"Hasta la victoria, a veces". Roberto Fontanarrosa

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Un cambio de página en Paraguay

La victoria de Fernando Lugo en Paraguay es significativa por varias razones. La primera, porque pone fin a 61 años de hegemonía del llamado «Partido Colorado».

Aunque la mayor parte de ese período transcurrió bajo la nefasta dictadura de Alfredo Stroessner, que subió al poder mediante un golpe de Estado en 1954, el Partido Colorado conservó el poder político incluso con la caída del régimen, en 1989.

La segunda, porque ahora la totalidad de países que integran el Mercosur tendrán -cada uno con sus matices, claro- gobiernos de izquierda: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, así como también los que gozan de estatus de «países asociados» como Chile y Bolivia y la propia Venezuela, cuyo ingreso debe de ser todavía aprobado por el senado brasileño.

En este escenario, quizás la victoria de Lugo despierte la atención de los vecinos del Paraguay. Lo cierto es que tanto la Argentina como Brasil y otros países de la zona han vivido de espaldas al pequeño país sudamericano.

Desde mediados del siglo XIX con la Guerra de la Triple Alianza en la que Brasil, Argentina y Uruguay prácticamente destrozaron ese país y salvo contadas excepciones, Paraguay no ha jugado un rol activo en el Continente. Desde esas fechas hasta ahora, Paraguay profundizó su atraso económico político y cultural.

El país que recibe Lugo es -junto con Bolivia- el más pobre de América del Sur, lo que ya es mucho decir. En rigor, Lugo se enfrentará con un similar al que recibió Evo Morales: un país rico en recursos naturales pero con aparato clientelista y corrupto que lleva décadas dejando los recursos de todos en manos de unos pocos.

Lugo propone, entre otras cosas, reformar el país con un cambio en la distribución de la tierra. A Lugo, que era obispo en una de las zonas más pobres del Paraguay, se lo considera partidario de la teología de la liberación.

Para colmo y en parte gracias a que la Argentina y Brasil le dieron la espalda, Paraguay es hasta ahora uno de los pocos «aliados» que Estados Unidos tiene en la región.

Esas buenas relaciones se plasmaron en la base aérea de Mariscal Estigarribia, una zona liberada para tropas americanas con inmunidad militar que puede albergar 20.000 tropas y cuya infraestructura es incluso superior a la del propio aeropuerto de Asunción, la capital Paraguaya.

Votantes españoles en América Latina

Me cuenta un amigo (no sólo me cuenta, también saca fotos y me las envía), que en Buenos Aires hay varios carteles pidiendo el voto para el PSOE. Hasta hora -me dice-, no vio ninguno del PP. (A mi amigo la compaña electoral española no le importa en absoluto, y la verdad es que no sé porque se acuerda de mí cuando ve estas cosas. Pero yo se lo agradezco.)

Para los que visitaron alguna vez Buenos Aires, los carteles están pegados, en su mayoría, en Avenida de Mayo y la avenida 9 de Julio. También hay vallas en buses.

Si se miran los números, la cosa toma un poco más de color. En la Argentina viven, según el último censo electoral 260.000 españoles con derecho a voto. Esto ubica a la Argentina en posición de «provincia número 40» en número de votantes (entre Ourense y La Rioja).

En total, 1.200.000 españoles residentes en el extranjero podrán votar el 9 de marzo. Los 260.000 de la Argentina es una cifra altísima si se lo compara con otros países: hay 160.010 en Francia, 121.865, en Venezuela, 65.000 en Brasil y 46.700 en México.

También se da el fenómeno inverso. Otro amigo me comentaba que Madrid es la tercera ciudad con más ecuatorianos, por detrás de Quito y Guayaquil.

No es fácil acostumbrarse a algunas costumbres

Por las dudas de que gane el PP y me exija eso de adaptarme a las costumbres, yo estoy empezando a adoptar el manual ilustrado del español medio. Y como el español no se enoja, sino que «está hasta la polla», empiezo estando hasta la polla. En concreto, de la propia campaña electoral.

