Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

Archivo de octubre, 2006

Manifestación por los animales este miércoles

Además…

El próximo Miércoles 8 de Noviembre a las 18.30 Igualdad Animal realizará una proyección del documental Earthlings / Compañeros de la tierra -candidato a ser nominado en la Academia de los Óscar Mejor Documental 2006- traducido y subtitulado al castellano en el Conde Duque.

Dirección: Conde Duque, 9 y 11.

Metro – Noviciado / Plaza de España – Madrid –

Entrada libre y gratuita

Para más información, escríbenos a info@igualdadanimal.org o bien llámanos a los teléfonos 915 268 612 / 675 737 459

Dirigido por Shaun Monson, narrado por Joaquin Phoenix y ambientado con la música del artista Moby, Earthlings nos ofrece una visión global y en profundidad de nuestra relación con los demás animales en aquellos ámbitos en que les utilizamos. Empezando con las tiendas de animales hasta las granjas de cachorros y perreras, las granjas de vacas, cerdos y gallinas, la pesca comercial y la captura de ballenas, acompañando a las vacas indias utilizadas por su piel, entrando en granjas peleteras y siguiendo de cerca la caza de focas, o la utilización y entrenamiento de elefantes y tigres como entretenimientos en circos y zoos, en ferias, las implicaciones de la caza y la pesca, la tauromaquia… hasta culminar con una visita a los laboratorios, este documental es una invitación a reflexionar sobre nuestra forma de considerar a sus víctimas acompañado de diversas frases de Isaac Bashevis Singer (Premio Nobel de Literatura), Henry Bestorow, Mark Twain o Leo Tolstoi. Con imágenes cedidas por diversas organizaciones, cámara oculta y grabaciones nunca vistas que nos harán ver por nosotras/os mismas/os la realidad en la que viven y mueren los no-humanos en nuestra sociedad actual. En palabras de Tom Regan «Para quienes vean este documetal, el mundo nunca volverá a ser el mismo.»

Yo, asesino de patitos

Desestructuro los recuerdos de mi infancia: yo asesino de patitos.

Muchas veces el amor mata. ¿Quién lo niega? Actos movidos por un impulso benévolo pueden desembocar en tragedia.

Maté por amor: mi pasión por los animales me llevó a cometer atrocidades. Quise ser la mamá de todos los animalitos, hinchar el pecho por devoción filial, abrazarlos hasta la asfixia. Y acabé convertido en la anciana de la manzana venenosa, la Parca del final del hilo, Atropo, la maligna.

Empecé con unos patitos. Hermosos patitos amarillos, pequeños, simpáticos e inocentes. Patitos comprados en las Ramblas barcelonesas, el obsequio estrella antes de la aparición de las iguanas.

Aquel día había visitado el zoo; un chico de pueblo no puede dejar de visitar a Copito de Nieve. Desbocada mi pasión animal, de tanto berrear, conseguí mis patitos. Patitos que eran en realidad ocas; ningún vendedor te informa de ello, deben pensar que son detalles sin importancia, minucias exclusivas para ornitólogos. ¡Y si compro una iguana y en su lugar me venden un cocodrilo! ¡Qué shock ver a mi hermano sin su dedo pulgar! ¡Se le ha comido el dedo la iguana, mama! Por suerte sólo vendían ocas disfrazadas de patitos.

El primer RIP. Los patitos murieron de asco: asco a su dueño y a su desidia. Los patitos eran aburridos y se cagaban en todas partes. Y encima crecieron y se convirtieron en ocas, y yo, tan inocente, tan niño, no tenía ni idea de qué era aquello del foie-grass. Los gatos ese día tenían apetito…

Los periquitos eran más versátiles. Me dio por parodiar la película Los Pájaros, de Hitchcock. Les ataba hilo de pesca a las patitas, y los enganchaba a mi pijama con un imperdible. Acto seguido arrancaba a correr por la casa. Runmm, rummmm… Mis padres, atónitos, pensaban que tenían un hijo artista o en su defecto gilipollas. Cuando frenaba en seco los periquitos se iban a tomar por culo. Por eso siempre me han picado todos los periquitos que he conocido. Me guardan rencor en el inconsciente colectivo. Yo, maltratador de periquitos.

