Un microrrelato por día y cada uno de 150 palabras. Ni una más, ni una menos.

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La ancianidad temprana

Las adversidades a las que se vio obligado a superar de pequeño, lo convirtieron en una persona adulta y responsable. La falta de dinero en su casa hizo que tuviera que ayudar a sus padres a trabajar y sus derechos como niño, entre ellos la escuela, pasaron a ser secundarios. Poco a poco dejó de ver a sus compañeros ya que las nuevas tareas —mucho más agotadoras y exigentes que las dictadas por sus profesores— le cubrían gran parte del día.
Habiendo pasado algunos años el trabajo había prosperado, los sacrificios habían otorgado sus merecidos frutos y el dinero ya no era problema para la familia. Pero por aquella época, aquel que todavía continuaba siendo un niño, ya había crecido. Y no solo se notaba en sus actitudes sino también en su cuerpo. Tenía 10 años de edad cuando retomó las clases. Las manos de un anciano sostenían los lápices.

Abrazos sinceros

Aunque fría —particularidad otorgada por el metal con el que estaba construida— la máquina era ergonómica; ideal para una función tan noble como la de dar abrazos sinceros. Y además de noble, económica: una única moneda era un precio tentador para quien necesitara de sus servicios. Sus abrazos eran firmes y muchas eran las personas que los consumían. Por haber escaseado en su infancia, por extrañarlos, por avergonzarse de pedirlos, todos invertían parte de su sueldo en abrazos. Pero las nuevas prestaciones no se hicieron esperar y la ciudad se inundó con un modelo de expendedoras recubiertas con gomaespuma en sus brazos mecánicos. Sin dudarlo, todos comenzaron a optar por un servicio de abrazos sinceros más cálido y acolchonado, y dejaron de colocarle monedas a la vieja máquina. No pasó mucho tiempo hasta que la primera expendedora se oxidó de tristeza. De haberla dejado, ella habría dado gratis sus abrazos.

Dos manos encastradas

Después de conocernos y besarnos, la primera vez que sostuve su mano sentí como si alguien la hubiese fabricado a mi medida. Felizmente, ella no dudó en confesar la misma sensación: «Me gusta mucho cómo encastra tu mano con la mía», me dijo. Yo la miré a los ojos, sonreí y asentí con la cabeza. La conexión fue tan intensa que nunca más nos hicieron falta palabras. Desde aquel día nos acoplamos con una asombrosa perfección. Cuando nos soltábamos nos extrañábamos y al tomarnos nuevamente de la mano, nuestros cuerpos parecían fusionarse en una única persona. Así, vivimos una hermosa vida que duró justo lo que tenía que durar. Enamorados y mirándonos a los ojos juramos nunca soltarnos, pero al momento de ponernos los anillos, nuestras manos perdieron toda su gracia. La falta de sincronización nos hizo darnos cuenta, casi en el mismo instante, que ya era tiempo de separarnos.

De la soledad a la compañía

Los problemas eran muchos y existían desde su infancia, pero el más complejo de sobrellevar fue la falta de amistades. Siempre quiso tener un amigo y nunca consiguió ninguno. Todos se le burlaron: sus compañeros de escuela, sus compañeros de barrio y sus compañeros de trabajo. Por otro lado, nunca había conseguido novia ni nada por el estilo. Al principio creía que se trataba de una cuestión de aspecto e intentó dejando los lentes y adelgazando algunos kilos, pero nada dio resultado. La soledad estaba a punto de volverlo loco y, preocupado, decidió conseguir ayuda para soportar la depresión y la tristeza. La primera consulta la hicieron en su casa —él ya no quería salir a la calle— y resultó ser la solución a todos sus problemas. Al tiempo, encontró en su psicóloga no solo una excelente profesional, sino también una hermosa amante y amiga. Poco importa que sea imaginaria.

La imparcialidad de los dioses

Desde hace tiempo —cientos y cientos de años— los dioses han dejado de castigar o beneficiar a las personas. Simplemente dejan que la vida particular de cada ser humano siga su curso natural y observan con ojos científicos cómo los hilos del destino se enredan y desenredan. En tal caso, podemos decir que nuestras suertes y desgracias no son parte de ningún antojo divino directo. Los dioses ya no interfieren; ni para bien ni para mal. Se quedan en lo alto de las nubes y nos estudian así como los ictiólogos a los peces y los filólogos a los libros. Se han vuelto totalmente imparciales, evaluadores constantes y juzgadores omniscientes de la vida de todo hombre, mujer y niño que habita el planeta tierra. Interfieren —casi con desgana— únicamente al final, cuando se hace necesario calcular las estadísticas y evaluar los desempeños; cuando hay que elegir entre paraísos o infiernos.

El niño de madera

Pinocho, avergonzado por sus mentiras, decidió cortarse la nariz. Necesitaba extirpar unos 30 centímetros de madera para volver su rostro a la normalidad, y el serrucho de Geppetto fue la herramienta utilizada para el trabajo. Apoyó el filo sobre la larga rama que se desprendía desde su cara, cerró sus ojos color roble, apretó fuertemente sus dientes de madera y mantuvo la respiración. El dolor del primer corte se sintió como fuego en carne viva. Sus párpados dejaron escapar algunas lágrimas de savia, pero Pinocho logró aguantar el alarido para evitar despertar a su padre. Tomó aire por segunda vez, volvió a hacer fuerza con la mandíbula, agarró el extremo de su larga nariz con su mano izquierda, cerró los ojos y continuó con el trabajo. Mientras la lámina de acero serruchaba el tabique y las gotas de aserrín caían al suelo, Pinocho se prometió nunca más volver a mentir.

