Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

Archivo de mayo, 2006

Relevancia

Desde el día 26, el viernes pasado, no publicamos ninguno de nuestros reportajes en 20 minutos. El último fue una crónica amarga del amor transfronterizo.

El viernes trabajé en la redacción de una nueva pieza, también amarga, sobre la depresión. Cuando marché a casa la dejé entregada, colocada en la sección de Actualidad de nuestra edición del lunes (el sábado y el domingo no salimos y los viernes son días que dedicamos al diario del lunes).

El domingo me tocó guardia. Era un día espinoso, sobrecargado, entrópico: el pijo Alonso ganó otro gran premio; Pedro Almodóvar fue derrotado -algunas veces la justicia se manifiesta- por el viejo marxista Ken Loach, que hace grandes películas con el mismo dinero que gasta sólo en mobiliario el manchego-ego-ego; un terremoto borró del mapa el sur de Java y se llevó a vagar por la rueda del karma a 5.000 parias; los Pitt tuvieron una hija que nunca será paria y, en fin, se esperaba un fin fatal para esa señora que cantaba a gritos y a la cual todos, por una especie de decreto tácito, debemos considerar una ‘artistaza’ (en cañí en el original).

Mi pieza sobre deprimidos se cayó, fue reemplazada. Lo hizo con la justicia poética del recambio y la atemporalidad, con la lógica irrefutable de los hechos y su relevancia.

Nunca me siento capaz de discutir la relevancia, de medirla por mí mismo, sobre todo porque se trata de una idea que no entiendo. Esta incapacidad, a su vez, me incapacita para ciertos cometidos (digamos, jugar en bolsa, dedicarme a la especulación inmobiliaria u optar a un cargo de altura en las pirámides del periodismo).

Aunque algún amanecer insomne me ha sorprendido pensando en la relevancia, siempre he optado por seguir leyendo el libro que tenía entre manos antes de que me atacase el monstruo del pensamiento. Prefiero lo significante a lo significativo, el golpe de un tambor al éxito de la moda pronta, una palabra a una forma corporal.

Acepto de buen grado las normas del juego periodístico (lo que manda, manda; lo que importa, importa) aunque, en ocasiones, sus consecuencias resulten cruelmente cómicas: preparar un obituario por alguien que no ha muerto, escribir sobre Java sin haber pisado Java, ningunear a un gran señor del cine por el orgullo patrio o loar a un piloto de coches (‘un piloto de coches’, suena a chiste) que gana inmoralmente -gracias al patrocinio de empresas casi monopolísticas, por ejemplo- el dinero suficiente para que sobrevivan, por lo bajo, unas cuantas docenas de miles de niños de Java que mueren cada año de disentería, es decir, de diarrea.

Dicen que la bondad de un poema puede ser constatada por tu vello erizado tras leerlo.

¿Cómo mido la relevancia?

José Ángel González

Amor sin papeles

La aplicación de las leyes de extranjería para los matrimonios mixtos es cada vez más estricta. Este tipo de uniones ha aumentado un 119% en los últimos cinco años, según el Instituto Nacional de Estadística.

En 2001 se contabilizaron 14.094 matrimonios mixtos. En 2005 la cifra se elevó a 30.637.

En 2002, 13.459 españoles se casaron con mujeres de otros países. Las colombianas se situaron en primer lugar: 3.005 esposas. A continuación, ecuatorianas (1.082), brasileñas (880), argentinas (796) y marroquíes (734).

En cambio, las 9.012 españolas que contrajeron matrimonio con extranjeros en el mismo año, lo hicieron sobre todo con marroquíes (1.088), colombianos (762), argentinos (733), británicos (502) y rumanos (422).

El incremento de los matrimonios de conveniencia, por los que se llegan a pagar entre 3.000 y 7.000 euros, hace la situación más difícil para las parejas mixtas que quieren casarse. El año pasado el Ministerio de Justicia detectó 259 matrimonios de conveniencia, más del triple que en 2000.

Los platos rotos los están pagando las parejas que se aman de verdad.

De esto va el reportaje de Carlos A. Sourdis, Cape, Ame usted mañana, que publicamos hoy. Amor sin papeles.

José Ángel González

Lo que se quedó en el cuaderno

Remanentes de la pieza de 20 minutos sobre el 65º cumpleaños de Bob Dylan.

Entrevista a Rodrigo Fresán:

Buenas tardes, ¿cómo está?