Loros asfixiados, cacatúas escapistas, hámsters glotones que murieron por exceso de pipas, tortugas de agua que se secaron, anguilas que abandonaron desperadas su cubo…

Me instruí con toda clase de libros. La vida secreta de los animales. Mi amigo el león. La colección completa de Félix Rodríguez de la Fuente. Mi ansia criminal se retroalimentaba con estas lecturas, me secaban el cerebro cual Don Quijote. Quería tocar, poseer, amar y tener todos los animales del mundo.

Agentes del SEPRONA me pillaron infraganti cuando secuestré a tres ejemplares en extinción de cangrejo de río en los Picos de Europa (pensaba que eran americanos, alegué). Otro día me detuvieron por disparar a unos batracios: me dijeron que también estaban en extinción. Hasta conseguí un halcón…

La rapaz fue alimentada con las mejores carnes de la nevera, bajo la perenne sintonía de los aullidos de mi padre al ver como desaparecían sus bistecs. El halcón y mi padre nunca se llevaron bien. Así que el animalillo aprovechó un día para lanzarse en picado sobre su calva, por venganza. Tras el ataque voló en círculo cual cóndor alrededor de la lámpara, y escapó por la ventana del baño dando un susto de muerte a mi madre que tomaba plácidamente su ducha. El halcón se marchó con la cantinela de siempre entre sus plumas: ¡Este bicho nos va mataaaar, idiota!

Pronto llegó mi redención: un gorrión caído del nido. Estaba sólo, indefenso bajo la amorosa mirada de un gato. Lo salvé y lo incubé con mi calor, alimentado con pan mojado y unas mosquitas trituradas de aditivo. Lo instalé en un arbusto de interior en el comedor. Y cuando volaba libre se cagaba en el sofá, sobre las zzzzzz del ronquido paterno, sobre la alfombra… Sí, era la maravillosa materia orgánica expulsada como símbolo de vida y de mi triunfo sobre la fauna. Y llegaron las vacaciones. Y yo y mi gorrión, que respondía a mis pitidos, que comía de mi boca, nos preparamos para irnos de viaje. No podéis imaginar la maravillosa sensación de poder disfrutar de esta amistad que aún conservo con mi hermoso gorrión.

Si esto fuera el guión de una película moderna, aquí acabaría este relato. Es un final redondo y dulce, de los que te reconcilian con la especie. Pero sabéis como yo que el gorrión también murió. Se mareó en el coche. Final prosaico. Stop.

Desde entonces nunca más he vuelto a querer animales cerca: bueno, de vez en cuando me da un impulso, como a un alcohólico o un maltratador. Se pueden quedar en su jungla, en sus bosques, parques o selvas. Amarlos significa eso, pero tardé en comprender el mensaje escrito en un póster de mi habitación. En él aparecían dos leones, macho y hembra, rugiendo o bostezando. “Amar es cultivar, no dominar”, rezaba el eslogan sobre sus cabezas: subliminal mensaje materno. A lo que yo añado: “Amar irresponsablemente puede matar”. Que se lo digan a este pequeño Pol Pot.

Javier Rada

El sueño de las granjas

Comer carne es una riada de lascivos sabores que se cuelan por mi paladar. La buena carne consigue hacerme añicos. Me devuelve al primer instante de la existencia, cuando el hombre dejó de ser el estúpido mono, asustadizo y sucio, siempre cubierto de hojas y garrapatas, que tiritaba en las alturas de un baobab gigante por fobia a las serpientes.

La carne me proporciona esa sensación primitiva vital en tiempos de realidades virtuales. Cuando discuto sobre el veganismo alego locuaz mi pasión por las plantas, el respeto a los tubérculos y hortalizas, mi decisión de probar las menos posibles, de esclavizarlas con el único fin de obtener ricos licores. Las plantas y este mamífero están hermanados, digo, lo que me motiva a besarlas en un hermoso gesto de declaración dendrofílica universal.

Un taquito de jamón, un chuletón, sobrasada, unos torreznos. Nuestro cerebro se desarrolló gracias a las proteínas de la sangre. ¡Sangre somos! Vencimos por la carne y creamos la cultura, el sabor y el espectáculo.