Es una campaña sosa, sin argumentos, con promesas inverosímiles (me juego la cabeza a que gane quien gane, vendrá un ajuste). Pero sobre todas las cosas, lo que me molesta es el manoseo que se le da al tema de la inmigración. Y como el español no se cansa, sino que «está hasta los cojones», yo os digo que estoy hasta los cojones de que se utilice a los inmigrantes -la mayoría pagan impuestos, pero no pueden votar- para conseguir un voto.

Supongo que será parte del plan: ganar las elecciones, anunciar un ajuste económico y culpar, como no, a los inmigrantes. Y eso es lo que más me jode, por que al español no le molestan las cosas, las cosas «le joden un huevo». Aunque no pueda evitar que a medida que avanza la campaña electoral me sienta un poco más inmigrante y menos español.

La Argentina durante la era Kirchner. (Ahora es el turno de su mujer)

Resumen para perezosos: durante el primer gobierno de los Kirchner, la Argentina ha vivido un período complicado, en el que el gobierno fue protagonista de grandes aciertos económicos y de desmesuras evidentes en lo institucional. Ahora le toca a su mujer.


Se va Néstor y viene Cristina. Se va Kirchner y entra Fernández de Kirchner. La Argentina sigue haciendo esfuerzos para mostrarse al mundo como un país dónde todo puede pasar.

Argentina estrena presidenta y teniendo en cuenta la agitada vida política y social de ese país, se puede decir que será la transición más «tranquila» de los últimos 50 años. Néstor Kirchner deja el poder en manos de su esposa, Cristina, que fue electa en las urnas en primera vuelta y por un amplio margen frente a sus competidores.

Durante el gobierno de Kirchner, el país ha sufrido una verdadera transformación, para lo bueno y también para lo malo.

Para lo bueno están las cifras de la economía: la Argentina pasó de una tasa de paro de más del 20 por ciento en 2003 a menos del 8 actual. El mismo país que había sufrido una caída tremebunda en términos de ingresos por habitante lleva 5 años creciendo al 9 por ciento anual (17 trimestres seguidos de crecimiento es algo que ocurre por primera vez en la historia moderna del país).

Además, la Hacienda argentina ha conseguido recaudar como nadie y permitió timonear las cuentas públicas con superávit fiscal permanente durante 5 años. El nivel de exportaciones, también fue record.

Hay quienes sostienen que el éxito económico se produjo gracias al contexto internacional favorable y que gran parte de las medidas del gobierno son insostenibles a largo plazo, «pan para hoy, hambre para mañana», aseguran.

Por otro lado, Kirchner deja un buen número de cuentas pendientes con la sociedad. Su gestión no ha sido lo que se dice un llamado a la unidad. Todo lo contrario, gobernó con aspereza y muchas veces con intolerancia. Su nulo acercamiento a la oposición y sus constantes diatribas contra la prensa quedarán también en la historia.

El agujero más palpable de su gestión es el poco esfuerzo por mejorar la calidad institucional de un país cuyos 40 millones de habitantes siguen dependiendo de los aciertos o errores que realiza una única persona, su presidente.

Kirchner ha pasado prácticamente del Poder Legislativo. Gobernó montado en una ley de emergencia económica, con superpoderes («los necesito para sacar a Argentina del infierno» aseguraba), y mediante decretos presidenciales que no necesitaban visto bueno de otros poderes.

El propio Senado, dónde ha hecho carrera política Cristina Fernández de Kirchner, ha sesionado sólo 17 veces durante este año.

Ahora llega el tiempo de Cristina, que asumirá el cargo en un país más previsible que el que se encontró su marido durante los primeros días.

Su principal desafío será recomponer la calidad institucional y demostrar que el país está, de una vez por todas, en la senda del crecimiento real y sostenible.

Debería ser capaz de desterrar de una vez y para siempre la idea de que el país atraviesa uno de los ciclos –los argentinos esto los saben bien- que incluyen un período de bonanza que, hasta ahora, siempre terminaba en hecatombe.

Argentina estrena presidenta…

… y algunos medios ya van calentando el ambiente.

