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En tierra quemada… El legado de Abdelkrim en el Vietnam español

África empieza en los Pirineos. Nos unen las chumberas, los gritos, la pasión por la calle, la desconfianza ante el extranjero, los guiños de humor, el talante mediterráneo tan distante del afrancesado ZP. Los ancianos bereberes dicen que «los rifeños y los de Málaga llevan la misma sangre». Así nos conocen allí, todos somos hijos de la gran Málaga. Y tienen razón.

Los españoles educaron, como en tantas ocasiones, al que sería su peor enemigo, Abdelkrim, o Abdel Karim, belicoso señor de los Ait Urriaguel. Abdelkrim hizo saber a sus maestros que el Rif era una guerra de pobres, y como pobres, los vencederos serían aquellos que pudieran aguantar la sed: de justicia, de derecho moral y supervivencia. El Rif se convirtió en el Vietnam del Reino de España. El Rif explica lo que sucedió en la última mitad del siglo XX. Y confirma la figura histórica del reyezuelo Alfonso XIII, personaje que podría haberse dedicado exclusivamente a una de sus grandes pasiones, la pornografía, convirtiéndose de este modo en el aúlico precursor de los pornolabs.

Mohammed Ben Abdelkrim Al-Jattabi nació en Axdir en 1882 y murió exiliado en El Cairo en 1963. Fue educado en la universidad de Salamanca y trabajó para el Leviatán metropolitano en Melilla. Abdelkrim Sabía a quien se enfrentaba, cosa que no podían afirmar «los malagueños». Concibió la sublevación general en el Rif y pasó a cuchillo a todas las tribus que quisieran pactar con los extranjeros o hacer la lucha por su cuenta. Acciones que sospecho aprendió de los Reyes Católicos. Fundó una república independiente. Acuñó moneda. Y buscó apoyos entre el resto de países colonizadores. Tras el desembarco de Alhucemas, su sueño se vio frustrado, y se entregó a los franceses que lo deportaron a la Isla de Reunión, en Madagascar. Escapó a El Cairo, y jamás regresó al Rif.

Los rifeños aseguran que Abdelkrim quería pactar con los españoles. Según estas fuentes, sabía que era inevitable la colonización, así que ideó un plan consensuado, basado en cierta autonomía. Los propios españoles y los muyaidines bereberes se lo impidieron por sus ansias de orgullo y sangre, algo que tenían claramente en común. Abdelkrim dirigió un ejército de zarrapastrosos, de campesinos y bandoleros. El mismo ejército que al ser bombardeados con gas mostaza inventó su propia arma química: añadieron chile a los casquillos de sus balas, levantando algún estornudo que otro entre las tropas invasoras. Ese «ejército del chile» mandó a todo el grueso colonial español, moderno, pero pobre, basado en las levas forzadas entre los miserables de la Gran Málaga, de patitas a Melilla. Murieron entre 10.000 y 20.000 hombres. Y no hubo compasión con ellos. Tampoco con la población civil bereber.

Estos días que estamos discutiendo entre pedir perdón o defender el orgullo patrio deberíamos mirar a Abdelkrim, el espejo inverso de nuestras virtudes y defectos. Fuimos los precursores de la lucha de guerrillas, sí, en inglés se dice así: guerrilla. Hemos sido únicos en meternos, cuando no venía a cuento, en todos los pedregales que ignoraron nuestros admirados y prácticos romanos: hasta en Irak. Y lo peor de todo, seguimos en las mismas. En esa combinación, meticulosamente plagiada por los estadounidenses tras el 11-S, de fanatismo e ignorancia.

Javier Rada