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Cuernos de carnero

—Yo soy un hombre de trueques; un hombre de negocios —me dijo con voz ronca y silenciosa, como tratando de apagar su vozarrón para hablar en confidencia. Luego continuó presentándose—: Cambio algo, a cambio de algo. Doy, pero también saco. Soy justo, por supuesto, y por lo tanto mis recompensas no son más que las merecidas. Existo desde el comienzo de la existencia, y le he otorgado reinos e imperios a quienes lo han sabido pagar. Por lo tanto, lo que tú me pides puede ser otorgado con gran facilidad, mas resta saber si estás dispuesto a pagar el precio.
El hombre tenía cuernos de carnero, pero ese detalle no me pareció motivo para desconfiar y después de dudar algunos segundos, me animé a firmar el contrato. Embebí la pluma en tinta y manché el papel con mi nombre y apellido, las únicas dos cosas que me quedaban por perder.

El peso de la vida

Cada una de las personas que habitan sobre este planeta, tienen que cargar con su propio peso, y cuando hablamos de peso, no hablamos únicamente de grasas, carne, músculos, órganos, huesos, sangre y tripas. Cargar con nuestro propio cuerpo es de lo más sencillo y es un trabajo que hacemos sin pensar. Pero el humano lleva consigo, además de kilos, una mochila repleta de preocupaciones y molestias. La espalda se nos dobla con el paso de los años, se nos retuerce ante el casi insoportable peso del pasado, de los problemas, de los impuestos, del trabajo, de las obligaciones. Sobrevivimos, soportando sobre nuestras espaldas el peso de nuestras vidas y lo único capaz de calmar el dolor, lo único que puede hacer que nuestro viaje sea más cómodo y liviano, es deshacernos del equipaje. Algunos olvidan, otros ignoran, otros evaden, otros renuncian, otros se desentienden y muchos otros, simplemente adelgazan.

Una canción de reconquista

Trepa sobre las finas líneas de una clave de sol y dibuja lágrimas sobre la partitura. Piensa en sus ojos negros y los estampa en corcheas; piensa en su espléndida sonrisa, aquella que extraña con locura, y le da un lugar privilegiado en el estribillo. Selecciona los mejores momentos de sus vidas y, estrofa por estrofa, los adorna con metáforas y los encastra en dulces rimas. Escribe con esperanza, tratando de recuperar el verdadero amor de su vida. Finalmente, cuando hace sonar la melodía, las cuerdas de la guitarra parecen llorar de tristeza mientras escuchan su voz arrepentida. Al llegar la noche y con la canción estudiada, se dirige hasta su casa, se para debajo del balcón y se entrega por completo a las palabras que salen de su corazón. El ex novio, curioso y un poco avergonzado, abre la ventana. «Generalmente son los hombres quienes cantan las serenatas», piensa.

La postura simulada

Ignacio era un hombre que tenía la gran capacidad de transformar su propio cuerpo cuando lo necesitaba, y las transformaciones se daban, mayoritariamente, mientras había una mujer presente. Ignacio, poseedor de un don ciertamente extraño, podía inflar el pecho, enderezar la espalda, meter la panza hacia adentro y formar unas marcadas abdominales en cuestión de segundos. Al principio no lograba aguantar la mutación durante mucho tiempo y por lo tanto, pasado los 2 o 3 minutos, le era necesario soltarse. Dejaba que su cuerpo volviera a su estado normal y en ese preciso momento renacían las grasas, se caían sus hombros y se desinflaba su pecho. Aún así, Ignacio continuó entrenando y mejorando su destreza, aguantando cada vez más y más la postura ideal hasta que hoy día, experto en su metamorfosis, sólo suelta la panza de noche, recostado sobre su cama, cuando ya nadie puede ver su verdadera figura.

La tanda publicitaria

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, «No se pierda nuestras increíbles ofertas del mes. Visite nuestro sitio web y aproveche los mejores precios en tecnología: notebooks, netbooks, gigas, cámaras digitales, pixeles y todo lo necesario para ser feliz» rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, «Que la temporada primavera verano no la agarre desprevenida. Haga click aquí y conozca nuestra nueva línea de calzados» con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino.

