achaca el ser demasiado subjetivo, ya que como es fácil de comprender, dependerá de la tolerancia de ese panel de cata a la hora de emitir su juicio. No obstante, con estos criterios se ha establecido una escala más o menos admitida que atribuye un grado de picor a distintos alimentos y especias… y lo que no lo son, ya que por ejemplo el “gas pimineta” o aerosol animotines o antivioladores, también recibe un valor en esa escala (hay que saber que la base de esta clase de aerosoles es la misma sustancia, la capsaicina, solo que mucho más concentrada, que en los alimentos nos produce esa sensación de picor). Así según la escala de Scoville el pimiento más picante del mundo es el “Trinidad Scorpion Butch T” por encima de los chiles habaneros.

Sin embargo, dejando atrás pruebas subjetivas, aun utilizadas pero con un amplio margen de error, existen otras mediciones más objetivas para determinar el nivel de picor en los alimentos. La más utilizada en la actualidad por su objetividad es el método Gillett basado ya no en la sensibilidad humana sino en la objetividad de las máquinas. Más en concreto, se utiliza la cromatografía líquida de alta resolución (HPLC) con el fin de determinar químicamente la presencia de aquellos elementos que aportan picor, clásicamente la capsaicina y todas sus variantes. Se trata, como se puede sospechar fácilmente de un método mucho más objetivo con un margen de error mucho menor. Aunque luego, claro está, con independencia del valor arrojado de un alimento en el método Gillett, habrá que considerar la susceptibilidad interpersonal ante un mismo grado de picor sea como sea que se haya obtenido el dato.

Para acabar, lo pregunto en serio, si alguien tiene algún tipo de orientación acerca de la curiosa insensibilidad de mi amiga Esther al picante (al picante de cojones, ya te adelanto) se agradecerían las sugerencias. Como dato extra (me resisto a creer que no esté relacionado lo uno con lo otro) creo interesante el hacer saber que además esta amiga tiene una especial insensibilidad a las quemaduras. Bueno, quemar se quema cuando coge un objeto extremadamente caliente, pero no se entera hasta que le sale la ampolla claro.

Y hablando de curiosidades, ya que estamos, yo sudo con el picante… ya digo que no me importa e incluso que me gusta. Pero mi forma de sudar se me antoja curiosa (y no la comparto con nadie, al menos de casa): sudo solo por la cabeza (la zona del cuero cabelludo y bajo los ojos, en las mejillas), pero en el resto del cuerpo nada de nada… ¿a alguien le pasa?

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Imagen:  paytai vía freedigitalphotos.net y  WhisperToMe vía Wikimedia Commons

Guía básica para reducir la ingesta de sodio (sal) y alternativas

Salero (2)Tal y como te comentaba en esta entrada, la mayor parte del sodio que ingiere el ciudadano medio con los alimentos no la ha puesto él sino que está ya presente en las elecciones alimentarias que hace. Es más, apenas el 20% de la sal ingerida es incorporada libremente por el usuario. Este es un tema tan flagrante y conocido que la reducción de sodio en los alimentos procesados es uno de los objetivos prioritarios de la industria alimentaria.

El exceso de sodio en la dieta se ha relacionado con el aumento del riesgo de hipertensión arterial y favorecer la retención de líquidos. Por eso, más allá de lo que los distintos productores de alimentos establezcan dejo aquí una guía elemental para reducir la presencia de sodio en nuestra alimentación cotidiana y ofrecer al mismo tiempo unas alternativas válidas.

En líneas generales

  • Reducir la presencia de sal presente en nuestro entorno tanto en saleros de cocina como en los de mesa.
  • Ni la «sal marina» ni otras sales “exóticas” (tipo «del Himalaya», o la que sea) son en ningún caso mejor opción para el tema que nos ocupa que cualquier otro tipo de sal al uso. Te lo conté en esta entrada.
  • Como primera elección en la compra de alimentos, optar por los menos procesados. La mayor parte de ingredientes frescos son “naturalmente” bajos en sodio.
  • Al hacer la compra de alimentos procesados prestar atención al etiquetado. Un producto con un “contenido reducido de sodio” es aquel que aporta menos de 0,04g de sodio, o el valor equivalente de sal (0,1g de sal), por 100g o por 100 ml. En cuanto a los alimentos etiquetados “sin sodio” o “sin sal” aludirá a aquellos con una cantidad máxima de sodio de 0,005g, o su equivalente en sal, es decir, no más de 0,0125g.
  • Hay no pocos aditivos alimentarios que contienen sodio, el principal entre otros el glutamato monosódico. Lee las etiquetas y contrasta su presencia.
  • Existen sustitutos de la sal de mesa consistentes en la inclusión de cloruro potásico en diferentes porcentajes. Su uso debería ser comunicado al médico ya que existen condiciones concretas que hacen inadecuado su uso como sustituto (dedicaré próximamente un post a este tema)
  • Algunos medicamentos constituyen una fuente importante de sodio, en especial muchos que son efervescentes.

