Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

Archivo de noviembre, 2006

Sociedad zángana

Patriarcado, ¡al postneolítico! La fuerza la tienen las reinas. Ellas alimentan a los zánganos y se encargan de que todo marche bien. El contrato zángano entró en vigor en el año xxxxx de nuestra era-¡amén!- y desde entonces ni un solo hombre ostenta el poder- ¡oh, mon dieu!

Teoría de la sociedad zángana

Cuando los machos hayan abandonado el poder (…) en un mundo en el que las hembras son altos cargos de Estado, oficiales de policía, intelectuales que toman decisiones en su contubernio de ovarios avispados, un mundo en el que lo femenino es la única Ley.

En la nueva sociedad todos nos adherimos a una de las dos castas establecidas. La mía es la de los zánganos. No trabajo. Nadie me manda. No dispongo de dinero. Soy un amancebado. Mantenido por una reina poderosa que alimenta a otros hermanos de casta. Pero esta reina no ejerce poder sobre mí. Su obligación es mantenerme en virtud de lo que establece el contrato, ¡el santo contrato!

Soy un zángano orgulloso; acepté seguir siendo macho. El contrato así lo establece: si quieres ser macho debes abandonar toda pretensión de disfrutar del poder económico, social y político. Sino tendrás que hormonarte, convertirte en hembra, y pasar así-trans-for-ma-do-a la casta superior, un trans entre las reinas. Pude haberme convertido en reina para tener un cochazo ¡glam! un centro de comunicaciones portátil (CCP) ¡in! o comprarme una gran mansión con vistas al cambio climático ¡guau! pero preferí vivir en la comuna ¡hippie! ser un zángano.

Leo la biblia de nuestro sistema…

Para implantar la sociedad zángana es necesario un contrato social; como el de Rousseau, que otorgó el monopolio de la fuerza al Estado. Este contrato permitirá que los machos abandonen el poder de manera escalonada, consensuada, alejada de la violencia. Se les ofrece la guinda de la indolencia, la pereza, el disfrute del tiempo perpetuo y una vida personal y propia alejada del esclavismo mercantil.

La sociedad zángana no es una revolución al uso ni pasa por el abuso. Es un sistema de compra venta: a los machos se les permite el don de no hacer nada a cambio de que abandonen el poder. Se crean de este modo dos únicas clases o castas: reinas y zánganos.

Las reinas ostentarían el poder político, social y económico como beneficios directos. Su carga está en que tendrían que trabajar, mandar, organizar, dirigir y pelear para ganarse un determinado escalafón social. Los zánganos renunciarían al trabajo y a todo ejercicio de poder. Su beneficio: no tendrían que trabajar, dispondrían de su tiempo por una renta mínima ajustada a la ley que les concederían las reinas .

Los zánganos no tienen derecho al progreso social más allá de la comuna. Viven y revolotean en libertad, en espacios habilitados. Su código es la camaradería, y pueden desarrollarse siempre que no aspiren al poder y progreso económico. Son el escalafón más bajo y holgazán. Tan sólo requeridos para la Reproducción Controlada por el Estado (RCE).

El sistema dice que a las reinas, tras siglos de imposición patriarcal, les toca elegir su modelo de construcción social: el que quieran. Su único obstáculo es que en función de su estatus deben mantener a un número determinado de zánganos. Cuanto mayor sea su poder económico, mayor es la carga de zánganos. La distribución de la riqueza es completa y la reina no se convierte en el ama del zángano. La reina cumple con esta obligación como impuesto social, es su deber civilizado. ¿Quieres dinero? ¿Quieres poder? ¿Quieres cortar el bacalao?… pues apadrina un zángano que no quiere dinero, no quiere poder y el único bacalao que le gusta es el que sirven en plato.

Muchos machos decidieron por ello hormonarse y convertirse en reinas. ¡Guapas! Ahora mantienen sus fábricas, empresas, y nodos de poder, vestidos con minifaldas, hormonados hasta la médula, sexys, maquilladas con cierto gusto y clase. A veces parecen mujeres elegantes, o pedantes, otras pusilánimes ya que no han sabido adaptarse o ajustarse a los vaqueros. Humano del pasado, imagina al director de tu empresa transformado de este modo, magnífico, soberbio, tan femenino, y comprenderás a la sociedad zángana. Yo ya lo hice… Arsenio, hormónese.