Y sin embargo, no dejo de tener la misma pesadilla. Sueño con ello a cada noche, y siempre coincide cuando harto de un festín caigo como un cometa sobre la estepa de mi almohada. El sueño empieza en un edificio similar a una granja. Pero está oscuro, y no llego a distinguir entre los muros, y sólo los extraños gritos me adelantan lo que va a ocurrir. Pronto se vuelve luminoso, como si alguien hubiera apretado un interruptor y descubriera que estoy en una gran sala de hospital en el momento de abandonar el trance de la anestesia. El terror se apodera de mí al ver como desfilan cientos de mujeres apresadas por máquinas. Sus senos aplastados por extractores de metal. Hacinadas. Sus pezones perpetuamente estimulados para que la leche sea extraída del seno materno. Más allá, puedo ver como extrañas bestias ejecutan a varios hombres que se hallan colgados boca abajo del techo. Les cortan los testículos con una cuchilla, y las víctimas chillan de un modo sobrenatural. Les roban las entrañas, les mutilan la yugular hasta desangrarse. Y por si fuera poco, lentamente y con pulso preciso, los van desollando hasta arrancarles el último vestigio de lo que fuera su piel, su fisonomías, sus rostros….

Su mirada gélida me obliga a despertar. La digestión está siendo difícil. Enciendo un cigarrillo y regreso por un momento, ya despierto, a esa representación del Hades de la que he conseguido escapar. Y pienso, casi sin querer, y con voluntad de olvidar al instante, que miles de animales viven en ese lugar diariamente, ahora mismo. 700 millones de aves asesinadas al año. 200 millones de cerdos. Vacas. Conejos. Visones. Ballenas. Focas. Monos…

Como carne, sí, es una perversa riada de placer que se cuela por el torrente de mi paladar.

Javier Rada

Botines

Nada nuevo. Es una historia virada al universal sepia de cualquier otra.

Papá Douglas se ha quedado dormido en la cocina: el pack de seis latas agotado y la colilla en la mano. Mamá Adele ve la televisión: “esta noche la fortuna puede ser suya”. Tú estás arriba, ardiendo.

Mañana es lunes. Papá conducirá el maldito autobús. Mamá atenderá la maldita oficina. Tú irás al colegio parroquial donde nadie ha oído hablar de la maldita nueva frontera. El mundo huele a historia muerta.

Holanda, Irlanda –por parte de Douglas– e Italia –por Adele– bailan una confusa polka en tus arterias, Bruce Frederick Joseph Springsteen, niño callado en la nada de Freehold:

Tenía ocho años, corría con una moneda en la mano

Para comprar el diario y llevárselo a la parada del bus a mi padre

Me sentaba en sus piernas y conducíamos aquel viejo Buick por el pueblo

Papá me acariciaba el pelo y decía: “Hijo, mira bien todo esto. Es tu hogar”

Cara sucia con zapatillas Keds, eso eres. Monaguillo desastre. Quién demonios es William Burroughs en las tardes de Freehold. Milk shake, rattle & roll. Sube el volumen de la radio enciclopedia. Prefiero ese Mustang a una mujer.

Quieren lo mejor para ti. ¿Mejor que las seis cervezas y la rueda de la fortuna, papá?., dices antes de salir corriendo por la puerta de atrás. Cuántas revoluciones en ese gesto: la puerta de atrás, pese a lo que nos digan, está siempre mejor iluminada que la principal.

Ni azada ni Caterpillar para ti, niño rastrojo. Tu grial había sido inventado por un hijo de granjeros. Nadie sabe el apellido de Jesucristo, pero todos conocen los de Leo. Leo Stratocaster Fender. ¡Twang!

En la caja de la Strato (diario, ataúd, cofre) guardaste para nosotros grava, roderas, luz tenue de 60 W, algodón, lágrimas en la sábana, el siseo del cuero, la erección del sudor y agua de lluvia lamida de los labios por cualquiera de nuestras novias (Wendy, Kitty, Candy, Mary, Rosalita)…

Eres ahora demasiado Bosszilla, pero fuiste un crío. Yo no lo olvido. Mis Keds tampoco.

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The wild, the innocent and the E Street shuffle (1973)

Atrofiado todavía por la impericia productiva (que tan bien dominaría con el tiempo), Springsteen se presenta, en su segundo disco, como un trovador romántico y blandengue, incapaz de llevar al estudio la brutalidad de sus actuaciones. El germen de la pólvora, escondido bajo insufribles arreglos melindrosos, asoma sólo en algunos momentos. Prescindible pero arqueológicamente notable.

