Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

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Casa con fantasma

Hace unos días, el 11 –un número que jamás admitirá ya la pureza cartesiana o el requiebro de los tarotistas–, recibí una llamada. Voz femenina y menguada. “Quizá no me recuerdes. Soy Mari Paz. Hablaste conmigo hace tres años”. Era la viuda de un muerto. Deseaba decirme que lleva en la cartera un recorte de prensa con mi firma.

Hace tres años, el 13 de marzo –fecha de la acaso última revolución popular española–, había recibido otra llamada. Era Arsenio Escolar, director de 20minutos. Yo estaba en la Puerta del Sol, cacerolando contra las mentiras de los señoritos fascistas que nos habían llevado a las trincheras por razones que, como quizá demostrará la historia, abundaban en eso que los banqueros llaman con su lengua de quirófano CCC: código de cuenta del cliente.

-¿Quieres hacer un perfil, una a una, de las víctimas de los atentados? –preguntó Escolar.

Acepté, claro. Algunas de las razones son impolíticas pero merecen, porque sólo es libre quien se desnuda, ser enumeradas. No tenía trabajo ni dinero para el alquiler, arrastraba deudas y acababa de empezar una nueva vida a los 49 años (ya saben: un divorcio y sus consecuencias). Arsenio usó un anzuelo clásico y que a las empresas le sale a buen precio (“sólo tú puedes hacerlo”).

Tras el halago que debería llevarme a las nubes, al día siguiente el director y yo bajamos a los suburbios de la vida real: 200 euros por pieza antes de impuestos y gastos de transporte a cargo de la empresa. Envío de información, desde mi casa. La conexión a la red y las llamadas telefónicas, a mis expensas. Cinco piezas a la semana, de lunes a viernes. Otro freelancer chingado por un trabajo pinche y rechingado por la empresa repinche.

Hice aquello. El tren de todos, se llamó la serie. Se publicaron 62 entregas. Otros tantos familiares o amigos de los muertos denegaron la invitación. Al resto no fui capaz de localizarlos. No soy Astro Boy ni trabajaba para el Grupo Prisa, que, digan lo que digan los resentidos, cuando se pone, se pone.

Durante varios meses fui en Metro y Cercanías a una casa hippie con horizontes pintados en la pared, a otra casas olor a Varón Dandy, a una más donde una docena de africanos comían sémola, a otra con un ramo de rosas enviado por Joaquín Sabina… Casas pagadas, adeudadas, heredadas y arrendadas, pero, en fin, casas habitadas por gente inocente y deshecha. Casas con fantasma.

Mari Paz, la mujer que me telefonea cada 11-M desde 2004, perdió a su marido, que tiene el mismo nombre y el mismo apellido que mi hijo mayor, Félix González. Es una casualidad que puede ponerte la carne de pollo. Hubo más: la compañera de clase de mi novia, esa muchacha a quien mi hermano de sangre Javier Rada ha colocado en la foto de la entrada anterior de esta bitácora, fue una de las víctimas más jóvenes.

Desde hace 18 años habito en la montaña rusa de la depresión y la angustia. Cuando escribí El tren de todos tomaba cada mañana 75 mg de un antidepresivo. Ahora, de baja laboral desde hace nueve semanas (ya no soy freelancer sino empleado en plantilla de producción, sal de la tierra), trago 150 cada mañana, otros 75 al mediodía, dos píldoras contra el vértigo y media pastilla de benzodiacepina antes de irme a la cama.

Tranquilos, la bisutería bioquímica no me convierte en otro: incluso ligo más. Es sabido que la tristeza vende, aunque no tanto, seamos justos, como la vulva de Britney, una tipeja que aparece 454.000 veces en el buscador de 20minutos, el doble que los Beatles y 45.400 veces más que el padre de la poesía moderna, Arturito Rimbaud.

El tren de todos, miserias personales aparte, fue el trabajo más bello de mi vida. Nunca olvidaré, nunca. Ahora bien, no creo que sea necesario ni conveniente republicarlo conviviendo con las falacias, los mercadeos, los regalos de San Valentín y la cultura con zeta, derramada con la tinta blanca que gotean las gónadas de un ex camarero de pub de guiris que, para colmo, tiene cara (y pensamiento) de mantecada horneada por las clarisas.

¿Homenaje? La cortesía, el respeto, el cariño, nada tienen que ver con el cómputo neurótico del número de clicks de internautas (casi siempre también neuróticos) por el que guerrean las corporaciones informativas, o casi informativas, en esa lobotomizante conflagración para la captación de cualquiera que con tanta aguda gracia glosa mi admirado Toteking:

Veo claro como hay 2 tipos de gente,

los macarras con Sardá y los progres con Buenafuente

La serie El tren de todos, creo, pertenece legalmente a 20minutos (nada firmé al respecto pero acepté un acuerdo y me importa un bledo lo demás). La cortesía, el respeto, el cariño, sin embargo, implicaban haber pedido permiso. Primero, a mí, el autor. Segundo, sobre todo, a ellos, los habitantes de las casas con fantasma.

Salud a repartir y perdón por la obligatoria ausencia.

José Ángel González