Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de febrero, 2014

La mirada de Patricia #fotosíntaxis

FOTO: Patricia Gordon

FOTO: Patricia Gordon

Presten especial atención a su ojo derecho. Parece estar buscando meterse en el campo de visión del izquierdo tal vez para hablar con él: «¿Tú qué miras?», o por celos: «¿Por qué me rehuyes? ¿por qué no me devuelves la mirada?» Suena ingrato que un ojo busque al otro y éste le responda girándose al mismo lado como enfadado con él, o actuando tan iguales que parecen siameses (noadías; siameses), como gatos pero no: no hay gato encerrado en su mirada. Ojo por ojo y el mundo quedó aciago. Pero además, ese ojo derecho, en su giro brutal movido por la búsqueda, perdió parte de su visión real adentrándose en la cuenca, como si no le bastara con lo palpable y buscara conjugar su interior con lo de fuera en un intento de consenso: la mitad del iris apuntando hacia el mundo y la otra mitad atenta a sus pensamientos. No se fía de la realidad, o tal vez le aburra o le canse o siempre necesite darle un toque personal a lo que observa.

El espejo parece el maestro de sus miradas y sus ojos las pupilas obedientes. Y ese eyeliner demarcando su frontera entre el cielo y el infierno, ese eyeliner dibujado por quien mira en formato cine, 16:9, esa frontera artificial de lo que observa, esa sombra intentando asombrar el mar en calma embebido en sus ojos. ¿Que le lleva a una mujer a decidir pintarse de un modo u otro? ¿Dice algo, mucho o nada cómo se maquille? En esto no soy ducho (¡iluminadme!), pero de algo estoy seguro: Patricia sabe mirar y mirarse.

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(Más #fotosíntaxis aquí)

Fábricas de monstruos

Charles Chaplin en Tiempos Modernos

Charles Chaplin en Tiempos Modernos

No creo en la cultura del esfuerzo. Eso que llaman disciplina militar, eso de «la letra con sangre entra», sólo sirve de muro de contención para los traumas. A un niño hay que educarle en la pasión por las cosas, en el ansia innato por descubrir y llenar el coco de conocimientos prácticos y útiles. Hay que hacerle comprender que las matemáticas molan, que las ciencias molan, que la historia mola, en lugar de darle un sopapo cada vez que levanta la vista de un libro que memoriza como un papagayo, o castigarle sin postre si saca un 4,8 en Conocimiento del Medio. Unos padres que sólo se preocupan por las notas de sus hijos en vista a su futuro económico, un Sistema que equipara la palabra «triunfar» con ganar dinero, sólo puede crear monstruos, egoísmo: falta de escrúpulos. Y esos padres, y esos ideólogos de la nueva educación creerán que lo hace bien, pero habrán contribuido destruir un mundo ya de por sí jodido. Tal vez a base de esfuerzo y collejas el niño acabe estudiando algo que no le guste con el único propósito de ganar dinero, pero intrínsecamente ese niño acabará siendo un perfecto hijo de puta capaz de pisar al contrario, capaz de despedir a mil o aniquilar derechos a golpe de firma con tal de aumentar su margen de beneficios. Podrá sacar cum laude en Derecho y ADE y acabar en el consejo de administración de alguna gran empresa, o moviendo paquetes de acciones en la Bolsa de Tokyo, pero no dejará de ser un monstruo cegado por el vil metal.

Quiero entender que la esencia humana no es eso. Quiero creer que la vida significa evolución. La vida es aprender, descubrir, aportar. La vida es Manuel Elking Patarroyo, descubridor de la primera vacuna contra la Malaria, la vida es Shakespeare, Da Vinci, Volta, Freud, Pasteur. Fracaso evolutivo, sin embargo, es toda la lista Forbes, y algo me dice que estamos educando a nuestros hijos en esa precisa dirección: en el sueño de conseguir amasar grandes fortunas sin importar cómo. Deshumanizados. Desprovistos de alma.