Aquí, like a rolling stone…

¿Cómo lleva la traducción de las canciones de Bob Dylan?

Espero entregar el material al editor en septiembre u octubre.

¿Qué tal la traducción? ¿Difícil?

Lo difícil es convertir en trabajo algo que te causa y te ha causado tanto placer… No hay demasiados problemas. Dylan es muy correcto. Como traductor intento buscar un tono parejo. El único problema, si es que puede llamarse así, es el slang primitivo que Dylan uitiliza, sobre todo cuando está en su papel de campesino, de falso campesino.

¿Añadirá análisis a cada canción?

Agrego cuatro o cinco páginas a cada pieza, pero sin aventurar interpretaciones. Dylan es el primero en reirse de los intentos de interpretarle. Incluiré notas con posicionamientos concretos de Dylan sobre cada canción, siempre que existan.

¿Con qué Dylan se queda?

Dylan ha sido varios Dylan. Me gusta el tipo crepuscular de ahora, pero es muy difícil elegir un sólo Dylan. Hay uno para cada estado de ánimo.

¿El Nobel de Literatura?

Le vendría mejor al Nobel dárselo a Dylan que a Dylan recibirlo. Es un gran poeta y sería más que justo. Que se lo concediesen abriría una puerta muy interesante.

¿Una canción?

Canción, Visions of Johana. Disco, Blood on the tracks.

Rodrigo Fresán. Nació en Buenos Aires (Argentina) en 1963. Desde los años ochenta ejerce como periodista. Su primera colección de cuentos fue «Historia argentina» (1991). Después publicó, entre otras obras, las novelas “La velocidad de las cosas” (1998), “Mantra” (2001) y “Jardines de Kennsington” (2044). Reconoce como “principal influencia literaria” a los Beatles.

Datos añadidos, aportados por Julián Viñuales, editor de Global Rhytm Press:

La antología de todas las canciones de Dylan, en edición bilingüe inglés-castellano, que prepara Fresán estará a la venta a “finales de septiembre”.

Será una edición en tapa dura, de unas 1.200 páginas y el precio rondará los 50 euros. La editorial, la misma que tiene los derechos para España de las memorias de Dylan (Crónicas, cuyo primer volumen apareció en 2005), intentará que el libro, traducción de Lyrics, 1962-2001, de Simon & Schuster, añada las letras nuevo disco que Dylan publicará este verano. “Sería la única edición mundial en incluir el nuevo álbum”, dice Viñuales.

Global Rhytm Press editará también, en septiembre, Tarántula, el primer libro de Dylan, escrito en 1966 y publicado en 1971, que está descatalogado en castellano.

Entrevista a Gay Mercader:

Tras traer a Dylan a España tantas veces, ¿ha sacado conclusiones?

Sigue siendo tan esquivo como siempre. Va a su bola y yo también.

¿Irá a verlo en julio?

Yo no voy a mis conciertos. Me gusta organizarlos y montarlos, pero no vivirlos. Vivo aislado, tranquilo y con mis animales. El contraste con un concierto de rock es demasiado brutal… Me acercaré a Cap Roig, claro, porque estarán muchos amigos, pero sólo un rato.

¿Cómo es Dylan como artista? ¿Caprichoso?

Muy fácil. Nunca me ha pedido ninguna extravagancia, absolutamente ninguna.

¿El Nobel de Literatura?

¿Por qué no? Dylan es el Dickens de nuestro tiempo y nadie pondría en duda que Dickens merece el Nobel, ¿no?

¿Una canción?

Me gustan muchas. Political world, This wheel’s on fire… Incluso me gusta el disco Self portrait, que todos critican.

Gay Mercader. 56 años. Barcelonés de clase alta. Emparentado con Ramón Mercader, el comunista español que asesinó a Leon Trosky. Estudió en París. Vive en una masia, a 30 kilómetros de Girona. Es dueño de la promotora Gay & Company, integrada en el grupo empresarial Gamerco. Lleva 33 montando conciertos en España. Fue el primero en traer a los Rolling Stones, Bob Dylan, Frank Zappa, David Bowie y Bruce Springsteen. En julio de este año, organiza los cinco conciertos de Dylan en España.

José Ángel González

El amor no es una viñeta

He cometido todo tipo de insolencias contigo, Zimmy.

Soñé que te soñaba, visité la que fue una de tus casas, te utilicé como anzuelo de San Valentín, tartamudeé una ficción en la que morabas, canté para mis hijos una de tus nanas, te perseguí durante dos días por el Norte Lejano, enumeré frívolas razones para amarte…

Cómo si el amor admitiese viñetas.

