Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

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Yo, y mi cara de serbio, y una meada, en Kosovo: territorio Volkswagen

Anécdotas kosovares, antes de su independencia, casi hará un año…

Sí, me meé en la casa de un albano-kosovar, no es un crimen de guerra. ¡Allah me perdone! Y como el tipo pensó que era serbio entonces empezó a gritarle a mi pulcra y encogida colita eslava: algo como «estos hijos de putas nos masacraron, jodieron, hundieron en la miseria, y ahora vienen ¡y se mean!». Y como no estoy circuncidado…

Y eso mientras mi expulsión de efluvios etílicos me devolvía lentamente a la realidad librándome de la batalla entre el esfínter y mi conciencia. De este modo comprendí que es no es bueno cagarse ni mearse en el portal de casa ajena -¡ni en la propia!- como bien me había enseñado mi madre en las piscinas públicas.

¡Yo soy yo y mi uretra!

Pero como toda historia tiene un principio debería explicar antes por qué nos confundieron por serbios. Sólo un ingenuo alquilaría un coche en Belgrado-con la consabida matrícula de la capital de Milosevic- y conduciría hacia al sur para conocer el último escenario de las guerras fraticidas europeas: Kosovo. Es como darse un rulo por Hernani con un coche de «Madriz», o ser Leo Bassi en una misa de la Falange: ¡si hasta en Huesca rayan los autos procedentes de Lleida por no sé que ostias del obispado! ¡Como ser Fago dentro de Fago! podéis imaginar… Y encima mi compañero tenía la barba pelirroja: como la estrella de Belgrado.

Accedimos a Kosovo por Pec. Muros de nieve, laberintos de árboles, camiones tirados en la calzada y placas de hielo. Mi compañero no paraba de hurgarse la nariz como símbolo de nuestra determinación nerviosa a ser cuanto menos apedreados en el momento en que los kosovares vieran la rutilante matrícula de nuestro coche. Éramos los únicos idiotas en lucir un distintivo serbio. Más tarde supimos que el truco está en el cambio de matrículas en la frontera, todo un ritual consentido en tierra de nadie.

Suerte que al llegar a la frontera fuimos recibidos por nuestros amigos de las Naciones Unidas, con su banderita azul, y su talante internacional: italianos, alemanes, albaneses kosovares, de todo, menos serbios. Excepto nosotros…

Impresiona. En pocos países puedes ver ondear esta bandera. Pero al llegar al stop fronterizo nadie salió a recibirnos. Así que avanzamos unos metros para poder hablar con el guardia: un rechoncho albanés que se tomaba demasiado en serio su trabajo. Craso error. Hete aquí la primera vaina: nos pusieron una multa: vista la matrícula. ¡Tendrá huevos! Una multa por saltarnos un stop en una frontera ficticia por la que no cruzaba ni un muerto…ummm, tratándose de la zona de la que hablo, buscaré mejor otra metáfora: en la que no se veían ni un pastor montenegrino amando a su querida oveja de importación.

El guardia no parecía entrar en razones: era más formalista que un bureau soviético antes de transmitir la orden de destrucción total. Poco importó que le explicáramos que en España esto de saltarse los stops es común, rutinario, hasta folclórico, como el flamenco: ¡Farruquito! Finalmente su boss, un apuesto capitán alemán, gran conocedor de Mallorca y sus adosados, fue el que entendió que éramos así, «different», es decir, menos formalistas que un albano-kosovar en prácticas. Pero no pudimos saltarnos el siguiente paso de esta ginkana: nuestro seguro de automóvil no valía en el territorio de Naciones Unidas (¿Serbia no pertenece a la ONU?). Así que tuvimos que pagar 50 euros si queríamos poder avanzar. La verdad brillaba como un diamante en los labios de una abuela pigmea: ¡de los 50 boniatos no nos salvaba ni dios! Así financiamos la paz en el mundo, gorrones…

Kosovo es triste, como si las placas tectónicas expulsaran un geiser de pimienta ácida. Definitivamente, en comparación con Montenegro o el norte de Serbia, es cruzar al Sur, al meridiano de algo que no es Europa, una tierra extraviada entre África y la patria de Voltaire. Cementerios modernos, estatuas a los líderes guerrilleros del UCK, ruinas y barrios quemados sin plazo de reconstrucción, un símbolo de aquí no volváis… y muchos concesionarios Mercedes y Volkswagen. ¡Está lleno! Empiezo a entender: el capitán alemán, los coches alemanes, la reconstrucción, los bancos, los tanques, los helicópteros, nuestras empresas, nuestro dinero (euro), ¡han creado un Second Life en Kosovo! con marcas de lujo europeas creciendo como los hongos de un cementerio.

Algunos conductores, cuando adelantaban, nos hacían la pistolita con la mano. ¡Qué monos: de las selvas de Zimbawe! Finalmente, nos perdimos en un cruce, y me tocó, esta vez sí, preguntar la dirección correcta hacia Prizen. En la calle sólo había un joven. Empezó a gritarme nada más cruzar la carretera. «¡Spanish! ¡spanish!», mascullé. «Noooo: serbian», decía él señalando el coche. Y a vueltas con sus gritos y berridos balcánicos: me sentí como terapeuta post-bélico, ¡lo a gusto que se quedó el hombre! Al cabo de un rato le convencí de que simplemente era un incauto español, y hasta me marqué una soleá (es coña). Y el tipo, a regañadientes-sin tener muy claro si era un serbio haciéndome el español o un idiota imitando el serbio– finalmente me indicó el camino correcto, que como suele ocurrir en estas situaciones en las que te juegas el pellejo, bastaba con continuar recto. La ley de Murphy.

En Prizen tuvimos otro encontronazo con la recién estrenada policía kosovar. Cuando aparcamos el coche el lugar estaba lleno vehículos. Cuando lo fuimos a recoger sólo había maderos. ¡Era una trampa! No nos dejaban salir de allí hasta que pagáramos otros 30 euros en un banco. Prizen se parece a Mostar, dicen… ¡tampoco es para tanto, gorrones! No, no nos apedrearon en Kosovo, pero nos jodieron bien el bolsillo. Qué suerte tener a los europeos por maestros…

Y así llegué a la casa de aquel infeliz, con mi meada a punto, pues llevaba media hora diciéndole al conductor que parase en una esquina, ya que mi bufeta iba a convertirse en globo sonda. El muy cabrón- además de amigo- no se le ocurrió otro cosa que detenerse frente a una verja que limitaba un amplio jardín. Y salí disparado, y saqué mi pajarito, y en nada, entre la maleza, apareció cual ogro el amo de la finca, que en seguida me soltó cualquier disparate, por lo que, siguiendo con el surrealismo, sólo acerté a contestar: spanish pissing: o meada española y olé…

Eso ocurrió cuando visité kosovo, antes de sus planes de soberanía limitada tan publicitados este fin de semana, por los que me he animado a escribir esta anécdota. Tuvimos mucha suerte de que el refranero popular en ocasiones falle, especialmente si estás fuera de España. ¿Qué habría ocurrido si se cumple aquello de «donde mea un aragonés mean dos o tres», o «picha española nunca mea sola«? Seguramente una nueva guerra se habría librado sobre estas tierras. Una guerra entre serbios y albaneses, of course, por mi rostro y pene eslavos, y por no estar circuncidado, y por no conducir un flamante volkswagen Golf. Imagino que sus ganas de independencia se parecerán a mi bufeta llena, pues están, y han estado durante años, a punto de estallar. Larga y pacífica vida a Kosovo. Y que todos podamos mear en paz.

Las fotos son de mi amigo Plana, compañero de batallas.

Javier Rada