Entre los zánganos encontramos mujeres masculinizadas, viriles, musculadas, con barbas y pelo en el pecho. El control de las hormonas se convirtió en un elemento vital para nuestro sistema. Este punto motivó la guerra con las brutales avispas. Muchos no aceptaron el cambio. Querían ser zánganos siendo mujeres. Querían ser reinas siendo machos. Querían mantener a toda costa el viejo sistema.

Nuestra biblia deja claro este principio

El control hormonal es fundamental para que ocurra el gran cambio, es el elemento revolucionario prioritario. Si los hombres aceptan dejar de ser hombres y las mujeres abandonan el monopolio de su género, el patriarcalismo será vencido para siempre. En la sociedad zángana no tendrá sentido hablar de hombres y mujeres. Sólo de dos castas establecidas en función del desarrollo personal, no de género. Dos clases que se defienden, apoyan y que permiten a los humanos universales desarrollarse libremente.

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Extraído de To Drone Society. Ibrahim Rasza. 2006

¡Grita! (vigila al de Armani)

Piénsalo bien. Estamos rodeados de lobos que marcan la arena con colonia de Armani. Que caminan airosos enfrascados en victoria. Brutal victoria digna de sus pasos de dominador… Deberíamos vigilar a los encorbatados ¿no?

Piénsalo bien.

Por qué desconfías de los que llevan careta de criminales. Busca vidas que apestan a alcohol y drogas. Miserables que obligan a cambiar de acera cuando nos recuerdan por casualidad su existencia…

Por exceso de celo con los perdedores olvidamos a los triunfadores. Ay, más dañinos, más perversos. Encantadores criminales. Y lucen traje y corbata, y dejan tras sus huellas el apestoso hedor a triunfo…

Si hueles a Armani, ¡grita!

Alguien podría escucharte

Digital memoria al trabajo de José Ángel González de estos días. Y a sus seres sin corbata, que no creen en el corazón y aúllan que no son perros: Héctor Escalante, Natividad Vázquez, Juan C. Morales, Manuel Carrillo

¡Grita!

Javier Rada

Elamorylamierda

No vamos bien, Javier, así nunca llegarás a ser nadie. Con estas lecturas adolescentes siempre serás el huevo podrido del que hablaba tu padre. El muy loco compró un cuadro en cuyo lienzo aparecía una huevera repleta. Uno de los huevos se había deslizado, expulsado del grupo, aplastado contra el suelo asumiendo la pena moral gravitatoria. Lo colgó en mi habitación. La guerra sucia contra l’enfant terrible había empezado. Y eso afectó a mis lecturas.

Por eso me cuesta horrores ponerme frente a un libro. Enamorarme de sus letras. Hechizarme ante su historia. Leo muy despacio, y cómo tengo la cabeza llena de pájaros carpinteros, se me va el diablo al cielo por unos de los infinitos agujeros. Soy además muy caprichoso: que si me meto una rayita de este autor, unas pastillitas del otro, un sorbito de aquel francés, o unas cápsulas de la Enciclopedia de las Ciencias Ocultas. Y consumo hachís a diario, ¿eso ya lo habré dicho? ¡Presto, una escopeta, que me cargo al pájarraco carpintero! ¡Pummmm! La mente como cigoto expulsado de un queso gruyere…

A pesar de todo, ha habido libros de vida, libros no adolescentes, letras sin huevo podrido. Libros que hacen comprender la literatura sin necesidad de pasar por clase ni leer inmensos prólogos. Hablo de libros que se transmutan en realidad, que pronuncian el verdadero nombre de dios. Que supuran sudor vital: que huelen bien o mal, de los que te hacen flotar, de los que te ponen la primera piedra como cuando sentiste el beso materno nada más salir del chocho del mundo.

Por eso somos tan malos los que nos dedicamos a cortejar al abecedario: no sabemos hacer libros vivos. Podría citar unos cuantos, pero hoy sólo explicaré la breve historia de uno de ellos, si me lo permiten y no están cansados de mí.

