Plano Contrapicado Plano Contrapicado

“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

Archivo de marzo, 2017

El gato Bob te salvó la vida

Bob y James Bowen en la calle. Facebook.

Espero que mi compañera Melisa no considere esta entrada como flagrante intrusismo en el terreno que con tanto cariño como acierto explora ella en su blog En busca de una segunda oportunidad. Porque la cosa va de gatos, de uno en particular llamado Bob.

Es conocida la frase de Alfred Hitchcock: «Nunca trabajes con niños, ni con animales, ni con Charles Laughton», enemigo como era de las improvisaciones y temeroso de las dificultades que podría entrañar la indisciplina propia de los locos bajitos, que diría Serrat, y de los animales, a los que cuesta hacer entender lo que es un plano secuencia y que una cámara no amenaza su seguridad al aproximarse a ellos. De la de ciertos actores no hablamos ahora.

Entre las bestias, si hay algunas especialmente indómitas, los felinos caseros, callejeros o salvajes, que tanto da, se llevan la palma y acostumbran a poner de los nervios a productores, directores e intérpretes que comparten plano con ellos. Que se lo digan a François Truffaut, que lo demostró palpablemente en esta divertida secuencia de La noche americana (1973), que lleva por título: «retomaremos el rodaje cuando encuentren un gato que sepa actuar».

Seguro que a Melisa no le gusta que se utilicen animales en los rodajes, por razones ciertamente imaginables y comprensibles. Un apasionante y tristísimo documental, The Cove (Louie Psihoyos, 2009) ganó el Oscar y nos hizo descubrir, entre otras miserias sangrantes del Japón, que el delfín más famoso de la historia, Flipper, al que siempre creímos muy feliz al ejecutar cabriolas, gracias y gracietas para solaz de los monstruos, padres e hijos, en realidad sufría mucho, como cualquier animal obligado a hacer cosas extrañas . Rick O’Barry, pasó de ser entrenador de delfines a militante en la lucha contra la caza y el adiestramiento de estos bellos mamíferos, tras vivir un episodio traumático, el suicidio en sus propios brazos de uno de ellos. Desde aquí, bien alto: ¡no al maltrato animal, no a la tauromaquia ni al uso de animales en el circo!

Pero estoy seguro de que tanto a Melisa como a cualquier amante de los gatos, entre los que me cuento, les gustará mucho una película que no pretende ganar ningún Oscar ni dejar huella indeleble en la memoria de ningún crítico, porque cinematográficamente hablando no es que podamos decir muchas y grandes cosas a su favor. Pero tampoco en contra: A Street Cat named Bob.

Un gato callejero llamado Bob, que es como previsiblemente se titulará, aún no se ha estrenado en España pero tiene distribución (Sony España), así es que pueden estar seguros de que se podrá ver en nuestras salas. El director es Roger Spottiswoode, un canadiense de trayectoria muy irregular que en sus comienzos firmó Bajo el fuego (1983), una interesante intriga política y periodística centrada en los días finales de la miserable dictadura de Somoza en Nicaragua, protagonizada por Nick Nolte, Ed Harris, Gene Hackman y Joana Cassidy. En 2008 volvió al periodismo en tiempos de guerra con Los niños de Huang Shi, e incluso tuvo en sus manos una entrega de James Bond con Pierce Brosnan, El mañana nunca muere (1997), entre otros muchos filmes de muy relativo atractivo. Este caballero toca todos los palos y si bien no es un gran artista sí puede presumir de hacerlo todo con dignidad.

Spottiswoode se ha limitado a narrar la aleccionadora historia de un músico drogadicto y al borde del desahucio definitivo de la vida, James Bowen, que encuentra providencialmente a un gatito, tan sintecho como él, dispuesto a ofrecerle un par de buenas razones para dejar de dar tumbos camino del abismo: la amistad y la fidelidad. Una historia que ha dejado un rastro muy abundante en Youtube de videos que han hecho las delicias de millones de enamorados de Bob, el minino. Y que se convirtió en un libro muy vendido en Gran Bretaña.

Con esa línea argumental se ve enseguida que la historia no es el colmo de la originalidad, que huele a moralina a kilómetros de distancia con la cantinela de que la redención conlleva el premio del éxito, no sólo en el cielo sino también en la tierra, según nos diría cualquier obispo de los que andamos sobrados en España. Entonces… ¿qué diablos nos estás vendiendo?, se preguntarán.

Pues miren, sin que sirva de precedente y gracias al felino implicado compro este pulpo como animal de compañía (y quien yo sé sabrá por qué uso esta expresión): una bonita historia que nos enseña que no hay que despreciar a las personas que viven en la calle (algunas, encima son buenos músicos y vale la pena escucharles), que las instituciones sociales deben pensarlo muy bien antes de suspender la ayuda a los drogodependientes, que nadie debe avergonzarse de un hijo necesitado de comprensión, que no hay que maltratar a los animales sino acogerlos porque de ellos recibirás con frecuencia mucho más cariño que de los humanos… Y todo esto tratado con delicadeza, sin florituras ni subrayados, con el sentimentalismo en punto de nieve pero mantenido a raya. No es demasiado, pero a mi me basta.

