Será que ni partidarios ni detractores lo terminan de creer (¿Cuba sin Fidel?), y por eso es necesario que lo repita tantas veces. El anuncio del líder cubano de dejar la presidencia no es nuevo. Ya lo había sentenciado en diciembre. La carta que publica hoy en Granma no parece aportar nada nuevo.
La inundación de noticias sobre Fidel en los medios sólo se entiende como un bálsamo ante el vómito informativo de una campaña electoral que se indigesta por lo sosa. Bienvenido sea el respiro.
Guste o no, Fidel ya es el pasado de Cuba. Lo triste es que no sabemos si lo que vendrá será peor. El desembarco de una minoría de exiliados mal llamados «ratas» de Miami sería una catástrofe. Por qué llamarlos «ratas» si los roedores del reino animal, por muy feos que sean, son incapaces de juntar tanto odio, tanto rencor y tanta sed de venganza. La comparación no hace justicia. Como tampoco hace justicia meter a todos los exiliados en la misma bolsa.
Que asuma el poder su hermano Raúl, de 74 años, no garantiza renovación alguna, más bien todo lo contrario. No es bueno que el poder se conserve mediante herencia familiar. Ni en Cuba, ni en ningún otro sitio.
Por otro lado y diga lo que diga, Castro no renuncia al poder para fomentar un recambio. Fidel deja el poder porque se está muriendo. Y se muere dejando su revolución inconclusa. Lo que empezó como una esperanza verdadera de cambio en la región, terminó en un sistema perverso que encarcela periodistas y prohibe a médicos salir del país para visitar a sus familiares.
Su sucesor en la presidencia será anunciado el 24 de febrero, cuando el Parlamento cubano renueve el Consejo de Estado. Ahí Fidel dejará de ser el mandatario con más tiempo en el ejercicio del poder de todo occidente y volveremos, sorprendidos, a preguntarnos: Fidel, ¿Es posible una Cuba sin ti?