La narración se traslada cinco años atrás cuando el complejo de huevo podrido estalló en mi rostro. La depresión se apoderó de mi (es triste ser joven y deprimido, pero más triste es robar, dicen, y yo añado, matar o capitanear el Banco Mundial). Me convertí en un fantasma sin cadenas. Lloraba en silencio. Me alimentaba de mi propio ectoplasma. Fue al deambular por las calles de Barcelona-en aquel entonces empezaba a trabajar en 20 minutos- cuando aquel libro me atrajo como el metal al rayo en un escaparate del casco antiguo: su nombre, Dolor, de un poeta desconocido para mi, el maestro Vladimir Holan.

Lo leí. Lo sentí. Y decidí viajar a la República Checa para visitar la isla de Kampa, enigmático lugar en donde el poeta, harto del mundo, se había exiliado voluntariamente durante los últimos días de su vida. La depresión, que como la Camorra tiene el don de la transnacionalidad, me persiguió hasta allí. Pero pronto las cosas cambiaron. No encontré la tumba. No descubrí cual fue el fortín elegido para el aislamiento. No tuve constancia de nadie que lo conociera o lo hubiera leído… A Holan se lo había comido la tierra. Y, sin embargo, yo reencontré la ilusión en esa isla, obtuve la gracia a través de los ojos verdes de ella.

Mis heridas fueron curadas con el bálsamo del beso, por el torniquete del sexo y las abluciones de la piel con piel. Mi mente simbólica empezó a entender como el poeta, más allá de acompañarme y consolarme con su desgarrador grito, había conseguido ponerme en marcha, reiniciarme en este viaje cual marioneta, supositorio en las sombras, el dulce laxante que limpiaría mis entrañas en los años sucesivos.

Así comprendo yo cuando un libro está vivo. Holan había traspasado los límites orgánicos del papel pues fecundó en mi pensamiento simbólico. Años más tarde, cuando Clara y yo lo dejamos, y volví a sumirme en las pozas del dolor, regresé a Praga y conseguí, esta vez sí, visitar la tumba del poeta. Me acompañó en esta ocasión otra chica preciosa, Radka. Radka del hermoso pelo cobrizo y los besos de nieve. No piensen mal, pues no tuvimos ningún escarceo, ni nos besamos más allá de lo que he besado a mi abuela: ojalá. Me acompañó y consiguió encontrar la tumba de un poeta maltratado en su tierra natal, olvidado, exiliado hasta después de muerto. Le estoy muy agradecido a Radka (¡hubiera estado bien!). Su imagen, sentada aquel otoño a los pies de la tumba, tardaré siglos en olvidarla (¡hiperbóreos besos!).

Recuerdo la hiedra y la pobre lápida en la que se encuentra la familia Holan al completo. Recuerdo que no había flores y también recuerdo que encendimos una vela. Allí terminó mi ciclo con Holan. Como souvenir me llevé una hoja de la mágica hiedra que ahora se encuentra en las tripas de otro libro vivo: El Golem, de Gustav Meyrink.

Nunca más he vuelto a leerle ni hablado en sueños con él. Lo siento maestro, terminamos. De aquella época queda este blog terapia que escribí con el objetivo de que ella lo leyera…

Elamorylamierda

Gracias Holan, gracias Clara… aunque ya os lo he dicho millones de veces, en mi cama, en silencio, a oscuras, mirando al techo como un enajenado en el éxtasis de su dosis diaria. El ciclo concluyó hace tiempo.

Javier Rada

¡Están vivos! Y sangran, y mueren…

Los libros sangran, claro que sangran, y supuran miasma de herido. Los libros, aunque no todos merezcan esta calificación, tienen la cualidad de estar vivos, de conectar con tiempos remotos, mentes remotas que no acaban de morir. Hacen de medium con los fantasmas que moran en la periferia de lo onírico. Ellos son los espíritus del pasado, y de los dramas del presente, y del terror futuro.

Quien diga que un libro no puede sangrar se equivoca. Sangra, mea y eyacula como todo mamífero. Si lo golpeas, sufre. Si lo duermes boca abajo, invade tu psique con pesadillas. Si lo besas, te devuelve el sensual aliento de la nada, del beatífico vacío. ¡Están vivos!¡Repletos de frases vena y con letras que se deslizan como leucocitos ante tus ojos imitando el sigilo de las cobras! ¡Vigila con el canto de las linfas!