Carnes, aves, pescado, legumbres, huevos y frutos secos

  • Son altos en sodio: Los alimentos de este origen ahumados, curados, salados (evidentemente) o en conserva, los productos rebozados y congelados, los frutos secos salvo que sean naturales y los platos preparados con estos ingredientes entre ellos los potajes de legumbres.
  • Alternativas: Cualquier carne o pescado fresco, los huevos frescos y sus sustitutos (huevina), las legumbres “naturales” y los frutos secos al natural.

Productos lácteos

  • Son altos en sodio: Por lo general la mayor parte de todos los quesos, los que son “para untar” y el requesón.
  • Alternativas: la leche, el yogurt, los helados (en general), los quesos en los que se especifique “bajos en sodio” y en particular habitualmente el queso ricotta y la mozzarella.

Alimentos típicamente ricos en hidratos de carbono

  • Son altos en sodio: el pan, los panes congelados, la harina que se comercializa con levadura, en general las galletas (aunque no sean “saladas”, que también, claro), la pizza, los platos preparados con base de arroz, pasta, patata etcétera, la pasta rellena lista para su cocción (tortellini, ravioli…) los gnocchi de patata preparados. Algunas conservas de frutas (contrastar la etiqueta)
  • Alternativas: El pan sin sal, arroz y pasta “al natural”.

Verduras, hortalizas y frutas

  • Son altos en sodio: Verduras enlatadas, purés de verduras (salvo que afirmen lo o contrario) los encurtidos, entre ellos también el chucrut, platos preparados que incluyan verduras u hortalizas, salsas industriales de no importa qué origen, como la propia salsa de tomate, el kétchup, mayonesas y similares, mostazas…
  • Alternativas: Las verduras frescas o congeladas “al natural”, patatas frescas, patatas fritas congeladas y el puré de patatas instantáneo, fruta fresca, congelada y desecada, los zumos de fruta (contrastar la etiqueta, a veces se encuentra uno con sorpresas).

Sopas, puré y cremas

  • Son altos en sodio: Las sopas envasadas, deshidratadas o en polvo, los caldos con idéntico origen, las sopas con pasta, arroz, en polvo para reconstituir, los concentrados de caldo…
  • Alternativas: Sopas y preparados caseros (sin sal añadida, claro), cualquiera de los elementos arriba señalados en cuyo etiquetado se manifieste ser bajos en sodio o sal.

Miscelánea

  • Son altos en sodio: La salsa de soja, mantequilla y margarina, flanes y postres preparados o listos para su reconstitución.
  • Alternativas: Los aceites vegetales “naturales”, vinagre, la mantequilla y la margarina sin sal.

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Imagen: Carlos Porto vía freedigitalphotos.net

¡Es tiempo de cucurbitáceas!

Melón sandía

Hace ya días que no dedicaba un post a eso de alabar las virtudes de un alimento concreto o la de su familia. Y digo bien lo de su Familia, desde el punto de vista botánico (Cucurbitaceae), ya que esta acoge a un importante número de productos suculentos, sabrosos y turgentes que precisamente en este momento del año alcanzan su máximo esplendor.

En gran medida esta entrada está dedicada a la espectacular sandía de más de 5 kilos de la que la pasada semana dimos buena cuenta en familia… creo que sin lugar a dudas puedo decir que fue la mejor sandía que he probado nunca. Así que va por ella.

La familia bien, gracias

Son varias las especies de frutas y hortalizas que tienen un lugar destacado y habitual en nuestras mesas, o deberían tenerlo. Sin lugar a dudas entre las frutas destacan la sandía ya mencionada y el melón, y entre esas hortalizas, el calabacín, las calabazas (tanto de invierno como de verano) y el pepino. Cuando nos comemos cualquiera de estos alimentos, damos cuenta de sus frutos del tipo baya o “bayas modificadas” (o pepónide) que son más típicos en aquellas especies con interés alimentario.

Desde el punto de vista gastronómico se prestan a innumerables presentaciones. De todas formas y en el caso de las frutas, creo que ya conoces mi opinión, soy especialmente partidario de aprovecharlas directamente, “sin distracciones”, se trata de tener más o menos suerte en su elección (cuando están cerradas) y aplicarse a ellas, sin más. Sin tonterías. Ya te digo que es mi opinión. Sin embargo, hay que reconocer la existencia de un plato tradicional y sencillo donde los haya que es todo un clásico del verano, me refiero al melón con jamón. Tengo una conocida que a la hora de comer se alimenta todos los días de verano de melón con jamón, y no exagero ni un solo día. Yo sin embargo, soy más de… jamón por un lado y melón por otro, en especial cuando estos son especialmente famosos. Ahora, sobre gustos no hay nada escrito. Algunos recetarios más modernos incluyen cualquiera de estas frutas en entrantes y platos principales… en mi opinión y sobre el papel (sin haberlos probado) un poco a la fuerza. En este enlace tienes unas cuantas y además en el siempre recomendable blog “Directo al paladar” se pueden encontrar no poca inspiración con estas frutas como ingredientes.