Born to run (1975)

La explosión. En una edad yerma en música honesta y de alto voltaje (con Pink Floyd, Led Zeppelin y Queen actuando como grandes payasos en la fiesta de la ñoñería), Springsteen y su maciza máquina de ritmo, la E Street Band, actualizan el legado del rock and roll, el soul y el rhythm and blues. Canalla, esperanzado, bailable y poético. Un disco bisagra que abrió la puerta para que entrase la luz. Todas las canciones son clásicas, pero sólo “Born to run” y “Thunder road” justificarían que Springsteen pasase a la historia.

Darkness on the edge of town (1978)

El chico se ha cultivado (lee a Faulkner, Steinbeck y Walt Whitman) y, con ayuda de un deslumbrante sex appeal (entre De Niro y John Garfield), firma su mejor disco. Acaso un amargo pleito con su primer agente y el cansancio que le provocan las voces halagadoras y complacientes que le proclaman nuevo rey tengan relación con el tono turbio de estas intachables y ardientes diez canciones sobre la explotación, la dignidad y el destino solitario del ser humano. Las letras tienen más hondura (Has nacido sin nada / Y mejor que sea así / Porque en cuanto tienes algo / Alguien llega para quitártelo, dice en “Something in the night”; En la oscuridad / Hay mundos ocultos que brillan, advierte en “Candy’s room”; El pobre quiere ser rico / El rico quiere ser rey / Y un rey no estará satisfecho hasta que lo gobierne todo concluye en “Badlands”, la mejor canción de su carrera). Concentrado en el rock de estadio y en su condición de mega estrella, Springsteen nunca volvió a grabar un disco tan intenso y con voz tan propia.

The river (1980)

Bruce hace pop. Doble disco repleto de temas escritos y producidos para que las emisoras de FM no dejen de emitirlos. Comienza la decadencia de la obra pero crece la leyenda del animal escénico. Cada uno de sus conciertos se alarga hasta cuatro horas y le deja al borde de la extenuación, necesitado de conectarse a una bombona de oxígeno tras las actuaciones.

Nebraska (1982)

El último buen disco. Con aspereza (guitarra acústica, voz tratada con eco y armónica, nada más) y sumido en una profunda depresión, Springsteen se despide de las pachangas de beísbol y las novias de ensueño para hundirse en la América negra de los asesinos natos, la miseria y el odio.

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Esta entrada viene a cuento de una pieza publicada ayer en nuestra edición de papel. Mis compañeros de 20minutos.es no la han colgado. Los interesados pueden buscarla en la página 31 del pdf, aquí.

José Ángel González

Yo, zángano

Acabo de leer ¿Por qué nos gustan las mujeres?, del escritor rumano Mircea Cartarescu (Ed. Funambulista).

Anoche, sumido en el ahora perpetuo del mártir insomne, gocé de la última interpretación de esta fábula sincera, que versa sobre la relación hombre/mujer. Referencia constante a un único hechizo: el abracadabra del orbitar eterno de lo masculino, cual pesado satélite, entorno a las hembras; como gotas errantes entorno a la ubre celestial, símbolo aquí de lo femenino, poderoso y fértil.

Me atrapó, aunque, en ocasiones, resultase casi ingenua su visión de lo femenino:

Me gustan las mujeres porque no leen revistas porno y no navegan por sitios porno. Porque en la cama son audaces e inventivas, no por perversidad, sino para mostrarte que te quieren…

¿Las mujeres no consumen porno/erotismo? ¿Inventan sensuales vicios para complacernos?

Sí, las mujeres merecen unos 2.000 años más para ostentar la nueva dominación, para que los hombres, incluso aquellos que las aman, dejen de ser ingenuos con ellas. Tienen derecho a caer en sus propios e intransferibles errores (imagino que tan sangrientos y estúpidos como los nuestros), derecho a rehacerse y superar el símbolo fálico castrador.

Una vez cumplido el plazo, de nuevo repartiremos las cartas, y diremos, tal como sintetizó un dictador romano, alea jacta est.