He contado las palabras más frecuentes en tu opus, aquellas que rebrotan y rebotan, pelotitas saltarinas.

Son éstas: azul, campana, lluvia, gitana, río, corazón, viento, barco. Y dos más que serían insultadas por la traducción: babe, mama.

Cómo si la lengua fuese hacienda del Instituto Nacional de Estadístíca.

Ahora ha tocado escribir en el diario una pieza sobre tus 65 años, una de esas fechas redondas que buscamos para olvidar que el resto del año también es una pura efeméride. Otra vez, Zimmy.

Anoche, de regreso a casa, cargando una bolsa con varios kilos de bibliografía (mi orgullo: pesaba, era real, de pulpa, nada que ver con las huevonadas-web que puedes almacenar en el bolsillo, cómo si sentir se midiese en bytes), me arrepentí de nuevo: qué poca cosa, qué palidez, qué trastada.

Es lo que hay, compañero (en mexicano en el original): vengo del mareo para fracasar ante los 32 módulos de la página. Eso pensaba ayer y eso pienso ahora.

No puedo, no ahora, al menos, condensarte, encapsular en matrices el olor a barro, el despecho elevado a arte, la iconografía judeo-cristiana, la bufanda del viento, la emoción de tantos años…

Antes de escribir hablé con Rodrigo Fresán, el novelista que está traduciendo al castellano tus letras.

Le pedí luz:

Dylan ha sido varios Dylan.

Hablé también con el promotor más veterano de España, Gay Mercader, que conocé en persona al bardo:

Dylan es el Dickens de nuestro tiempo.

El periodista no sabe, no puede. Les toca a ustedes, lectores.

¿Quién es Bob Dylan?

¿Merece el Premio Nobel de Literatura?

¿Qué máscara, qué muelle, qué barco?

José Ángel González

Altar (guía de uso)

Blonde on blonde / Bob Dylan, 1966

Noche de ojos abiertos, nuevos sentimientos y nuevos ruidos, poblada de mujeres místicas y sangre rota. La declaración de amor más triste de la historia (Sad eyed lady of the Lowlands). Un disco como nunca habrá otro, un cuerpo deshuesado, todo espíritu. San Juan de la Cruz no lo habría cantado mejor.

The Basement Tapes / Bob Dylan and The Band, 1968 (grabación) – 1975 (edición)

Otra gran vuelta de tuerca. Instintivo y rugoso, sin concesiones, una fiesta orbital en el único lugar posible, el sótano de una casa de campo, con los amigos. La historia, toda, de la música popular, deshilada y cosida. La ropa gastada es la que sienta mejor.

Blood on the tracks / Bob Dylan, 1974

Pese a la miseria del acabado (arreglos apresuados y melosos, producción ramplona, voz anulada), las canciones son suficiente milagro. Una colección, en ocasiones emotiva y auto indulgente, de reflexiones sobre lo irrevocable del desamor. Dylan, que negociaba su divorcio, canta con la garganta abrasada. Tangled up in blue y You’re a big girl now esclavizan como las manos de una novia.

The times they are a-changin’ / Bob Dylan, 1964

Áspero, con una espada en llamas, el profeta amenaza con el purgatorio, anuncia plagas y desacredita a los infieles. Crudo como un matadero, perdurable en su reclamo de libertad e igualdad. Sin embargo, el mejor momento, es de íntimidad: One too many mornings, un lamento por la matemática inquebrantable del tiempo. Mil mañanas para un jovencillo que deja atónito al mundo y abofeta a los miserables.

John Wesley Harding / Bob Dylan, 1967

61 referencias bíblicas en solamente 12 canciones para un disco-instantáneo que no parece haber sido grabado, sino nacido de un fluir. Sin espacios vacíos ni metáforas, simple, casi átono, desarreglado. Junto con Blood on the tracks, el disco más revelador y biográfico de Dylan. Así suena un bosque en una mañana de febrero.

Live 1966 / Bob Dylan & The Hawks, 1966 (grabación) – 1998 (edición)

Nadie superará nunca la intensidad explosiva de esta grabación en directo, de la gira inglesa de mayo de 1966. Dylan y sus colegas -aún llamados The Hawks, luego serían The Band- escupen furia, mastican anfetaminas y palabras. El momento único que justifica al rock and roll ante la historia que vendrá (sea cual sea) está aquí: un asistente llama-grita-insulta a Dylan («¡Judas!») por haberse entregado a la disolución eléctrica. El bardo calla, rasga el primer acorde, contesta: «No te creo, eres un mentiroso» y grita «uno, dos». Su guitarrista, Robbie Robertson, ordena al grupo: «¡Tocad jodidamente fuerte!». Lo hacen.