Y yo, mientras disfrutaba con cada uno de los planos en los que Bob actúa impecablemente, con sus miradas atentas a todo lo que se mueve a su alrededor, con su admirable agudeza felina sosegada por su desarmante bonhomía  y la cálida interpretación de Luke Treadaway en el papel de James, me preguntaba cómo habrá sido el rodaje, si Bob (el auténtico Bob es el que rueda) se habrá prestado de buena gana a todas las exigencias del guión, que son muchas. Y todo me lleva a pensar que sí porque Bob es un gato increíble.

P.S. Tengo una noticia buena y otra mala. La buena: un día después de publicado este post una lectora bien informada me advierte que Sony Pictures Home Entertainment ha editado la película en dvd y está a la venta en España. La mala es que eso significa que no se estrenará en salas. Bueno, ante esta tesitura tómese por el lado positivo de las cosas, como nos proponían los Monty Python.

 

A ellas también les gusta mirar

El cine, como el arte en general, ha representado con gran profusión el cuerpo femenino desnudo como representación de lo más bello de la vida y prácticamente siempre como objeto de deseo masculino.  No sin enfrentarse a grandes conflictos para derribar los muros (esa palabra que un presidente impresentable ha puesto tan de moda) que los enemigos de la libertad creativa, los enemigos del gozo y el placer, han erigido en forma de censura directa o indirecta a lo largo de siglos de Historia del Arte, y a lo largo del último en el ámbito del cine.

Los tabúes fueron cayendo en algunos períodos felices y en otros volvieron a renacer. Uno de esos tabúes pretende negar que a las mujeres también les puede apetecer ser “voyeurs” y disfrutar contemplando a hombres desnudos. En la pantalla son escasísimos los ejemplos en que vemos a alguna mujer en esta actitud.

Sobre la marcha recuerdo una secuencia de alto voltaje erótico (para los estándares al uso, bien entendido) en Descenso (Descent, 2007) en la que Rosario Dawson completamente vestida le pide a un individuo de aspecto chulesco que se desnude para ella; éste obedece y Talia Lugacy, la directora, muestra un “full frontal nude” (desnudo frontal integral) de Chad Faust, a quien Rosario venda los ojos y comienza a acariciar para mayor deleite propio y ajeno.

Descenso está producida por Talia Lugacy y Rosario Dawson, escrita y dirigida, como digo, por la primera e interpretada por la segunda, lo que seguramente tiene mucho que ver con esa reivindicación del cambio de roles en la escena citada. Aunque sobre el contenido ideológico –la venganza, el ojo por ojo- y otras valoraciones artísticas ahora no me detendré por ser más dudosas y no venir al caso.

Diez años más tarde no sabemos si esta escena hubiera sido un obstáculo  para la exhibición del filme. ¿Por qué lo dudo? Porque los guardianes de la pureza y la castidad volvieron a dar la nota en España emprendiéndola con una delicada y a la vez, por lo que se ve, atrevida película que muestra una situación en la que una joven adolescente asume un rol dominante en una relación erótico-visual frente al hombre.

Se trata de Las plantas, filme chileno de 2015 dirigido por Roberto Doveris, cuyo estreno a finales de enero de este año algunas salas decidieron cancelar, alarmados sus retrógrados propietarios por alguna secuencia que consideraban inasumible para sus estrechas mentes. La tachaban de pornográfica porque mostraba sin tapujos un sexo masculino en actitud de presenten armas, y peor aún; ¡la protagonista, unas veces vestida y otras desnuda, le pedía al poseedor de la joya que se masturbara ante ella! Si se preguntan qué salas pudieron ser, deduzcan: una producción pequeña dirigida a un público cinéfilo y minoritario. Hasta ahí puedo señalar porque mi fuente no ha sido capaz de darme nombres.

El ICAA se medio sumó a la fiesta calificándola de “No recomendada para menores de 16 años”. Paradójicamente y como adelantándose a la estupidez y para darle una lección a los funcionarios de en qué época viven, el filme había obtenido en el Festival de Cine de Berlín el Premio del Jurado a la Mejor Película en la sección Generation 14+ y una Mención especial del Jurado Joven. Vaya, que los escandalizados, como sucede siempre, se comportan como carcamales.

«Básicamente lo que hay en la secuencia son penes en primer plano y hombres masturbándose y ella con ropa. En verdad es súper feminista el tratamiento de la escena» decía entre sorprendido y resignado el director de la película, Roberto Doveris. Un punto de ingenuidad sí que tiene, el angelito. Aquí, parece ser, con la Iglesia hemos topado, aunque esta vez la Santa Inquisición actuó por vía interpuesta, sin necesidad de tener que pronunciarse directamente. En Chile, por el contrario, fue considerada uno de los títulos más destacados de la temporada. Esto es lo que hay.