Tengo a mis libros encerrados en una suerte de terrario precisamente porque gozan de la materia orgánica del alma: la que no puedes palpar, señor ladrillo. Los tengo en una vieja maleta que delimita con su cuerpo vagina la frontera entre lo sagrado y lo profano: un templo que me recuerda día a día quién soy yo, tan fácil es olvidarlo…

No voy a ser el pedante confidente que esperas; no te explicaré que clase de libros se encuentran allí: busca los tuyos. Sólo decirte que los míos viven en su templo dentro del paraíso de los monos del Swayanbhutinath; que son adorados cual buda viviente bajo las frutas del psicomoro; regados por mi devoción como el árbol cósmico del druida; escupidos con alcohol como a los Hermanos de la vieja Pachita; libros que representan a mis 28 hermosas huríes en una orgía del abecedario…

¿Y por qué están vivos preguntarás? ¿Por qué gozan de esta cualidad (egoístamente) limitada a este virus de la existencia?

Porque un libro se encuentra anclado en un paraje desconocido, sin límites. Porque ha sido compuesto por las telas de Penélope por encima de las coordenadas del espacio y el tiempo. Porque un libro vierte mundos internos venidos del más allá, del más acá, mundos que sobrepasan el non plus ultra del mismo escritor. Porque son mensajeros, parcas, duendes, perros que ladran contra la ignorancia, porque se balancean entre las cuerdas cósmicas y se rien de ti, Oh Muerte, de ti, Oh ignorancia, de ti, Oh vanidad, de ti, Oh espejismo.

Por eso me alegré al saber que durante la guerra civil se sufrió por ellos tanto en el bando rebelde como en el republicano. Por eso me hechizó esta historia de hombres y mujeres como tú y como yo, muchos analfabetos, a los que los libros les salvaron la vida.

Que ningún libro sea jamás quemado reza el primer capítulo de la nueva biblia fundacional. El Índice de Torquemada descansa en los libros, ¡vigila! es un aviso: el inquisidor está vivo, ahora mismo se encuentra seguramente leyendo un libro, puede ser un niño, o un simple aprendiz de informática, pero sabe que entre las curvas de las letras serpiente descansan las mortajas del gran censurador que aspira a despertar.

Dedicado a todos los que han sufrido y sufren la cólera de los ignorantes. Dedicado a ti, Oh libro, de papel, orgánico, lleno de vida, que sangras y mueres.

Javier Rada

Táctica de la piraña

Deberían colgarlo en el patio, y organizar así una hoguera, una quema pública con juicio sumario y todo, obligarle a que pague por sus crímenes, decían, gritaban y pronunciaban los enanos. El matón del colegio había sido acorralado por una horda de niños indefensos, pequeños, escuálidos, feos, gafotas, tiriteros (de tirita), hueste de ungidos en polvo. Recibió tantos golpes que era imposible reconocerle. Miles de microgolpes/de micro puños/de micro brazos/de micro niños/aporreando la cabeza en nombre de la justicia, el bienestar, la riqueza, el Estado, las constituciones, el derecho, la dignidad y la vida.

Los compinches del matón, atemorizados tras las piedras, no tuvieron valor para rescatarle: iba a morir solo ante la ira de los débiles.

Y Nietzsche vomitaba rancio ectoplasma

Y Jesucristo clamaba otra vez ante su padre: perdónales, perdónales…

Cuando por fin la jauría de enanos hubo encendido el fuego, y cuando los últimos vítores de terror cruzaron a lomos del eco, la tranquilidad se apoderó del lugar y prosiguieron las clases. Sólo el olor a pollo frito atestiguaba los hechos aquí descritos. La táctica de la piraña había funcionado: el gran pez servido a la parrilla/pasto de la carroña/limpia sonrisa de gatos.

Entonces sonó la campana. Y el niño despertó. Y se enfrentó como cada día a sus pesadillas: los golpes, el abuso, el insulto, el espanto, el achante, la intimidación, la humillación…

Los sueños de justicia son siempre mejores, pensó al recibir en el último moratón la gracia del beso materno.