Por aquel entonces, repartidos los últimos ases, gran parte de los hombres no serán más que zánganos, y darán menos problemas que un toro de lidia. Habrán comprendido que dentro de toda hembra se esconde un macho, y viceversa. Que los géneros del terror no existen…

No dejen de leer hasta entonces a Mircea, sus sabrosos sorbos de vida, su húmedo beso a la aureola de esa ubre celestial:

Las propias mujeres se la comían con los ojos, codo con codo con los hombres, y comenzaban a entender a Safo y a Bilitis. ¿Qué habían encontrado hasta entonces en los sátiros peludos con los que vivían? ¿Cómo se habían dejado lastimar noche tras noche por sus groseros instrumentos de apareamiento? Cuando el amor, el erotismo, la pornografía, el atrapar los pezones y despegar los labios con los dedos y con la lengua o tan sólo con el soplo enardecido se avenían de manera tan evidente con el juego de curvas, pliegues y humedades del cuerpo femenino.

Porque son mujeres, porque no son hombres, ni otra cosa. Porque hemos salido de ellas y a ellas volvemos, y nuestra mente orbita como una estrella pesada y embarazada, una y otra vez, a su alrededor.

Javier Rada

El abominable cero a la izquierda

¡Hola niños!

¡HOLA PROFE!

¡La ensangrentada Carrie os saluda!

En la clase de hoy vamos a trabajar con una máxima de Stephen King (sí, el de las big mac’s literarias): toda persona que recuerde su adolescencia como la época rosada, un tránsito de exaltación idílica o estética, no puede ser más que un monstruo… un monstruo de novela.

Pregunta de examen:

¿Qué significa aprender?

Respuesta del niño sabiondo:

Comprender para sobrevivir en esta vida como en la muerte, profe. No puedo encontrar otro significado «real» a mi existencia, es el único dato objetivo que mi razón no desdeña por ser elucubración o fantasía.

Pregunta de examen:

¿Cual es el yo-yo vital?

Nada más nacer, aprendemos y desaprendemos, prueba y error. Nos damos cuenta de que la contradicción y la incoherencia son los motores de este engranaje al que pomposamente denominamos «nuestra vida». ¿Verdad, profe?

Exacto, pequeños, el camino de la existencia tiene su línea de salida en querer evolucionar, en agarrar las crines del conocimiento. En principio, estas coordenadas evitarán que nos salgamos de la calzada de la carretera que cruza el Valle de Lágrimas. Más tarde, cuando nos encontremos ante el stop vital, ese callejón sin salida orgánica, evitaremos ser totalmente aniquilados, borrados como un número más, convertidos en el abominable cero a la izquierda. ¿Y qué es lo que más odiamos en esta clase…?

¡SER UN CERO A LA IZQUIERDA!

Nos gusta pensar que cuando muramos nos convertiremos en una nueva especie de planta, pausada, vistosa y alegre, como la de la ventana…

Las plantas son los seres vivos que mejor lindan con la frontera ultraterrena. Y el único camino que lleva a convertirnos en los abominables hombres planta es el del conocimiento…

¡Hola Don Pepito!

Miliki, cállate y escucha en clase…

Por eso no comprendemos como a un disléxico se le puede llamar vago o decir que no tiene solución; y menos (cuánto camino nos queda…) que estas palabras salgan de la boca de un profesor.

Última pregunta de examen:

¡BIEN!

¿Sólo existe un único camino de aprendizaje?¿Quién decidió cuales eran las buenas y doctas cualidades?

Desde hoy pido a todos los profesores que inicien una huelga mundial en beneficio de sus alumnos, que les arranquen de una vez sus yugos y aprendan con ellos en paz.

¡La ensangrentada Carrie os saluda, pequeños!

Javier Rada

Asesinato de un neandertal

Un día, en el amanecer de la noche de los tiempos, ese amanecer húmedo y repleto de enigmas, ella, la hembra sapiens, tomaba un baño en una cascada. ¡El agua lo envolvía todo: su cuerpo, sus oídos, el tacto de su piel!

El macho alfa se había apartado en busca de caza. Ellos eran la avanzadilla, alejados del grupo, los más aptos, los encargados de encontrar nuevos parajes con alimento fresco.