Las Plantas combina la osadía de su puesta en escena con el cuidado y la sensibilidad de una mirada heterosexual femenina al acercarse a los deseos de exploración en la iniciación sexual de una joven, magníficamente interpretada, por cierto, por Violeta Castillo, que también ha compuesto algunas músicas para el filme. Un sapo demasiado grande para el estómago de mentes retrógradas.

El señuelo de las niñas asesinadas y desnudas en el bosque

Entre literatura y cine se ha dado una relación de carácter simbiótico o matrimonial desde los inicios de la historia de éste, y ya se sabe la cantidad y variedad de ‘situaciones’ que eso implica. Lo más frecuente es que el uno se aproveche de la otra, aunque también se ha dado este parasitismo en sentido inverso.

Los novelistas han peleado por evitar que los guionistas masacraran sus obras y se hicieran malas películas con ellas. A veces esos conflictos han sido legendarios. En sentido contrario, ejemplo de adaptación que resultó una gran película a partir de una gran novela: El nombre de la rosa, 1980, de Umberto Eco, que Jean-Jacques Annaud dirigió en 1986, ambos con enorme éxito.

Curiosamente Annaud suprimió de la novela todo aquello que no tenía relación directa con la trama policíaca, es decir por lo menos la mitad de las páginas (bueno, a ojo de buen cubero, no las he contado) y aun así le quedó apañadísima, con un inolvidable monje detective que conservaba las barbas de Sean Connery.

El feliz ejemplo escogido es muy poco habitual. En España tuvieron sus diferencias el bueno de Vicente Aranda y un escritor que colecciona bastones y es de los más leídos en nuestro país, don Antonio Gala. Tanto es así que se llegó a editar un dvd de La pasión turca en el que se pueden ver dos finales distintos. A Aranda también le costó tener que tragar las quejas de Juan Marsé, de cuya pluma tomó diversos argumentos, y se enzarzó con él en un cruce de acusaciones sobre la falta de talento de unos y otros.

Nada parecido a esto ha sucedido con la escritora Dolores Redondo y el cineasta Fernando González Molina.

No he leído El guardián invisible, primera parte de la Trilogía del Baztán, con cuya adaptación a la pantalla su autora dice sentirse muy satisfecha, pero sí he visto la película dirigida por Fernando González Molina (que obtuvo un éxito de taquilla con su título anterior, el culebrón Palmeras en la nieve) que se estrena mañana.

Eso significa que no haré ningún ejercicio de lectura comparada de las dos obras. La propia escritora, por cierto ganadora del premio Planeta 2016 con Todo esto te daré, dice que el filme respeta la esencia de la novela, lo que no sé muy bien qué alcance tiene. Si las debilidades de un guion que tira por la calle comercial en cuanto que tiene ocasión son heredadas de la novela, ésta no me inspira mucha confianza.

Y supongo que la película debe de ser bastante fiel al argumento de la novela. Marta Etura encarna a una inspectora jefe de homicidios de la Policía Foral de Navarra llamada Amaia Salazar que dice haberse formado profesionalmente en el FBI. Así de repente pensamos en Jodie Foster y El silencio de los corderos. Como no es cosa de inventarse un Hanibal Lecter para aleccionarla, disponemos de un amigo norteamericano, Aloisius Dupree, que le regala pensamientos new age (si no recuerdo mal desde Nueva Orleans) para que mire dentro de sí misma y pueda encontrar al asesino. Y si no, están las cartas que echa su tía, más del terruño, que no cree en las meigas en versión euskonavarra pero sí que haberlas haylas.

Tenemos chicas adolescentes asesinadas a las que el criminal deja tiradas desnudas en el bosque, lo que sin duda es un señuelo comercial de primer orden, muñecos sin personalidad, sin historia, que sólo sirven para hacer avanzar la investigación, a la que no le faltan los elementos típicos del cine norteamericano y escenas con recursos fáciles mil veces vistos. Del otro hilo argumental, el de la infancia de Amaia Salazar atormentada por una madre que está como las maracas de Machín, se supone que se sabrá más en la segunda o tercera parte. Pero es muy dudoso que pueda adquirir un aspecto más serio y menos estereotipado que el que tiene en esta primera entrega de la trilogía.

Con esas mimbres y con los medios con que cuenta la producción, amén de una bella fotografía y lujosa ambientación, la película se venderá presumiblemente bien merced al poderoso aparato publicitario de Atresmedia que la respalda. Lo malo que tiene es que una historia, que presume de respirar el oxígeno de Elizondo y los bellos parajes del Pirineo navarro que le rodean, suena a mil veces vista en otros territorios y está narrada de un modo previsible y rutinario.

Eso sí, la escritora no se siente traicionada. Mejor para ella.