Yo soy taxista y escritor por vocación. Soy lo que siempre quise ser, no me cambio por nadie, y mis hijos serán lo que ellos quieran. Tan solo procuraré que crezcan con los ojos y los poros bien abiertos. Sensibles, ante todo. Y felices. A pesar del mundo que nos tocó vivir.

Búscate

FOTO: Wikipedia Commonds

FOTO: Wikipedia Commonds

Piénsalo así: tal vez estés equivocado. Puede que la ciudad no cambie tanto como tú te crees. Es más: Puede que la ciudad no cambie en absoluto y seas tú el cambiante y la ciudad sólo se amolde al color del cristal con que la miras. Digo esto porque a veces crees que todo el mundo está triste. Viajas en el Metro y te fijas en el chico de ojos tristes sentado a tu lado, o sigues con la mirada al mendigo que pide limosna  hasta el punto de meterte en su piel y sentir frío, o te quedas clavado en el músico del largo pasillo que toca en clave melancolía. Y otros días, sin embargo, te da por alzar la vista y observas el tono fuego y blando de las nubes en pleno ocaso mientras piensas: qué maravilla. O te fijas en un edificio al azar y analizas sus detalles con asombro, o te cruzas con la chica más guapa a este lado del Manzanares y aprietas los puños en señal de intentar mantener la intensidad del momento, o todas las canciones de la radio te parecen profundas y agilizan e iluminan tu mente. Son las mismas canciones de tus días tristes, la misma chica guapa o el mismo cielo, pero tú lo tomas de otro modo, lo interpretas de otro modo.

Siento decepcionarte, pero el mundo, tu ciudad, no gira en torno a ti. Es tu estado de ánimo el que a veces se mueve a contramano y oscurece el color de tus cristales, o te hace enfocar la mirada a objetivos que sólo afianzan tu tristeza, ¿no es cierto? ¿Quieres un consejo? Anota todo cuanto llame tu atención visual cuando estás de buen humor y fuérzate a observar lo anotado cuando estés triste. Oblígate a admirar el color exacto de las nubes. Busca chicas guapas cada día. Presta atención a los edificios, a las canciones. Habla con el taxista de los mismos temas. Las charlas de ascensor no son casuales: hablar del tiempo te sume en un estado de neutralidad que a veces, sin querer, te ayuda a salir del pozo, o a olvidarte del pozo.

Hay un bar en el centro al que voy siempre que ando flojo de ánimo. A veces atravieso en mi taxi toda la ciudad con la única intención de parar ahí un momento. Sirven el mejor pincho de tortilla de la ciudad, y la camarera es de las pocas que conozco que te mira a los ojos mientras te sirve el café. Su tortilla y su mirada me dan la vida cuando creo que mi vida vale poco o menosprecio la vida en su conjunto. No te diré dónde está ese bar. Busca el tuyo, o tu motivo, o tu momento, y tira de él cuando te vengan mal dadas. Lo importante es eso: buscar.

Encuentros en la tercera frase

William Hook

FOTO: William Hook

El chico estuvo pendiente de su móvil durante todo el trayecto en mi taxi, como tantos otros, pero éste lo alternaba con vistazos a la calle, como si llevara la ruta en la pantalla y fuera cotejando las calles con su propia información. De vez en cuando sonreía y tecleaba algo, por lo que también parecía estar manteniendo contacto con gente. En las inmediaciones de Chueca sonó un pitido y al instante me dijo nervioso: «¡Espera, espera, ve más despacio!» y yo frené el taxi y me dispuse a circular más lento con un ojo en el retrovisor, atento a sus órdenes. Sonrió de nuevo, y sin perder de vista la pantalla me indicó: «La primera a la derecha y la… segunda a la izquierda». Nos adentramos en Chueca. «No. Espera. ¡Mierda! Se está moviendo. Sigue recto y la tercera a la derecha».

Ahí deduje que el chico buscaba a alguien cuyas coordenadas le aparecían a tiempo real en la pantalla de su móvil. No pude evitar preguntarle:

-Perdona, ¿sabes dónde vamos?