(a partir de este relato comprenderéis por qué sapiens, siglos más tarde, decidió enviar a los menos aptos para estos trabajos, y salvaguardar de este modo el linaje de la élite)

Un neandertal joven, perdido del grupo, subía por el lecho del río. Sabía que había una cascada cerca, y pensó (¿llegaba a pensar?) que sería un buen lugar para descansar un rato. Cuando cruzó la última roca que le impedía contemplar la cascada, vio a la hembra sapiens tomando su baño desnuda (una obviedad, porque iban siempre desnudos, pero no deja de ser erótico). Quedó fulminado. No por su belleza. Él las prefería grandes, y encima… ¡no tenía pelo! (como una rata de laboratorio) Neandertal quedó inmovilizado; sabía que un macho, o incluso el grupo, podía estar cerca. Lo que significaba problemas: graves problemas.

La hembra seguía totalmente aislada del medio, jugando con la hipnótica caricia del agua. Bruuuuummmm, brummmmmmm. Agua, abundante agua, para calmar los golpes que le había propiciado su macho, en un ataque de éxtasis. Golpes de amor.

Neandertal seguía inmóvil, cerca de ella. Su respiración empezó a acelerarse. Algo no iba bien. Su instinto hablaba. Pronto vio como la hembra salía de su cascada, para dirigirse a otra fuente menor, cercana a su posición. Al moverse, le pareció que estaba coja, o que era más torpe que las hembras neardentales que conocía, lo cual era mucho decir…

La hembra se zambulló en la cascada, difuminando su cuerpecillo, cerca del joven neardental. Sabía que no era aconsejable estar tanto tiempo bajo el agua, ya que estaba a merced de sus enemigos.

Neandertal, ante esta imagen, sintió que no podía aguantar más….

La hembra jugueteaba con sus pies, y hacía gárgaras de espuma. Neandertal, por un momento, sólo pudo escuchar el brummmmm, brummm, y su mirada estaba apresada en el cuerpo de la hembra. Brummm, brummmm, es lo único que también oía la chica sapiens… Un brummm, brummmm que le impidió escuchar la capital sentencia de un certero ¡¡¡guarggggg!!!.

La hembra sapiens murió al acto.

Arsuarga aún llora en su tumba.

Neandertal se aterrorizó.

En seguida comprendió qué ocurría, el mensaje cifrado de su instinto, la sangre.

Dientes de sable no le había dado ni una sola oportunidad. La había visto coja, menudita, algo lenta. Era un tiro perfecto. Había observado antes a neandertal, camuflado entre las rocas, pero prefirió a la hembra que parecía coja, por pura economía de esfuerzos.

La arrastró por encima de las rocas dejando un reguero de sangre. Neandertal quedó fosilizado (para posterior investigación paleontológica). No podía moverse. Su mente repetía una y otra vez la misma imagen fugaz. El tigre desgarrando las anchas caderas de la hembra. Zarandeándola bajo el agua. Tiñendo el río de viscosa y roja sangre. Apenas pudo gritar.

¡Si neandertal hubiera salido corriendo! Sabía que dientes de sable podía regresar. Nada que hacer en un combate cuerpo a cuerpo.

Cuando su sistema nervioso le dejó moverse, su primer impulso fue bajar el río, retroceder. Pero otro ahhhhhhhhh!!! volvió a detenerle. La misma terrible escena la había contemplado el macho sapiens desde lo alto de otra roca, en el cénit de la cascada. Su grito le quebró los sentidos. Los dos se miraron por un momento. Neandertal percibió la desesperación de sapiens. Pero decidió huir, correr río abajo, buscar otra senda para reencontrarse con su grupo, un lugar de protección.

Días más tarde, el grupo de sapiens atacó el campamento de neandertal, de noche, armados con antorchas, lanzas, flechas, piedras y palos. Habían seguido el rastro del joven desde el lugar del crimen.

No sobrevivió un solo neandertal.

No tuvieron oportunidad para defenderse.

El macho alfa sapiens les había acusado del asesinato de su hembra alfa. Nunca tuvo la valentía suficiente como para explicar a su mismo grupo que él no había estado allí para protegerla de dientes de sable. Y en la sociedad sapiens sólo existía un valor superior a la supervivencia: ese valor es la venganza.

Así fue como sapiens se convirtió en el moderno tigre de dientes de sable…

cuando sapiens asesinó al primer neandertal.

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http://www.20minutos.es/noticia/156724/0/neanderthal/extincion/clima/

Querida Osa Polar:

A veces, el recuerdo de un abrazo parte el tiempo en las seis esquinas que son nuestros sentidos.