El lunes 10 de diciembre Néstor Kirchner cederá el poder a su esposa Cristina Fernández de Kirchner.

La viñeta se publicó en este número de la revista Noticias y sus autores son los brillantes Rudy & Paz.

¿Hasta dónde puede salpicar la derrota de Chávez?

Curioso ejercicio el de leer en los medios las conclusiones del «No» venezolano a la reforma de la constitución.

A toro pasado, no son pocos los que aseguran que la derrota del venezolano se puede leer como un freno al avance del socialismo en la región. Algo de razón no les falta, el entramado político latinoamericano tiene mucho de castillo de naipes y Chávez representa -apoyado en su montaña de petrodólares- los cimientos del cambio.

Los principales afectados serían Bolivia y Ecuador. En ambos países (en Ecuador menos que en Bolivia), los cambios están costando más de lo que originalmente parecía. Eso sí: ni Correa ni Morales ni Chávez han dado por el momento ningún signo palpable de marcha atrás.

Independientemente de lo te gustaría que finalmente suceda ¿Cómo crees que afectará la derrota de Chávez en las urnas al resto de países de la región?

Venezuela en su laberinto

(ACTUALIZADO)

Al final hubo elecciones y Venezuela no desapareció. Sigue ahí. Decirlo ahora parece una tontería, pero al leer las noticias la semana pasada todo indicaba que en Venezuela podría suceder cualquier cosa.

Ahora, tanto el gobierno como la oposición coinciden en que el resultado de la elección será ajustado. Y ambos muestran una cautela de la que no supieron hacer gala hasta ahora.

Con el triunfo del “sí” Venezuela tendría una constitución más socialista y muchísimo más presidencialista. Esto sucede en una región en la que basta seguir la historia para ver que la concentración de poder de los mandatarios nunca se tradujo en buenas noticias para sus ciudadanos.

Según las primeras comunicaciones, el presidente venezolano ha salido para admitir su derrota porque, según sus palabras, «Venezuela no se merece tanta tensión».

Si se tiene en cuenta que Chávez goza con un 60 por ciento de aprobación de la gestión según Latinobarómetro, el triunfo del “No”, daría da lugar a una nueva figura de votante: el chavista que ya no otorga apoyo incondicional a su presidente.

Aún así, la discusión sobre el futuro de Venezuela está llena de lugares comunes, que no ayudan a entender realmente el momento histórico que vive ese país.

Es curioso que una de las cosas que más se le criticó a la propuesta de reforma sea la de darle al presidente la posibilidad de reelección indefinida.

Estas críticas se hacen en España, un país moderno y pujante que no puede ni cambiar, ni ratificar ni remover al Jefe del estado y que permite, -siempre mediante el voto popular-, reelegir indefinidamente a sus políticos. Esto les permitió a varios presidentes de autonomías gobernar por décadas.

¿Acaso algunas comunidades autónomas pueden reelegir en las urnas a sus mandatarios indefinidamente porque son “listos” y los venezolanos no deben, porque son otra cosa? Esta idea -aunque no dicha de este modo-, subyace en la mayoría de los comentarios que se escucharon en los medios los últimos días. Lamentable.

Otra hipérbole repetida estos días era el uso del tristemente célebre «porque no te callas» que le espetó el Rey a Chávez. Varios medios repitieron con descaro que ese era el lema que había adoptado la oposición durante la campaña.

Aunque tanto oposición como gobierno (que llegó a amenazar con la nacionalización de los bancos españoles si el Rey no pedía perdón), intentaron sacar provecho del incidente, lo cierto es que la campaña no pareció pivotar sobre la relación que mantienen Caracas y Madrid.

Si se habla de política exterior, a los venezolanos les preocupa mucho más, como es lógico, la relación con la vecina Colombia y con los EE.UU.

Es la décima elección que se lleva a cabo desde la llegada de Chávez al poder. Como resaltan varios medios locales, lo más importante de las elecciones que se realizaron en Venezuela era la posibilidad de hacerlas y de que no se esté seguro acerca del resultado. Aunque ése no es el único criterio para garantizar la buena salud de la democracia, es uno de los principales.