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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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El gato Bob te salvó la vida

Bob y James Bowen en la calle. Facebook.

Espero que mi compañera Melisa no considere esta entrada como flagrante intrusismo en el terreno que con tanto cariño como acierto explora ella en su blog En busca de una segunda oportunidad. Porque la cosa va de gatos, de uno en particular llamado Bob.

Es conocida la frase de Alfred Hitchcock: «Nunca trabajes con niños, ni con animales, ni con Charles Laughton», enemigo como era de las improvisaciones y temeroso de las dificultades que podría entrañar la indisciplina propia de los locos bajitos, que diría Serrat, y de los animales, a los que cuesta hacer entender lo que es un plano secuencia y que una cámara no amenaza su seguridad al aproximarse a ellos. De la de ciertos actores no hablamos ahora.

Entre las bestias, si hay algunas especialmente indómitas, los felinos caseros, callejeros o salvajes, que tanto da, se llevan la palma y acostumbran a poner de los nervios a productores, directores e intérpretes que comparten plano con ellos. Que se lo digan a François Truffaut, que lo demostró palpablemente en esta divertida secuencia de La noche americana (1973), que lleva por título: «retomaremos el rodaje cuando encuentren un gato que sepa actuar».

Seguro que a Melisa no le gusta que se utilicen animales en los rodajes, por razones ciertamente imaginables y comprensibles. Un apasionante y tristísimo documental, The Cove (Louie Psihoyos, 2009) ganó el Oscar y nos hizo descubrir, entre otras miserias sangrantes del Japón, que el delfín más famoso de la historia, Flipper, al que siempre creímos muy feliz al ejecutar cabriolas, gracias y gracietas para solaz de los monstruos, padres e hijos, en realidad sufría mucho, como cualquier animal obligado a hacer cosas extrañas . Rick O’Barry, pasó de ser entrenador de delfines a militante en la lucha contra la caza y el adiestramiento de estos bellos mamíferos, tras vivir un episodio traumático, el suicidio en sus propios brazos de uno de ellos. Desde aquí, bien alto: ¡no al maltrato animal, no a la tauromaquia ni al uso de animales en el circo!

Pero estoy seguro de que tanto a Melisa como a cualquier amante de los gatos, entre los que me cuento, les gustará mucho una película que no pretende ganar ningún Oscar ni dejar huella indeleble en la memoria de ningún crítico, porque cinematográficamente hablando no es que podamos decir muchas y grandes cosas a su favor. Pero tampoco en contra: A Street Cat named Bob.

Un gato callejero llamado Bob, que es como previsiblemente se titulará, aún no se ha estrenado en España pero tiene distribución (Sony España), así es que pueden estar seguros de que se podrá ver en nuestras salas. El director es Roger Spottiswoode, un canadiense de trayectoria muy irregular que en sus comienzos firmó Bajo el fuego (1983), una interesante intriga política y periodística centrada en los días finales de la miserable dictadura de Somoza en Nicaragua, protagonizada por Nick Nolte, Ed Harris, Gene Hackman y Joana Cassidy. En 2008 volvió al periodismo en tiempos de guerra con Los niños de Huang Shi, e incluso tuvo en sus manos una entrega de James Bond con Pierce Brosnan, El mañana nunca muere (1997), entre otros muchos filmes de muy relativo atractivo. Este caballero toca todos los palos y si bien no es un gran artista sí puede presumir de hacerlo todo con dignidad.

Spottiswoode se ha limitado a narrar la aleccionadora historia de un músico drogadicto y al borde del desahucio definitivo de la vida, James Bowen, que encuentra providencialmente a un gatito, tan sintecho como él, dispuesto a ofrecerle un par de buenas razones para dejar de dar tumbos camino del abismo: la amistad y la fidelidad. Una historia que ha dejado un rastro muy abundante en Youtube de videos que han hecho las delicias de millones de enamorados de Bob, el minino. Y que se convirtió en un libro muy vendido en Gran Bretaña.

Con esa línea argumental se ve enseguida que la historia no es el colmo de la originalidad, que huele a moralina a kilómetros de distancia con la cantinela de que la redención conlleva el premio del éxito, no sólo en el cielo sino también en la tierra, según nos diría cualquier obispo de los que andamos sobrados en España. Entonces… ¿qué diablos nos estás vendiendo?, se preguntarán.

Pues miren, sin que sirva de precedente y gracias al felino implicado compro este pulpo como animal de compañía (y quien yo sé sabrá por qué uso esta expresión): una bonita historia que nos enseña que no hay que despreciar a las personas que viven en la calle (algunas, encima son buenos músicos y vale la pena escucharles), que las instituciones sociales deben pensarlo muy bien antes de suspender la ayuda a los drogodependientes, que nadie debe avergonzarse de un hijo necesitado de comprensión, que no hay que maltratar a los animales sino acogerlos porque de ellos recibirás con frecuencia mucho más cariño que de los humanos… Y todo esto tratado con delicadeza, sin florituras ni subrayados, con el sentimentalismo en punto de nieve pero mantenido a raya. No es demasiado, pero a mi me basta.

Y yo, mientras disfrutaba con cada uno de los planos en los que Bob actúa impecablemente, con sus miradas atentas a todo lo que se mueve a su alrededor, con su admirable agudeza felina sosegada por su desarmante bonhomía  y la cálida interpretación de Luke Treadaway en el papel de James, me preguntaba cómo habrá sido el rodaje, si Bob (el auténtico Bob es el que rueda) se habrá prestado de buena gana a todas las exigencias del guión, que son muchas. Y todo me lleva a pensar que sí porque Bob es un gato increíble.

P.S. Tengo una noticia buena y otra mala. La buena: un día después de publicado este post una lectora bien informada me advierte que Sony Pictures Home Entertainment ha editado la película en dvd y está a la venta en España. La mala es que eso significa que no se estrenará en salas. Bueno, ante esta tesitura tómese por el lado positivo de las cosas, como nos proponían los Monty Python.