-Ah, sí, disculpa. Te estoy mareando. Me guío por… una aplicación de contactos para.. ya sabes, relaciones esporádicas.

-¿En serio? -dije.

-Sí, sí. Es la hostia. Metes un perfil de hombres con los que te gustaría tener sexo, y si alguno de ellos busca un perfil como el tuyo y está disponible, te aparece un puntito verde en el mapa. Le buscas, te busca, y ¡PUM! Alegría pal cuerpo. Me está apareciendo un punto verde un tal Tritón_23, y creo que va caminando por Hortaleza casi esquina Gravina. Si aceleras un poco lo encontramos.

Aceleré, claro. Y unos metros después alcanzamos a un chico que caminaba por la acera con las manos en los bolsillos.

-Tiene que ser ese. ¡Frena a su lado!

Y así lo hice. Nos detuvimos a su altura, mi usuario bajó la ventanilla y soltó:

-Perdona, ¿Eres Tritón_23?

El chico se giró hacia nosotros, sacó su móvil, miró la pantalla, y le dijo: «¿Osezno_Dador?».

-¡El mismo! -contestó mi usuario sonriendo.

-¿Subo al taxi? -dijo Tritón_23.

-No, espera. Mejor bajo yo.

Me pagó la carrera, bajó de mi taxi y ahí se quedaron. Por el espejo les vi darse dos besos y entrar en un bar. Y yo acabé en otro, bebiendo y pensando en aquella aplicación. En el perfil exacto que yo buscaría. Un solo perfil incompatible con el mío.

Todos tenemos secretos

Top secret

Hace un par de días tomó mi taxi un tipo extraño que se presentó como detective privado en misión secreta. Para acreditarse, abrió su cartera y me enseñó el carné de una peña alcarreña del Real Madrid, lo cual me dio a entender que no andaba muy bien de la cabeza.

No es nada fácil encontrar a un loco extrovertido tan a mano, así que aproveché para tirarle de la lengua, y me acabó confesando que su misión era tan sumamente secreta que ni siquiera él sabía en qué consistía. De todos modos vivía siempre alerta, anotando rostros, movimientos, matrículas, en busca de relaciones que le llevaran a alguna pista concluyente. Incluso apuntó en su bloc el número de licencia de mi taxi. Yo aproveché para decirle que, en realidad, yo no era taxista, sino un informador encubierto del Gobierno ruso. Aquel dato no le pareció relevante, pero me agradeció de todos modos la colaboración entre colegas. Luego salió de mi taxi y yo llamé en seguida al Kremlin para dar el parte de lo ocurrido. Cogió el teléfono mi novia, la cual me dijo que no aguantaba más. Que me dejaba.

Me confundí al marcar, supongo.

La mirada de @arcitecta #fotosíntaxis

FOTO: @arcitecta

FOTO: @arcitecta

Hay dos brújulas, una en cada ojo. Las dos miran al Norte, pero son Nortes distintos (el Norte es su objetivo, pero le encanta perderlo). Sus ojos no hablan, escuchan. No son ojos ni vivos ni muertos, sino más bien renacidos. Ojos calmos y pacientes: blandos por fuera y porosos por dentro (de los que absorben, retienen, analizan y seleccionan). Ahora está mirando como quien intenta llevar al otro a su terreno, en este caso al espejo, y a la cámara. Lo inquietante es que posa para la foto pero sin posar. No son ojos de pose, sino poseídos: consiguen que la cámara y el espejo posen para ella y no al revés, lo cual demuestra una personalidad arrolladora pero sin víctimas civiles. No busca protagonismo pero sí ser la primera del segundo plano. No busca llamar la atención y si alguna vez la llama, que sea a cobro revertido.

Tampoco hay maldad en su mirada. Ni nostalgia del pasado, ni lastre del que ya no haya aprendido y usado a su favor. No es de tropezar dos veces en la misma piedra, sino de seguir tropezando muchas veces en piedras distintas y reír por dentro, y anotarlo en su diario, y quemar luego el diario valiéndose de la chispa de dos de esas piedras. Son ojos prácticos, quiero decir. Ojos que miran al Norte valiéndose de la experiencia que acumuló en el Sur. Y conseguirá tantos Nortes como quiera, aunque sea trucando la brújula con el efecto imán de su mirada.