Highway 61 revisited / Bob Dylan, 1965

Pieza media del pasmoso rush de 1965-1966. Situado entre Bringing it all back home y Blonde on blonde. Dylan tiene don de lenguas: escribe páginas y páginas y todas son navajas. El golpe de batería inicial de la primera canción, Like a rolling stone, nos abrió una puerta que ya nadie podrá cerrar.

The bootleg series, volumes 1-3 / Bob Dylan, 1961-1989 (grabación) – 1991 (edición)

Cofre documento que agranda la leyenda: el artista cincelando las canciones en el estudio, desentendido de todo lo ajeno al clima y el momento. Primer atisbo del tesoro que nos aguarda: los grandes temas perdidos del extenso catálogo de Dylan.

Time out of mind / Bob Dylan, 1997

Sin esperanza. Tras una grave infección coronaria («casi vi a Elvis», dijo tras salir del hospital), Dylan graba un disco crepúscular, de espacios vacíos. Mientras el mundo entero compra un teléfono celular y una computadora, Dylan prefiere el páramo. La última obra maestra.

José Ángel González

Tecno pranayama

Estoy enfermo desde el martes. Preguntarán ustedes qué tengo. Por ahora solamente síntomas: un casi constante mareo, con picos de altura marítima durante los cuales, so pena de desplome y caída, debo acostarme. Además, una gran debilidad.

En nuestro sistema público de salud no se lleva el procedimiento del televisivo doctor Gregory House, tan similar al de aquellos venerables médicos que deducían el mal oliendo y observando la orina del paciente.

El médico tipo español bien podría ser suplido por un ingenio mecánico o, ya que se trata de ahorrarle costos al erario público, por un sistema telefónico 902.

-Diga, en voz alta y clara, los síntomas que le aquejan.

-Estoy mareado.

-No le he entendido. Diga, en voz alta y clara, los síntomas que le aquejan.

-Estoy cansado.

-Sigo sin entenderle. Diga, en voz alta y clara, los síntomas que le aquejan.

-Te odio, cerdita.

-Clave aceptada. Recoja en la farmacia la receta. El coste de la llamada será cargado en su tarjeta.

Mi realidad emula a esta burda ficción. Dudo del carácter cárnico de mi médico. Jamás le he visto levantado. Me aterroriza la idea de que quizá se trate de un androide y pienso que tras el escritorio de arqueológico metal franquista una maraña de cables y circuitos de silicio han sustituido a las extremidades inferiores.

En una ocasión acudí a la consulta para mostrarle una erupción íntima.

-Hongos.

Lo dijo desde una quietud tan absoluta que sólo puede proceder de un experto en yoga pranayama. Ahora tampoco se movió.

-Me siento muy mal, estoy constantemente mareado. A veces todo gira a mi alrededor y creo que me caigo.

Silencio.

-También estoy cansado, muy cansado.

El zumbido sordo de un procesador. La mano derecha escribe sobre un formulario verde. Ni siquiera me entrega la receta: espera que yo la recoja. Dice: “Lexatín 3 mg”.

-Desde el martes no he podido trabajar.

La intensidad del zumbido aumenta. La mano derecha escribe sobre otro formulario. Lo recojo. Dice: “Enfermo”.

Ahora ni siquiera me queda la originalidad, tan literaria, del doliente que exhibe su colección de píldoras como modo de acercamiento en el bar. Si saco el Lexatín, ella me considerará vulgar: es el medicamento más recetado en España. Todos estamos así, pelados como los cables eléctricos de un edificio de Lavapiés en espera de especulación.

Añoro a Gregory House diciendo:

-Enhorabuena, ha sido tumor.

José Ángel González

La verdad es un espejismo

Los reportajes le llaman a uno.

Son como un cuento, una historia que te sacude en las tripas. Te dice: cuentacuentos, husmea aquí, nota la miel en la bilis, «yo debo ser contada».

Cada reportaje tiene su propia vida, exige su propio lenguaje. Cada historia necesita que lavemos el cerebro, requiere de cierta lobotomía existencial, un ligero Síndrome de Estocolmo, no con sus personajes, sino con la historia misma, con el secuestro.

