«¿Escribes borracho? ¿He estado leyendo durante años a un borracho? Sinceramente, me has decepcionado. Que sepas que acabas de perder un lector» me dijo un (ex)lector nada más reconocerme en la terraza de un bar, dándole yo a la tecla del portátil, con cuatro o cinco cadáveres de tercios de cerveza custodiando mi mesa (a modo de frontera con el mundo). Me dejó realmente sorprendido, la verdad. Entendería que cualquiera pudiera echarme en cara manejar mi taxi borracho, o conducir un camión de siete ejes borracho, o un avión, ¿pero acaso es conducta peligrosa andar a la caza de la musa disparando cervezas? ¿puede contagiarse el alcohol a través de la palabra escrita? (Ojalá, pensarían algunos).
Soy de carácter compulsivo (mi nick @simpulso no es más que una broma interna para reírme de mi auténtica naturaleza). Escribo compulsivamente como un puto loco suicida. Y cuando escribo, no soy consciente de lo que hago en derredor. Fumo sin freno, y bebo y pido más cerveza sin darme cuenta. Sé que la literatura me está matando, pero en mi defensa diré que también me da la vida. Me da más vida de la que me quita, quiero decir. Prefiero matarme escribiendo que morir lentamente y en blanco. Bien es cierto que últimamente sólo bebo y fumo demasiado cuando escribo, pero escribo mucho, cada día más. Desconozco si bebo con la excusa de escribir o si escribo con la excusa de beber. En cualquier caso, lo que más le importa al cínico lector es, precisamente, el resultado. Lo que lee. Lo que en el fondo le llega dentro. Si se le parte el alma, o si se ríe, o se emociona, o se le enciende una luz en algún lugar recóndito del coco.
Sí, dije cínico lector. El buen lector ha de serlo. Y también egoísta. Y cruel en sus críticas. Si un escritor no te gusta, si no te transmite nada después del primer párrafo, o en una novela después de las diez primeras páginas, tira ese libro. Mándalo a la mierda. Sin compasión. Sin sentimiento de culpa. Nadie debería pedirle perdón a un escritor por no gustarte lo que escribe, por mucho que diga haber sudado cada palabra, o haberse documentado durante años. Ese escritor no vale para ti. No pasa nada. A mí Bucay me parece un cretino, o Allende una petarda anclada en la fase anal. No hizo falta más que leer un par de libros suyos para darme cuenta. Les falta alma, como a cualquier impostor literario que se vende en Carrefour junto a los discos de Melendi. La literatura, tal y como yo la entiendo, no es eso. A mí me importa una mierda que Miller escribiera hasta arriba de alcohol, o que Foster Wallace necesitara kilos de barbitúricos para esquivar sus depresiones y ponerse a escribir. Los dos fueron auténticos genios de la literatura. Y las drogas o el alcohol no les convirtieron en genios. O dicho de otro modo: por muchas drogas que consuma, por ejemplo, la mojabragas de Cincuenta Sombras de Grey, jamás llegará a arrancarle al lector los párpados de la cordura al nivel de Marías (Javier), o al nivel de Bolaño.
Yo no sé si soy un buen o un mal escritor. Sólo sé que me importa un carajo: seguiría escribiendo aunque no me leyera nadie (al igual que tú deberías dejar de leerme si no te llego).
Y sí, dicho sea de paso estoy borracho. ¿Algún problema?