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Breve manual de supervivencia

FOTO: Mario Irrarázabal

FOTO: Mario Irrarázabal

¿Y si al final resulta que lo único que nos mantiene vivos es el miedo a la muerte? Pongamos como ejemplo el hombre que ayer mismo tomó mi taxi: Pensionista. Viudo. Enfermo crónico de los pulmones y el corazón. Sus hijos hacía años que no le hablaban, ni él tenía intención de acercarse a ellos. Y además vivía solo, carcomido por las deudas. Por otra parte, en lo que duró el trayecto no hizo más que quejarse de todo cuanto pasara por sus ojos: se quejaba de los coches, de los árboles, de los niños que jugaban en los parques («son ruidosos como las ratas»), de los viandantes en general, de las bicis, de la contaminación, del frío y del calor del verano, o del gobierno actual y del anterior gobierno. Absolutamente nada le parecía bien. Para colmo, al finalizar el trayecto sentenció con un gélido: «Hemos venido a este mundo a sufrir sin obtener nada a cambio». Cuando se bajó del taxi me surgió una pregunta: ¿Por qué no lo hace?, ¿por qué no saltó de mi taxi en marcha, o decide hoy mismo dejar el gas de casa abierto, o se toma de golpe cinco frascos de pastillas? ¿qué le obliga a alargar una agonía a todas luces irreversible? Cabría pensar que tal vez sus creencias religiosas se lo impedían, pero tampoco era el caso (alternaba sus lamentos con sonados cagoendiós). Por lo tanto, y descartado el resto, sólo cabía una explicación: el miedo a la muerte superaba con creces sus ganas de vivir.

Sin embargo, como teoría, me parece pobre, o al menos poco práctica. Quiero decir: si su vida es una mierda, ¿a qué viene ese afán de compartirlo? ¿Qué buscaba realmente: sembrar el caos intentando convencer al mundo del terco mundo en el que vivimos, o llamar la atención del otro para obtener su piedad? ¿Palmaditas en la espalda? ¿Lágrimas en un hombro anónimo? ¿Cariño ajeno?

Hoy he pensado mucho en esto. ¿Qué haría si mi vida fuera una mierda sin remedio? Viajaría al Tibet, supongo. O haría puenting, o rafting, o algo peligroso que acabara en -ing. O sería un perfecto politoxicómano. O putearía a los que realmente merecen ser puteados, en plan venganza, no sé. Al menos buscaría pequeños momentos. Eso es. Ahí estaría la clave. En los pequeños momentos.

Cuerpos de alquiler

Bettmann/CORBIS

Bettmann/CORBIS

Nevaba, sí. Tal vez por eso me fijé en ella y ella se fijó en mí. La nieve tiene ese efecto bifocal en los taxis. Tratas de hacer nítidos los copos pero no puedes, nunca puedes, y entonces buscas otro punto de referencia: el espejo retrovisor, en este caso. A los dos nos sucedió lo mismo. Tratábamos de enfocar la nieve, cada uno la suya, pero acabamos cruzando las miradas en mi espejo. Y en ese cruce ella me lanzó una sonrisa demasiado seductora y fácil para ser real. Y aquello me escamó, por supuesto. Noté cierto interés en su sonrisa. Y luego, sabiéndose observada, se atusó el pelo. Y elevó una ceja como si estuviera enganchada a un anzuelo invisible y yo tirara del cordel. En cualquier caso, reconozco que la mujer era preciosa. Rasgos nórdicos, ojos color hielo no frost y un cuerpo que invocaba a la ansiedad. Llegó a decirme algo, la típica frase rompehielos: «Tiene que ser cansadísimo conducir todo el día entre tanto caos», creo recordar. Yo contesté con una de esas frases hechas, sin pretender ser gracioso, pero ella reaccionó riéndose de un modo desproporcionado. Y aquello me escamó aún más.

