Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

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Érika D.E.P.

A.L, J.M. P. y R. F. no sabían que Érika había muerto. Y no fue por descuido. Los tres habían fallecido el mismo día que ella, tal vez unas horas antes, u otras después. Sus actos de despedida tenían lugar en la sala 1, la 6 y la 3 del Tanatorio de Tres Cantos, al mediodía. Era imposible saber que la hermana de una princesa se había atiborrado a pastillas, como la oca con el foie grass, para lanzar un último grito desesperado; un llanto animal que sería amplificado por todos nosotros hasta la ignonimia. ¡Circo de pulgas rabiosas!

Los tres espíritus se encontraban tras los ventanales del tanatorio, observando el espectáculo. Vieron la hilera de periodistas, bajo una inclemente lluvia, alineados como fusileros, bang, bang. A los perros policía husmeando en las macetas. A la guardia real, disfrazados; look de guardaespaldas de Kevin Costner, el glamour de gabardina gris y zapato recién lustrado, convirtiendo el jardín del tanatorio en los viñedos de Falcon Crest.

Habían olvidado por un momento su propio funeral. Estaban cansados de lloros. Era difícil no hacerlo: Las furgonetas de Flor África convivían con las de la CNN en el párquing. Centenares de cámaras buscaban el duelo preciso. Y así llegó el príncipe acompañado por su princesa, ambos volcados sobre la compungida Paloma, la madre de la muerta. Llovía, porque se cumplía una vez más la maldición de Doña Letizia, una maldición reproducida cual réquiem por los fotoperiodistas: ¡En la boda, llovió! ¡El nacimiento, llovió!». Y aquella triste mañana, cuando la princesa abandonó el tanatorio, efectivamente, sólo entonces salió el sol.

«Este es un lugar de duelo, respete el dolor de los demás», rezaban los cartelillos repartidos por el edificio. ‘Duelo’ y ‘prioridad informativa’ eran palídromos comunes, palabras clave. Y eso que los tanatorios son grises, sí, fríos, calculados, quirúrgicos, esterilizados, con cajeros automáticos, un sabor a metal que nos aparta con asepsia de la muerte. Como un medio de comunicación. Duelo y prioridad informativa.

Los tres espíritus vieron como la sobrina lejana de uno de ellos, Maripili (nombre ficticio), todavía con la corona de flores en una mano, retransmitía por el móvil lo que acontecía frente a sus ojos, emulando al periodista que os narra esto: «El rey, sí, sí, es el rey, y acompañado por toda la tropa: Marichalar, Iñaki y las infantas… luego te llamo y te cuento el resto». Al fin al cabo, el tío Antonio ya estaba muerto, ¿verdad? y quién podía resistirse a ver un verdadero rey en horas bajas. Puro periodismo ciudadano. O lo que hacíamos todos: la prensa hecha chisme.

El tanatorio se paralizó. Los tres espíritus empezaron a sentirse incómodos, su espacio vital había sido invadido. Curiosos, allegados, trabajadores del centro, se agolpaban en los mismos ventanales, viendo el desfile, o los gestos cariñosos de la realeza, o también patéticos, como cuando Letizia se empeñaba en hacer absurdas reverencias al rey, a pesar de no poder con su alma. O cómo Antonio Vigo, el ex marido de la muerta, se saltaba el protocolo y abrazaba a uno de sus allegados, una mujer mayor que no tuvo acceso a la capilla blindada y no podía cruzar el cordón de seguridad. Y la mujer, que aseguraba haber conocido muy bien a Érika, mientras tanto, sollozaba, virgen de Delfos: «las pastillas, las pastillas… acaban con cualquiera».

Eran todos testigos (vosotros también, en el televisor) de un momento íntimo: porque el dolor no se puede disimular: no hay curso, ni especialista. Testigos, allí mismo, como cuando Copito de Nieve, cercano a la cristalera, recogía un plátano. Testigos de muerte glamorosa. Eran testigos de la historia moderna: la que nos manipula al minuto.es

A.L., J.M. P. y R. F. pensaron que ya tenían bastante y decidieron volver a sus respectivos ataúdes. El problema era que habían sido incinerados, y sus parientes se encontraban observando el duelo ajeno, olvidándose del propio, pensando en lo mal que lo estaban pasando los ricos y poderosos, olvidándose de la pobreza de su corazón. Decidieron por tanto ir a una de las salas próximas, una que se encontraba vacía. Pero entraron y se dieron cuenta de que allí estaba Érika Ortiz Rocasolano, sola, velándose a sí misma, en auténtica intimidad. Conversaron plácidamente con ella- ¡menudo lío se ha montado!-, y llegaron a la firme conclusión de que los vivos están idiotas. Mejor estar muerto que vivir con la conciencia de un niño en una feria de mentiras ambulantes.

Y colorín colorado… el resto ya os lo contó el Tomate.

Las fotos son de Jorge París, que acabó empapado.

Javier Rada