Javier Rada

Dos mil millones de collejas

Reto a la ciencia a hacer un cálculo, pues que yo sepa no existen estadísticas sobre el número exacto de las collejas que se llegan a dar en un solo día, hora o minuto. No están contabilizadas ni disponemos de tablas. Nadie puede decirme la cifra global de todos los colegios, parques, casas, ascensores, escaleras, camas, alfombras, cines, coches, etc., del mundo. Tampoco podemos saber la media de collejas que han sido repartidas en el precioso instante que acabas de malgastar, querid@ adict@ a Internet, en leer esta entradilla.

(Escaso lector/a, mejor apaga el ordenador y empieza a ser libre)

Podríamos aventurar, sin pecar de brutos, que se trata de dos mil millones de collejas diarias. Sólo con recitar la extraña palabra, CO-LLE-JA, las nucas calentadas estarán por el millón. Pero a pesar de la importancia de las mismas (la colleja, oda a la juventud perpetua), ningún científico se ha esforzado en medirlo; otorga mayor prestigio contabilizar asesinatos, víctimas de paludismo, las muertes de una guerra o catástrofe natural, o las visitas al IKEA. 500 personas mueren al día en Irak, según la última estimación. 2000 españoles estarán comprando una estantería portátil Vaderhünger para sus repúblicas alienantes caseras. Y nadie sabe vaticinar el número exacto de collejas en un determinado intervalo de tiempo.

¿Quién no ha recibido en su vida una insigne colleja? Después del beso y del cotilleo, encabeza la lista de los ritos más universalizados de la humanidad, por encima del orgasmo, y por mucho que vacilen las estadísticas. Las recibimos de nuestros padres, profesores y compañeros de clase y, en ocasiones, de algún desconocido aficionado a los vídeos de primera. Las usamos para reírnos, entendernos, vengarnos o desahogar nuestras frustraciones. Y si un día nos invadieran los marcianos, sospechamos, por algo será, que nada más bajar de su nave nodriza nos darían un buen par de… Dirían, ellos tan verdes, tan sabios, de intelecto superior, algo así como «Klaatu Barada…¡Koyehón!».

Sólo a mi venerado Stanislaw Lem se le ocurrió contabilizar la cifra de los litros de esperma que se perdían, no se sabe muy bien dónde (calzoncillos, condones, úteros, sábanas, manos, toallas, calcetines, pañuelos, lavadoras, sopas y cocidos, probadores del IKEA…), en un minuto. Según sus cálculos, la cifra era desorbitada (45.000 litros por minuto). Y entonces uno no puede dejar de imaginar, con cierto mal gusto, cuantos ríos se podrían llenar en un solo día. Yo en cambio me empeño en saber el número exacto de collejas como prueba de mi voluntad de continuar su labor y de la importancia de este rito tradicional (juventud, perpetua oda a la colleja).

Recibimos las collejas cuando empezamos a desarrollar esperma u óvulos. Aprendemos latín, griego y francés a base de ellas. Amargamos la existencia a los demás hasta aprender que es mejor explotar, machacar, amenazar con despidos y antidisturbios, o enviar a jóvenes a una guerra, en lo que llaman la violencia democrática, que utilizar la siempre desestresante, veloz y precisa colleja. Si en algo estamos todavía en dicha fase adolescente es en que seguimos usando las pajas para descargar tensiones a falta de un objetivo para unas buenas collejas…(¡el Orinoco blanco!). Y eso, claro está, baja la media.

Ahora pensemos en el brutal estruendo que se generaría si se dieran de golpe todas las collejas del mundo (aunque sería peor, quién lo duda, con pedos). Los pájaros arrancarían su vuelo de Sydney a Sydney, y me como dos… Todos los bebés entonarían el berreo de Satán. No habría dios sin escuchar el maremoto sonoro de hostias. ¿Entonces por qué ningún científico ha contabilizado su número?

Y hablando en plata también me pregunto por qué nadie ha querido contabilizar el número de bromas jocosas, abusos y terrores variopintos, persecuciones y golpes, amenazas de muerte, que llevan a algunos chavales al suicidio. Creo que tenemos estadísticas del número de personas que por una u otra razón deciden quitarse la vida (873.000 personas al año/60 millones de intentos). De lo que carecemos es de datos sobre del número de collejas que les llevaron a hacerlo. Por eso hoy reto a la ciencia con este cálculo, sino quieren recibir unas buenas…

Javier Rada