Preocuparse por mi cansancio no fue casual. Se notaba que lo tenía estudiado: a continuación me soltó que debería relajarme, y que ella podría ayudarme a conseguirlo. Me habló de un piso, de aparcar mi taxi y de subir con ella. Después, en tono más formal, añadió: «por ser un taxista tan joven y guapo, te lo dejo en cien euros».

Y aquello me cabreó bastante, la verdad. Me jodió aunque opté por ser cortés con ella. Era preciosa, sexualmente adictiva, y cien euros menos no me dejarían sin comer. Pero nunca he comprendido ni soporto convertir la seducción en mercancía, matar la química entre dos cuerpos a golpe de cash (como quien selecciona la pierna de un cordero cadáver en una charcutería). No me excita que ella no se excite o sólo le excite mi dinero y no mis ganas conjugadas con las suyas, en paridad de deseos, en ese excitante juego que es el calor progresivo, la incertidumbre de un final abierto, la mutua búsqueda a ciegas. Y a pesar de lo que digo, el suyo sigue y seguirá siendo el oficio más antiguo y lucrativo del mundo, y yo seguiré sin entender qué coño le pasa a la gente. Qué hay de excitante en alquilar un cuerpo o en pagar por un cuerpo y fingir las ganas. Y reducirlo todo a la fricción y al simulacro.

Tu recuerdo caníbal

FOTO: Logga Wiggler

FOTO: Logga Wiggler

Me marcaste a fuego por dentro igual que se marca al ganado en el matadero. Sí, lo reconozco. Soy ganado. Me ganaste.

Pienso en ti y te busco por dentro, y te muerdo por dentro, y te como por dentro para saber a qué sabes después de tantos años. Busco en mi cabeza neuronas con tu nombre, tu bandera en el Everest de la memoria, y cada vez que te encuentro y te muerdo y te trago, sabes amarga, a margarita deshojada y a formol, y me atraganto pero al menos alimentas. Al menos sobrevivo un poco más.

Pero a veces calculo mal: voy a tientas, palpo tu marca entre las grietas blandas del cerebro y en lugar de morder el punto exacto muerdo otra cosa, no sé, un cachito del lóbulo occipital, o del lóbulo oczapecual y pierdo la vista, o me falla mi capacidad cognitiva, o se me paraliza medio cuerpo y el otro arrastra el doble de su peso, o me da por babear, o por coleccionar musgo, o por odiar al diferente.

Por eso, si alguna vez te cruzas con algún tonto, si montas en un taxi y piensas: este taxista es idiota, o crees que al vecino del quinto le falta un hervor, o no entiendes por qué hay reos que simpatizan con sus verdugos, ten en cuenta que, tal vez, todos ellos antes eran listos. Fueron listos pero el recuerdo caníbal les consumió por dentro.

#fotosíntaxis

FOTO: @simpulso

FOTO: @simpulso

Cuando reina el silencio en mi taxi, los ojos son el espejo del habla. Pero también delatan cuando las bocas mienten, o contradicen la intención del resto del cuerpo. Para mí sería imposible escribir este blog sin la conjunción de estos dos elementos: el espejo retrovisor y la mirada de quien sube por azar en mi taxi. Hay miradas que matan, miradas que mueren, miradas que esconden complejos, miradas de envidia, de culpa, de celos, de ira, de cansancio vital, de ilusión, de novedad, miradas que son muros, miradas como mares sin fondo, miradas ciegas de amor, o frías como el hielo. También de esas que arden.

Aquí nace una nueva sección, o más bien disección: la de tus ojos. El reto es sencillo: Muéstrame tus ojos reflejados en el marco del espejo de tu coche, o de tu moto, o de un taxi, y yo escribiré un post a través de tu mirada. Leeré tu brillo, tu intención, tus reservas. Tus miedos, si los tienes, o tu modo de afrontar la vida. No me confundas: no soy ningún adivino, no tengo poderes. Sólo propongo leer tu mirada a mi modo. Tómalo como un juego.

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