Las apariencias te engañan

Siempre traté de no juzgar a las personas por su apariencia. Gracias a mi experiencia como presidente de la empresa, aprendí que ciertas veces es necesario desconfiar de una persona prolijamente vestida, y confiar en otra con la camisa afuera. La gente, para bien o para mal, no suele ser lo que aparenta y por lo tanto hay que tener los ojos bien abiertos. Aún así, nunca me había visto ante un dilema tan complejo. Un zombie se presentó en mi oficina la semana pasada. Su currículum era intachable. Tenía una gran experiencia como encargado de compras y de no ser por la ropa manchada con sangre y su monstruosa forma de caminar, su perfil calzaba perfecto. Decidí dejar de lado la apariencia y le di una oportunidad. Nunca tomé una decisión tan acertada. El hombre no es muy rápido que digamos, pero hay que ver lo bien que negocia.

Tarjetita de cumpleaños

El niño observó con particular atención el comportamiento de sus compañeritos de escuela. Como un Papá Noel no tan rellenito, mucho más joven, sin barba y rozando el metro y medio de estatura, analizó cómo era tratado por sus amigos y amigas y de verse atacado o avergonzado por uno de ellos, dictaba su sentencia en el acto. «Ahora no te voy a invitar a mi cumpleaños», informaba sin titubear, y a lo largo del año tuvo la necesidad de realizar la amenaza en siete ocasiones distintas. Tal es así que una semana antes de su cumpleaños, ayudado por su madre, mandó los sobres con las invitaciones a todos sus amigos. Pero para los siete Judas que de alguna u otra manera lo habían ofendido, él mismo se encargó de preparar siete tarjetas especiales. «Te recuerdo que no estás invitado a mi fiestita de cumpleaños», escribió a modo de venganza.

Es una cuestión física

—Canales de televisión mostrando abdominales trabajados, brazos fuertes, senos voluminosos, piernas firmes y culos de otro planeta a cualquier hora del día. Carteles en la vía pública exhibiendo magníficos conjuntos de ropa interior que rozan el pecado y encienden la curiosidad del ser humano. Modelos masculinos y femeninos en tapas de revistas, posando sus virtudes, viviendo de las curvas de sus cuerpos, brindando su imagen como estereotipo de belleza. Veamos las imágenes —invitó Carlos Oratorio en un simposio internacional sobre el calentamiento global. Las luces se apagaron y los espectadores enfocaron la vista para prestarle atención a las fotos del PowerPoint que mostraba una secuencia de modelos femeninos y masculinos, vistiendo ropa interior y trajes de baño. Al terminar, la sala volvió a iluminarse.
—Como ustedes podrán deducir, el derretimiento de los polos es consecuencia directa de la calentura humana —afirmó Carlos Oratorio, gritando su teoría a los cuatro vientos.

La diversidad alienígena

Hay ciertos animales habitando el planeta que me despiertan una gran curiosidad, ya que muchos de ellos parecen haber venido de otro mundo. Patas desparramadas por todo el cuerpo, aletas, pezuñas, crestas, trompas, ojos pares, ojos impares, pelajes, plumajes, escamas, cuernos, alas. Una incontable diversidad de increíbles formas y tamaños. Millones de seres que actualmente nadan en nuestros océanos, vuelan por nuestros aires o caminan sobre nuestra tierra y que, quién sabe, ya han nadado, volado, caminado y habitado otros mundos. Imagino meteoritos existentes desde el inicio de los tiempos, transportando vida alienígena, impactando sobre la superficie y sembrando nuestro mundo como si el mismo se tratara de una inmensa maceta. Hace varios años obtuve material para respaldar mi teoría, cuando conocí, calculo yo, algo que seguramente no ha sido engendrado sobre este planeta. Tenía ojos pardos, rulos color azabache y un magnífico cuerpo, digno de una exótica belleza alienígena.