La huida del samurái

El invierno es blanco y las gotas de sangre del guerrero samurái, contrastando con el paisaje cubierto de nieve, facilitan la persecución de sus enemigos. Usando el cauce del río logra confundir el rastro de quienes intentan ser sus verdugos y con las últimas fuerzas, luego de varios días de viaje, logra llegar a su patria. Sano y salvo, con una herida superficial sobre su hombro, después de haber servido al Emperador durante toda su vida, entra a su casa y se arrodilla frente al espejo donde solía practicar las técnicas y movimientos de combate que lo ayudaron a mantenerse con vida en las incontables batallas donde luchó. Observa el reflejo —aquel que todavía lo recuerda con un pecho inflado de honores e ideales y un joven rostro carente de arrugas— y reflexionando sobre su huida comienza a realizar un movimiento nunca antes practicado, del que solo conoce la teoría.

Desayuno con tostadas

Unta la manteca sobre el pan y luego la dulce miel sobre la manteca. Remoja la tostada en el café con leche y espera a que se ablande. Luego llegan sus hijos, los dos, y su mujer. Los cuatro desayunan juntos todas las mañanas. Los vemos alimentarse detrás del cristal de la ventana de la casa; los observamos saborear el fruto de nuestro trabajo. Toda la colmena trabaja para él y su familia, alimentándola, manteniéndola. Yo fui la primera en ver la infamia, la que tuvo que encargarse de convencer a la colmena. «Hay que hacer justicia», les dije y desde ese día, cada mañana espiamos a la familia completa mientras desayunan. En algún momento van a abrir la ventana. En algún momento se van a descuidar y van a dejar abierto el mosquitero. Cuando eso suceda, finalmente vamos a saber si el más pequeño es alérgico a las abejas.

Colección de mascotas

El taxidermista, heredero de la profesión de su padre, adquirió con el tiempo la curiosa costumbre de conservar a cada una de sus mascotas. Desde temprana edad aprendió el complejo y milenario oficio y un gato tricolor, muerto de viejo, fue el primero en decorar su cuarto. Al crecer, al igual que su padre, el taxidermista comenzó a ganarse la vida preservando una inmensa cantidad de mamíferos, aves y reptiles para ser exhibidos en museos. Fiel a su costumbre, no conservó ningún ejemplo de sus innumerables trabajos a excepción de sus mascotas. Actualmente, dos gatos, tres perros, cinco hámsters, tres loros, una iguana y dos serpientes posan inmóviles en una inmensa sala, manteniendo la memoria de sus mascotas muertas. Pero la pasión por su trabajo lo ha llevado a ambicionar una mayor colección. Hace tiempo que el taxidermista ha dejado de aguardar la muerte natural o accidental de sus mascotas.

Las mañas del tiempo

«El tiempo es finito», reflexiona el científico al mismo tiempo que ambiciona manipular a su gusto esa molesta ley física. Decide no rendirse ante la supuesta imposibilidad de tan ardua tarea y actúa en consecuencia. Como primera instancia y para tratar de comprar algunos años más de vida, deja de fumar cigarrillos; no vaya a ser cosa que una adicción innecesaria y tan poco redituable para su organismo le imposibilite disfrutar de su adicción al trabajo. Resuelve también reducir la sal en las comidas, hacer deporte, evitar las grasas, prestarle atención a los carbohidratos y agregar verduras a su dieta. Si bien no está exento de ser atropellado por un camión, tales precauciones lo tranquilizan. Luego descuelga el reloj de pared de su laboratorio, extrae las pilas y las agujas se congelan a las 2:50 de la madrugada. «El tiempo es relativo», reflexiona el científico con una eternidad por delante.

Nota del autor:

Hola a todos de nuevo y bienvenidos a lo que podríamos llamar el «tercer ciclo de las 150 diarias».

Todo este mes de ausencia que dentro de este espacio se asemejó a un merecido descanso, de descanso no tuvo nada. Aproveché para poner en marcha dos grandes proyectos personales que se suman a las 150 diarias.

El primer proyecto se trata de un «Estudio de Desarrollo y Administración de Contenido», mientras que el segundo, en etapa de gestación, es el que va ocuparme los fines de semana.

Por lo tanto, durante este año, 150xdía va a continuar con publicaciones diarias (tres días con microrrelatos inspirados en noticias de la actualidad y dos días con microrrelatos de tema libre) a excepción de los sábados y domingos.

Les prometo que no va a pasar mucho tiempo para que empiece a develar algunas cositas.

Mientras tanto, volvemos con los comentarios microrrelatados, vamos a notar algunos cambios en el diseño del blog (no todos los que me hubiese gustado) y a medida que vayamos avanzando en el año, nos vamos a ir encontrando con más novedades.

Eso es todo por hoy.
Nos vemos mañana.