Quién fue… Dorando Pietri

Carreggio, provincia italiana de Reggio Emilia. El 16 de octubre de 1886 nace Dorando Pietri. De joven, trasladado al pueblo de Carpi, se emplea en una tienda de confección. Cuando tenía 18 años, a su pueblo llegó Pericle Pagliani, el atleta más famoso de Italia. Iba a disputar una carrera de exhibición y Pietri se animó a apuntarse. Ni siquiera se quitó la ropa de trabajo. Y ganó por delante de Pagliani. Este hecho le animó y empezó su carrera como atleta.

Un año después de la carrera con Pagliani, debutó en el extranjero, ganando una carrera de 30 km en París. Dos años después, ganó la maratón clasificatoria para los llamados Juegos Intercalados, que no tenían rango olímpico. Pero en esa competición, problemas intestinales le impidieron acabarla.

Así las cosas, su gran objetivo eran las Olimpiadas de Londres en 1908. Entrenó muy duramente y tenía un tiempo de 2 horas y 38 minutos en 40 km. No obstante, la maratón de Londres tenía un recorrido que sumaba 42,195 kilómetros, una distancia que desde ese momento, se estableció como fija para la maratón (esa no es la distancia que separa las ciudades griegas de Maratón y Atenas, como se cree. Es, sencillamente, la distancia entre la salida de aquella maratón -el castillo de Windsor- y la meta, en el estadio olímpico White City).

El 24 de julio era el día elegido para la carrera y ese día en Londres hacía un inusual calor. En la prueba participaban 56 corredores. Al comienzo, el sudafricano Charles Hefferson y otros tres atletas ingleses tomaron la delantera, si bien fue el sudafricano el que se quedó solo. Atrás, sólamente Dorando Pietri logró aguantar su ritmo. Precisamente, Pietri aumentó el suyo y se quedó solo. Pasaban los minutos y de repente, los aficionados citados en el estadio se quedaron sorprendidos al ver a un hombre de apenas 1,59 centímetros entrar en la pista, completamente cubierto por el sudor y el polvo.

Dorando Pietri lideraba la carrera pero estaba absolutamente exhausto. Tal es así, que en vez de girar a la izquierda una vez entrando al estadio, giró a la derecha, totalmente desorientado. Los jueces le advirtieron y al hacer el giro, Pietri se desplomó, provocando la consternación en el público. Los jueces y un médico le ayudaron a levantarse, pero antes de llegar a la meta, se desplomó otras cuatro veces. La última caída fue a cinco metros de la meta, justo cuando entraba en el estadio el segundo, el estadounidense John Hayes, que no mostraba signos de flaqueza. Pietri fue ayudado a levantarse una vez más y sujetado para que cruzara la meta (momento que recoge la foto que ilustra el artículo, una de las más famosas de la historia del Olimpismo). El equipo estadounidense no tardó en reclamar y al ser tan obvia las ayudas que recibió Pietri, el italiano fue descalificado.

Pero curiosamente, Pietri lograría más fama que Hayes. Su historia conmocionó a los ingleses, tan aficionados a la épica en el deporte. Por eso, el celebérrimo Sir Arthur Conan Doyle (el famoso creador de Sherlock Holmes), muy aficionado al deporte y a las causas perdidas, inició una campaña para premiar a Pietri. Esta campaña cristalizó de una forma muy inglesa. La reina Alexandra, la esposa de Eduardo VII, que vio en directo la llegada de la maratón y quedó muy impresionada al ver al italiano, invitó a Pietri a palacio y le regaló una copa de plata, tal y como había propuesto Conan Doyle.

Tras su participación en Londres, la fama de Pietri subió como la espuma a nivel internacional. Se le dedicaron canciones y fue invitado a correr exhibiciones en Estados Unidos, donde compitió contra Hayes, ganándole en la mayor parte de las ocasiones. Siguió corriendo en su país y por todo el mundo, como en la maratón de Buenos Aires.

A los 26 años y tras habar ganado 200.000 liras (una fortuna de la época), Dorando Pietri se retiró. Montó con su hermano un hotel pero el negocio fue un fracaso, hasta que se estableció en Sanremo, en la Riviera italiana, donde abrió un taller mecánico. Allí vivió hasta el fin de sus días, que llegó cuando Pietri se desplomó de nuevo, esta vez para siempre. Un paro cardiaco se lo llevó a la edad de 56 años.

Y hasta aquí una de las más conocidas historias de la historia (valga la redundancia) de los Juegos Olímpicos.

Los comentarios están cerrados.