En el caso de las hortalizas de esta familia el abanico culinario literalmente se desparrama. Desde preparaciones en caliente a modo de guarnición, en brocheta, al horno, salteados; en cremas, purés y púdines, tanto fríos como calientes… por no hablar de la posibilidad de preparar una de mis debilidades, la refrescante salsa tzatziki de origen griego, elaborada con yogur y pepino y perfecta alternativa a la sempiterna (y para mi cansina y empalagosa) salsa barbacoa cuando se preparan platos diversos a la brasa. Aquí tienes una receta de este agradable acompañamiento.

No sé a qué esperas, yo en tu lugar correría al mercado más cercano y me dispondría a disfrutar de este maravilloso bodegón de verano que nos ofrece la famila Cucurbitaceae. Los recetarios vienen bien de vez en cuando, pero tampoco son indispensables… máxime cuando el producto está tan en su punto como lo están ahora… ¿quién se puede resistir a un fresquito plato de pepino aliñado con un buen aceite de oliva virgen extra y una pizca de sal justo después de volver de darse una vuelta en bici, o de correr o simplemente después de un día caluroso?

De todas formas, si tienes alguna receta con estos alimentos y te gustaría compartirla, tienes los comentarios a tu entera disposición.

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Imagen:  rakratchada torsap freedigitalphotos.net

La contagiosidad de los buenos hábitos de vida

IMG-20120811-00114¿Las personas que comen bien tendrán una mayor facilidad para seguir un mejor patrón de actividad física? y, a la inversa ¿aquellos que tienen un patrón de vida más activo terminarán comiendo mejor más fácilmente?

Pues sí, la cualidad de lo contagioso también se puede aplicar, afortunadamente, a los buenos hábitos. No todas las noticias han de ser malas, y esta mola. Y mucho.

Esta cuestión salió a colación el otro día en mondo Twitter entre algunas personas que prestamos especial atención a estas cuestiones más en concreto, dejando a un lado lo profesional, cuando afecta a nuestro círculo más cercano, léase, a nuestra familia.

Calla, que ahora que caigo, la conexión no es tanto entre hacer deporte y tener una buena alimentación, sino entre la primera y cocinar ya que todo partía de este post de mi vecino Luis Arribas ‏@_spanjaard. Bueno, ya que me he liado, vamos a sacar punta a la primera de las relaciones.

Comer bien y mantenerse activo ¿están relacionados?

Pues parece que sí a tenor de estos dos estudios. En el primero Is healthy behavior contagious: associations of social norms with physical activity and healthy eating (¿Es contagioso el comportamiento saludable?: asociaciones entre los hábitos saludables de alimentación y de actividad física) se obtuvo como resultado que los buenos hábitos en un terreno u otro predecían en cierta medida los buenos hábitos en el otro.

Por su parte, y más en nuestro entorno, este estudio realizado entre jóvenes de la CCAA de Madrid The effects of physical activity on dietary habits in young adults from Madrid (Impacto de la actividad física en los hábitos dietéticos entre adultos jóvenes de Madrid) observó en sus conclusiones que aquellas personas que se mantienen activas siguen al mismo tiempo un patrón dietético más saludable, y mantienen un peso más adecuado.

Y el contrario es válido igualmente; al aparecer también hay una mayor asociación entre aquellos estilos de vida sedentarios y unos inadecuados hábitos dietéticos. Tal cual se pone de relieve en esta revisión sistemática Sedentary behavior and dietary intake in children, adolescents, and adults. A systematic review (Comportamiento sedentario e ingesta dietética en niños, adolescentes y adultos. Una revisión sistemática)

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Dando un paso al frente ahora toca relacionar si el comer mejor implica hacer un mayor uso de la cocina, pero eso, ya lo sabes quedó bastante claro en esta otra entrada.

La verdad no sé cuál es el orden de los acontecimiento o si hay un determinado orden: como mejor luego me muevo más; me muevo más luego como mejor o… da igual. Incluso si para comer mejor hay que cocinar o es el cocinar lo que nos lleva a comer mejor. Da igual, al menos a mí. El caso es que cualquiera de estas cuestiones parece estar relacionada con las demás. Y eso es algo positivo se mire por donde se mire.

Así pues, ánimo. Emprende de forma racional los cambios que en principio te son factibles, una cosa te facilitará el camino a la siguiente. También déjate contagiar por los buenos hábitos (sobre el moverte y la dieta) de aquellos que ya tienen más camino recorrido que tú y, al mismo tiempo, cuando lo consigas, has de saber que tus cambios (los positivos) también pueden ser una influencia (positiva) para todos aquellos que te rodean. Algo muy importante cuando se trata, por ejemplo, de nuestros hijos.

No te olvides que, en sentido contrario, con unos malos hábitos, sean los que sean, tú también puedes ser una mala influencia para los que te rodean.

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