Acercarse sin prejuicios,

sin dejar de ser uno mismo

-difícil, ya lo sé, difícil-

poner un pie en un lado

y mantener el otro anclado para no sumergirte demasiado,

no hundirte lo suficiente,

sino no regresarás.

Necesitas dejar de creer en esa estupidez de la objetividad (símil de copia=uniformidad=antesala de la manipulación).

Si la historia no la vives no la podrás contar

si la vives demasiado, ellos (los otros, los ajenos, los amados) no la entenderán…

El reportaje es un arte que requiere la implicación de un confesor, porque la asepsia no es la vida, la asepsia es la contravida, y no existe. El reportaje sólo requiere sinceridad en el sagrado momento de vomitar la tinta, ensuciarte de él lo suficiente como para desprender su hedor…

Y que los demás perdonen los pecados cometidos, que contemos las cosas por encima-nuestra necesaria falta de exactitud y de espacio-porque nosotros (nadie) es la verdad, si es que ésta existe…

Ayer estuve con Sergio, un gran fotógrafo, hablando largo y tendido. Vino tras vino, salieron de nuestra boca notas de las mujeres que amamos, las putadas (que son muchas) de este oficio, y hablamos del reportaje como si fuera un espejismo.

Al volver a casa recordé una máxima que me regaló la persona que me inició en el reporterismo: “El mundo entero es un reportaje. Es el único oficio que te permite escuchar por la mañana a un presidente y por la noche a una prostituta”.

Gracias Sergio, gracias Bernardo, por hacerme creer en espejismos. Y por preferir la palabra de la puta a la del presidente.

Javier Rada

Gallos en polvareda

Cuando publicamos el reportaje sobre el Rapeadero de Lavapiés pensé en los largos fines de semana dedicados al hip hop español que se avecinaban: en Barcelona, el Urban Funke, y en Madrid, Cultura Urbana.

Planteé en el diario un reportaje on the road con SFDK, el grupo sevillano de Zatu y Acción Sánchez, pero la iniciativa se frustró por el mismo motivo por el que no fructifican los sueños, exceso de trabajo y falta de manos.

Creo que el hip hop es el único estilo musical espontáneo, irreflexivo y potente de estos días de frivolidad y medias tintas.

Mientras el rock languidece y el pop vende lencería, los chicos sucios del rap (es decir, sus hijos y los míos, señor funcionario) han vuelto la vista atrás y el corazón hacia delante. Nunca, desde Otis Redding y Sly Stone, había sentido esto: atrás y adelante, África y Chicago, poesía y ritmo, barrio y mundo.

Ayer estuve en Cultura Urbana, en el antiguo matadero madrileño de Legazpi. No pretendía trabajar, sólo ver a mi hijo mayor, F. (19 años, estudiante de magisterio), que vino de lejos para estar con los suyos y participar en la batalla de los gallos.

Unos cuantos apuntes del natural:

La vergüenza del gueto: los chicos (edad media, 16-17) sometidos a un Guantánamo indecente, polvoriento y astroso por la organización (Ayuntamiento de Madrid entre ellos).

La vergüenza del negocio: las entradas era descaradamente caras: abonos anticipados, 15 y 20 €; en taquilla, 20 por día pese a los múltiples patrocinadores (desde Viajes Halcón hasta Toyota; desde Nokia hasta Sony: transnacionales buscando clientela).

• Los asistentes no podían salir al exterior una vez franqueadas las puertas. Una vez dentro, atrapados.

Precios para otro mundo (que no está en éste): refresco y aguas, 3 €. Una porción de pizza, 3,50. Si sales a comprar al mercado exterior, donde rigen los precios reales, no puedes volver a entrar.

La vergüenza del logo. Todo es un anuncio, todo es merchandising.

• Una última nota: en la batalla de los gallos, demasiado malismo, demasiado malo malote jugando al nigger… Y el orgullo de papá cuando F., respondiendo a uno que se enorgullecía de ser “como Myke Tyson”, dijo que se sentía más cerca de Muhammad Alí.

José Ángel González

Jugando a las casitas

Dear Landlord, please don’t put a price on my soul (Bob Dylan)

Algo enfermo, profunda y fatalmente enfermo. Es el único diagnóstico posible para una sociedad que consiente la demencia de la vivienda.

Y tóxico hasta el punto de que los sanos también desean enfermar.