Perder

(es dolor en la estepa epidérmica)

Rememorar

(es aullar la lejanía del otro)

Por eso, un día me fui a la caza de la Osa Polar…

¡Incauto! ¡Mamarracho! ¡Qué tienes tú!¡Qué tienes tú!

Nada de flechas-nada de flores-nada de proclamas eternas

A veces,

amamos tan fuerte que nuestro pecho expulsa la leche de las galaxias, de tal manera que logramos convertirnos en el centro del universo, amamantando la gravedad, abriendo la boca al mundo, para acabar muriendo lentamente como la estrella que perseguimos desde la cuna…

Por eso, un día me fui en busca de la Osa Polar, coronado con plumas, armado con flechas de colores…

Me perdí en la búsqueda, lo admito.

No encontré la cueva.

Pero puedo considerarme afortunado. Yo palpé el halo de luz, en mis dedos, el braille antiguo, anterior al lenguaje, allí encontré el legendario corazón de las estrellas, y creí entender las claves de la existencia…

Y sólo fue

cuando acaricié tu lomo,

querida Osa Polar.

Ganas de toser

Tengo ganas de toser: palabras, tacos, múltiples e incoherentes expresiones, sen-sa-cio-nes, convulsas formas tristemente hiladas en la telaraña del lenguaje. A veces, mi araña interior grita hacia afuera, y me convence de que yo también tengo algo que decir.

Corren malos tiempos para la libertad de expresión. Malos tiempos porque a nadie le importa eso de la expresión, eso de comunicarse, eso de las constituciones. Los fundamentalistas de la cultura han vuelto a poner en marcha sus máquinas del terror. Las administraciones tejen la telearaña de la confusión, y juegan a cerrar webs, a apropiarse de las expresiones ajenas, a ser un dios cultural.

José Ángel piensa que es mejor no verbalizar, comprender a través de la capa íntima de la piel, interiorizar, escribir con pintura orgánica textos que se desvanecen con el suspiro de las musas. Pero el creador se equivocó con él, gastó todo su barro, lo usó en el resto de los mortales, en ti y en mí. Para José Ángel, utilizó el único material que tenía a mano: las acuarelas, la materia prima de la poesía, la cultura, la sensibilidad extrema, nociva para el que la siente, beatífica para el que la recibe.

El reportaje sobre la libertad de expresión no os lo puedo mostrar; una vez más no lo encontré en la web. Sin embargo, la confesión de Julián Hernández, cantante de Siniestro Total, es sintomática.

¿Publicaríais hoy la canción «Ayatolah no me toques la pirola»?, pregunté al representante del mítico grupo de punk, los más gamberros, desinhibidos y divertidos que ha dado el rock estatal. Su respuesta fue contundente:

No, no sacaríamos esa canción. Lo hemos hablado en varias ocasiones. Nadie podría aceptarlo. Vivimos en un mundo de pensamiento=0, es la globalización del pensamiento único. Antes no había presiones, nos movíamos en otros circuitos, y listo. Una burrada era entendida como lo que es: una burrada. Y ahora, en cambio, el verdadero problema no es la censura oficial, como antiguamente, sino la autocensura, lo que se llama corrección política. Hoy es muy difícil escribir chistes sobre las Torres Gemelas. Nos han quitado el humor negro, la ironía y el sarcasmo. La opción que nos queda es decir una barbaridad de otra manera, sin ser tan explícito, porque ellos no pueden ganar.

En ocasiones, sigo con ganas de toser, José Ángel. Toserle al poder, o a quien sea. Más allá de las ideologías, es como una irritación, una laringitis metafísica.

Pienso que a nadie le importa la máxima que me regaló Jesús Campos, presidente de la Asociación de Autores Teatrales:

Estoy en contra de lo que usted dice, pero daría mi vida por defender su derecho a decirlo.

Y me entristezco.

Pero sigo, y espero que vosotros también, con ganas de toser

Hay inventos que no deberían haber existido jamás: el supuesto choque de civilizaciones es como una bomba H para nuestro cerebro. La identidad étnico-nacional es un extremo dentro de los extremos.

¿Saben el chiste que cuenta como un catalán, un vasco, un español, un musulmán, un cristiano, un americano, un danés…se van a la mierda?

Es por ahora sólo eso, un chiste, que nadie se ofenda. Mañana, ya veremos.

Javier Rada