Conozco personas que encuentran consuelo en la seguridad del ladrillo, que invierten los ahorros (sanos, lícitos) en comprar suelo encaramado sobre otro suelo.

Conozco asociados a la corporación de los especuladores que visten como si con ellos no fuera la cosa y van a los mismos bares a los que voy.

Conozco a incrédulos que sólo atisban un nirvana: firmar la escritura.

Conozco otros que teorizan, desde foros y columnatas, con la inocencia supuesta de las cifras, que analizan, ajenos, la burbuja inmobiliaria, como si con ello no estuvieran consintiendo. Porque cuando duele, gritas. Si no gritas, no te duele. Si no te duele, una de dos: o eres tú el que pegas o, desde la barrera, ves como pegan a otros.

¿Qué diferencia moral hay entre un gran narcotraficante y un casero especulador, un notario consentidor de las transacciones negras o un particular que se aprovecha de las circunstancias?

Grados de culpalidad, simplemente: capo, paquetero y camello… Todos trafican con la misma sustancia, superficie. Todos venden lo mismo, miseria.

Las casitas importan. Sus inquilinos no.

El reportaje de hoy en 20 minutos debería ser el reportaje de cada día.

Desde la Plataforma por una Vivienda Digna buscamos a jóvenes condenados al Treblinka del metro cuadrado.

Esto, entre otros muchos casos, encontramos:

Nacho y Bea: 28,5 metros cuadrados, Atocha (Madrid). Se hipotecaron: 186.000 (les pidieron parte «en negro», se negaron).

Recordamos con especial cariño al notario, que, tras embolsarse su dinero, se fue del cuarto a hacer como que no veía la transacción.

Nacho trabaja como orientador laboral ¡con contrato precario!. Berta tiene contratos eventuales como profesora en la educación privada. Tienen unos ingresos medios, entre ambos, de unos 1.200 € al mes.

Alma y Raul. Pagan 520 al mes por un piso de 25 metros en la calle Cartagena, en Madrid. Ella estudia y cobra 450 mensuales por una beca de colaboración. Él tiene otra, como personal investigador, de 1.100 al mes.

Se niegan a hipotecarse:

Una propiedad no nos da seguridad y nos negamos a tragar con el sistema. Tenemos amigos y compañeros que, por influencia social, se meten en hipotecas salvajes sin tener siquiera seguridad laboral. Nos negamos. Seguiremos de alquiler sin volvernos locos ni deprimirnos. Si las cosas siguen igual, nos vamos al extranjero.

El domingo, a sentarse.

José Ángel González

¿Te quejas por 20 metros cuadrados?

Nos escribe una lectora de 20 minutos en relación al artículo sobre la vivienda digna.

Tengo 38 años, casada con una niña de 8 años, vivo en un pueblo cercano a Madrid en la casa de mis sueños (no sin muchos esfuerzos).

Hasta los trece años, he vivido con mi madre y mi hermano, en el madrileño barrio de Malasaña en la calle de la Costanilla de San Vicente, muy cerca de San Bernardo,en un «PISO» de 12 m2.

Tocaba las dos paredes de mi casa con mis brazos abiertos (ni siquieran eran 4 metros de ancho), no teníamos aseo (salíamos al correderor, donde habia un habitáculo con un sanitario, que compartíamos con los vecinos) nos bañabamos en un barreño que se guardaba debajo de la cama pues no había más sitio. La pila de fregar los cacharros no tenía desagüe, teníamos puesto un cubo, que cuando se llenaba lo tirábamos al sanitario compartido.

No teníamos lavadora, ni siquiera la más pequeña del mercado, no había sitio, se lavaba la ropa a mano. El único armario, se compartía con la ropa de 3 personas.

Para poder abrir la cama, donde dormía mi madre, teníamos que retirar la mesa donde se comía, se estudiaba, se planchaba, etc, con el inconveniente

de que si quería ir al servicio por la noche, teníamos que hacer toda la maniobra otra vez, pero al revés.

He pasado mi infancia y mi adolescencia en la casa que os describo, y no por tener pocos metros cuadrados era indigna, al contrario, LA DIGNIDAD la poníamos todos los días nosotros, mi madre, mi hermano y yo.

Ojalá, hubiéramos tenido 20 ó 30 metros cuadrados de esos de los que la mayoría de los jóvenes se quejan, con un baño propio, desagües, etc.

B.F.D.

La vivienda digna, me explicaron una vez los teóricos, se trata de un derecho fundamental. Claro, que eran sólo teóricos.

Javier Rada